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RELATOS

Vamos, Thompson. Sacúdenos

Además de un periodista pionero, Hunter S. Thompson fue un sujeto político. Y, naturalmente, un drogadicto insomne hecho a la medida del sueño americano

José Antonio Ruiz Soldado 13/07/2016

<p>El escritor y periodista Hunter Stockton Thompson.</p>

El escritor y periodista Hunter Stockton Thompson.

RALPH STEADMAN

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Cuenta Johnny Depp que la noche que conoció a Hunter S. Thompson lo vio entrar en la Taberna de Woody Creek (Colorado) con una picana para el ganado en una mano y una suerte de fuegos chisporroteando en la otra. Resultó ser una pistola eléctrica. Mientras se abría paso entre la gente que se lanzaba hacia los lados, Depp lo escuchó gritar: ¡Fuera de mi camino, cabrones! Era 1994 y aunque Thompson ya no estaba en la cumbre de su carrera, se había convertido en una leyenda de la contracultura de los 60 y el periodismo político estadounidense.

Fanático de las apuestas y las armas -llegó a tener 22 en su casa, todas cargadas-, Hunter Thompson era un adicto recalcitrante a los psicotrópicos, al whisky y a la política. En cuanto a drogas, prefería la mescalina y los hongos psilocibios -aunque también funcionaba con LSD  y anfetaminas- y, en política, el odio visceral que sentía hacia Richard Nixon le aportó el combustible de mayor octanaje para descargar su furia y desesperación contra todo lo que aborrecía de EE.UU. Siempre regadas con litros de Wild Turkey.

Pero volvamos a las montañas de Colorado. El actor de Donnie Brasco había acudido al rancho de Thompson para preparar el papel en Miedo y asco en Las Vegas, basada en su libro sobre la muerte del Sueño Americano. Ese mito planeará sobre la vida y la obra del escritor de Kentucky a partir de 1967, cuando se compromete con Random House a escribirlo. Desde muy joven se identificaba con Francis Scott Fitzgerald, cuya obra El Gran Gatsby consideraba el relato de la muerte del sueño, encarnado en Jay Gatsby, el héroe trágico moderno. Horatio Alger había creado el mito en el siglo XIX y Hunter, después del éxito de Los Ángeles del Infierno, emprendería un viaje enloquecido por el país de “Mamá, Dios y la Compota de Manzana” en búsqueda de las señales que revelaran el engaño. Patrullando siempre por los márgenes, el certificado de defunción lo extendió en el hotel Circus Circus de Las Vegas en 1971, al parecer ciego de anfetas, barbitúricos y LSD.

Esa manera desquiciada de trabajar lo llevó a encontrar su propia voz y a revolucionar el periodismo. Una forma de describir la realidad que llamó gonzo y que combinaba -con una mezcla de verdad y fantasía- notas inconexas en un cuaderno, subjetividad radical, angustia y alcohol. También speed cuando el plazo de entrega era angustioso. Como el escritor debía participar en los hechos, gonzo se convirtió en su marca personal y en estilo de vida.

La única Revolución por la que yo apostaría sería la que estuviese dispuesta a arrancar las raíces y a romper todos los moldes

En el ejército aprendió los rudimentos del oficio como redactor de deportes del periódico de la base, antes de conseguir que lo expulsaran por polémico, rebelde e inmoral. A pesar del talento, que reconocieron sus propios superiores, su carácter indomable y agresivo lo llevó a ser despedido de Time y del Middletown Daily Record, ya fuera por insubordinación o por patear una máquina de golosinas. El cerebro de Hunter era una maraña de cables de alta tensión y la chispa podía saltar en cualquier momento. A pesar de vivir en habitaciones y cabañas a base de latas de atún, crema de cacahuete, pan y leche, mantenía una fe inquebrantable en sí mismo y en su valor como escritor: “Estoy convencido de que representar un papel o adaptarse al engaño es un error y  tengo la maldita intención de seguir viviendo como creo que debo vivir”.

El joven Hunter Thompson se había maleado en las calles de Louisville (Kentucky), su pueblo natal, donde su madre trabajaba como bibliotecaria. Tuvo una buena base de literatura en el instituto y era miembro de la respetable sociedad literaria Athenaeum. Los fines de semana robaban cinco o seis cajas de cerveza y se iban a leer y discutir el mito de la caverna de Platón, lo que le daba cierta elegancia a su incipiente carrera criminal. La noche de su graduación en el instituto la pasó en la cárcel. Esa experiencia le ayudó a averiguar cómo podría apañárselas en la vida. Y tomó el camino de la escritura.

En los años 60, Thompson desplegó su prosa corrosiva y su insolencia en diversas publicaciones y se convirtió en un intérprete brillante y perspicaz de la sociedad y la cultura estadounidenses. En la década de la droga y las revoluciones frustradas,  alcanzó la fama con su primer libro y mostró la fuerza de su escritura, siempre con los colmillos bien afilados. No fue fácil. Vivía de cheque en cheque y las deudas le perseguían pero su integridad profesional nunca formó parte del negocio. Irreverente, escandaloso y pendenciero, un “Billy el Niño con anfetas”, la guerra química en su cerebro y su carácter inestable no le impedían encerrarse durante cinco días y cinco noches y sacar oro de su máquina de escribir. O pura dinamita. Se convirtió en un enfermo de la política, a la que dedicó casi diez años, periodo en que escribió uno de los libros más valiosos -y carente de datos- sobre las campañas presidenciales, y llevó a cabo la disparatada campaña para ser sheriff del condado de Pitkin (Colorado), una experiencia política pionera y radical.

Política es economía. Todas las revoluciones políticas empiezan creando un marco de referencia y terminan aceptando otro

Pero antes de que todo eso ocurriera asesinaron a activistas y líderes políticos; el país se lanzó a la locura de la guerra en Vietnam; las protestas y disturbios raciales causaron cientos de muertos y Nixon fue elegido presidente. La violencia llegó al extremo con la brutalidad de la policía durante el Congreso Nacional Demócrata de 1968. Thompson, con pase de prensa, recibió en Chicago los golpes de porra y los gases lacrimógenos como cualquiera de los que se manifestaban contra la guerra. Aquel fue un suceso clave que lo dejó marcado y lo estimuló no solo a escribir sobre política sino a entrar en acción. La dosis de realidad que recibió en Chicago puso de manifiesto, una vez más, la esquizofrenia de una nación asustada que basculaba del idealismo a la violencia; de la oscuridad a la luz. “Fui a la convención demócrata como periodista y volví como un cruel revolucionario”.

No juego esta mano

Thompson se consideraba a sí mismo un anarquista en esencia aunque su concepción política llegó a ser una extraña mezcla de pragmatismo, idealismo jeffersoniano e individualismo del que hablaba El manantial, la novela de Ayn Rand que tanto le impresionó. Aparecía como un liberal y, a pesar de desconfiar de todo poder y autoridad, creía que la política era el arte de controlar el entorno.

El asesinato de J. F. Kennedy, en noviembre del 63, lo dejó abatido y, aunque Thompson era un patriota, su fe en EE.UU. empezó a flaquear. “Esa fue la primera sacudida que mostró a la generación de los sesenta que quizá las cosas no iban a seguir por el camino que habíamos previsto”. La Revolución antiimperialista había triunfado en Cuba; Thompson lee el prefacio de Sartre a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, sobre la descolonización y reflexiona sobre la “verdadera alternativa”:

“Ningún revolucionario tiene la menor esperanza mientras esté dispuesto a negociar con el Orden Establecido en los términos de éste y en su contexto. La única Revolución por la que yo apostaría sería la que estuviese dispuesta a arrancar las raíces y a romper todos los moldes del Sistema precedente”.

Por el momento, no estaba dispuesto a jugar el “Gran Partido”, a menos que dejara de parecer falso, y dudaba si valía la pena o no arrancar esas únicas raíces. Trabajaba para el National Observer, que le permitió moverse por Sudamérica dos años, y era colaborador de The Reporter. Escribía todos los días, a cien dólares por artículo, salía a cazar alces para comer y estaba en la ruina. Se había casado con Sandra Conklin y esperaban un hijo. Desde su casa de madera en Woody Creek o en la habitación de algún hotel, Thompson seguía meditando sobre la política estadounidense:

“Los gordos están bien atrincherados, han echado raíces y son más traicioneros de lo que pensaba. […] Su fuerza no radica en sus actos, sino en su resistencia y su capacidad de recuperación. […] Metiéndote en política aceptas sus condiciones. Política es economía y cuando participas en esa liga, juegas en el campo de los gordos. Todas las revoluciones políticas empiezan creando un marco de referencia y terminan aceptando otro”.

El tiempo de conformismo social y mansedumbre de los años 50 había desaparecido y la frustración de las expectativas creadas después de la Segunda Guerra Mundial anunciaba las conmociones que iban a estallar. El Movimiento por los Derechos Civiles de los ciudadanos negros había pasado a la acción directa, y los estudiantes habían creado en Berkeley el Movimiento para la libertad de Expresión (Free speech movement), organizando asambleas abiertas y sentadas. Los valores de una sociedad que aceptaba sin discusión la autoridad del gobierno, la familia y la religión se veían sacudidos, sobre todo por los jóvenes, en un gran estallido de rabia e ilusión de un mundo mejor.

A finales del 64, Thompson ya está instalado en el barrio de Haight-Ashbury de San Francisco cuando se acuña el término hippy. El movimiento psicodélico se derrama por la Costa Oeste, “la patria de los desarraigados”, y la Gran Ola del Ácido absorbe San Francisco. Montones de jóvenes se ven atraídos por la efervescencia de la ciudad. Es la rebeldía frente al orden establecido; la búsqueda de un sentimiento de comunidad en un estado de excitación política y cultural incesante. Y Thompson estaba allí para captar con su sensibilidad aquello que todos creían tener bien enganchado en esa época frenética y salvaje. Una conciencia especial de que lo que hacían estaba bien; de que su fuerza y energía prevalecerían en ese momento mágico de sus vidas.

Después de asistir a la convención republicana en San Francisco, Hunter escribió un artículo incendiario para el Observer que a punto estuvo de costarle el empleo. En el periódico lo consideraban un anarquista rabioso, un borracho empedernido que no dormía nunca. De madrugada, de vuelta del Auditorio Fillmore con los Grateful Dead vibrando en su cabeza no les llevaría la contraria:

“El verdadero anarquista es el único hombre que puede permitirse estar relajado en este mundo; su concepto del futuro es claro y verdadero, sus objetivos son sencillos y sus deseos son muy pequeños en comparación con las jaurías de chacales que forman la oposición. Su único problema es que no puede permitirse el lujo de tener razón, así que casi todos los anarquistas acaban por mentir en nombre de algún mal necesario”.

‘Buy the ticket, take the ride’

Thompson rompió las relaciones con el periódico cuando se negaron a publicarle una crítica favorable sobre El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron, de Tom Wolfe. Y entonces llegó su momento. El periódico de Carey McWilliams, The Nation, le encargó un artículo sobre la banda de moteros que tenían en vilo a la nación: los Ángeles del Infierno. Un año de convivencia con los forajidos californianos lo puso en contacto con Ken Kesey, el LSD y el Movimiento de Berkeley. Los Ángeles del Infierno lo catapultó al éxito y para Thompson fue evidente que existía un mercado “en el circo de monstruos de los 60”. Yonquis, artistas, fugitivos, vagabundos, ladrones, lunáticos. Todos cabalgando en la cresta de una ola fantástica, entre la niebla de Mr. Tambourine Man, que creían no iba a romper jamás. Ya a mediados de los 60, la capacidad visionaria de Thompson le llevaba a predecir el hundimiento del mito de San Francisco. Su utopía era la ciudad a principios de los 60. La Perry Lane de Kesey y los Merry Pranksters. Pero todavía iba a haber emoción hasta el final de la década.

El verdadero anarquista puede permitirse estar relajado; su concepto del futuro es claro, sus objetivos son sencillos y sus deseos son muy pequeños

El presidente Johnson inició los bombardeos en Vietnam del Norte y la escalada de la guerra empezó a suscitar protestas en los Estados Unidos. La primera asamblea universitaria contra la guerra tuvo lugar en marzo de 1965 en Michigan. Ese mismo verano, la administración Johnson decidió implicarse directamente en Vietnam. En aquel momento, la organización más importante de los movimientos estudiantiles era SDS (Students for a Democratic Society), que desde 1962 defendía la evolución social, no la revolución. Sus miembros se oponían tanto al papel de los Estados Unidos en la guerra fría como al comunismo. Aborrecían a unos sindicatos burocratizados y su mayor preocupación eran los derechos civiles y la guerra de Vietnam.

La oposición a la guerra aumentó cuando se empezó a enviar reclutas al no ser suficientes los soldados profesionales. Y la sociedad de Estados Unidos se dividió profundamente. Crecían las tensiones sociales y se criminalizaba a toda una generación. Manifestarse por Vietnam o consumir marihuana eran motivos suficientes para ser arrestado.

Con el adelanto del libro sobre los Ángeles del Infierno, Thompson se compró una BSA Lightning, la moto más rápida que anunciaban las revistas. En las noches de verano, se lanzaba por la carretera de la costa hasta Santa Cruz buscando el límite del que hablaba en su libro. Eso que solo conocen los que lo han cruzado. El viento, las olas y el rugido del motor componían en su mente una música extraña. La ebriedad del ácido abriendo ventanas por las que se cuela el eco lisérgico de Today, de Jefferson Airplane, que ha escuchado en el Matrix. De vuelta a la calle Parnassus de San Francisco, Thompson descarga ráfagas de lucidez junto a su Magnum del 44:

“Estados Unidos es una estructura podrida hasta la raíz, amenazada por fuera por resentimientos justificados y apuntalada por dentro por el miedo engrasado con dinero”.

En 1967, cuando San Francisco está en plena ebullición, Thompson sale huyendo de un trabajo de nueve a cinco y se instala en Aspen, un pueblo de las montañas de Colorado. La movida hippy estaba saturada y Haight-Ashbury se había convertido en el templo de los mercaderes de la paz y el amor. Un estilo de vida igual de fallido que el de sus papás burgueses. Fue en esa época cuando empezó a intuir el libro que escribiría sobre la muerte del sueño de Horatio Alger. Y Nixon -su satán particular-, que había regresado a la política en las primarias de New Hampshire del 68, representaba mejor que nadie la muerte del Sueño Americano.

Ese año resultó desastroso para los Estados Unidos. En abril asesinaron a Martin Luther King y en junio a Robert Kennedy. Crecían las revueltas raciales, las protestas contra la guerra y el movimiento de los estudiantes. La furia y la desesperación estalló en las calles de Chicago durante la convención del partido demócrata. Nació por entonces la llamada “nueva izquierda” (new left), que mezclaba elementos marxistas y libertarios con los de la contracultura. Un movimiento formado en su mayoría por jóvenes blancos contrarios al imperialismo y al racismo, y a favor de una democracia radical. Y en Chicago protagonizaron los brutales enfrentamientos con la policía mientras Thompson veía horrorizado cómo el Sueño Americano moría a golpes de porra.

Estados Unidos es una estructura podrida hasta la raíz, apuntalada por dentro por el miedo engrasado con dinero

Vietnam y la profunda división de la sociedad estadounidense llevaron a Johnson a no presentarse a la reelección y Nixon, favorecido por el asesinato de Robert Kennedy, alcanzó la presidencia explotando la inquietud de los ciudadanos por la agitación social del país. Meses antes de las elecciones había traicionado a su propio país al boicotear las negociaciones de paz con las que Johnson pretendía acabar la guerra de Vietnam. Para Thompson, era un ladrón de segunda y un criminal de guerra: “Algunos dirán que palabras como “basura” y “podrido” están mal en el periodismo objetivo, lo cual es cierto, pero no han entendido nada. Fueron los puntos ciegos incorporados a las reglas objetivas y el dogma los que permitieron que Nixon se arrastrara a la Casa Blanca. Parecía tan americano. Había que ser subjetivo para ver a Nixon claramente”.

Poder ‘freak’ en las Rocosas

El nuevo presidente se encontró con un país al borde de la guerra civil, y los traumáticos acontecimientos de Chicago cambiaron la percepción que Thompson tenía de la política. Ya no le interesaba como ideología, sino simplemente como acto de defensa propia. Como en el caso de Vietnam, los acontecimientos te obligaban a posicionarte, a decidir de qué lado estabas. La idea era que tenías que participar en tu vida y la sensación de que se podía expulsar al presidente de la Casa Blanca, como ocurrió con Johnson.

Para Thompson, una de las leyes básicas de la política era que la acción siempre se aleja del centro, que el centro solo es popular cuando no sucede nada. Y en aquellos momentos había que tomar uno de los extremos. En 1969, Aspen (Colorado) protagonizó un extravagante experimento político que hizo temblar a los poderes fácticos locales. Con poco más de 2.000 habitantes, era un pueblo aislado en las Montañas Rocosas con un tipo de población muy inusual. Se había convertido en un imán para los intelectuales que querían retirarse y existía un número importante de bichos raros, pasados, drogotas (freaks, según el término del argot underground). Cientos de jóvenes que habían salido de San Francisco buscando refugio después del “verano del amor” de 1967. Thompson y un grupo de pirados, desde el bar del Jerome Hotel, decidieron poner en marcha el movimiento del Poder Freak para arrebatarle la alcaldía a los “Carcas”.

Presentaron como candidato a Joe Edwards, un abogado hippy de 29 años, comprometido con los casos locales de derechos civiles. El programa político consistía básicamente en expulsar a los especuladores inmobiliarios del valle. Impedir que se construyera una autopista por el centro del pueblo y edificios inmensos de apartamentos que bloquearan la vista de las montañas. Soñaban con un pueblo en el que se pudiese vivir como seres humanos y no “como esclavos de esa idea demencial del progreso que nos está volviendo locos a todos”. Después de una frenética campaña, en la que la mayor dificultad fue inscribir a todos los freaks para poder votar, perdieron solo por seis votos, de un total de 1.200. Al año siguiente, Thompson se presentó a sheriff del condado.

Discutimos, protestamos, pedimos: pero nada cambia. Así que ahora, un puñado de freaks quiere forzar el cambio en las urnas

Con la campaña electoral de Edwards, el underground afloró y la estructura política de Aspen recibió una seria sacudida. Se había involucrado a mucha gente que, sin la agitación de la campaña y la polarización de las ideas, nunca hubieran dado un paso en política. En esos días, Thompson declaró en el Aspen Times: “En 1970, en América muchas personas están empezando a darse cuenta de que ser un freak es una forma honrosa de ser. […] No somos freaks en absoluto pero las retorcidas realidades del mundo en que nos esforzamos por vivir se han combinado de tal modo que nos sentimos freaks. Discutimos, protestamos, pedimos: pero nada cambia. Así que ahora, mientras en el resto del país estalla una tormenta de atentados con bombas y asesinatos políticos, un puñado de freaks quiere realizar un experimento, definitivo y quizá retrógrado, con la idea de forzar el cambio en las urnas”.

Thompson quería combinar las vibraciones de Woodstock, el activismo de la “nueva izquierda”, y la democracia jeffersoniana básica con la ética del Boston Tea Party. Un modelo para apoderarse de toda la energía política latente y usarla, en lugar de destruirla.

Al principio no le tomaron demasiado en serio. La principal preocupación del Poder Freak era el medio ambiente, y después el estatus ilegal de las drogas. El objetivo principal era comunicar un mensaje aun sabiendo que la derrota era casi segura. Al leer algunos puntos del programa electoral desaparecían las dudas:

1. Levantar todas las calles de la ciudad con martillos neumáticos y plantar césped en todas ellas.
2. Cambiar el nombre de “Aspen” por el de “Fat City” (Villa Gorda). Esto evitará que los codiciosos, violadores de tierras y otros chacales humanos especulen con el nombre de “Aspen”.
3. Será la filosofía general de la oficina del sheriff que ninguna droga que valga la pena tomar debe ser vendida por dinero.

El modelo de acción política del Poder Freak ya había quedado claro el año anterior. Desafiar al sistema con un candidato desconocido, un freak honrado que no había sido maleado por ningún cargo público y que, con técnicas extrañas pero legales, desquiciara a todos los demás. La táctica consistía en no salirse del sistema pero tampoco trabajar dentro de él, sino hacerle enseñar el farol. Y no suponer que la gente que tiene el poder es inteligente.

McGovern es uno de los pocos que realmente entiende qué fantástico pudo haber sido este país lejos de estafadores como Nixon

En la misma lista electoral del Poder Freak, Thompson y los suyos presentaron candidatos formales para presidente del condado, que era el puesto que de verdad querían ganar. En realidad, Thompson no quería ser sheriff, su intención era amedrentar a los especuladores de la tierra y conseguir que su propio candidato a presidente de condado pareciera, en contraposición a él, un conservador. Un amigo de Thompson se presentó como juez de instrucción cuando se enteraron de que era el único que podía echar al sheriff de su cargo.

Con el paso de los días, el componente serio de la campaña aumentó y, al ganar fuerza el movimiento, se convencieron de que tenían una oportunidad. Pero entonces apareció el New York Times, la NBC, el Washington Post, la BBC con sus cámaras, y eso impidió que pudieran separar ambas candidaturas. Al final la estrategia del “candidato pararrayos del odio” también golpeó al factor serio de la campaña. Sus rivales políticos se asustaron tanto que el día de las elecciones llevaron a votar a gente en silla de ruedas y en camilla. De los seis distritos electorales importantes, Thompson ganó en los tres de la ciudad de Aspen, empató en el cuarto y fracasó en las dos circunscripciones donde residía la mayoría de los constructores y promotores inmobiliarios. Solo un acuerdo de última hora entre los partidos Demócrata y Republicano evitó que el candidato del Poder Freak se convirtiera en el nuevo sheriff.

Thompson quiso salvar lo que todavía era un condado rural de la llegada de las estrellas de Hollywood, los hoteleros y el resto de la élite que convertiría a Aspen en la mejor estación de esquí del país. Pero también quiso dar una lección de política que tuviera un significado más allá de Colorado. La cobertura de prensa nacional sirvió para que candidatos de la “nueva política” ganaran poder en ciudades universitarias como Berkeley y Madison, y en otras comunidades amenazadas por la presión inmobiliaria. Dos años más tarde el Poder Freak ganó en casi todos los puestos del condado que habían controlado desde entonces. De hecho, a mediados de los 90, la “política Thompson” bloquearía con éxito un plan de la Aspen Ski Company para ampliar el aeropuerto local y convertir a la ciudad en un centro del turismo de masas.

Para Thompson fue un error pensar que el pueblo estaba preparado para una campaña política honesta. Cuando perdió las elecciones a sheriff, los poderes locales pusieron en marcha los mecanismos para que nadie como él pudiera volver a presentarse al cargo. El Sueño Americano se tambaleaba.

La ola se retira

La batalla de Aspen, en octubre de 1970, fue el primer artículo que Thompson publicó en la revista Rolling Stone. En los primeros meses de 1971 andaba peligrosamente inmerso en un reportaje sobre el asesinato del periodista de origen mexicano Rubén Salazar. Durante su elaboración, la tensa atmósfera racial de Los Ángeles y la presión de los grupos chicanos se hicieron insoportables. Así que Thompson y su principal fuente, el abogado y activista Óscar Zeta Acosta, decidieron hacer un viaje a Las Vegas aprovechando el encargo que Sports Illustrated le había hecho al escritor para cubrir una carrera de motos.

Óscar Acosta ya se había convertido en algo más que un amigo; habían conectado inmediatamente y los dos -antihéroes, drogadictos, extravagantes y geniales- se unirían en la búsqueda del Sueño Americano convertidos en Raoul Duke y el Dr. Gonzo. Sports Illustrated rechazó las 2.500 palabras del artículo y Thompson lo transformó en la crónica ampliada de un viaje salvaje y desquiciado al gran escaparate de América. Miedo y asco en Las Vegas apareció en dos entregas en noviembre del 71 en Rolling Stone. Un relato de excesos que muchos creyeron y que resultó un exitoso trabajo de ficción situado en el limbo que hay entre periodismo e invención. Para Thompson era el epitafio a la cultura de la droga de los años 60. El colocón definitivo que señalaba el fin de una era. “Íbamos a buscar el Sueño Americano y nos volvimos locos. No fue el LSD, ni el éter, ni la cocaína, ni la marihuana: fue lo que vimos al otro lado del espejo”. El derrumbe del Sueño Americano. Nadie en su sano juicio se atrevería a admitir una conducta así si Nixon volvía a ganar en el 72.

En la campaña presidencial de ese año, Thompson dio el salto a la política nacional y se mudó a Washington para seguir al senador George McGovern como candidato en las primarias demócratas. Se convirtió en un extraordinario analista político y en un despiadado crítico del candidato republicano Richard Nixon. De ese trabajo para Rolling Stone surgió Miedo y asco: en la campaña electoral de 1972, una obra clásica de la política estadounidense junto a la de su compañero Timothy Crouse, Los chicos del autobús.

Solo somos 220 millones de vendedores de coches usados con dinero para comprar armas y sin el más mínimo problema por matar

Cuando Thompson apareció en la campaña nadie sabía quién era. Hasta que empezó a publicar y ardió Troya. No tardó en aprender que la única hora para llamar a un político era bien entrada la noche. Cuando se había desnudado de mentiras y traiciones y estaba muy cansado o borracho. Harto de las convenciones y de informar sobre discursos que estaban escritos para los periodistas, su táctica consistió en avivar el avispero. Sus artículos filtraban la realidad a través de su estilo gonzo, por lo que a algunos les costaba distinguir la fantasía de todo lo demás. Se dio cuenta de lo desagradable de la situación en la que los periodistas llegaban a conocer tan bien a sus fuentes que no querían dañarlas para seguir teniendo acceso a ellas. A diferencia de la mayoría de corresponsales, Thompson podía quemar todos los puentes que dejaba atrás porque solo iba a estar allí un año.

El programa de McGovern incluía la retirada inmediata de Vietnam; amnistía para los desertores y evadidos del servicio militar; derechos iguales para las mujeres y un recorte en el presupuesto de Defensa. Las encuestas le daban oportunidades de ganar. Pero de repente algo salió mal. Thomas Eagleton, candidato a vicepresidente ocultó que se había sometido a terapia de electroshock. Cuando la información se hizo pública, la campaña de McGovern recibió el golpe de gracia. A pesar de que el escándalo Watergate ya había salido a la luz, Nixon volvió a ganar las elecciones.

“Este puede ser el año en que nos enfrentemos con nosotros mismos; en que demos un paso atrás y digamos que solo somos una nación de 220 millones de vendedores de coches usados con dinero para comprar armas y sin el más mínimo problema por matar a quien trate de incomodarnos. La tragedia de todo esto es que George McGovern, con todos sus errores y sus charlas imprecisas sobre la nueva política y la honestidad en el gobierno, es uno de los pocos en presentarse a presidente de los Estados Unidos en este siglo que realmente entiende qué fantástico monumento pudo haber sido este país si lo hubiéramos mantenido lejos de estafadores codiciosos como Richard Nixon”.

Cuenta Johnny Depp que la noche que conoció a Hunter S. Thompson lo vio entrar en la Taberna de Woody Creek (Colorado) con una picana para el ganado en una mano y una suerte de fuegos chisporroteando en la otra. Resultó ser una pistola eléctrica. Mientras se abría paso entre la gente que se lanzaba...

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Autor >

José Antonio Ruiz Soldado

Me interesan el periodismo y las migraciones; el viaje y la literatura. Supongo que es una coartada para abarcar, para bien o para mal, cualquiera de mis inquietudes: la realidad y la utopía.

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2 comentario(s)

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  1. Ludoq

    Ya se hizo una película basada en una novela de este periodista, Miedo y asco en Las Vegas: https://www.filmaffinity.com/es/film587730.html De ahí que se mencione a Johnny Depp en el artículo porque hace el papel de Hunter S. Thompson.

    Hace 7 años 8 meses

  2. Mariote

    Excelente artículo sobre el gran Thompson. Su vida completa debería ser llevada a la pantalla, como la de Phillip K. Dick.

    Hace 7 años 8 meses

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