1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Generación crápula

Caballeros toledanos

Lorca, Dalí, Alberti y María Teresa León, Pepín Bello y muchos más formaron parte de la orden fundada por Luis Buñuel en 1923

Miguel Barrero 28/10/2015

<p>Catherine Deneuve en una imagen de <em>Tristana</em>, drigida por Luis Buñuel.</p>

Catherine Deneuve en una imagen de Tristana, drigida por Luis Buñuel.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

No hay cinéfilo que no recuerde, especialmente si entre sus filias se encuentran los delirios buñuelianos, aquella escena de Tristana (1974) en la que la bella Catherine Deneuve se inclinaba sobre una estatua yacente en un rapto necrófilo, donde el impulso determinante no era la atracción por el difunto que yacía bajo una fría losa de mármol, sino ese poderoso magnetismo que desprende la belleza cuando se manifiesta sin ambages, en plena posesión de todas sus facultades. Como podrán imaginar quienes conozcan o tengan una mínima noticia de las motivaciones que guían la obra del cineasta aragonés, nada en ese tramo del metraje es casual: la obsesión del director con el clero y todo lo que representaban (u ocultaban) los rituales inexcusables del catolicismo, la querencia por buscar territorios de confluencia entre el sexo y la muerte, la confrontación de lo vivo y lo inerte, materializada en la dicotomía abierta entre una mujer hermosísima y una máscara mortuoria. Al margen de lo evidente, el tête à tête que establecen el personaje de Tristana y la momia de alabastro es, también y sobre todo, un guiño del director a su propia biografía en un momento, él acababa de cumplir setenta años, en el que comenzaba a entreverse el final del camino y resultaba complicado conjurar la nostalgia hacia un país que había tenido que abandonar más de treinta años atrás y al que ya nunca regresaría. De hecho, un año antes había ensayado idéntico recurso, el mostrar el cadáver de un obispo bien acomodado en su sepulcro, en el largometraje La Vía Láctea (1969), aunque lo que en aquella ocasión era sólo una pista, esta vez sí, para perfectos iniciados, en Tristana se convirtió todo un homenaje autorreferencial hacia lo que acaso entendió que habían sido sus mejores años.  

La historia que terminó dando lugar a esa escena comenzó en Toledo, en 1923, en plena festividad de San José y trece días después de que el mismísimo Albert Einstein visitara la ciudad. Pero aquella tarde el aún jovencísimo Buñuel no estaba allí para rendir honores al celebrado físico, sino que recorría las empinadas callejuelas del casco histórico en busca de tabernas donde saciar una sed de dimensiones mitológicas. Sin que sepamos muy bien cómo, el maño imberbe acabó, completamente borracho, paseando por el claustro de la imponente catedral gótica. Fue allí donde escuchó, primero, a miles de pájaros cantar al unísono y, después, una inesperada voz interior que le conminaba a acudir de inmediato al convento de Los Carmelitas; no para presentar las credenciales que le permitieran incorporarse a la orden, sino con la única finalidad de robar la caja del convento. Fiel al mandato —tan excepcional, a decir verdad, como atractivo—, Buñuel se encaminó al cenobio y el portero le condujo hasta un fraile que salió enseguida a recibirle y escuchó cómo el joven le hablaba de su súbito, ferviente y cínico deseo de profesar en las filas de los carmelitas. El monje, perro viejo al fin y al cabo, percibió el fuerte olor a vino que desprendía su aliento y, muy educadamente, le acompañó de nuevo hasta la puerta para devolverlo a las gélidas e intrincadas calles de la ciudad. “Al día siguiente”, relató el propio Buñuel en su momento, “decidí fundar la Orden de Toledo”.

El maño imberbe acabó, completamente borracho, paseando por el claustro de la imponente catedral gótica.

El invento se fraguó entre los muros de la madrileña Residencia de Estudiantes. En aquel reducto donde se venían defendiendo desde 1910 los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, estaba instalado entonces el embrión de lo que se convertiría en uno de los más fulgurantes grupos de la cultura española, aunque el brillo de sus frutos terminara deslucido por la crudeza del exilio al que se vieron abocados muchos de sus componentes. El mismo Buñuel era, como se sabe, uno de sus residentes, y es de suponer que, una vez vuelto de su aventura toledana, no tardaría en hacer partícipes de sus planes a sus cómplices. Entre ellos, los dos más próximos eran Federico García Lorca y Salvador Dalí, pero hubo muchos otros que de inmediato se incorporaron a un heterodoxo cuerpo nobiliario que no prometía grandes privilegios, pero sí dibujaba en el horizonte unas expectativas ciertamente pintorescas. La Orden de Toledo arrancó, así, con una jerarquización organizada por el propio Buñuel, que distribuyó a sus miembros, captados mayoritariamente en las habitaciones de los Altos del Hipódromo, en función de su disposición de plegarse a las cinco normas básicas que debían cumplir quienes pretendieran inscribir sus nombres y apellidos en el club.

El cineasta en ciernes se reservó para sí el título de condestable, el de más alto rango, y colocó como secretario a Pepín Bello, uno de los más conspicuos inquilinos de la residencia y máximo apóstol, hasta su fallecimiento, de los principios que habían guiado la labor de la institución. El siguiente grado en importancia era el de caballero fundador, y a él se adscribían Federico García Lorca y su hermano Francisco, Pedro Garfias, Augusto Centeno, José Uzelay, Sánchez Ventura y la bibliotecaria Ernestina González. El título de caballeros a secas lo compartían Hernando y Lulu Viñes, Rafael Alberti, José Barradas, Gustavo Durán, Eduardo Ugarte, Jeanne Rucar, Monique Lacombe, Margarita Manso, María Luisa González, Ricardo Urgoiti, Antonio G. Solalinde, Salvador Dalí, José M. Hinojosa, María Teresa León, René Crével y Pierre Unik. Tras estos escalafones, los netamente nobiliarios, estaba el de los escuderos y sus derivaciones —jefe de invitados de escuderos, invitados de escuderos y los peculiares invitados de invitados de escuderos—, en los que se integraban aquellas personas que estaban de acuerdo con la excursión a Toledo, pero se desentendían solemnemente de todo lo demás.

Había que ir a Toledo con la mayor frecuencia posible y ponerse en disposición de vivir las más inolvidables experiencias.

¿En qué consistían, pues, los preceptos que orientaban la existencia de la Orden? En algún momento, Buñuel los resumió en una sola frase: “Había que ir a Toledo con la mayor frecuencia posible y ponerse en disposición de vivir las más inolvidables experiencias”. En realidad, el cumplimiento de ese mandato sólo permitía que quien lo obedeciera alcanzara el rango de escudero. Para demostrar voluntad de ascender en el escalafón, era absolutamente necesario que los aspirantes respetaran el catálogo completo de postulados, que se recogen a continuación, por riguroso orden de importancia, acompañados de un somero repaso de todo cuanto suponían.

Primero. Vagar durante toda una noche por Toledo, borracho y en completa soledad

En realidad, sólo Luis Buñuel llegó a cumplir rigurosamente este precepto —y seguramente por eso resolvió que sólo él merecía poseer el grado de condestable de la orden— y lo hizo en la festividad de San José en que decidió fundar la congregación tras vivir aquella experiencia seudomística en el claustro de la catedral. Lo cierto es que los miembros de la Orden vagaron muchas noches borrachos por Toledo, pero siempre en compañía o, como mucho, dispersándose sólo de manera puntual. Rafael Alberti recordaba cómo, recién incorporado al grupo, sus compañeros jugaron a despistarle tras armar un ingenuo aquelarre en torno al convento de Santo Domingo y lo consiguieron “dejándome abandonado, solo, perdido en aquella asustante (sic) devanadera de Toledo, sin saber dónde estaba y sin la posibilidad consoladora de que alguien me indicase el camino de la posada, pues además de no encontrar a esas alturas de la noche un solo transeúnte, en Toledo, si no le informan a uno a cada treinta metros, puede considerarse, y aun durante el día, extraviado definitivamente”. El poeta definiría esa experiencia como “una de las peores pruebas a las que se veían sometidos los novatos de la hermandad”, aunque a la postre no fuera tan fiera como llegó a temer: el extravío le permitió localizar el lugar donde nació Garcilaso de la Vega, y Alberti continuó su errático deambular nocturno “como si Garcilaso, un Garcilaso de hojas frescas y oscuras, echase a caminar conmigo por el silencio nocturno de Toledo en espera del alba”.

Segundo. No lavarse durante la estancia

Era, como se podrá imaginar, la norma más difícil de asumir, pero Buñuel y sus compinches ponían de su parte todo lo posible para que se obedeciera debidamente. Los miembros de la orden tenían por costumbre hospedarse en la posada de la Sangre, un vetusto establecimiento que ya no existe y que se encontraba extramuros de la ciudad antigua, aunque no muy alejado de Zocodover. Se llegaba a ella descendiendo la escalinata bajo el arco que conduce al hospital de la Santa Cruz y la leyenda aseveraba que en ella había escrito Miguel de Cervantes su novela ejemplar La ilustre fregona, aunque parece ser que la fonda en que dormían condestable, caballeros y escuderos de la hermandad buñueliana se encontraba unos metros más arriba de donde se había levantado, en tiempos, la posada original. Vicente Blasco Ibáñez, que la visitó para rastrear en ella posibles huellas cervantinas, la describió como “una casucha agrietada, fea, sucia y mal oliente, como todos los establecimientos de su clase”. Pepín Bello, rememorando sus veladas toledanas en compañía de los cofrades de la orden, llegó a explicar que era “un patio sucio, con un carro a un lado y con una mula comiendo al otro”. Se pasaba allí la noche a cambio de una peseta, y si Bello consideraba su limpieza “bastante dudosa”, Buñuel iba aún más allá a la hora de enumerar sus características generales: “La posada apenas había cambiado desde los tiempos de Cervantes: burros en el corral, carreteros, sábanas sucias y estudiantes. Por supuesto, nada de agua corriente”. Es sabido que María Teresa León pasó más de una noche insomne por temor a que se la comiesen las chinches.

Tercero. Acudir a la ciudad una vez al año

Podemos decir que este requisito marcaba el mínimo imprescindible. Se sabe que los miembros de la orden acudían a Toledo muchas más, como demuestra el hecho de que sus integrantes contasen con un ritual debidamente tipificado que procuraban llevar a cabo con la mayor de las fidelidades. “A menudo”, relata Buñuel, “en un estado rayano en el delirio, fomentado por el alcohol, besábamos el suelo, subíamos al campanario de la catedral y escuchábamos en plena noche los cantos de las monjas y los frailes a través de los muros del convento de Santo Domingo”. El plan consistía en llegar a Toledo un sábado a la caída de la tarde —entonces el viaje en tren desde Madrid duraba dos horas—  y, una vez allí, tomar los primeros chatos de vino antes de cenar en cualquier tasca, todo de una forma muy modesta porque, en palabras de Pepín Bello, “no teníamos para más”. Tras el repostaje, tocaba vagabundear por la ciudad durante buena parte de la madrugada, extraviándose y reencontrándose por las callejuelas que discurrían entre la sede episcopal y el convento de Santo Domingo el Antiguo. Cuando el cansancio o el alcohol nublaban del todo el entendimiento, el grupo se recogía en la posada de la Sangre y el domingo, bien temprano, regresaba a Zocodover para desayunar y quitarse las telarañas de la resaca.

No es raro que los miembros de la hermandad tuvieran que pedir dinero a Madrid vía telégrafo.

Era después cuando se encaramaban a la torre catedralicia y rendían visita a determinados hitos inexcusables —entre ellos, la iglesia de Santo Tomé— antes de retirarse a comer. Solían celebrar el almuerzo en la venta de Aires, una casa de comidas que, salvo la ubicación, no tenía nada que ver con la que, con el mismo nombre, se levanta hoy en día en el paseo del circo Romano. Allí tomaban tortilla a caballo, perdiz escabechada y vino de Yepes. En la sobremesa, si había suerte, Federico García Lorca recitaba algún poema y Salvador Dalí se dedicaba a hacer “sus cosas”, según recordaba Bello con enigmática elocuencia. Eran ya las postrimerías de la estancia, y pese a la frugalidad con que se desarrollaba todo hubo ocasiones en que el apasionamiento les hizo quedarse sin recursos. No era raro que los miembros de la hermandad tuvieran que pedir dinero a Madrid vía telégrafo, y se sabe que el pintor José Uzelay, uno de los fundadores de la orden, se vio obligado al menos una vez a improvisar una serie de dibujos que vendió por las calles de Toledo, obteniendo así la calderilla que necesitaba para coger el tren de vuelta.

Cuarto. Amar a Toledo por encima de todas las cosas

¿Por qué esa fascinación por Toledo? La pregunta es un tanto ociosa, ya que pocas personas pueden resistirse a la atracción que ejerce una ciudad en la que convivieron tres culturas y donde el tiempo tuvo a bien detenerse, una vez finiquitada su época imperial, para convertirla en uno de los paisajes urbanos más bellos y definitorios de toda la península. En sus callejuelas laberínticas perviven vestigios excepcionalmente conservados de las tres confesiones que a lo largo de la Historia impregnaron su espíritu, y en su tranquilidad nocturna resuenan los ecos de las armas y las letras que hicieron de ella uno de los centros intelectuales más vivos de Europa. Si en nuestros días resulta tremendamente sencillo evadirse en Toledo de las inaplazables demandas de la vida moderna, cabe imaginar que en los tiempos en los que la orden hacía de las suyas por sus rincones esa facilidad para abstraerse sería aún más pronunciada por cuanto Toledo, tras el estancamiento que sufrió entre los siglos XVII y XIX, cuando la Corte abandonó definitivamente sus predios y tuvo que acostumbrarse a cimentar su supervivencia en el recuerdo de las glorias pretéritas, no habría cambiado gran cosa desde los tiempos de Carlos I.

A la conservación de su fisonomía urbana había que sumar que en Toledo (o sobre Toledo) habían desarrollado sus creaciones El Greco, Miguel de Cervantes, Gustavo Adolfo Bécquer, los miembros de la Escuela de Traductores de Alfonso X, Garcilaso de la Vega y otros muchos nombres que componían todo un imaginario en el que se encontraba lo más granado de la historia de la literatura y el arte españoles. Que ese breve amasijo de calles en pendiente hubiese condensado tal cantidad de talento sólo podía devenir en la configuración de un espacio mítico en el que dar rienda suelta a las fantasías juveniles de un grupo que más antes que después también iba a acabar ampliando los horizontes creativos de su país natal. Jean Claude Carrière, guionista inseparable de Buñuel, lo explicaba así a raíz de la publicación de su libro autobiográfico Para matar al recuerdo: “Para ellos Toledo era un lugar de peregrinaje sagrado, pero no a la manera religiosa. Las razones de esa pasión por Toledo no las he llegado a entender del todo. Quizás fue la mezcla de pueblos, culturas e imágenes que uno se encontraba aquí. Esa debió de ser la razón más profunda de su amor”.   

Quinto. Velar el sepulcro del cardenal Tavera

En este punto del rito se fundamenta el homenaje autorreferencial que Buñuel tuvo a bien hacerse en su Tristana. Juan Pardo de Tavera fue un cardenal que llegó a ocupar el cargo de inquisidor general de España. Fue, además, arzobispo de Ciudad Rodrigo, Osma, Santiago de Compostela y Toledo. En esta última ciudad hizo construir, en 1541, el hospital de San Juan Bautista, un portentoso edificio que se considera la primera muestra castellana del Renacimiento clásico. Del protagonismo que adquirieron tanto el personaje como el complejo por él fundado da fe el papel que a este último le confirió El Greco en uno de sus lienzos más emblemáticos. En Vista y plano de Toledo, Doménico Theotokópoulos sitúa la construcción no en el lugar que le correspondería teniendo en cuenta su disposición geográfica, sino flotando sobre una nube que emerge en primer plano, como un faro que orientase el devenir de la ciudad. El hospital de San Juan Bautista, el hospital Tavera, fue un lugar importante y continúa siéndolo hoy en día: en su interior se encuentran el Museo Fundación Lerma y la sección del Archivo Histórico Nacional dedicada a la nobleza, y su doble claustro trazado en cumplimiento de las más venerables normas arquitectónicas de la Roma clásica es una de esas visitas inexcusables que uno debe rendir si anda de paso por Toledo. Es el corredor central que marca la divisoria entre los dos patios, de hecho, el que nos conduce hasta las puertas de la iglesia del hospital, un templo que impresiona por su imponente austeridad y donde los cofrades de la orden solían culminar sus efímeras huidas a esa escarpada orilla del Tajo.

“Si hay una cosa que no fallaba nunca”, evocó en su día Pepín Bello, “era ir al hospital Tavera. Dábamos una vuelta viendo los grecos y viendo sobre todo el sepulcro de Tavera”. Buñuel también tuvo ocasión de recordar esos “minutos de recogimiento delante de la estatua yacente del cardenal, muerto de alabastro, de mejillas pálidas y hundidas, captado por el escultor una o dos horas antes de que empezara la putrefacción». El sepulcro, esculpido por Berruguete, sigue estando en el mismo sitio, frente al altar mayor, y su contemplación atenta resulta, en verdad, impresionante. El realismo casi fotográfico de las facciones del difunto, la delicadeza con que el escultor supo tratar el alabastro, la minuciosidad con que se tallaron incluso los detalles más accesorios, hacen que la sepultura compita seriamente en belleza e interés con las obras de El Greco que allí se conservan y que constituyen el principal polo de atracción para los viajeros que se acercan hasta este reducto alejado sólo unos pocos metros de la Puerta de la Bisagra. Era en este lúgubre canto a la finitud de los días donde el grupo, igual que ahora nosotros, ponía término a su excursión para caminar el aún largo trecho que les separaba de la estación y coger el tren de regreso a Madrid, dejando a sus espaldas la silueta de una ciudad eternamente sumergida en las neblinas de un pasado que, entonces como hoy, se resiste a abandonarla del todo.

No hay cinéfilo que no recuerde, especialmente si entre sus filias se encuentran los delirios buñuelianos, aquella escena de Tristana (1974) en la que la bella Catherine Deneuve se inclinaba sobre una estatua yacente en un rapto necrófilo, donde el impulso determinante no era la atracción por...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Miguel Barrero

Asturiano de Oviedo, 1980. Ha escrito Espejo (KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012) y Camposanto en Collioure (Trea, 2015). Ha colaborado en obras colectivas como la antología Náufragos en San Borondón (Baile del Sol, 2012) o Tripulantes (Eclipsados, 2007).

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí