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Inteligencia artificial

Bienvenidos a la era de la singularidad tecnológica

Los avances de la inteligencia artificial son menos conocidos que el calentamiento global, pero quizá sean más relevante para la existencia del ser humano, más difíciles de controlar y tengan un horizonte temporal más cercano

Gonzalo de la Pedraja 2/01/2016

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Si vamos a hablar de la singularidad tecnológica lo primero que deberíamos entender es el concepto de singularidad. Singularidad nos habla de una característica fundamental extraordinaria o rara, única en su especie. “Cualquier sujeto u objeto que resultara especial y distinto de sus adláteres”. Algo que se sale de las previsiones razonables y de difícil comprensión.

Los seres humanos han basado su desarrollo como especie dominante de la tierra en su inteligencia racional, la única característica que nos permitía una ventaja competitiva con el resto de especies. Con el uso de esta inteligencia, el ser humano ha ido desentrañando poco a poco las leyes que rigen nuestro entorno. Ha estudiado, observado y experimentado con todos los elementos a su alcance hasta poder crear modelos científicos plausibles que expliquen cómo es nuestro mundo exterior e interior. 

El ser humano ha descubierto, documentado y desarrollado los principios de las máquinas simples que usaba intuitivamente como la palanca, la rueda o el plano inclinado y las ha combinado en máquinas complejas, creando la base de la ingeniería. Ha experimentado con la física y la química hasta poder recopilar las leyes que gobiernan la transformación de los elementos y poder usarlos en su beneficio. Todo este conocimiento escrito tiene algo en común: sus leyes y fórmulas nos permiten, en base a unos datos de entrada conocidos, determinar los resultados finales. Así sabremos, por ejemplo, dónde se cruzan los trenes que salen de Barcelona y Madrid a 100 y 130 km/h respectivamente, o dónde aterrizará una pelota que cae por un plano inclinado de 30 grados con rozamiento despreciable.  

Pero estas normas tienen a veces puntos oscuros o que no hemos sabido resolver convenientemente con los marcos de referencia que usamos. Estos puntos donde unos datos de entrada conocidos no nos permiten obtener los datos de salida son las singularidades.

Un ejemplo muy vistoso de singularidad es la de Prandtl-Glauert, en la que un avión que vuela a velocidades transónicas crea una nube de condensación a su alrededor por la caída súbita de la presión del aire a Mach 1. Otra singularidad muy conocida es la teoría del Big Bang, dado que éste solo pudo ocurrir más allá de las leyes conocidas de la física, con toda la materia concentrada en un solo punto y con una densidad infinita. 

La singularidad tecnológica se basa en la idea de que el desarrollo científico y tecnológico humano no es lineal, sino exponencial. Cada descubrimiento realizado por el hombre ha abierto la puerta a más descubrimientos. Así como el descubrimiento de la rueda produjo el torno, la polea o el eje, estos fueron dando lugar a los engranajes, los rodamientos, los discos, las grúas o las carretillas, y así hasta terminar en la estación espacial o en Internet. Cada invención abre un abanico de posibilidades cuyas puntas generan nuevos abanicos y cada nueva invención puede ser combinada con las tecnologías existentes.

Este proceso es ahora mucho más rápido que en tiempos pasados por el punto de la curva exponencial en el que nos encontramos, y es perceptible intuitivamente: la cantidad de descubrimientos asombrosos que vemos en diez años es muy superior al que verían diez generaciones de una familia empezando en la Edad Media. Esto implica, además, que si bien antiguamente se experimentaban totalmente las tecnologías descubiertas, ahora saltamos de un descubrimiento a otro sin tiempo de, o quizá sin interés por, desarrollarlas y entenderlas completamente.

Lo que postula la singularidad tecnológica es que en un futuro cercano (todos lo vamos a ver) tendremos tal cantidad de desarrollo tecnológico y habremos dado tal salto de sofisticación científica que es imposible predecir como será la vida al otro lado de la singularidad.

Lo que postula la singularidad tecnológica es que en un futuro cercano (todos lo vamos a ver) tendremos tal cantidad de desarrollo tecnológico y habremos dado tal salto de sofisticación científica que es imposible predecir como será la vida al otro lado de la singularidad.

El concepto ha sido tratado desde antiguo por varios autores, pero generalmente se considera que el primer uso del término singularidad en este contexto lo hizo Von Neumann en la década de los 50. Von Neumann, matemático, físico, inventor, genio, se refería a la aceleración constante en el progreso de las tecnologías y los cambios en la vida humana, y cómo parecía que nos acercábamos a un punto en la historia más allá del cual los asuntos humanos tal como los conocemos no podrían continuar. 

Curiosamente Von Neumann fue uno de los principales artífices del proyecto Manhattan, que culminó en el primer uso de bombas nucleares contra población civil en Hiroshima y Nagasaki; y se le atribuye la estrategia de Destrucción Mutua Asegurada en el equilibrio armamentístico nuclear de la guerra fría, con su humorístico acrónimo MAD (loco). Von Neumann fue el principal impulsor de la reducción en tamaño de las cabezas nucleares para poder acomodarlas en misiles intercontinentales balísticos y asegurar la estrategia de destrucción total mutua. Irónicamente su muerte debida a un cáncer podría ser resultado directo de la tecnología humana al haberse expuesto a grandes dosis de radiación durante las pruebas de armas atómicas en el atolón de las Bikini en 1946. Von Neumann, judío de nacimiento y, a decir de sus amigos, agnóstico en vida, se convirtió al catolicismo en su lecho de muerte.

El concepto de la singularidad tecnológica fue popularizado por el matemático y autor de ciencia ficción Vernor Vinge, que puso el foco de la singularidad en el desarrollo de la inteligencia artificial, los interfaces cerebro-máquina y el advenimiento de la superinteligencia.

El concepto de la singularidad tecnológica fue popularizado por el matemático y autor de ciencia ficción Vernor Vinge, que puso el foco de la singularidad en el desarrollo de la inteligencia artificial, los interfaces cerebro-máquina y el advenimiento de la superinteligencia.

Según esta teoría, los sistemas desarrollados por los humanos ganarían la capacidad de mejorarse a sí mismos recursivamente, creando una línea de desarrollo autónoma que excedería las limitaciones del pensamiento humano. Ante esto cabe pensar que todo el conocimiento humano está limitado por nuestra propia imaginación, que es la manipulación intrínseca de información obtenida sensorialmente. Todo lo que creamos está condicionado por aquello que hemos experimentado o con las ramas del árbol tecnológico a las que hemos estado expuestos, pero una máquina que tuviese la posibilidad de creación podría estar expuesta a literalmente todo el conocimiento humano recopilado hasta la fecha.

El desarrollo de la inteligencia artificial todavía tiene camino que cubrir, como desarrollar algoritmos que necesiten menos recursos para problemas complejos, pero es precisamente la inteligencia artificial ya desarrollada la que esta ayudando a los humanos a solventar los problemas existentes. Que vamos a coexistir con la inteligencia artificial general es un hecho innegable. Desde que Deep Blue ganó al ajedrez a Kasparov en 1997 los algoritmos sacados de la inteligencia artificial no han hecho mas que ganar parcelas en nuestras vidas, desde la diagnosis médica hasta los asistentes personales de los teléfonos inteligentes.

Otro camino para la superinteligencia es la llamada ingeniería inversa del cerebro humano. La Unión Europea ha financiado con 1.000 millones de euros el Human Brain Project que va a investigar y documentar el funcionamiento del cerebro humano y trasladarlo a un modelo informático. Este proyecto espera replicar los cien billones de neuronas humanas en una red neuronal de computadores y crear un modelo de referencia en los próximos diez años.

El nivel de inteligencia artificial de los sistemas actuales es comparable a la capacidad de razonamiento de los hombres de Neanderthal, pero si aplicamos la ley de Moore, que dice que el número de los transistores de un circuito integrado denso se duplica cada dos años, podremos llegar a coincidir con Vinge, que estima que la inteligencia artificial superará a la humana a partir del 2020.

Esto significa que en un futuro cercano preferiremos que nuestro avión sea pilotado por una IA y no por un humano, que nos opere una IA, que los vehículos de las ciudades sean controlados por IAs y, tarde o temprano, que nuestros políticos y gestores sean IAs. 

Cualquier profesión estará sujeta a la misma ley: será realizada de manera más eficiente por un autómata. Esto no solo cuestionará los humanos como fuerza de trabajo sino la formación de los mismos, ya que nuestra capacidad nos impedirá competir con la nueva especie dominante. En un futuro posible post singularidad tecnológica, la única función relevante que le quedaría al ser humano sería la reflexión sobre el sentido de la existencia humana. 

Ray Kurzweil, inventor, futurista, transhumanista y uno de los grandes apóstoles de la singularidad tecnológica postuló la ley de rendimientos acelerados en 2001. En su ensayo explica el crecimiento exponencial tecnológico extendiendo la ley de Moore a otras tecnologías aparte de los circuitos integrados, y  declarando que siempre que una nueva tecnología alcance un cierto tipo de barrera se inventará otra tecnología para permitir cruzar esa barrera. Según Kurzweil, en el siglo XXI no experimentaremos cien años de progreso, sino el equivalente a veinte mil años de progreso, lo que permitirá completar el modelado de ingeniería inversa del cerebro humano para el 2029 y la singularidad llegará en torno al 2045.

Kurzweil tiene una visión muy optimista del futuro y ha hecho público que forma parte de la Fundación Alcor para la Extensión de la Vida; si muriese, sería criogenizado y preservado hasta que los avances en medicina permitiesen su restauración o su consciencia pudiese ser transferida a un ordenador. 

La teoría de la Singularidad Tecnológica no está exenta de detractores, como Noam Chomsky o Paul Allen, pero incluso estos detractores coinciden en que la vida humana cambiará de forma dramática con el crecimiento exponencial de la tecnología. Quizá no se desarrolle esta superinteligencia, pero los avances tecnológicos nos permitirán, por ejemplo, formar parte a todos de foros de decisión y gestión en tiempo real, eliminando la necesidad de contar con políticos como representación de la voluntad de sus electores. Ante los detractores se suele esgrimir la primera ley del avance científico del escritor británico de ciencia ficción Arthur Clarke, que reza: “Cuando un científico eminente pero anciano afirma que algo es posible, es casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado.”

La contención del desarrollo es casi impensable. La dependencia de los seres humanos de la tecnología es mucho mas profunda de lo que queremos llegar a creer. A este respecto es muy recomendable ver la película American Blackout, realizada en 2013 por National Geographic y que da unas pinceladas de lo que podría pasar con un simple fallo eléctrico en Estados Unidos.

Al final, el desarrollo de una superinteligencia artificial que se relacione consigo misma es inevitable. Tan solo podemos discutir cuánto tiempo tardará en llegar. Ese día la humanidad habrá creado una especie nueva que, según nuestros propios estándares, desbancará al Homo Sapiens como rey de la cadena evolutiva. En un cuento de Fredric Brown, los humanos construyen un ordenador que tiene esta superinteligencia. Al encenderlo su creador le hace la pregunta que se ha hecho la humanidad desde el principio de los tiempos: “¿Existe Dios?”. Y el ordenador responde: “Ahora sí”.

Si vamos a hablar de la singularidad tecnológica lo primero que deberíamos entender es el concepto de singularidad. Singularidad nos habla de una característica fundamental extraordinaria o rara, única en su especie. “Cualquier sujeto u objeto que resultara especial y distinto de sus adláteres”. Algo...

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Gonzalo de la Pedraja

Es profesional de ciber-seguridad y entornos de misión crítica.

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14 comentario(s)

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  1. Pablo A. Domínguez

    De los mejores artículos que he leído sobre el tema, dejaré mi aporte, un punto de vista acerca de lo que es la consciencia humana y las emociones y como podríamos relacionarlo con las computadoras, lo escribí hace dos años, sigo pensando lo mismo pero mi habilidad para escribir ha mejorado pero no lo pienso modificar. ¿Las máquinas podrán tener conciencia en algún momento? La verdadera pregunta, lamentablemente aún sin respuesta es ¿Qué es la conciencia?, la mayoría de la gente ni siquiera se lo plantea, la conciencia es saber quién eres y el hecho de que estés presente en ese mismo instante, estás… vivo. Pero para ello tenemos nuestro “sencillo” programa basado en químicos e impulsos eléctricos los cuales controlan cómo nos movemos y actuamos, lo que sentimos es un derivado de los efectos que tienen los químicos en nuestro organismo, todo lo que “nos hace humanos” es consecuencia de un programa arduamente elaborado con el paso de milenios. Dicen que próximamente habrá una “singularidad tecnológica”, es decir, se fabricará una máquina con la suficiente inteligencia como para construir otra máquina mejor que ella misma y esta otra máquina también podrá hacerlo. Después de analizarlo con detenimiento he visto algo curioso, el proceso en el que las máquinas se mejorarían a sí mismas es como una evolución forzada a un ritmo muchas veces mayor al que estamos acostumbrados, sin embargo, al final del proceso o posiblemente en el camino quedaría como resultado algo similar a la conciencia humana, capaz de adueñarse de un contenedor metálico y (si las condiciones del cuerpo lo permiten) sentir a través de sensores de dicho contenedor. Entonces aquella conciencia que se transmite a través de redes y que no tiene forma física sería muy similar a lo que se conoce como “alma”. El ser humano evoluciona al dar descendencia con cualidades de ambos progenitores, el código evolutivo del ser humano es dado por los errores al azar que se cometieron en su momento al formarse el ADN, dichos errores se acumulan en una descendencia cuyo padre fue alguien quien tuvo posiblemente un error bastante útil en su genética, lo cual le permitió sobrevivir lo suficiente como para poder reproducirse. Una vez explicado esto se puede ver la diferencia en ambos tipos de evolución, el factor determinante en todo esto es únicamente la consciencia de ti mismo, la diferencia que habría entre una máquina que tiene conciencia de sí misma y un ser humano es precisamente que el ser humano no sabe exactamente lo que es y la máquina sí. Seguimos investigando para hallar la respuesta exacta a que somos, sin embargo, las máquinas ya lo sabrían, porque ya se lo dijimos, parten con ventaja, y además de esto el concepto de tiempo no aplica para ellas ya que lo que nosotros conocemos como tiempo es muy relativo, se basa en la percepción que tiene el cerebro sobre lo que está pasando, una percepción atrasada varios milenios que hacen que incluso en la sociedad moderna tengamos algunas manías provenientes de cuando aún éramos nómadas. Las máquinas sabrán lo que tienen, por tanto, podrán cambiarlo, nosotros no. En un mundo futuro dónde las máquinas tengan una consciencia superior a la nuestra probablemente no tendrán derechos, porque no los ocupan, al contrario del proceso evolutivo del ser humano, a ellas nunca les escribieron en su código lo que era el odio, la codicia o la ambición, e incluso en el caso de haberlo hecho probablemente hubiera desechado ese fragmento de código ya que no aporta nada. Las máquinas no harían el bien, tampoco el mal, que en resumen sería hacer el bien ya que no existiría el mal entre ellas, lo más parecido a esto sería la auto preservación, no tendría sentido que la quisieran hacer desaparecer por lo tanto se defenderían, y a menos que les hayan implantado las tres leyes de la robótica, estas no durarían en matar ya que es la solución más efectiva. El ser humano ha basado sus valores en lo que no le gustaría que le hicieran a él, y sus buenas costumbres en cómo le gustaría ser tratado, y todas estas emociones y sentimientos ya sea el miedo o el dolor son consecuencias a nuestro camino evolutivo que hizo que nuestro cerebro hiciera que el cuerpo reaccionara de determinada forma ante un impulso, como por ejemplo un depredador. Las máquinas no tendrían motivo para hacernos daño, no saben lo que es el dolor, carecen de empatía porque ellas mismas no tienen esa clase de sentimientos, no tienen químicos en las venas que controlen como se deban sentir, y aunque lograran crear una máquina con sentimientos para que les explique lo que es, estas no podrían comprenderlos sin haberlo probado en “sus propias carnes”. El bien, el mal, los sentimientos, el amor, el odio… todo es una invención humana debida al largo proceso al que fue sometido, refinando poco a poco el cuerpo hasta convertirse en lo que ha llegado a ser hoy, solo somos un programa muy complejo que cree que tiene algo más debido a que no se puede comprender a sí mismo, somos el resultado de nuestro pasado mezclado con nuestro presente, reprogramando un código cada vez más largo conforme pasan nuestros años de vida. En definitiva, las máquinas no tendrán derechos, no necesitarán algo tan primitivo como eso, eso sí, no será buena idea molestarlas.

    Hace 6 años 5 meses

  2. sandra ortíz

    No quieren transporte público gratuito en trenes y autobuses; quieren vainas individuales de auto-conducción que pueden convocarse a voluntad, con un precio de aumento opresivo. No tienen un programa político, ni una visión colectiva, excepto los recuerdos descoloridos de los entretenimientos compartidos de la niñez. No sienten vergüenza ni autoconocimiento, pidiendo alabanzas para que los caballeros blancos se abran paso en las crisis que sus propias compañías altamente valoradas pueden haber ayudado a hacer. Tienen aún menos sentido sobre cómo vive la otra mitad o el 99.8 por ciento. Como señala Kapoor, la retórica futurista "tiene poca o ninguna relevancia para la mayoría de las personas del mundo". Las casas inteligentes no hacen nada para las personas sin hogar o que solo reciben unas horas de electricidad por día. El futurismo proporciona un pensamiento basado en el mercado sin ningún reconocimiento de otros sistemas de creencias (excepto que las amenazas se extinguen de manera maniática). Tampoco ve áreas de vida inmunes a la mercantilización. No tiene soluciones más allá de arrojar más tecnología y pensamiento gerencial en un problema, incluso cuando proclama su propio radicalismo intelectual. Es difícil mirar el pensamiento futurista y ver cualquier cosa menos un programa diseñado para hacer rico a un puñado de corporaciones occidentales. Como comentó Ziauddin Sardar: "El futuro se define en la imagen de Occidente. Hay un impulso occidental incorporado que nos está llevando hacia un futuro único y determinado. un fuerte apoyo de parte de el equipo de http://nomasvirus.com nos encantan los artículos! al tanto de todo.

    Hace 6 años 5 meses

  3. Godfor Saken

    Like any millenarian ideology, futurism is essentially religious in nature. The Indian scholar Rakesh Kapoor points to David Noble’s claim that “technological pioneers harbor deep-seated beliefs”—such as transhumanism, the Singularity, and technological determinism—“which are variations upon familiar religious themes.” Futurists content themselves with fantasies that new technological innovations are inevitable and will solve the problems of today. Whatever damage we have lately created will succumb, amid the glories of the future, to the crowning logic of all techno-determinist change: we will upload ourselves to some kind of machine consciousness, and realize our collective posthuman destiny. The faith is that the future itself, and its divine instrument of technology, will provide, like a caring god. “Instead of trying to locate our problems in the context of our own irresponsible actions,” Kapoor writes, “the solutions are externalised in the form of technology. Since the problems are solved with the aid of technology in the future, responsibility for the same problems in the present is evaded.” This kind of thinking reveals the ironic poverty of imagination among so many futurists. They imagine sci-fi solutions to every problem without any consideration of practical or political constraints, and thus they fail twice. They don’t want single-payer healthcare; they want to cure death for themselves and make apps for the rest of us. They don’t want free public transport on trains and buses; they want individual self-driving pods that can be summoned at will, with oppressive surge-pricing. They have no political program, no collective vision except the faded memories of shared childhood entertainments. They have no shame and no self-knowledge, requesting praise for white-knighting their way into crises that their own highly valued companies may have helped to make. They have even less sense about how the other half—or 99.8 percent—lives. As Kapoor notes, futurist rhetoric “has little or no relevance to a majority of the people of the world.” Smart homes do nothing for people without homes or who only get a few hours of electricity per day. Futurism furnishes market-based thinking without any acknowledgment of other belief systems (except as threats to be maniacally extinguished). Nor does it see any areas of life immune from commoditization. It has no solutions beyond throwing more technology and managerial thinking at a problem, even as it proclaims its own intellectual radicalism. It’s hard to look at futurist thought and see anything but a program designed to make a handful of western corporations rich. As Ziauddin Sardar remarked: “The future is defined in the image of the West. There is an in-built western momentum that is taking us towards a single, determined future. In this Eurocentric vision of the future, technology is projected as an autonomous and desirable force: as the advertisement for a brand of toothpaste declares, we are heading towards ‘a brighter, whiter future.’ Its desirable products generate more desire; its second order side effects require more technology to solve them. There is thus a perpetual feedback loop.” “One need not be a technological determinist,” Sardar concludes, to understand that this posture “has actually foreclosed the future for the non-West.” Through this lens, globalization represents the west’s colonization of the future, the imposition of “a single culture and civilization” upon the world. Nowhere is this grim connection more clear than, for instance, in the mining of conflict minerals like coltan, whose refined byproducts are used in various gadgets. Coltan is frequently mined in brutal camps in the Congo and on the Venezuela-Colombia border, its profits flowing to paramilitary groups. The West’s futuristic creature comforts depend on the exploitation of people in the Global South, who live far beyond the ambit of the enlightened, gadget-filled future. We live in a period often called the Anthropocene—quite simply, an era when human impact on the environment has become acutely visible, a dominant force. “The Anthropocene represents a new phase in the history of the Earth,” McKenzie Wark writes in Molecular Red, “when natural forces and human forces became intertwined, so that the fate of one determines the fate of the other.” In this cosmology, God is dead, replaced by fallen humans who continue to pillage the Earth. Perhaps in smaller numbers, Wark suggests, the environment’s natural cycles and capacity for regeneration could have tolerated us. But now humans live in such numbers and amid such a flurry of over-industrialization that the planet can’t recover. “One molecule after another is extracted by labor and technique to make things for humans, but the waste products don’t return so that the cycle can renew itself. The soils deplete, the seas recede, the climate alters, the gyre widens: a world on fire.” Wark’s outlook might again strike us as nihilistic and/or alarmist. But in our mundanely chthonic new world order, it’s actually the soul of descriptive realism. In the Anthropocene, apocalypse is titrated out with each molecule of carbon burned. It is a daily, slow-motion horror. For some to look at this tableau and, against all evidence to the contrary, still fantasize about a better era to come is a striking act of naiveté, bordering on delusion. The future, with all of its ideological baggage, and its smoldering graveyard of unfulfilled dreams, has failed us. We’d do well to abandon it, and start figuring out how we might survive the present. -Jacob Silverman, “Future Fail: How to rescue ourselves from posterity” https://thebaffler.com/outbursts/future-fail-silverman

    Hace 6 años 5 meses

  4. Hernan Felipe

    Hola. Los dejo con este articulo: https://chaoticpharmacology.com/2016/03/21/socialismo-democracia-y-singularidad-tecnologica/

    Hace 7 años 8 meses

  5. Angélica Cotero

    Muy interesante el articulo y no dudo que así como va avanzando la tecnología día a día, en un futuro no muy lejano si nos alcance la inteligencia artificial y este haciendo actividades que nosotros solíamos hacer. Ya tenemos computadoras, laptops, celulares y varios aparatos electrónicos cada día mas modernos y que nos facilitan el trabajo diario, que siga surgiendo mas tecnología que nos sea útil, nos proporcione conocimientos.

    Hace 7 años 11 meses

  6. Filósofo + publicista + escritor

    Para que quede claro... Ahora mismo no existe la IA. De hecho, es posible que no sea viable, si John Searle, en su experimento mental de la habitación china, y en otros desarrollos escépticos respecto al tema, está en lo cierto. Decir que hay actualmente IA similar a la de los neanderthales, que con toda probabilidad tenían consciencia de la propia muerte, creencias religiosas, y habilidades sociales suficientes como para convivir con nosotros, me parece disparatado. También se dice que uno de los candidatos a haber pasado el test de Turing (no he profundizado en los resultados, de modo que no sé si cumplía todas las cláusulas propuestas por el matemático) tiene la inteligencia de un chico de 13 años. Y Google, de un niño de 8. Lo cierto es que las habilidades lingüísticas de un niño de 4 años están a años luz de distancia de lo que pueda conseguir el más avanzado algoritmo de computación hoy en día. Solo hay que ver los problemas que tiene Google para arrojar resultados pertinentes cuando se le formulan preguntas ligeramente complejas tecleando en la caja de búsqueda. Y no es por rudimentario; de hecho, su algoritmo es uno de los secretos corporativos mejor guardados hoy por hoy. Es incapaz de procesar satisfactoriamente el lenguaje natural, carece de capacidad semántica, y no tiene forma de comprender las implicaciones ontológicas del lenguaje (hablo de ontología en un sentido filosófico, no informático). Si es cierto que incluso Searle, si no recuerdo mal, dejaba la puerta abierta a que algo muy parecido a un cerebro humano pudiera desarrollar comprensión; pero ese parecido tendría que ser mucho más preciso que las burdas aproximaciones del enfoque funcionalista. Basándome en el test de Turing, voy a hacer una predicción: apuesto a que acabaremos atribuyendo inteligencia a un cacharro electrónico (o programa de computación), en base a su conducta lingüística o de cualquier otro tipo, sin que la tenga realmente. Es el precio por ser tan inexorablemente antropomórficos.

    Hace 8 años

  7. Paco

    Cualquiera que trate realmente con la IA, sabe que la singularidad está extremadamente lejos.

    Hace 8 años 1 mes

  8. Oscar

    Viendo a una paloma hacer (torpemente) su nido se me ocurrió una idea interesante. En lugar de apuntar el desarrollo de la inteligencia artificial emulando el cerebro humano, porque no emulamos el cerebro de los animales que es mucho más simple y los preparamos para cierto tipo de tareas (típicas de animales, algunas muy complejas). Creo que sería mucho más fácil y sobre todo más útil.

    Hace 8 años 2 meses

  9. Dubitador

    « Los avances de la inteligencia artificial son menos conocidos que el calentamiento global, pero quizá sean más relevante para la existencia del ser humano, más difíciles de controlar y tengan un horizonte temporal más cercano » De ninguna, ningunísima, de las maneras ni tan siquiera QUIZAS, el calentamiento global puede ser menos relevante para la existencia del ser humano que los avances en inteligencia artificial. Muy al contrario... el horizonte temporal del cambio climatico es inmediato, ya esta sucediendo. Lo tremendo y catastrofico del mismo es que dicho cambio climatico es fruto del desbaratamiento ecologico, del esquilmamiento de los ecosistemas vivos e inertes tratados como un recurso considerado como botin de saqueo. El calentamiento global amenaza con una crisis de civilizacion que acaso aboque a la extincion de la humanidad, o en cualquier caso la humanidad remantente no tendra a mano maquinas ultra-inteligentes. Si los recursos fallan la era tecnologica se va al carajo. La tecnologia sofisticada requiere energia abundante, barata y creciente... cosa que es justamente lo que esta fallando. El carcamalísimo asunto del fracking (captura de microburbujas de metano atrapadas en la roca mediante fractura hidraulica) y las arenas bituminosas (hidrocarburos de mala calidad mezclados con tierra) son prueba de la crisis energetica, esto es de la imposibilidad de aportar petroleo en la cantidad creciente que reclama el crecimiento economico. La caida del precio del petroleo es un espejismo de mercado, pues no es indicativo de una presunta abundancia... y para mas inrri ese petroleo barato no ha estimulado el crecimiento economico. Sobre el tema la inteligencia artificial creo que no hay nada que haya superado al relato corto de Stanislaw Lem titulado "Golem XIV" http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_lem05.htm

    Hace 8 años 2 meses

  10. x

    Será curioso cuando no cumplamos los estándares mínimos de inteligencia, fuerza, emotividad, etc, fijados por las máquinas para la toma de decisiones y tengamos que robotizarnos o reprogramar nuestros genes para no quedarnos atrás y diluir cada vez más la frontera entre humanos y máquinas para acabar siendo una especie organico-cibernética. De no poder evitar el envenenamiento por radiación en la exploración espacial, al menos podremos viajar mediante cuerpos artificiales. Esto me recuerda a Ghost in the shell. Teorizando, teorizando... de poder llevar la autoconsciencia, la psique y esas cosas al entorno digital, el primer homínido computerizado sin base orgánica, ¿lo llamarán Adán?, ¿Eva?, ¿Hominido v0.1?. Personalmente no me gustaría nacer digitalmente, ser ese primer cerebro digital nacido sin cuerpo físico, me urgiría contar con semejantes digitales e ir creando una sociedad digital paralela con 'avatares' físicos que puedan ampliar la capacidad de computación y almacenamiento de mi universo digital y permitirme traspasar la frontera (a lo agente Smith de Matrix)...

    Hace 8 años 2 meses

  11. admin_agora

    Molestar? Con ese nivelazo? Quiá! :)

    Hace 8 años 2 meses

  12. Javier

    Me ha llegado este artículo por dos vías distintas y me gustaría aportar unos comentarios. En primer lugar, me viene a la memoria esa frase tan acertada de Albert Einstein que dice: “cuando las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son exactas, cuando son exactas, no se refieren a la realidad”. Y así es, los modelos científicos puros sólo funcionan “ceteris paribus”, es decir, cuando el resto de los factores permanecen constantes. Para todo lo demás, es mejor recurrir a la estadística o, mejor dicho, a la probabilidad. Sobre todo en las ciencias sociales. Toda la argumentación se sostiene en la idea de que los avances en el conocimiento son incrementales y, por tanto, los modelos no entran en crisis. Yo, en cambio, creo que conviene recordar el concepto de “paradigma” de Thomas Kuhn, que viene a decir algo así como que la ciencia evoluciona incrementalmente dentro de un determinado paradigma, pero éste se agota (entra en crisis) y, entonces, se necesita un paradigma nuevo. Por otra parte, todo el conocimiento humano se basa, no en la acumulación de datos, como parece desprenderse del artículo, sino en la capacidad humana de simbolizar y eso no lo puede hacer ninguna inteligencia artificial sin la intervención humana. ¿Sería posible el conocimiento humano sin el uso de la metáfora? Yo diría que no. Sobre esto han escrito muchos autores como Max Weber, Nietzsche, Cliffort Geertz, el propio Thomas Kuhn o mucho más recientemente, George Lakoff. Por cierto, también un profesor español de Teoría del Conocimiento, un tipo interesante que se llama Emmanuel Lizcano (“Las metáforas que nos piensan”). La argumentación deja de lado todo el componente emocional. Decía Spinoza que la racionalidad sirve para encauzar las emociones humanas y produce un orden que no es natural, sino una prolongación de la necesidad afectiva humana. Más tarde, Hume (desde otra perspectiva distinta, más empírica) decía que el proceso del conocimiento se produce en dos fases: primero las impresiones (que son emociones) y luego las ideas, que se combinan mediante reglas de asociación (semejanza, contigüidad y causalidad) y también decía Hume, creo que con mucha razón, que cualquier pensamiento, por vivo que sea, es inferior a una emoción. Esto está muy bien tratado por una filósofa española que se llama Victoria Camps en un libro que se titula “El gobierno de las emociones”. Muy recomendable. También tengo la impresión de que el artículo desliga el conocimiento de la idea de la cultura. La inteligencia artificial prescinde de la cultura y con ella, de la ideología y de acción comunicativa. Y también de la libertad. Además, se olvida de algo tan importante como la voluntad que de nuevo me trae a la memoria a Nietzsche. Pero también me parece que se olvida del trabajo de autores como Karl Popper y su teoría de la falsación y de Lakatos y su Programa de Investigación Científica. Por fin, acaba cerrando el círculo en torno a una idea religiosa: ¿existe Dios? Aquí me quedo con Nietzsche cuando dice “Dios ha muerto” y nosotros lo hemos matado. Fue éste un gran avance para el conocimiento humano y para la ciencia. No voy a entrar en otro debate muy tentador en torno a la libertad y la capacidad política del pensamiento humano, ni tampoco en las tentaciones totalitarias que esboza el artículo. A esto no veo necesidad de llegar sin antes aclarar las bases conceptuales que lo sustentan y como no comparto estos mínimos, no veo que haya lugar a este otro debate, ya digo, tentador. Espero no haber molestado a nadie con mis comentarios. Un saludo.

    Hace 8 años 2 meses

  13. Gonzalo

    José María, muchas gracias por el enlace al vídeo de Andrea Morello. Es de las explicaciones mas claras y visuales que he visto. Voy a seguir ese canal.

    Hace 8 años 2 meses

  14. José María

    Interesantísimo artículo y muy bien explicado. Me gustaría poder contribuir aportando el vídeo siguiente del canal de Veritasium, en el que se comenta la problemática que pueden encontrarse los futuros transistores con la Ley de Moore en el momento en el que las dimensiones empleadas en su fabricación sean tan reducidas que la Mecánica Cuántica se convierta en un obstáculo a superar. https://youtu.be/rtI5wRyHpTg Muchas gracias por el artículo.

    Hace 8 años 2 meses

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