1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Land of Lincoln

Los restos de Jim Crow

Diego E. Barros Chicago , 25/06/2015

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Vivo en una ciudad segregada racialmente. La más segregada de todo EE.UU. Diversa y segregada porque diversidad y segregación son cosas muy diferentes. El 33% de su población es negra no hispana, el 32% se define como blanca no hispana mientras que los hispanos son ya el 29%. El mapa da cuenta de esta diversidad demográfica. Y también de una segregación de facto que, sobre el terreno, denota desigualdad. Es cierto que hay muchos Chicago pero fundamentalmente se dividen en dos: North Side y South Side. Cuando salgo de mi vecindario, en ocasiones, me olvido de que vivo en la segunda ciudad de EE.UU. ―la “más americana”, decía Normal Mailer―, y, por el estado de las carreteras, me pregunto quién nos habrá bombardeado la noche anterior.

Ir al norte de Chicago es hacerlo no ya a otra ciudad sino a otro país. Mejores infraestructuras, supermercados, bares y restaurantes de moda. Y una población inmensamente blanca que se tiñe (hispanos y afroamericanos) cuanto más hacia el oeste, lo que se traduce también en mayor criminalidad. En los barrios blancos, los camareros son blancos pero los que recogen las mesas suelen ser hispanos. Los afroamericanos brillan por su ausencia. Son esos detalles en los que casi nadie repara, y si lo hace, solo cabe encogerse de hombros.  

Se trata de una segregación sutil que sigue existiendo décadas después de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la del Derecho al Voto al año siguiente. El espíritu de Jim Crow, las leyes supremacistas promulgadas entre 1876 y 1965 basadas en la perversa cantinela de “separados pero iguales”, se resiste a disiparse del todo. Su manifestación principal son las diferencias en cuanto a pobreza, educación, delincuencia y, por supuesto, encarcelamiento.

Ahora vivimos separados y tampoco seguimos siendo iguales. Hay un presidente afroamericano, sí, pero es el más contestado de la historia y ha sido objeto de la desconfianza incluso de los de su propio color. En enero de 2007, antes de convertirse en candidato a la presidencia, el polémico reverendo Al Sharpton le espetó: “Solo porque seas de nuestro color no te convierte en uno de nosotros”.

Yo vivo en el South Side. Pero en el South Side bueno. En Hyde Park, una especie de isla-parque temático-realidad paralela que poco o nada tiene que ver con lo que la rodea. Hyde Park es famoso por dos cosas: es el barrio del presidente Barack Obama y de la prestigiosa Universidad de Chicago, la novena institución universitaria del mundo, capaz de acumular en sus vitrinas imaginarias hasta 87 premios Nobel. Es privada y solo pasear por su campus hace que a uno le entren ganas de estudiar. Pronto se te quitan al saber que la matrícula ronda los 60.000 dólares anuales, según el caso. Hyde Park es una isla por varias razones.

La primera es su ambiente académico, distinguido y diverso. La universidad atrae a estudiantes (muy buenos) con un alto poder adquisitivo y a profesores llegados de muchas partes del mundo. La universidad es, de hecho, el verdadero poder fáctico en un barrio en el que el Ayuntamiento poco o nada pinta. La mayor parte de la tierra le pertenece y lleva décadas haciendo y deshaciendo a su antojo para mantener un barrio a su medida. Ello incluye, por ejemplo, el hecho de que a pesar de ser una zona eminentemente estudiantil casi no haya bares ―en realidad hay dos, pequeños y jamás pisados por estudiantes--. Los había. Hyde Park tuvo momentos esplendorosos en los años cincuenta cuando era un centro cultural de moda que seguía el tirón de la Black Metropolis (Bronzeville), inmediatamente al norte, el distrito histórico del Blues. De aquello ya no queda nada.

Antes de que se inventara la gentrificación, en Hyde Park ya se había puesto en práctica con éxito. Escarmentada de los disturbios raciales de 1919, la universidad quiso ponerse una venda antes de la herida de los convulsos años sesenta. Hasta tal punto llega el peso de la universidad que cuando llegas por primera vez, la primera pregunta es siempre la misma:

―You’re new in the neighborhood, are you related with the University?

Es decir "no" y ver un halo de decepción en la mirada de tu interlocutor.   

Es un vecindario muy agradable, un poco aburrido para vivir y sobre todo seguro. La universidad tiene policía propia. Y cuando comienza a caer la noche decenas de seguratas se colocan casi en cada esquina del barrio. Está la Policía de la ciudad y, por supuesto, el Servicio Secreto, que custodia la casa de Obama. La segunda razón de su excepcionalidad es que es uno de los vecindarios más diversos de Chicago. El 46.7% de su población es blanca, el 30.4% afroamericana, el 12.4% asiática-americana, el 6.3% hispana, quedando un 4.1% para otros orígenes étnicos. Ello no quita que también haya una división, la que marca la calle 55. Al sur se concentra la población blanca mientras que al norte lo hace la afroamericana. Solo el 5% de los alumnos de la UC son afroamericanos.

Hyde Park es una isla porque está rodeada de tierra por todas partes menos por una, el este, donde el límite es el Lago Michigan. Limita al norte con la 47, al sur con la 61 y al oeste con Cottage Grove Ave. Más allá de estos muros invisibles, como dicen los folletos de la universidad, la policía no puede garantizar la seguridad de los estudiantes. Una especie de "beyond the Wall, wilderness". Washington Park, al oeste, con el 97% de población afroamericana, y Woodlawn, al sur, con el 87%. Ambas son zonas de criminalidad alta (no las peores), guetos.

La mayoría de mis amigos (blancos) viven en el norte de la ciudad. Soy yo siempre el que para salir a cenar o tomar algo pongo rumbo al norte. Me suelen recibir con la misma pregunta:

―¿Qué tal Hyde Park? Es agradable, ¿verdad?

A veces tengo la sensación de que mis amigos creen que vivo en París, un lugar lejano y hermoso, conocido de oídas. Va a hacer un año que vivo en Hyde Park y me han visitado una vez.

Cuando dije que iba a vivir en Hyde Park, también hubo chistes:

―Bueno, si hay disturbios raciales, mejor que sepas nadar.

El nombre de la discordia

Chicago tiene muchos nombres y mil y una leyendas. El último nombre es Chiraq. Por supuesto, hace referencia a los niveles de criminalidad y violencia (en descenso en los últimos años) que soporta la ciudad, lo que no significa que haya episodios tremendos: solo en el fin de semana de Memorial Day se registraron 12 muertos y 43 heridos.

Chiraq se va a convertir en el título de la nueva película del director Spike Lee. Y eso es un problema para muchos, incluido el alcalde Rahm Emanuel. No tanto la existencia de un nombre que viene de lejos, sino que ahora, vía película de un director de cierto prestigio, “vaya a dar mala fama a la ciudad”.

La mala fama. En el fondo y salvando las distancias (evidentemente Chicago no es una zona de guerra como Irak) refleja una realidad que todos los vecinos asumimos aunque no nos guste hablar de ella o, incluso, quede lejos de la realidad de los blanquísimos barrios del norte. Al fin y al cabo, Chiraq es sobre todo Englewood o Garfield Park, ambos al lado de Hyde Park. De nuevo, el debate se centra en los detalles de alrededor, la violencia que causan las armas de fuego es un asunto peliagudo sobre el que no conviene enzarzarse.

Es lo que ha pasado después del asesinato el 17 de junio de nueve afroamericanos en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur. El propio Barack Obama, en su declaración tras lo sucedido, hizo referencia a los tres problemas fundamentales: división racial, violencia y armas. Obama apareció cansado y casi resignado. Es la 14ª ocasión desde que es presidente que tiene que hacer una declaración semejante. El presidente es consciente de que pese a sus esfuerzos por poner el foco en la violencia y las armas ―según los datos hay unos 270 millones de armas en manos privadas en EE.UU., una media de nueve armas por cada diez ciudadanos―, todo será en vano.

Aun así dejó un guante que nadie ha querido recoger: “Ahora tenemos que llorar a los muertos y recuperarnos, pero déjenme que sea claro, en algún momento, como país, tendremos que lidiar con el hecho de que este tipo de violencia de masas no sucede en otros países avanzados”.

Tras lo sucedido, el análisis más certero lo ha hecho (como casi siempre) Jon Stewart desde su tribuna resumida en una sola frase: “And we still wont do Jackshit”, algo así como “y a pesar de todo no haremos una mierda”.

Ha sido simpático ver los equilibrios de los candidatos republicanos en sus primeras valoraciones tras la masacre. A excepción de Ben Carson (el único afroamericano), todos ellos prefirieron localizar lo sucedido en un crimen de carácter “religioso”. Quizá para no encolerizar a su principal base de votantes, blancos y sureños. El caso es que todos ellos remarcaron una cosa: “La solución no debe de venir del Gobierno”, llegó a manifestar el libertario Rand Paul haciendo el pino puente y diciendo que cosas así son causa de que “la gente ha perdido la fe”.

Ha sido un crimen de odio salpimentado con las aristas de siempre, pero no se irá más allá. Lo dejó entrever Stewart cuando señaló la “disparidad” de la reacción estadounidense cuando la amenaza proviene de fuera de las fronteras de EE.UU., frente a las amenazas interiores.

Las palabras de Stewart me recordaron algo que me dijo hace tiempo el profesor de Western Michigan University Michael Braun sobre que los principales enemigos de EE.UU. ni estaban en países lejanos, ni profesaban la religión musulmana.

De hecho, los atentados cometidos por radicales de extrema derecha en EE.UU. suman un total de 48 fallecidos, frente a las 26 víctimas de ataques de inspiración islamista en suelo estadounidense. Según el Mapa del Odio elaborado por el Southern Poverty Law Center, en EE.UU. permanecen activas 784 organizaciones extremistas.

Al final todo ha quedado reducido a un problema de banderas motivado por la persistencia en muchos Estados de la popularmente conocida como “la Confederada” (en realidad es la bandera de batalla del Ejército de Virginia) durante la guerra civil que enfrentó a los Estados de norte con los secesionistas (y esclavistas) Estados del sur entre 1861-1865. Se da la circunstancia de que el conflicto se inició precisamente en Charleston, la segunda ciudad de Carolina del Sur, en cuya capital, Columbia, está el Senado Estatal frente al cual se izaba la famosa bandera.

Me llamó la atención el pasado abril, de visita en la ciudad. Sobre la cúpula del Capitolio ondeaban dos pequeñas enseñas, la de la Unión y la del Estado. En un mástil independiente, frente al edificio, estaba la bandera de la discordia. Tras la matanza, parece que todo EE.UU se ha dado cuenta de un hecho que no era ningún secreto. En casi todo el Sur de EE.UU. se repite la imagen. Mississippi incluso tiene la bandera impresa en su enseña estatal, también Georgia.

Pese a las reticencias de los primeros días (“cuestión de historia”, “sentimientos”, “no abrir debates que puedan causar más daño”, llegó a decir el senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham), ahora vivimos una fiebre para retirarlas encabezada por algunos que, en principio, se mostraban ambiguos, como la gobernadora del Estado, la republicana Nikki Haley, o el propio Graham. Otros Estados le siguen los pasos.

Historia e icono pop

Los defensores de la presencia de la bandera confederada, que por supuesto es constitucional, dicen que es una manifestación más de la memoria histórica, el viejo “orgullo” dixie derrotado (que no vencido) por los yankees. Es curiosa la memoria histórica. Que andemos a vueltas con ella en España 76 años después de nuestra Guerra Civil puede ser comprensible. Lo tremendo es que ese recuerdo todavía siga persistiendo en EE.UU. 150 años después de la suya, algo que incluye convertir la bandera en un símbolo pop que adorna camisetas, bares o hebillas de cinturón.

Eso fue hasta esta semana porque tiendas como Wal-Mart o Sears se han unido a la repentina autocensura de la enseña y han anunciado que dejarán de vender productos con la misma en sus establecimientos. Lo mismo han hecho gigantes de Internet como Amazon, eBay o Google. Han tardado más de un siglo en darse cuenta de que la Confederada era “un símbolo contemporáneo de división y racismo”, según un portavoz del buscador.

Hace unos años visité Memphis, la ciudad de Elvis en el sureño Estado de Tennessee y dos anécdotas vividas por mi mujer pueden ilustrar lo complicado de la memoria. Mientras hacíamos cola para comer en un restaurante famoso por sus costillas, mi mujer se acercó a la barra para pedir unas cervezas. Tras entregarle al camarero la pertinente identificación estatal que certificaba nuestra mayoría de edad ―en EE.UU. es ilegal servir alcohol a menores de 21 años, una norma que se lleva a rajatabla―, la respuesta de este fue épica:

―Aquí no servimos a yankees.

Mi mujer pensó que se trataba de una broma pero no. El que acabó pidiendo las cervezas fui yo, al tiempo que el mismo camarero, consciente de mi nacionalidad, me glosaba la vida y milagros de Pau Gasol, por entonces en el equipo de baloncesto de la ciudad.

Lo gracioso es que el camarero era negro.

La segunda anécdota tuvo lugar unas horas más tarde en la popular Beale Street, donde se concentran la mayor parte de los bares y locales de música en directo. Cerrada a los menores desde las siete de la tarde, en el centro de la calle había un trono gigantesco y, sobre él, un hombre mayor de larga barba. Mi mujer se acercó a preguntar quién era y qué hacía allí y el diálogo transcurrió tal que así:

―Tú eres yankee, ¿de dónde? ―preguntó el hombre.

―De Michigan.

Tras unos segundos de silencio pensativo, el hombre contestó:

―A ti hubiera sido difícil matarte en la guerra.

El sonido de mis carcajadas cargadas de incredulidad era inversamente proporcional al enfado de mi mujer.

En broma o de veras, la rivalidad Norte-Sur sigue muy en el bando de los perdedores mientras que para los yankees del Norte, el Sur es simplemente “un lugar lleno de paletos racistas”.

Las actitudes racistas están hoy sublimadas por la palabra maldita en el vocabulario estadounidense: nigger, el término con el que los blancos se referían a los negros desde los tiempos de la esclavitud. En los años sesenta se popularizó “de color” para marcar la segregación entre blancos y negros. La lucha por los Derechos Civiles reivindicó el uso de “negro” (en español) como sinónimo de black aunque sigue siendo una palabra vetada a blancos.

Finalmente en los ochenta se popularizó el actual african american. Retoques cosméticos que no han conseguido borrar lo más vergonzoso del pasado de EE.UU. y que el propio Obama, utilizando la palabra maldita (y por ello creando polémica), se encargó de recordar el lunes: “El legado de la esclavitud, las leyes de Jim Crow, la discriminación en prácticamente todas nuestras instituciones, eso deja una larga sombra, y continúa formando nuestro ADN”.

En América, el primer volumen de su trilogía americana, James Ellroy escribe:

“El país nunca fue inocente. Los norteamericanos perdimos la virginidad en el barco que nos traía y desde entonces hemos mirado atrás sin lamentaciones. Pero no se puede atribuir nuestra pérdida de la virtud a ningún suceso o serie de circunstancias en concreto. No se puede perder lo que no se ha tenido nunca”.

Puede que en las palabras de Ellroy esté parte de la explicación de esta obsesión estadounidense por buscar cierta pureza. Centrarse ahora en una bandera en lugar de hacerlo en lo que la hace mecerse al viento es solo el último síntoma.

Vivo en una ciudad segregada racialmente. La más segregada de todo EE.UU. Diversa y segregada porque diversidad y segregación son cosas muy diferentes. El 33% de su población es negra no hispana, el...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Diego E. Barros

Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí