El derribo de la casa Guzmán: vandalismo de clase alta
Era una de las pocas viviendas firmadas por Alejandro de la Sota. Hoy es una mansión de tres plantas y un ático
Francisco Pastor Algete , 15/02/2017
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Sin apenas construcciones a la vista y con siete niños sobre sus hombros, hubo un tiempo en que el arquitecto Alejandro de la Sota cerró su estudio y retomó su vieja plaza de funcionario en Correos. No contaba con mucha obra construida, como anota uno de sus hijos, también llamado Alejandro. “Muchos de sus trabajos quedaron en proyectos. Su libertad como autor tenía un precio”, recuerda, desde una de las salas en las que De la Sota trazaba sus dibujos, en un entresuelo del barrio madrileño de Chamberí. Allí se aloja la fundación que divulga la obra del arquitecto de Pontevedra (1913-1996), considerado “maestro de maestros y pionero de la Escuela de Madrid”, de viva voz, por el actual decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, José María Ezquiaga. Aquel estudio es el mismo lugar al que, hace unas semanas, llegó una fotografía. La casa Guzmán, una de las pocas viviendas que el arquitecto había llevado de la tinta al ladrillo, ya no existía.
En lugar de aquella casa, tendida sobre una de las orillas del Jarama y casi disimulada en su propio jardín —“no se veía desde la calle”, recuerda De la Sota, hijo—, se erguía desde hace algo más de un año una nueva mansión, de corte clásico, compuesta por tres pisos y un ático, escoltados por una valla. Al escuchar la noticia, una de las primeras cosas que Alejandro hizo fue llamar al dueño de la vivienda. Parte del trabajo de la fundación era ese: el contacto con los propietarios. Sentía perplejidad, como cuenta, y no creía lo ocurrido. Es más, desconocía el —más adelante revelado por los medios— desafecto del heredero por aquella vivienda, alojada en el término municipal de Algete, en la urbanización Ciudad Santo Domingo: una colonia de grandes chalés, separada por la autovía de un campo de golf, y apartada del resto del mundo por una garita de seguridad que solo permite el paso a los residentes.
Fue un trabajo seminal, que ha influido en generaciones de arquitectos
“¿Pero cómo puede haber algún arquitecto firmado esto?”, le preguntó De la Sota. “Me sobraban”, cuenta este que respondió Enrique de Guzmán, hijo del otro Enrique de Guzmán: ingeniero aeronáutico y antiguo presidente de Iberia y Renfe. Este último había descartado dos proyectos de De la Sota, hasta dar por buenos los diseños del lugar donde viviría hasta su muerte, en 2014. Fue el estudio de Andrés Rebuelta, acostumbrado a trazar grandes casas de campo para clientes adinerados, en quien el heredero confió para sustituir aquel edificio que figuraba en las guías del Colegio de Arquitectos de Madrid, pero que carecía de protección por parte de las instituciones. Como cuenta Rebuelta, al otro lado del teléfono, él mismo firmó el derribo del trabajo de De la Sota.
“Casa toda ella acaracolada, se abre y se cierra sobre sí misma. El campo debe ser muy respetado. Con su buen vivir, esta casa tiene poca presencia y esto gusta como fórmula de vida. Hay que dejar que flote, suba y baje y quede en su cota. ¡Gracias, casa!”, rezaban las memorias del arquitecto sobre aquella vivienda. “Fue un trabajo seminal, que ha influido en generaciones de arquitectos”, apunta el decano acerca de una casa que, mientras vivió De Guzmán, fue visitada por estudiantes de arquitectura de todo el mundo. “Bastaba una llamada y él mismo enseñaba su vivienda”, recuerda Andrés Martínez, autor de una tesis sobre la obra, según la cual el edificio Caeyra, en Pontevedra, retoma mucho del proyecto que De la Sota planteó en un principio para aquella loma del Jarama.
Las publicaciones en papel de la fundación, aunque sí se detuvieron en este otro trabajo, no lo habían hecho aún en la obra hoy abatida. “La última vez que estuve en la casa Guzmán, cuando aún vivía su dueño, ya pensé que no volvería a verla. Estaba hecha para él, como un guante. Eso era lo más interesante del proyecto”, anota Martínez. De la Sota, agrega su hijo, no contaba con un estilo propio: dejaba que cada trabajo planteara un problema diferente.
La casualidad quiso que el estudio de Rebuelta, fundado en 1972, conservara la misma antigüedad que la vivienda derribada. “No entiendo el interés por la casa. De la Sota no era, como dicen, Le Corbusier. El aprovechamiento del solar era muy raro. La vivienda contaba con vistas al Jarama, pero estaba hundida en el solar. Y el cliente quería abarcar también el espacio que antes ocupaba una pista de tenis”, arguye el arquitecto. En el número 6 del callejón del Jarama, donde estaba la casa Guzmán, unos cables al descubierto emergen desde la piedra de la valla y dejan intuir dónde se colocará un portero automático y, quizá, una cámara. En la urbanización, desprovista de aceras, los coches de seguridad privada recorren la carretera y los escasos peatones, muchos de origen latino, deambulan vestidos de albañiles por los arcenes.
Además de la mansión firmada por el estudio de Rebuelta, tres o cuatro viviendas, de más de tres alturas, se erigen allí, nuevas. “Las normas urbanísticas alientan esto. Si hoy nos permiten levantar cinco pisos donde antes solo podíamos construir uno, a los propietarios les faltará tiempo para demoler sus casas y crear otras”, reflexiona Ezquiaga. Los edificios más añejos de aquella colonia, levantada en los años 60, apenas alojan uno o dos cuerpos bajo sus tejados.
“Yo tengo un estudio, pago a unos delineantes y a otros arquitectos. No conozco a nadie que no trabaje por dinero. No hubo ningún dilema ético en tirar la casa”, prosigue Rebuelta. No es la primera vez que alguien derriba una obra de De la Sota. A finales de los 80, ya alguien echó abajo el edificio que había levantado en la madrileña avenida del Doctor Arce.
“¿Qué significado puede tener la fachada? Un amor desmedido a la apariencia. ¡Vivamos para nosotros! En una casa de familia, cuidemos de que viva la familia. Sacrifiquemos en ella su posible orgullo”, rezaba la memoria de aquella vivienda también desvanecida. “Quizá habría que sensibilizar más a los arquitectos, para que no pisen el trabajo de los maestros”, reflexiona Ezquiaga, “pero lo ocurrido está dentro de la ley. Como decano, me debo a la norma. Si dijera lo que habría hecho a título individual, como arquitecto, se vería un contraste”.
Quizá habría que sensibilizar más a los arquitectos, para que no pisen el trabajo de los maestros
La casa Guzmán no figuraba en ningún catálogo municipal ni estaba declarada como Bien de Interés Cultural o Patrimonial por el Gobierno autonómico, las únicas formas de proteger legalmente un edificio. Al conocerse el derribo, el Colegio de Arquitectos de Madrid y la Fundación Alejandro de la Sota apuntaron a la desprotección de la arquitectura moderna. “Hay una tradición por la que ha de pasar medio siglo antes de diagnosticar qué trabajos cuentan con un valor”, anota Ezquiaga. La casa junto al Jarama no cumplía los 45 años cuando fue demolida. El último catálogo de la Fundación Docomomo, apoyada por el Ministerio de Educación y Cultura y destinada a divulgar el valor de la arquitectura moderna, abarca la obra construida hasta 1965. No más reciente.
“Dicen que se desconoce el patrimonio, pero no es cierto”, argumenta Teresa Couceiro, portavoz de la Fundación Alejandro de la Sota. “Los catálogos están en poder de las autonomías, pero estas no los protegen. Y llevamos años con esto. ¿Por qué no lo hacen?”. Este medio ha contactado con Paloma Sobrini, actual directora general de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, pero esta ha declinado responder a la pregunta. La arquitecta y antigua decana del Colegio de Arquitectos de Madrid, sin embargo, llegó a publicar en Facebook: “Esto es tarea de todos. Instituciones, organismos, arquitectos. Entre todos hay que localizar, catalogar, poner en valor y difundir”.
Las redes también presenciaron algún reproche a la Fundación Alejandro de la Sota, a la que se acusó de haber descubierto, en enero de 2017, un derribo que tuvo lugar en 2015. “Nosotros dependemos de la voluntad de los dueños, y llegamos hasta donde llegamos. No podemos hacer guardia en la casa de nadie. Hay profesionales que no aman su profesión, y han hecho esto porque se les ha permitido. Pero ya no vamos a esperar a que lo protejan todo”, responde Couceiro, que reclama una mayor coordinación entre los colegios de arquitectos, los poderes públicos y organizaciones como la suya. De la Sota, hijo, celebra la repercusión que el derribo de la casa Guzmán encontró en las redes sociales y en la prensa y señala ahí el camino: en la presión ciudadana y mediática.
Que la casa Guzmán no estuviera protegida provocó que no saltara ninguna alarma. Se tramitó como una obra más
“Arquitectos insensibles ha habido siempre, pero son las instituciones quienes deben cuidarnos de actos vandálicos como este. Los políticos saben que esta arquitectura aún no preocupa a la sociedad. Si se protegieran estos edificios, se estaría poniendo sobre los propietarios un peso que estos no quieren, y no siempre se les quiere incomodar”, afirma Susana Landrove, directora de la mencionada Fundación Docomomo. Algete permanece en manos de la derecha desde las primeras elecciones democráticas. Los únicos ocho años, a principios del siglo XXI, en los que en este pueblo gobernó el PSOE junto a Izquierda Unida, los vecinos de la Ciudad Santo Domingo recogieron firmas pidiendo la independencia de la urbanización respecto al resto del municipio. Los primeros triplicaban en renta per cápita a los segundos. Con todo, Landrove asegura que la disposición a cuidar la arquitectura no cambia de un partido político a otro.
El derribo también marcó un giro en el Colegio de Arquitectos de Madrid. Que la casa Guzmán no estuviera protegida por las instituciones provocó que allí no saltara ninguna alarma cuando esta se abatió, y se tramitó como una obra más. “A partir de ahora”, anuncia Ezquiaga, “bastará con que los edificios estén en las guías que divulga el colegio para que nos pongamos en marcha”. El arquitecto calcula que en Madrid, hoy, habrá miles de construcciones contemporáneas que, aunque cuenten con el reconocimiento del organismo que dirige, no figuran en ningún catálogo público.
“Voy a escribir y hacer llegar las guías a cada alcalde, porque quizá no cuenten con el equipo o la formación con los que valorar según qué arquitecturas”, adelanta el decano, con respecto de los 179 municipios en la comunidad. Cuando al regidor de Algete, de alrededor de 20.000 habitantes, se le preguntó por el derribo de la casa, este anotó que esta, simplemente, no figuraba en los catálogos.
Apostada frente a la nueva vivienda, yace la furgoneta de unos albañiles. Solo ellos custodian el nuevo edificio, criticado en un fugaz comunicado de la Fundación Alejandro de la Sota y, también, en el diario El País. “Encantado de que vean mis mamotretos, si así los llaman. A mí me interesa la opinión de mis clientes. Que estén cómodos en la casa que les he hecho”, recuerda el firmante del derribo y de la posterior construcción. Al decirlo alude, quizá sin querer, a los mismos principios que guiaron a De la Sota en sus proyectos. Como cuenta Rebuelta, él también estudió al maestro cuando acometía la carrera de arquitectura.
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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