1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Posiciones

Los demás quieren que uno ocupe un espacio determinado a su conveniencia, un espacio donde no moleste, que a ellos les sea cómodo controlar, o grato visitar cuando les dé la gana

Luis Magrinyà 17/02/2017

<p>Joan Fontaine, en un fotograma de la película 'Jane Eyre' (1943).</p>

Joan Fontaine, en un fotograma de la película 'Jane Eyre' (1943).

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT necesita 300 suscriptores mensuales para ser sostenible y cada vez más independiente. En febrero te puedes suscribir por 50 euros al año. De regalo, te mandamos El Dobladillo, nuestro mensual en papel ecológico e interactivo.

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Según dicen los expertos, la primera regla en la guerra es no revelar nunca tu posición. Tal sabiduría indica que la posición de uno no solo lo delata sino sobre todo que es enormemente codiciada. Quizá por esto último, en épocas de paz y por si las moscas, una de las primeras cosas −y más irritantes− que hacen los demás con uno sea colocarlo en una posición. Los demás quieren que uno ocupe un espacio determinado a su conveniencia, un espacio donde no moleste, que a ellos les sea cómodo controlar, o grato visitar cuando les dé la gana. Es todo, sin embargo, bastante confuso porque no siempre se dan cuenta. Los demás suelen ejercer el marcado territorial −su forma de decidir si a uno lo admiten o integran, excluyen o destierran, y cómo− con una facilidad naturalizada, es decir, con esa facilidad que se deriva de la extendida confusión entre naturaleza y estupidez. Y a veces ni uno mismo se da cuenta tampoco de que le han colocado ahí −en la posición de escuchar, o de tolerar, o de entretener, o de servir, o de aceptar condiciones− hasta que ya está dentro, como encajonado. Uno no espera tales cosas, se cree libre, confía en los demás. No es fatal, no teman. Nunca es demasiado tarde. Se puede salir de ahí. Pero eso suele exigir esfuerzos ruidosos −decepciones, huidas, enfrentamientos, abandonos− que más valdría haberse ahorrado. La lucidez es lenta; la manipulación, expansiva. Y entre medias está la pereza, que siempre se apunta a todo: “Bueno, si me han puesto ahí, ¿qué le voy a hacer? Al menos así estoy en alguna parte”.

Uno de los lemas del colectivo The Black View, creado recientemente por el actor mallorquín de ascendencia guineana Armando Buika con otros compañeros de profesión, es: “Soy actor, negro y español, ¿por qué tengo que hacer siempre de inmigrante?”. Pues porque en el medio, por decirlo suavemente, poco imaginativo en que se mueven nadie adjudica a un “negro” otra posición. Aquí no ha habido patéticos retrasos de conciencia: los miembros de esta plataforma sabían desde siempre que no eran inmigrantes y probablemente desde hace mucho que no serlo no les iba a salvar de representar lo único que, con sus características, el medio considera interesante y dramático. Habrían podido añadir que ese inmigrante representado es siempre el mismo tipo de inmigrante, como si no hubiera otros. Está bien que se rebelen. Deben rebelarse. Uno a veces no hace nada para que los demás le coloquen donde le colocan y le asignen así un medio de vida, una forma de ser y de relacionarse que se le presenta como la única posible, y que además tiene la contrapartida perversa de estar de uno u otro modo remunerada. “Quédate ahí: algo sacarás”. Así que uno hace bien en no conformarse con esa triste modalidad de “estar en alguna parte” que, si acata, acaba pareciéndose demasiado a una forma de colaboración.

Hasta aquí el orden de la vida. Vamos ahora con las novelas.

¿Son tan conflictivas y desagradables nuestras relaciones con los novelistas, esa parte especial de los demás? Los novelistas son muy sagaces. Como son ellos los que ponen en marcha el proceso de comunicación, se sienten autorizados para sentar también las bases de su relación con nosotros, los lectores. Sus maneras de marcar el territorio son variadas, pero rara vez −son muy presumidos− tienden a excluirnos o expulsarnos. Ningún novelista quiere que dejemos su novela: se aprovecha de que hemos sido nosotros quienes hemos elegido leerla, estar ahí, y más bien se ocupa siempre de retenernos, con una red o con un abrazo. La posición que nos asigna nos viene dada y, una vez en ella, casi es inevitable colaborar. Un magnífico ejemplo de estas estrategias se encuentra en la célebre novela de Charlotte Brontë Jane Eyre (1847). Esta narración de un tremendo vía crucis personal, donde una huérfana señalada en su infancia por sus maestros como “sierva e intermediaria” del “Rey del Infierno” trata de convencernos de que, si ha sido alguna vez “instrumento del Diablo”, lo ha pagado con creces, está repleta de interpelaciones al lector, que es convocado para desempeñar en principio funciones muy variadas desde posiciones móviles pero finalmente bastante unificadas.

La novelista empieza con apelaciones que parecen simplemente retóricas; por ejemplo, para redondear la descripción de un personaje, dice: “Que el lector añada, a fin de completar el cuadro, unas facciones refinadas”…; o, para que le hagamos compañía y nos convirtamos en su confidente, ruega: “Quédate conmigo, lector, hasta que él llegue, y cuando le cuente mi incidente secreto, podrás participar de tal confidencia”. Se nos está pidiendo que colaboremos y, vaya, estamos contentos de que se nos necesite. El tono, además, es de confianza, cálido y familiar. A lo largo de la narración se nos pedirá también −y esto a lo mejor ya nos da un poco de grima− que corroboremos las palabras de la narradora, que le sirvamos de testigos de sus actos: “Ya te he dicho, lector, que había aprendido a amar al señor Rochester”; “Y a todas estas, ¿seguía pareciéndome feo el señor Rochester? Pues no, lector”; “El lector sabe de sobra lo intensamente que había luchado”; “Yo nunca había hecho una promesa formal ni me había comprometido a nada, como bien sabe el lector…”

El ambiente se ha vuelto un poco judicial, la verdad. Y que nos llamen al estrado como testigos de la defensa para dar fe de lo que sabemos y recordamos acabaría tal vez resultando un poco abusivo si no fuera porque otras veces −la mayoría de las veces, de hecho− notamos en la voz de la narradora cierto temblor, como si en lugar de ante un testigo se encontrara ante un juez exigente. No nos engañan ni sus muestras de condescendencia (“Te voy a poner un ejemplo, lector, para que lo entiendas”) ni sus bromitas (“Una descripción estimulante, ¿no te parece, lector?”) ni sus excusas (“Perdona, lector, si te parece romántico”): semejantes salidas no delatan otro propósito que el de aplacar o engatusar una conciencia que se presupone dura y algo inapelable. Hay cosas como “Ésa es, lector, la pura verdad” que no se le dicen a un testigo, sino a un juez. Porque es ante un juez ante quien se despejan dudas o malas interpretaciones (“Pero aunque me veas cómodamente sentada no pienses, lector, que tengo el alma en reposo”), se admiten las faltas  (“No puedo negar, lector, que tanto en el tono de aquella frase como en los sentimientos que la hicieron brotar hubo cierto sarcasmo”), se insiste en la veracidad de lo expuesto (“Pero a pesar de todo, lector, faltaría a la verdad si no dijese”) o se justifican carencias (“Y en cuanto a mis conocimientos, lector, hay que pensar en que la lista de los que exhibía era más que suficiente para aquel entonces”).

Repitamos: “Ésa es, lector, la pura verdad”. Pero ¿a quién se declara la verdad? El lector decidirá si, después de que le hayan sentado en el silloncito del confidente y luego levantado para poder declarar, si se tercia, como testigo, verse por fin trasladado a la tribuna del juez le enaltece o incomoda. Queda, sin embargo, un paso que dar, otra posición que adoptar, cuando recordamos que, si bien es cierto que Jane Eyre ha tenido algún tropiezo con la ley (no ha podido casarse con el señor Rochester porque eso habría sido bigamia, y no ha podido ser su amante porque eso habría sido inmoral), nunca ha sido por dejar de respetarla. En realidad la ley no ha sido nunca un designio en su vida ni en sus dilemas; de hecho, poco intensa habría sido su experiencia si hubiera consistido en algo tan mundanal. ¿Qué hace, pues, Jane Eyre en la sala de audiencias de un juzgado? Y ¿si no estuviera ahí sino en otra parte? De hecho… ¿no nos habremos equivocado de sitio?

Al principio de la novela el temible maestro Brocklehurst tenía a nuestra narradora por una “niña que, pudiendo haber sido uno de los corderos del rebaño de Dios, no pertenece a él”. Y ciertamente ¿qué ha hecho Jane Eyre toda la novela sino buscar alguna forma de “pertenecer”? “Ya sé que mi conciencia podría aprobarme, pero eso no me basta, Helen. Si los demás no me quieren, me siento morir”: con este punto de partida, un poco pecaminoso, porque combina soberbia con dependencia, emprende la heroína su accidentado, cruelísimo camino −acaba hasta comiendo lo que no quieren los cerdos−, saboteado por las condiciones y fatalidades de los demás y por su propia idea rigorista de la felicidad. Esta idea es tan exhaustivamente crítica que todas sus posibilidades le parecen acomodaticias, así que no es de extrañar que, cuando finalmente dice: “Me casé con él, lector”, él sea un hombre castigado, quemado y ciego. Sesenta y cinco páginas antes había rechazado a un pretendiente con estas palabras: “Mi corazón es mío y se lo daré a Dios”.

Si se tratara de una muchacha católica, se diría que Jane Eyre expone “la pura verdad” de sus ansias, contrariedades y pecados ante su confesor. Pero su grave religiosidad es enemiga de componendas papistas, y su examen de conciencia no puede estar ni mediado ni ritualizado. Una joven anglicana habla directamente con Dios, no con intermediarios ni siguiendo unas reglas. Ante Él se explica, se disculpa, se afirma. Ante Él cuenta lo que solo Él merece comprender, juzgar y perdonar. No sé si me explico bien: la posición del lector en Jane Eyre se parece bastante a la de Dios.

¿Nos parece lo suficientemente remunerada?

Las peripecias extremas a las que se enfrenta el lector en su relación con los novelistas siguen dándose más de un siglo y medio después. La última novela de Kazuo Ishiguro, El gigante enterrado (2015; en España, 2016), depara también sobresaltos en la asignación de posiciones. Empieza, en la primera frase, con un vosotros no muy ansiolítico: “Podríais haber pasado un buen rato tratando de localizar esos serpeantes caminos o tranquilos prados por los que posteriormente Inglaterra sería célebre”. Con esta interpelación directa, el novelista nos sitúa como lectores del presente de una historia que acontece en un tiempo desaparecido y, al parecer, menos grato; como inmediatamente después alude a “los ogros que en aquel entonces todavía poblaban estas tierras”, sabemos también que se tratará de un tiempo −digamos− fantástico. Pero más importante quizá es en qué posición nos coloca un narrador que nos habla de cosas que aún no estaban (caminos y prados tranquilos) y de ogros que todavía estaban.

En las 60 primeras páginas de la novela (que tiene 364) aparecen con regularidad fórmulas como “Acaso os preguntéis por qué”, “Acaso os resulte sorprendente”, “Tal vez os hayáis percatado también” que parecen sumergirnos educadamente en la ignorancia bien dispuesta de los niños que escuchan un cuento de hadas. El narrador tiene a bien introducirse personalmente en el relato para desempeñar este papel iluminador: “Podría decir que”, “No pretendo dar la impresión de”, “No pretendo decir que”, “Tal vez debería aclarar aquí”. Es nuestro guía en un mundo para nosotros salvaje e ignoto, sobre el que cabe despejar prejuicios asociados al presente (“Todavía no disponíamos de los setos que hoy en día dividen tan amablemente la campiña en campo, camino y pradera”), una tarea a la que se dedica discretamente y no sin cierta compunción: “Siento pintar semejante cuadro de nuestro país en aquella época, pero así eran las cosas”. Los lectores somos, pues, una especie de queridos niños ingleses, con nuestras propias referencias, a las que se recurre por si nos pueden ayudar a comprender mejor lo que se nos cuenta; por ejemplo, al hablar de ciertas casas “circulares”, se nos explica que no son “tan diferentes del tipo de edificación en el que alguno de vosotros, o tal vez vuestros padres, vivisteis de niños”.

Quien conozca un poco la obra de Ishiguro sabrá que eso de ser “ingleses” es un presagio malísimo, pero mejor vamos a centrarnos en nuestro papel de niños. A partir de la página 60 más o menos ese narrador atento a nuestras limitaciones parece creer que ya ha establecido suficientemente los fundamentos de nuestra relación y hace mutis. El lector queda pendiente del personaje central −un anciano muy cortés que parte con su mujer en busca de su hijo−, a quien sigue confiadamente, viendo solo lo que él ve y enterándose solo de lo que él se entera. En la página 100 el centro de conciencia muda a un muchacho de doce años (uhm, otro niño… ¿como nosotros?), que ha sido secuestrado por unos ogros, rescatado de ellos, y a quien ha mordido una “feroz criatura”. Luego volvemos al amable anciano, pero ya alertados de que el centro de conciencia puede volver a cambiar. Y así es: por algún motivo, parece interesante que sigamos de vez en cuando al muchacho y no al anciano, y luego, en la página 233, nos encontramos con “La primera ensoñación de Gawain” (hay dos), una especie de aria de un personaje bastante bufo, uno de los pocos caballeros de la Tabla Redonda que han sobrevivido y aún tienen una misión. La novela da cada vez más giros y el narrador que se dirigía a nosotros parece que se ha olvidado de intervenir.

Pero no. Simplemente, astutamente, estaba callado.Ya acércandose el final, en la página 307, reaparece: “Algunos de vosotros tendréis hermosos monumentos por los que los vivos podrán recordar la maldad que padecisteis. Algunos de vosotros tendréis sólo austeras cruces de madera o piedras pintadas, mientras que otros deberéis seguir ocultos entre las sombras de la historia”. ¡Cómo! ¿Qué ha pasado aquí? ¡Ya no somos niños que prestan su atención a un romance de nieblas mágicas, persecuciones y huidas, ogros y dragonas! ¡Hemos entrado en “las sombras de la historia”! Y ¡se alude a nuestras tumbas! En cierta medida, no acaba de extrañarnos: a estas alturas ya nos habíamos ido creciendo y, más que criaturas fantásticas y escaramuzas épicas, lo que escuchábamos del narrador, lo que veíamos, era sobre todo guerra. No tardaremos en descubrir que la dragona, la niebla y hasta el muchacho de doce años al que en algún momento habíamos podido imaginar como la típica recreación romántico-medieval del joven héroe de corazón puro (en un giro de desolación ishiguriana de lo más terrible) han sido, son o serán parte de una estrategia bélica, armas de guerra. La guerra y sus retorcidas, miserables, triunfantes tácticas son el tema de la novela, y en su última aparición después de tantas páginas el narrador nos trata como carne de tumba, conmemorada u olvidada. El último capítulo, en un nuevo salto de punto de vista, lo cuenta la muerte, o su metonimia, un barquero.

Habíamos empezado hablando de guerra. Terminamos en una posición, como lectores, de muertos. ¿Nos parece suficientemente remunerada?

CTXT necesita 300 suscriptores mensuales para ser sostenible y cada vez más independiente. En febrero te puedes suscribir por 50 euros al año. De regalo, te mandamos El...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Luis Magrinyà

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí