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Análisis

Qué significa, cómo ha podido suceder y qué hacer ahora

Todo aquel que diga que sabe no tiene ni idea. La victoria de Trump ha evidenciado que existe un rechazo a las clases dominantes y que la sabiduría de los expertos y las élites no sirve

Nathan J. Robinson (Current Affairs) 10/11/2016

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Esta mañana, los habitantes del planeta Tierra se han despertado y se han encontrado con que el destino de la especie humana está en las manos del magnate televisivo y delincuente sexual no condenado, Donald J. Trump, que a partir de ahora tendrá acceso a los códigos nucleares. Si se me permite el eufemismo, esto es un hecho profundamente preocupante. Trump es un hombre que representa todo lo malo del carácter humano, es un hombre que hasta Glenn Beck [popular presentador de radio y televisión] piensa que está trastornado. Para aquellos de nosotros que detestamos la supremacía racial blanca y el acoso sexual, o que creemos que el cambio climático y la guerra nuclear suponen una seria amenaza para el planeta, esto significa un estado de emergencia.

No hay tiempo para quedarse sentados sin hacer nada, con los ojos como platos y la boca abierta. Deberíamos formular una serie de preguntas directas e intentar averiguar cuáles son los escenarios posibles. En primer lugar, ¿cómo ha podido suceder esto? En segundo lugar, ¿qué implica? Y en último lugar, ¿Qué demonios hacemos ahora?

Pero antes, respiremos profundamente. Sí, es un hecho preocupante de una magnitud extraordinaria. No obstante, recordemos que la presidencia de los EE.UU., aunque es de gran importancia, solo representa una pequeña parte del mundo existente. Todavía no ha explotado nada, nadie ha muerto y aún nos queda un poquito de tiempo para intentar interpretarlo y prepararnos para sus consecuencias. Nadie sabe a ciencia cierta qué va a suceder ahora, y aunque puede ser peor que cualquiera de nuestras pesadillas, también podría no acabar siendo tan malo como pensamos. Si hay algo que nos han demostrado estas elecciones es que no tenemos ni idea de lo que nos depara el futuro. Todo lo que podemos hacer es intentar mantener la calma y analizarlo lo más sobriamente posible.

Veamos, ¿qué significa en realidad la elección de Donald Trump? He aquí lo más importante: nadie puede saberlo. Todo aquel que diga que sabe no tiene ni idea. Estas elecciones han probado, por encima de todo, que existe un rechazo a las clases dominantes, y esto significa que la sabiduría de los expertos y de las élites ha demostrado ser en vano. Así que cuando trate de interpretar este suceso, no escuche a los que insisten en que saben, o que se muestran confiados y nos ofrecen una nueva ronda de predicciones sobre lo que va a suceder. Acabamos de entrar en la era de lo imprevisible. 

Cuando trate de interpretar este hecho, no escuche a los que insisten en que saben, o que se muestran confiados y nos ofrecen una nueva ronda de predicciones sobre lo que va a suceder

Al menos en el momento inmediatamente posterior, el consenso entre los liberales [en el sentido anglosajón del término]  sobre su reciente pérdida parece ser el siguiente: subestimaron el racismo y el sexismo de los estadounidenses, y el nivel de odio cerrado y podrido que rebosa este país. Paul Krugman resumía así la lección aprendida:

La gente como yo, y seguramente la mayoría de los lectores del New York Times,no entendimos de verdad el país en el que vivimos. Pensábamos que nuestros conciudadanos al final no votarían por un candidato tan evidentemente poco cualificado para un trabajo tan importante, tan temperamentalmente irracional, tan aterrador y al mismo tiempo tan ridículo. Pensábamos que la nación, aunque sin haber superado sus prejuicios raciales y su misoginia, con el tiempo había conseguido ser mucho más abierta y tolerante. Al final resulta que hay un gran número de gente, principalmente blancos de zonas rurales,  que no comparten nuestra idea de lo que es EE.UU.”. 

Tengo la impresión de que en los próximos días la visión de Krugman va a convertirse en la opinión generalmente aceptada entre los desolados estados azules. Trump ganó gracias a sus llamamientos racistas y sexistas, y por sus mentiras despiadadas y misóginas sobre Hillary Clinton. Ganó porque un gran porcentaje del país rebosa odio y no comparte valores progresistas.

Esta explicación es tentadora para las personas de izquierda, y podrán repetírsela para exonerarse de cualquier responsabilidad frente al resultado. También supone una explicación tremendamente descorazonadora, porque sugiere que la mayoría de los votantes son gente mala, desagradable y deplorable. Por fortuna, esta explicación es casi con seguridad equívoca. Uno de los principales problemas es que muchos demócratas de ciudades costeras conocen a pocos votantes de Trump. Por eso les cuesta tanto entender qué mueve a estos votantes. Para entender el apoyo de base de Trump, en lugar de intentar hablar y simpatizar con estos votantes, se fijan en datos estadísticos. En esos datos, observan que esta gente se muestra preocupada por los temas de raza e inmigración, y que no son excesivamente pobres. Con esto, concluyen que el voto a Trump está motivado por los prejuicios, y se burlan de la noción que afirma que sus preocupaciones más importantes son las económicas. 

Por eso, si cree en esta teoría, llegará a una conclusión fatalista acerca de los votantes de Trump: es imposible convencerlos porque son racistas y el racismo es un sentimiento irracional. En su lugar, hay que combatirlos mediante burlas y organizar tu propia base. Si se considera el apoyo a Trump como el resultado del racismo, se renuncia a cualquier intento de suscitar el interés de los votantes de Trump apelando a sus preocupaciones, puesto que el racismo no es un interés al que merezca la pena recurrir.

Esto es lo que hicieron los demócratas. Esta fue una campaña de burla: se trató a los votantes de Trump con desdén. Hillary Clinton tachó a un gran número de ellos de “cesto de personas deplorables”. Ser un seguidor de Trump significaba ser tonto, paleto y misógino.

Uno de los principales problemas es que muchos demócratas de ciudades costeras conocen a pocos votantes de Trump. Por eso les cuesta tanto entender qué mueve a estos votantes

Pero he aquí el problema: si los demócratas hubieran pasado tiempo de verdad con los votantes de Trump, en lugar de juzgarlos por lo que dicen los sondeos, se hubieran dado cuenta de que esta teoría está incompleta. Obviaron el hecho de que muchos votantes de Trump sienten un cierto descontento y una rabia indirectos contra el poder establecido. Para algunos, probablemente solo se trataba de un miedo existencial causado por la falta de esperanza que genera la vida moderna, como nos pasa un poco a todos. Pero muchas otras personas, simplemente ignoraban contra qué estaban enfadadas, solo eran conscientes de que estaban enfadadas. Luego llegó Trump y les ofreció un discurso fácil: el origen de toda esta angustia era el Estado Islámico, los mexicanos y Hillary Clinton. El poder de este discurso era tremendo, los demócratas no tenían ningún argumento en contra y por eso perdieron.

Los hechos que complican la explicación simplista de “racistas deplorables” son los siguientes. Como señaló Nate Cohn, periodista del New York Times, “Clinton ha perdido un mayor número de votos en los lugares en los que Obama obtuvo más votos entre los blancos”, lo que significa que no se trata de “una simple historia de racismo”. Mucha gente que votó por Obama en 2008 y 20012, ha votado en 2016 por Donald Trump. La pregunta que hay que hacerse es: ¿por qué? Es gente que votaría por un presidente negro y progresista sin problemas, pero que da un giro de 180º y vota por el candidato favorito del Ku Klux Klan cuatro años más tarde. ¿Qué está pasando aquí?

Lo único que sabemos es que esta pregunta no admite respuestas fáciles o rápidas. Pasa por dedicarles tiempo a estas personas, comprender lo que les motiva de verdad y conseguir motivarlos con otras cosas. Hay que tener en cuenta que quizá sí es el racismo lo que provocó que votaran por Trump, aunque está claro que el racismo es algo que se puede exacerbar con demagogia. Solo porque alguien sea capaz de ser un racista no significa que lo acabará siendo.  Todos somos altamente susceptibles de sucumbir a la influencia social. Trump puede conseguir que las personas sean más racistas de a lo que estén naturalmente inclinadas. La pregunta que deben hacerse los demócratas es cómo conseguir influir en la gente en el sentido contrario. 

Conviene reconocer hasta qué punto el voto por Trump responde a un rechazo indirecto a los poderes establecidos, más que un voto afirmativo en favor de algo. Los liberales no comprendieron por qué ninguno de los escándalos de Trump (el fraude, la evasión fiscal, los acosos sexuales) parecía disminuir su nivel de apoyo. No se dieron cuenta de que Trump era una bomba dirigida a la élite, lo que significaba que cuanto peor era, más gente se acercaba a él. Un voto por Trump es un cóctel molotov, sin medias tintas, que está diseñado para causar el máximo daño posible. Decir que el cóctel molotov no comparte los valores del que lo lanza, o que hace trampas con sus impuestos, no es una estrategia retórica eficaz. Como la intención de ese voto es hacer saltar el gobierno por los aires, tanto da si Trump es un inmoral, un depredador sexual o un chabacano. Consigue poner de mal humor a la gente adecuada y eso es todo lo que importa.

Conviene reconocer hasta qué punto el voto por Trump responde a un rechazo indirecto a los poderes establecidos, más que un voto afirmativo en favor de algo

El paralelismo más significativo que se puede establecer con la victoria de Donald Trump es el voto sorpresa del Brexit en el Reino Unido, en el que los expertos vaticinaron de manera confiada que el país nunca votaría en favor de abandonar la Unión Europea, pero luego resultó que el país votó claramente a favor de salir de la UE. Las élites londinenses simplemente no podían imaginarse que hubiera un número suficiente de gente dispuesta a tomar una decisión suicida solo por el placer de hacerle una peineta a las clases dominantes. Subestimaron cuánta gente detestaba a las clases dirigentes, ya que en raras ocasiones habían salido de su burbuja insular cosmopolita. Al haber sido incapaces de percibir el grado de odio latente que se cocía en los centros urbanos, se quedaron en estado de shock cuando finalmente sucedió. De igual manera, como ilustran las palabras de Krugman, la prensa liberal estadounidense no podía creerse que Donald Trump pudiera ser presidente. Ese desenlace era tan impensable que su impotencia para imaginarlo afectó a su capacidad de valorar las posibilidades reales de que ocurriera.

De hecho, la lección más importante que se puede extraer de estas elecciones tiene que ver con la prensa. Este desastre debería provocar una reevaluación de los medios de información políticos, que no supieron en absoluto determinar la seriedad de lo que estaba pasando. Para empezar, se podría argumentar con bastante razón que la prensa es responsable de crear a Trump, aunque la prensa también le falló al país al distorsionar la realidad para que pareciera que Clinton tenía más posibilidades de ganar de las que tenía en realidad. Con esta actitud, permitieron que hubiera gente que se quedara tranquilamente en sus casas, pero que debería haber salido (y lo habría hecho) a frenar la locomotora Trump.

Los comentaristas liberales cometieron un error crucial: en lugar de intentar entender cómo era el mundo de verdad, interpretaron el mundo de acuerdo con su versión ilusoria de la realidad. Durante la carrera presidencial, vi cómo docenas de comentaristas de la izquierda insistían en que Clinton era un “caballo ganador”, y en que la carrera estaba ya hecha. Trump no tenía ninguna posibilidad, decían. Por ejemplo, Jamelle Bouie, periodista de Slate, escribió en agosto:

Este desastre debería provocar una reevaluación de los medios de información políticos, que no supieron en absoluto determinar la seriedad de lo que estaba pasando

“Aquí no hay ninguna carrera. Clinton está suficientemente por delante y estamos tan al final de la campaña, que lo que tenemos es un caballo galopando solo y sin preocupaciones, excepto por la mínima posibilidad de que un meteorito explote en el circuito. Hagan sus apuestas consecuentemente”.  

Muchos otros se mostraron igual de confiados. Ezra Klein y Matt Yglesias de Vox utilizaron el mismo tono chulesco. Yglesias incidió en que el anuncio de Trump de un Brexit estadounidense era desconocer por completo las dinámicas del Brexit. También afirmó que tenía informaciones que demostraban que los sondeos que otorgaban una gran ventaja a Clinton estaban en realidad subestimando sus apoyos.  Klein se jactó de que la excelente actuación de Clinton en los debates había “dejado a Trump en ruinas”. Incluso alguien de la izquierda que acostumbra a ser muy comedido, el profesor de Ciencias Políticas Corey Robin, de la Facultad de Brooklyn, declaró con confianza que “Clinton va a ganar de calle en noviembre”.

Esta autocomplacencia ha causado un daño excepcional. Los expertos liberales compraron el mito --fabricado por el equipo de Clinton-- de que era  “inevitable” que Clinton fuera presidenta. Esta idea debería haber sido descartada de forma permanente en 2008, o después de la endeble actuación de Clinton en las primarias contra un socialista emergente. Pero existía entre la prensa liberal la creencia de que si se repetía lo mismo muchas veces, al final acabaría sucediendo. Una muestra de supina estupidez. Tranquilizar a la gente de manera explícita o tácita, diciéndoles que Clinton ganaría sin problemas, menguó el sentimiento de urgencia entre los progresistas. La gente sentía que no hacía falta hacer nada porque las cosas inevitables no necesitan ayuda para convertirse en realidad. 

La insistencia de la prensa en que Clinton estaba haciendo bien las cosas era tan ubicua que alteraba cualquier imagen de la realidad progresista. Yo también fui víctima de esta creencia. En febrero, pensaba que Trump estaba siendo increíblemente subestimado y escribí un artículo previendo con absoluta seguridad que sería presidente. En mayo, comenté que la nominación de Clinton en el bando demócrata era un “error suicida”, aunque luego el soniquete de la inevitabilidad comenzó a introducirse en mi consciencia. Empecé a sentir que estaba siendo muy alarmista, que estaba dejando que mis prejuicios interfirieran con mi criterio. Al fin y al cabo, los expertos disponían de datos recogidos en las encuestas y parecían sentirse muy confiados. Pero no me sentía del todo bien, algo fallaba. Aunque, cuando se acusó a Trump de cometer acoso sexual en serie, comencé a pensar que puede que tuvieran razón, que quizá Trump estaba acabado. Escribí un artículo en el que advertía que “primero deberíamos asegurarnos de haber dejado fuera de combate  esta amenaza antes de comenzar con las celebraciones”, porque sería lo nunca visto si alguien que hubiera admitido cometer crímenes sexuales fuera elegido para la Casa Blanca, y por este motivo “quizá” nos habíamos librado de Trump.

La insistencia de la prensa en que Clinton estaba haciendo bien las cosas era tan ubicua que alteraba cualquier imagen de la realidad progresista. Yo también fui víctima de esta creencia

Fue insensato por mi parte, aunque entiendo por qué pasó. Los progresistas como yo caímos en una cámara de resonancia de pensamientos ilusorios, tal y como les sucedió a los republicanos durante sus primarias. Trump no podía ganar, así que no ganaría. Se nos olvidó que hay una diferencia entre la realidad que nos presentan los medios y la realidad misma. Si la prensa hubiera hecho su trabajo, en lugar de decir tonterías, a lo mejor nos hubiéramos preocupado tanto como era necesario. 

Por lo tanto, la elección de Trump supone una clara señal de rechazo a los “expertos”. Los expertos como los de Vox se definen a sí mismos como “explicadores” de la realidad, y maquillan el hecho de que se inventan un montón de cosas para encubrir las deficiencias en sus conocimientos. Lo que demuestra la elección de Trump es que creer en este tipo de especialistas puede ser altamente peligroso, aunque es más que probable que estos expertos continúen alegando un conocimiento superior del mundo, aun incluso cuando rehúsan salir de sus enclaves de Washington o Nueva York. Realizar predicciones falsas no tiene ninguna consecuencia, incluso si consigues que Donald Trump termine siendo elegido presidente, dudo que Ezra Klein o Matthew Yglesias se queden sin trabajo, tienen ‘título de experto’. Es más, Yglesias ya ha salido realizando nuevas predicciones

Sin embargo, es fundamental que los progresistas aprendamos bien esta lección: esta gente no sabe absolutamente nada. No crea en las predicciones, ya sean de esta página web o de cualquier otra. Ningún comentarista o analista político puede ofrecer una seguridad real, puesto que no poseen poderes mágicos que los demás no tenemos. Puede que Nate Silver estuviera un poco menos equivocado que todos los demás, pero Nate Silver también se equivocó y fue igual de inútil. Su predictómetro fracasó estrepitosamente durante el curso de la campaña, y sirvió de muy poco para calibrar el comportamiento individual. El neurocientífico Sam Wang, de la universidad de Princeton, perdió toda su credibilidad al predecir de manera irrisoria que había un 99% de probabilidades de que ganara Clinton

La razón de que no sepan nada está clara: están obsesionados con la empírica de los datos. Adoran las encuestas, aunque, por definición, las encuestas no pueden explicar el tipo de cosas que no aparecen en las encuestas. Mucha gente consideró que el desprecio que sentía Trump por los sondeos era otra muestra de que vivía en su propio mundo. En realidad, él era quien vivía en el mundo real, completamente apartado y distinto del mundo de las encuestas y los datos. El problema fundamental de centrarse en los sondeos es que absolutamente nunca puedes estar seguro de que sabes. 

En definitiva, y para acabar con esto, tenemos que confiar menos en el poder de los datos empíricos como herramienta para predecir y explicar el mundo. Hace falta reevaluar completamente no solo las técnicas para calcular la probabilidad, sino el significado y la importancia que atribuimos a la probabilidad misma. La verdad es que el mundo es más desconocido de lo que pensábamos. Los seres humanos tienen libre albedrío, o por lo menos son extremadamente impredecibles, y eso significa que todos los intentos de anticipar cuál será su comportamiento están destinados a salir mal.

En realidad, era Trump quien vivía en el mundo real, completamente apartado y distinto del mundo de las encuestas y los datos

¿Se podía haber evitado? Retrospectivamente, hay que admitir que elegir a Hillary Clinton como candidata a la presidencia nunca fue la mejor idea. Que Clinton se enfrentara a Donald Trump era una idea todavía peor, porque todas las debilidades de Clinton como candidata ayudaron a acrecentar los puntos fuertes de Trump. Clinton proporcionó a Trump el alimento necesario (mini escándalos, negocios turbios, etc.) para que su grandilocuencia despegara. Además, sucede que Clinton ha hecho una campaña pésima y autocomplaciente. Esta debilidad era evidente hasta en los diferentes eslóganes de la campaña. “I’m with her” (Estoy con ella) pone el acento en los intereses del candidato; “Make America Great Again” (Haz que EE.UU. sea grande otra vez) lo pone en los votantes. Aprendamos la lección importante que se desprende aquí: no hay que presentar como candidato a un miembro de la clase dominante despreciado por casi todos los sectores y que además menosprecia abiertamente a la clase trabajadora blanca. Es una receta que contiene todos los ingredientes para acabar resultando una catástrofe electoral. 

¿Podría Bernie Sanders haberlo hecho mejor? Es una hipótesis razonable. Al fin y al cabo, Clinton perdió a causa del Rust Belt (los estados del noreste y medio oeste de EE.UU. en los que la industria pesada está en declive). Sanders, en su condición de populista y candidato anti Wall Street que se centraba en el empleo, partía de una muy buena posición para contrarrestar a Trump en esos estados. Puede que Joe Biden lo hubiera hecho todavía mejor y espero que lamente su decisión de no haberse presentado, pero en resumidas cuentas todas estas especulaciones son imposibles de evaluar, además de insignificantes en lo que respecta a la situación en que está la gente ahora. 

¿Qué otras lecciones podrían ser útiles más adelante, además de intentar comprender a los votantes, presentar mejores candidatos y no escuchar nunca ni una palabra de lo que digan los expertos y los sondeos? Bueno, una de menor importancia es: nunca votes a un “tercer partido” en estados fluctuantes. Al final, Jill Stein recibió muy pocos votos y sería estúpido atribuirle a ella la responsabilidad de esta catástrofe (como inmediatamente intentó hacer Paul Krugman). Aun así, allí donde los márgenes son pequeños, hasta los diminutos porcentajes de los otros partidos pueden suponer una enorme diferencia. Además, teniendo en cuenta que todos los votantes de Stein seguramente estaban tan horrorizados como los seguidores de Clinton por el resultado de este martes, la idea de que no hay ninguna diferencia entre “el mal menor” y su oponente ha demostrado ser falsa. Un mal menor siempre es mejor que un mal mayor. No votes a otros partidos en estados fluctuantes. (Y los demás partidos deberían encontrar una nueva estrategia para cimentar su movimiento sin que signifique únicamente sabotear las elecciones presidenciales cada cuatro años). Aun así, cualquier demócrata que haga de Jill Stein el foco de sus iras tiene un serio problema para entender lo que ha sucedido en estas elecciones.

No obstante, deberíamos dedicar un poco de tiempo a atribuir culpabilidades y repartir “te lo dije”. Todos los que estaban en contra de Donald Trump deberían estar muy, pero que muy arrepentidos. Yo mismo lo estoy. Me arrepiento de no haber hecho más por Sanders, y me arrepiento de no haber hecho más por Clinton cuando Sanders perdió. Tendría que haber estado llamando a puertas, y en su lugar me puse a ver películas, escribir artículos y dar clases. Escribí un artículo académico. En serio, ¿en qué demonios estaba pensando? Me arrepiento de haberme permitido a mí mismo dejarme arrastrar por la creencia de que todo iba a salir bien, incluso cuando en lo más profundo de mi ser sabía que no había ningún motivo racional para sentirse aliviado, y que los ‘expertos’, que me decían que Clinton ganaría, no sabían más que yo.

La verdad es que los que somos de izquierdas nos hemos comportado como unos idiotas autocomplacientes. Todos nosotros. Cuando escribí en febrero que Trump ganaría sin duda a Clinton, lo pensaba de verdad, aunque no me comporté como si lo creyera de verdad. Si me lo hubiera creído, habría dedicado cada hora de mi día a prevenir este repugnante desenlace; pero no lo hice. Y cuando pensamos en el tiempo que hemos desperdiciado sin hacer nada y en la cantidad de cosas que podríamos haber hecho, nos dan ganas de flagelarnos durante años. Sobre todo si el apocalipsis nuclear acaba sucediendo.

La verdad es que los que somos de izquierdas nos hemos comportado como unos idiotas autocomplacientes. Cuando escribí en febrero que Trump ganaría sin duda a Clinton, lo pensaba de verdad, aunque no me comporté como si lo creyera de verdad

¿Qué va a pasar ahora? Para alguien de izquierdas, liberal o progresista, nada bueno. El control republicano sobre el gobierno es absoluto. Esto significa que incluso en el mejor de los casos, si Trump resulta finalmente ser solo un bravucón y tan incapaz de establecer una dictadura como de dirigir un hotel, veremos cómo de rápido se desmontan todas las leyes progresistas que han sido aprobadas en los últimos ocho años. Adiós asistencia médica; adiós reformas moderadas del sistema de justicia criminal; adiós leves intentos de controlar la conducta indebida de las empresas. Todo perdido irremediablemente. Sayonara. (Es probable, aunque de nuevo no olvidemos que nadie sabe nada).

Lo peor que puede pasar es muy, pero que muy malo. Trump podría ser nuestro Hitler. Se reían de los nazis en 1928, ese hombrecito y su gracioso bigotillo acompañado de esa pandilla de estúpidos matones con camisas pardas. No se reían tanto en 1933. Exactamente lo mismo podría pasar en el caso del hombre con el pelo gracioso y la cara naranja. Ja…ja…ja… ¡Uh, hostia! Sabemos que Donald Trump es un hombre que carece de consciencia, y aun así acabamos de entregarle casi el poder absoluto (en parte gracias a la extensión de la autoridad del poder ejecutivo que han propiciado a lo largo de los años los demócratas y los republicanos en conjunto). Por lo que sabemos, los campos de la muerte podrían estar asomándose en el horizonte.

Para evitar volvernos locos, hace falta pensar que esto no es verdad. Debemos actuar como si no fuéramos a morir, como si el cielo no estuviera a punto de derrumbarse. (Y quién sabe, lo mismo no lo hace). Si nos resignamos, si empezamos a sentirnos abocados al fracaso y sin ninguna esperanza, probablemente seamos los responsables de crear una peligrosa profecía cuya sola enunciación la convierte en verdadera. La resolución que hay que tomar es la actuación, no la desesperación. 

Los progresistas van a tener que luchar por sus valores, van a tener que luchar muy duro, aunque también van a tener que luchar de otra manera. La izquierda estará condenada al fracaso si no replantea sus métodos en serio. Acabamos de perder todas y cada una de las ramas del gobierno, además de observar cómo se ha entregado la presidencia a un estafador, sociópata y misógino. Claramente, algo hemos hecho mal. 

El aspecto fundamental de este nuevo plan es este: no hagas exactamente lo mismo y esperes resultados diferentes. Necesitamos un nuevo estilo de políticas de izquierda, necesitamos algo que Obama proporcionaba: inspiración y esperanza. Se decía en broma que el eslogan de la campaña de Clinton era “No, you can´t” (No se puede). Eso no es bueno. Trump consigue inspirar a las personas, puede que lo haga apelando a sus instintos más horribles, más inhumanos y de odio al prójimo, pero lo consigue. Hay que establecer una agenda que entusiasme a las personas. No se puede utilizar la misma técnica que se usa para que la gente coma verduras. “Me votarás y te gustará, porque no hay alternativa” no es una estrategia eficaz para conseguir votos.

Necesitamos un nuevo estilo de políticas de izquierda, necesitamos algo que Obama proporcionaba: inspiración y esperanza

Los progresistas necesitan entender en qué piensan las personas diferentes a ellos. Nada de tacharlos de racistas y deplorables, hasta si resulta que lo son, porque si es así, ¿de qué sirve decirlo? Hay que entender a los racistas no para simpatizar con ellos, sino para comprender por qué tienen esas creencias, y luego ayudarles a cambiarlas. La gente de izquierda tiene que acercarse a la gente de derecha, tiene que exponer sus argumentos, tiene que acudir a los estados republicanos, tiene que contrarrestar sus argumentos y hacerlo en serio. No basta con que el presentador John Oliver aparezca en televisión eviscerando a Trump y llamándolo Drumpf. No basta con que Lena Dunham salga bailando en traje de chaqueta femenino. No basta con sacar a unas cuantas celebrities de Hollywood diciéndole a la gente lo que tiene que votar. Si alguien pregunta “¿qué clase de mundo quiere construir la izquierda?” hace falta que ofrezcamos una visión de futuro. Si alguien pregunta “¿por qué tendría que votar por ti?”, la respuesta no puede ser “porque no soy Trump”. Porque resulta que, al fin y al cabo, a la gente le gusta Trump.

La campaña de Clinton fue un desastre. No hagamos nunca más nada parecido. Nunca más hagamos una campaña en la que la gente tenía constantemente que defender lo indefendible. Nunca más basemos una campaña en la “experiencia” antes que en los valores. Nunca más tratemos las cosas como si estuvieran bien, cuando obviamente no lo están. Y nunca más subestimemos a Donald Trump, este tipo es muy astuto. Puede que nunca haya leído un libro en su vida adulta, pero sabe cómo ganar unas elecciones. Llamarle tonto, o tratarle como si fuera tonto, es un error, ya que para ser tonto, la verdad es que ha demostrado a las élites cómo se hacen las cosas. 

De un día para otro, el mundo ha cambiado. Quizá pensábamos que la historia había llegado a su fin, que nada tan terriblemente inesperado podría sacudirnos de nuevo, pero la historia no tiene fin. El futuro nos depara cualquier cosa, podría incluso deparar una catástrofe. Pero no hay tiempo de pararse a pensar en esas cosas, lo que ahora hace falta es un plan. En recuerdo de las inmortales palabras de Joe Hill: ¡No llores, organízate!

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Traducción de Álvaro San José.

Este artículo fue publicado originalmente en Current Affairs.

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Autor >

Nathan J. Robinson (Current Affairs)

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5 comentario(s)

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  1. Jesús Díaz Formoso

    Pero que dicen los e mails de Killary Kilnton? Pues esto: https://www.youtube.com/watch?v=z0HLChozRek // Killary love ISIS // Y la responsabilidad de los medios está bien descrita por Ángeles Díez: https://vimeo.com/125751053

    Hace 7 años 4 meses

  2. lucas

    ni una sola mención sobre las clases sociales...

    Hace 7 años 4 meses

  3. jubilado

    Veo positivo el artículo, nos dice que no hay que conformarse y que hay que organizarse para oponerse a lo que no sea aceptable, algo ya sabido pero..no está mal recordarlo

    Hace 7 años 4 meses

  4. Antonia Tobajas

    Un artículo autocomplaciente de alguien que insiste en que no hay que ser autocomplacientes.

    Hace 7 años 4 meses

  5. Isma

    Ahora me entero que hilary es de izquierdaas........ por favor....

    Hace 7 años 4 meses

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