1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Análisis

Repensando la experiencia soviética

Crítica de de la génesis y desarrollo de la Revolución desde la Rusia del octubre de 1917 hasta las últimas experiencias revolucionarias del siglo XX

Eugenio del Río 18/10/2017

<p>Cartel soviético dedicado al quinto aniversario de la Revolución de Octubre (1922).</p>

Cartel soviético dedicado al quinto aniversario de la Revolución de Octubre (1922).

Ivan Vasilyevich Simakov

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU. Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.

 

Apenas hemos dejado atrás el siglo XX, pero sus luchas
y sus dogmas, sus ideales y sus temores ya están
deslizándose en la oscuridad de la desmemoria.
Tony Judt

Con el presente texto no pretendo ni mucho menos hacer un balance de la experiencia iniciada por la Revolución Soviética de octubre de 1917. Me limitaré a considerar tres aspectos que, a mi juicio, poseen cierta importancia.

El primero es el de la naturaleza de la Revolución Soviética.

El segundo aspecto se refiere a la relación del régimen soviético con la tradición democrática del socialismo europeo del siglo XIX.

El tercero concierne a las identidades colectivas que se caracterizaron en todo el mundo por su adhesión a la Unión Soviética y que representaron especialmente los partidos comunistas.

El modelo soviético

Un supuesto, para empezar: en la Rusia de octubre de 1917 era necesaria y posible una insurrección. La situación de la población era desesperada bajo el doble peso del hambre y de la participación en la guerra europea.

Un hecho: la insurrección tuvo lugar y dio origen a un régimen político distinto de los que se habían conocido hasta entonces.

Otro hecho: los dirigentes de ese nuevo régimen se declaraban socialistas y marxistas y lo definieron como socialista.

Partiendo de este supuesto y de estos dos hechos voy a desgranar algunas reflexiones sobre lo que realmente nació en 1917.

1. Quienes dirigieron el proceso ruso habían participado de la cultura revolucionaria europea del siglo XIX. Eran hijos de ella. La Revolución francesa de 1789 estaba relativamente cerca en el tiempo; más aún  las tres grandes oleadas revolucionarias de la Europa posnapoleónica:  la de 1820-1824, la de 1829-1834 y la de 1848.

En la Internacional Socialista estaba instalada la creencia de que el socialismo solo podía levantarse sobre una sociedad desarrollada. No se entendía fuera de una modernidad industrial. El campesinado era visto con recelos

A los dirigentes bolcheviques que se hicieron con el poder en octubre de 1917 les resultaba familiar, asimismo, la industrialización británica, la primera y más potente, con su clase obrera relativamente amplia y la destacada experiencia del gran movimiento democrático que fue el cartismo (1838-1848). Se miraron en el espejo de la revolución industrial, a la que trataron de emular durante décadas, y de los grandes procesos de urbanización.

El bolchevismo, por lo demás, se nutrió ideológicamente del socialismo europeo de la primera mitad del siglo XIX y también del marxismo.

Aun a riesgo de simplificar, se puede decir que ante los socialdemócratas rusos aparecían dos modelos sobresalientes: el francés, que daba la primacía a la iniciativa política, y el británico, más vinculado con el grado de madurez de la sociedad civil. Ambos aspectos estuvieron muy presentes en el universo revolucionario de Marx (Salvatore Veca, ‘Razón y Revolución’, en Norberto Bobbio, Giuliano Pontara, Salvatore Veca, Crisis de la democracia, Barcelona: Ariel, 1985), pero el segundo no podía encajar bien en la sociedad rusa, tan diferente de las del Occidente europeo.

La Revolución rusa, por razones que ahora tendré ocasión de evocar, difícilmente podía optar por el concepto británico.

La fuerte iniciativa del poder político, como llave de las transformaciones en todos los planos, fue un rasgo que compartió la revolución rusa, llevándolo al extremo, con la Revolución francesa. Pero la dejó atrás en cuanto a la preeminencia de la política sobre la economía y la sociedad. Bajo este punto de vista, la Revolución rusa se alejó no solo de la referencia británica.

2. La élite soviética se formó en el universo ideológico de la II Internacional (1889-1914), la cual, a su vez, se concibió como heredera del legado ideológico de Karl Marx.

Este, por su parte, se había situado en un paisaje modernizador: su perspectiva de cambio social socialista y comunista se asentaba sobre sociedades transformadas por el capitalismo y la industrialización, en las que la clase obrera y la burguesía emergían como las clases sociales más destacadas. De manera que sus expectativas de una sociedad hondamente modificada dependían del éxito de una modernización del estilo de las que se estaban produciendo en los países de Europa occidental.

Con todo, la ubicación de Marx en la modernidad occidental no excluyó la presencia en su pensamiento de elementos premodernos. Aquí hay que mencionar la influencia primera que recibió de comunistas alemanes y de socialistas franceses de la primera mitad del siglo XIX, en los que era muy patente el eco de ideas y valores de épocas anteriores. Estudié esta situación paradójica –la deuda con ideas premodernas de unas ideologías que iban a actuar como forjadoras de identidades colectivas en las sociedades modernas– en los primeros capítulos de mi libro Crítica del colectivismo europeo antioccidental (Madrid: Talasa, 2007). En la última parte de su vida, por otro lado, Marx pensó en la posibilidad de que las instituciones campesinas tradicionales, en Rusia –las comunas rurales– pudieran suministrar una base de apoyo para un nuevo sistema no capitalista. Pero los escritos que hacen referencia a esta cuestión fueron muy poco conocidos, y tardíamente, en los medios marxistas, por lo que no pudieron influir en el marxismo de la II Internacional.

3. En noviembre de 1917 había condiciones favorables para una insurrección en Rusia. El descontento popular motivado por la guerra y el hambre eran palancas poderosas. Leonard Schapiro subrayó con razón que un grupo organizado, aunque fuera muy reducido, tenía posibilidades en aquellas circunstancias de hacerse con el poder (De Lénine à Staline. Histoire du Parti Communiste de l’Union Soviétique, Paris: Gallimard, 1967).

Pero no se podía contar con una sociedad adecuada para que esa insurrección abriera un proceso modernizador como el del Oeste europeo o el norteamericano. El campesinado representaba el 80% de la población. Y, como escribió gráficamente Christopher Hill, “la economía rusa era como un gran charco de agua estancada; su comercio lo controlaban grupos extranjeros y sus escasas industrias eran propiedad del zar y de otros señores feudales. La clase media rusa se desarrolló muy tarde y con mucha lentitud; sus operaciones mercantiles eran de poca monta, y nula su independencia política. De ahí que el liberalismo, que fue la filosofía de la burguesía ascendente en Occidente, no tuviera raíces sociales en Rusia” (La revolución rusa, Barcelona: Ariel, 1969, p. 18).

En la Internacional Socialista estaba instalada la creencia de que el socialismo –entendido como un régimen económico colectivista bajo la dirección del partido político de la clase obrera– solo podía levantarse sobre una sociedad desarrollada. No se entendía fuera de una modernidad industrial. El campesinado era visto con recelos. Así pues, en ausencia de un desarrollo industrial y de una clase obrera extensa, habría que aceptar una democracia liberal hegemonizada por la burguesía, bajo la cual se expandiría el capitalismo y la fuerza social principal para una sociedad socialista: la clase obrera (Véanse los primeros capítulos de E. H. Carr, La Revolución Bolchevique, 1917-1923. I. La conquista y organización del poder, 1950, Madrid: Alianza, 1979, 4ª ed., pp. 41 y ss.; y el primer capítulo del libro del mismo autor, La Revolución rusa de Lenin a Stalin, 1917-1929, Madrid: Alianza, 1981, pp. 11 y ss.).

La guerra de 1914, con su cortejo de muertes, miseria y hambre, creó en Rusia unas condiciones que estaban lejos de las requeridas para ese socialismo de la II Internacional pero que podían allanar el camino de una insurrección.

4. Cuando maduraban esas condiciones, Lenin concluyó que había que asaltar el poder y que no debía ser entregado a una burguesía que en ningún caso acometería los cambios necesarios: poner fin a la participación rusa en la guerra y sacar a Rusia de un atraso insoportable.

En la mente de Lenin esa revolución de urgencia iba a encontrarse con grandes dificultades de todo tipo; se suponía que, para sostenerse, necesitaría que triunfaran en Europa –sobre todo en Alemania– revoluciones que sí podrían emprender una transformación socialista y que acudirían en apoyo de la avanzadilla rusa.

Años después se pudo comprobar que esto no ocurriría; que no iban a triunfar otras revoluciones en Europa. El nuevo poder ruso hubo de sostenerse sin contar con apoyos de otros países.

El proceso ruso, que tenía que valerse por sí mismo, fue contemplado en algunos casos como un factor que podría ayudar a avanzar hacia una revolución mundial. Aun partiendo de una situación de subdesarrollo, escribió Gramsci con un aire animoso y exaltado muy propio de la época, «Los revolucionarios crearán las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal» (‘La revolución contra El Capital’, Avanti!, 24 de noviembre de 1917. Selección de textos realizada por Manuel Sacristán: Antonio Gramsci, Antología, Madrid: Akal, 2013).

Finalmente, la experiencia soviética trajo consigo un proceso modernizador diferente del de Europa Occidental y de Norteamérica.

5. En la Unión Soviética no se dejó sentir una preocupación por el reconocimiento del individuo y de su autonomía, en el sentido en el que se dio en el Occidente europeo y en Norteamérica. Lo que se observó fue más bien un empeño uniformizador.

La soviética fue una modernización no democrática. No fue otra forma de democracia, superior, como pretendía, a la democracia burguesa, sino una no-democracia.

Por de pronto, la Rusia de la revolución carecía de tradiciones democráticas. “La incapacidad de la Rusia imperial para promover una vía democrática se explica por la permanencia de sus antiguas estructuras: la rigidez del poder zarista apegado a sus prerrogativas de derecho divino, el peso de los valores religiosos del mundo popular y la debilidad de sus partidos, sindicatos, asociaciones de todo tipo, a la vez que se desarrollaban en toda Europa”. Para colmo, a esto se agregó, desde el comienzo de la década de 1920, el efecto de los años de intervención extranjera y de la guerra civil, «que provocó una reacción defensiva del nuevo poder, extremadamente minoritario. Trajo consigo también la militarización del Partido Bolchevique y de su mentalidad…” (Michel Dreyfus y Roland Lew, ‘Communisme et violence’, en AA.VV. Le siècle des communismes, Paris: Les Éditions de l’Atelier/Éditions Ouvrières, 2000, pp. 490-1). En efecto, la guerra civil y la intervención extranjera contribuyeron sobremanera a endurecer, desde muy pronto, al régimen que estaba naciendo.

La soviética fue una modernización no democrática. No fue otra forma de democracia, superior, como pretendía, a la democracia burguesa, sino una no-democracia

6. El bolchevismo, como estructura política organizada, bebió en la fuente de los partidos modernos europeos profesionalizados y también en la del populismo ruso del siglo XIX, con la diferencia de que este último intentó arraigar en el campesinado mientras que el Partido bolchevique se concibió como una fuerza urbana.

De ahí brotó una élite política formada por una minoría de intelectuales radicalizados que pronto concentró todo el poder y monopolizó la gestión de los asuntos nacionales, amparándose en la legitimación derivada de su función modernizadora y de sus logros sociales, y en una suerte de legitimidad de origen por su iniciativa insurreccional de 1917.

7. El poder soviético tuvo una genuina dimensión despótico-paternalista que le llevó a aplicar políticas sociales que fueron envidiadas en muchos países. Esto es aplicable a la instrucción pública (el analfabetismo desapareció por completo y se expandió la enseñanza en todos los niveles), a la política sanitaria (aunque en tiempos de mayores dificultades como en el período de estancamiento de los años ochenta se resintieron los servicios sanitarios), a la política de vivienda, a la eliminación del desempleo (si bien en algunos momentos una parte de los trabajos tuvieron un carácter más bien ficticio, lo que redundó en un descenso de la productividad), a las medidas en algunas épocas en favor de la producción de bienes de consumo (por ejemplo, en el II Plan Quinquenal, 1933-1937, o bajo el mandato de Breznev), lo que no impidió que el desajuste entre la oferta y la demanda fuera con frecuencia muy acusado. Fue notable, igualmente, el crecimiento de los salarios, duplicados en cada plan quinquenal entre 1928 y 1941.

Todo esto no fue incompatible con el desarrollo de grandes desigualdades. Los miembros de la élite gobernante y sus familias gozaron de un nivel de vida muy superior al de la inmensa mayoría de la población, disponiendo de bienes y servicios exclusivos, lo que cuadra mal con la retórica igualitaria del poder soviético. El Partido fue un ascensor social decisivo, lo que le dio un poder adicional y creó unos severos vínculos de dependencia respecto al partido de quienes llegaron a ocupar los mejores puestos en las empresas o en el Estado (véase especialmente Barrington Moore Jr., Autoridad y desigualdad bajo el capitalismo y el socialismo. EE.UU., U.R.S.S. y China, Madrid: Alianza, 1990, pp. 91-98).

8. La peculiar modernización soviética puso en el centro de sus esfuerzos un vigoroso empuje industrializador (el más amplio y rápido del mundo moderno) y urbanizador.

En ese proceso modernizador no fueron determinantes la iniciativa privada y el mercado. Solo en buena parte de los años 20, en el período de la Nueva Economía Política (1921-1928), cobraron mayor importancia. Después, predominó rotundamente la propiedad estatal y una planificación sumamente centralizada, aunque en los distintos períodos variaron el margen concedido a la iniciativa no estatal y el peso de la planificación central.

La experiencia rusa permaneció alejada de aquella sentencia del XIX, que Marx hizo suya: la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores

Desde 1928, con los planes quinquenales (el primero se extendió desde 1928 hasta 1933), se produjo un crecimiento sostenido, interrumpido durante la II Guerra Mundial, y que prosiguió después hasta 1965. Tras los primeros 10 años de economía planificada, la industria ligera multiplicó por cuatro su valor y la siderurgia y la metalurgia crecieron un 690%. Entre 1929 y 1940 la producción industrial se triplicó y su participación en la producción mundial de productos manufacturados pasó del 5% en 1929 al 18% en 1938.

En la segunda mitad de los años 30 la URSS quedaba aún lejos del poder económico de Estados Unidos pero disputaba el segundo puesto a Alemania y había rebasado ya a Gran Bretaña y Francia.

Los éxitos tras la II Guerra Mundial y el IV Plan Quinquenal (1945-1950) le permitieron a Jruschev, tras la muerte de Stalin, vaticinar que la economía soviética superaría a la de Estados Unidos antes de 1970. En realidad, en ese año el PIB de la URSS vino a ser un 60% del de Estados Unidos y en 1973 la renta per cápita soviética representaba un 50% de la de Europa Occidental y un tercio de la norteamericana.

No obstante, en los años setenta, con la crisis del petróleo de 1973 se inició un período de estancamiento hasta 1985 aproximadamente. La intensa desaceleración se manifestó en un crecimiento económico per cápita nulo o negativo. La agricultura atravesó por horas bajas: el parque de maquinaria estaba en sus dos terceras partes obsoleto; entre 1960 y 1970 la industria y la minería crecieron un 138% mientras que la agricultura no pasó de un 3% anual. Además, era desastroso el sistema de distribución de la producción agraria: entre el 20 y el 50% de las cosechas se deterioraba antes de llegar a las tiendas.

Los males de la economía soviética se extendieron en varios frentes: la burocracia dirigente no estaba a la altura de las tareas que tenía encomendadas; eran abundantes las disfunciones en la asignación de recursos; se constataba un atraso tecnológico en comparación con los países europeos occidentales, con Estados Unidos, con Japón; había problemas con el abastecimiento energético, agravados por un consumo despilfarrador; se estancó la producción siderúrgica y petrolera entre 1980 y 1984; la exportación se vio afectada por unos productos poco competitivos; la extracción abusiva de los recursos naturales creó crecientes dificultades; hubo problemas serios de desabastecimiento de la población; disminuyó la productividad… (Alec Nove, 1989, Historia económica de la Unión Soviética, Madrid: Alianza, 1993; del mismo autor: El sistema económico soviético, México: Siglo XXI, 1982; Marshall I. Goldman, 1987, Gorbachev's challenge: Economic reform in the age of high technology, Nueva York: W. W. Norton; Marie Lavigne, Les économies socialistes soviétique et européennes, Paris: Armand Colin, 1979; Michael Ellman, La planificación socialista, México: Fondo de Cultura Económica, 1983).

Al comienzo de la década de los ochenta el caos económico soviético alcanzó su apogeo. A mediados de ese decenio la economía se colapsó. Gorbachov emprendió medidas liberalizadoras en la economía y en la política (Martin McCauley, ed., The Soviet Union after Brezhnev, New York: Holmes & Mir Publishers, Inc., 1983; Marshall I. Goldman, U.S.S.R. in Crisis: The Failure of an Economic System, New York: W.W. Norton, 1983). En 1991 se disolvió la URSS.

Discontinuidades con la tradición socialista democrática de Europa occidental

9. El Partido bolchevique, que se declaraba socialista y marxista, dejó de lado algunas facetas del primer socialismo europeo.

Este, inicialmente, tanto en Gran Bretaña como en Francia, no concedió a la cuestión política una atención similar a la que le prestaron los partidos republicanos. Esto fue así hasta la década de 1840, cuando el socialismo confluyó con la democracia, como recordó Daniel Halevy (Histoire du socialisme européen, 1937, Paris: Gallimard, 1974, p. 29). La democracia fue  incorporándose al acervo común de los movimientos socialistas. Esto no quita para que en el primer socialismo cobraran vida también tendencias autoritarias, como las de Saint-Simon, bajo la influencia de De Maistre y De Bonald.

El bolchevismo ruso no enlazó con la trayectoria democrática del socialismo francés ni con la del cartismo británico.

Con el tiempo, el sistema soviético acabó fracasando en su tentativa de disciplinar a la sociedad, a la que le ofrecía un mundo mustio y asfixiante, resueltamente poco estimulante

Tampoco formó parte de su problemática la cuestión de la autoemancipación, que, con mayor o menor concreción, ocupó un lugar en el mundo de ideas del socialismo del siglo XIX, muy visible en Owen, en Fourier, en Proudhon y en las diversas corrientes anarquistas (Gareth Stedman Jones, Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa, Madrid: Siglo XXI, 1989, pp. 56 y ss.; William H. Sewell, Trabajo y revolución en Francia. El lenguaje del movimiento obrero desde el Antiguo Régimen hasta 1848, Madrid: Taurus, 1992, pp. 299, 356, 362; Georges Haupt, El historiador y el movimiento social, Madrid: Siglo XXI, 1989, p. 40; Michel Winock, Le socialisme en France et en Europe. XIXème-XXème siècles, Paris: Seuil, 1992; Eric Hobsbawm, Trabajadores, 1964, Barcelona: Crítica, 1979). La autoemancipación, si bien no con este nombre, estuvo presente también en algunos textos de Marx, aunque no muy precisos y nada abundantes.

La experiencia rusa permaneció alejada de aquella sentencia del XIX, que Marx hizo suya: la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores.

10. No tardó mucho en consolidarse una aristocracia singular (Michael Voslensky, La nomenklatura. Los privilegiados en la URSS, Barcelona: Argos Vergara, 1981), que controló el Estado y el Partido único. Al considerar este grupo social, Moshe Lewin (El siglo soviético, Barcelona: Crítica, 2006) opinó que no era apropiado ver el Partido único como el núcleo central del poder, dado que el Partido se había convertido en una suerte de apéndice del Estado. Lo que me interesa resaltar ahora es que, se le dé más o menos relevancia al Partido dentro del entramado del poder soviético, nos hallamos ante una autocracia política que rechaza el pluralismo político. No siguió en esto al Occidente europeo, como tampoco le secundó en lo tocante a la separación relativa de esferas –económica, social, política, cultural…– sino que la sustituyó por una articulación estatizadora que las englobaba en un complejo unitario regido por el Partido y el Estado.

Esta unificación incluyó la existencia de una ideología oficial o de Estado, única ideología que tenía derecho a una existencia pública, y que vino a ser una adaptación especial del marxismo de la II Internacional. Numerosas obras fueron dedicadas al estudio de esta variedad del marxismo. Una de las más sugerentes fue El marxismo soviético, de Herbert Marcuse (Madrid: Alianza Editorial, 1969) (A propósito de la relación entre ideología oficial e instituciones: Henri Chambre, Le marxisme en Union Soviétique, idéologie et institutions (1917-1955), Paris: Seuil, 1955).

Más allá de la retórica oficial y de los textos constitucionales, el régimen soviético pasó por encima de la soberanía popular, rechazó el pluralismo, no dio paso a las libertades democráticas, a la libertad de prensa, a la libre asociación, y trató de ahogar la autonomía de la sociedad. En relación con este último aspecto operó un estricto sistema de autorizaciones del partido, que se exigían para la puesta en pie de las más diversas actividades.

Los procedimientos democrático-liberales fueron ignorados desde el comienzo por el poder soviético, al igual que las garantías jurídicas ordinarias.

11. Ni la Constitución de 1918 ni la de 1924 otorgaron al Partido Comunista un papel rector en la estructura estatal. Lo tenía de hecho pero no estaba reconocido  constitucionalmente. La oficialización del Partido como instancia dirigente estatal se registró en la Constitución de 1936.

Su artículo 126 le concedía la posición de núcleo dirigente tanto de las asociaciones de trabajadores como de los organismos estatales.

La justificación de esta posición, no sujeta a ninguna forma efectiva de control popular, se asentó en una visión ontológica del Partido en tanto que portador de los intereses del proletariado.

Por esa misma razón, se descartaba la posibilidad de formar organizaciones políticas diferentes del Partido comunista. Era inconcebible que dos partidos políticos distintos representaran igualmente los intereses del proletariado. En pocas palabras: una clase, un Estado, un partido.

A partir de 1917, para una parte de los movimientos y partidos de izquierda, el apoyo a la Revolución rusa y al régimen soviético constituyó un factor decisivo en la construcción de las identidades colectiva

El derecho a asociarse quedó circunscrito a la incorporación a las organizaciones sociales, dirigidas por el Partido, o al propio Partido (Henri Chambre, L’Union Soviétique. Introduction a l’étude de ses institutions, Paris: Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence, 1966, cap. I, pp. 11-53; Michel Lesage, La Administración soviética, México: Fondo de Cultura Económica, 1985).

12. La Constitución de 1936 fijó los límites de los derechos de los ciudadanos soviéticos de una forma no muy precisa pero eficaz. Indicaba que debían ejercerse siempre “de conformidad con los intereses de los trabajadores y en vistas a reforzar la construcción socialista” (artículo 125), es decir, que quedaba excluida cualquier actividad que se considerara que no contribuía a reforzar el régimen existente.

El buen ciudadano debía interiorizar la convicción de que el Partido encarnaba el bien para la sociedad soviética, y esto de forma no contingente ni relativa. El Rubashov de El cero y el infinito (1940), de Arthur Koestler, fue, así, una persona imbuida de la idea de que su deber era subordinar su propio criterio a las directrices del Partido, precisamente porque este personificaba el bien, aunque eso no le libró de caer víctima de las purgas estalinistas.

13. Con el tiempo, el sistema soviético acabó fracasando en su tentativa de disciplinar a la sociedad, a la que le ofrecía un mundo mustio y asfixiante, resueltamente poco estimulante. El régimen político no consiguió  entenderse con ella, máxime cuando la economía soviética acabó cayendo en un estado de estancamiento profundo. Como en los restantes países que imitaron el modelo soviético, la relación entre el régimen político y la sociedad siempre se enfocó por parte de los dirigentes políticos como un problema enojoso.

De hecho, sus relaciones con la población estuvieron marcadas por la desconfianza, por la vigilancia, por un encuadramiento rígido y tenaz que no podía resultar satisfactorio, de manera especial cuando los frutos económicos se agotaron.

Dentro de la constelación soviética es tal vez la experiencia de la República Democrática Alemana la que nos resulta más conocida. La unificación con la RFA y la consiguiente apertura de los archivos permitieron un conocimiento muy amplio de los métodos de control social que fueron aplicados por la Stasi, alumna aventajada del KGB soviético, que tejió –entre 1950 y 1989– una red de espionaje de la sociedad extraordinariamente amplia y sumamente eficiente, que llegó a contar en 1989 con algo más de 90.000 empleados y alrededor de 180.000 colaboradores no oficiales (John O. Koehler, Stasi: The Untold Story of the East German Secret Police, Boulder, Colorado: Westview Press, 1999; Timothy Garton Ash, The File, New York: Random House, 1997).

La sociedad civil de la URSS, crecientemente autónoma, se fue disociando del poder político (Sobre la sociedad soviética: Jean-Marie Chauvier, URSS: une société en mouvement, La Tour d’Aigues: Editions de l’Aube, 1990; Mervyn Matthews, Clases y sociedad en la Unión Soviética, Madrid: Alianza, 1977).

Los últimos años de anquilosamiento fueron testigos de la dinámica de una sociedad que, paso a paso, sin grandes gestos visibles, iba madurando en su autoconciencia y en su capacidad para presionar al poder.

Gorbachov, a partir de 1985, personificó la toma de conciencia de una parte importante de las élites acerca de la necesidad de un cambio político y económico que dejara atrás el régimen soviético.

Era el fin de un gran experimento, y el fracaso de una magna operación de ingeniería social. El poder acumulado por una minoría no pudo someter a una sociedad con la que fue incapaz de concluir acuerdos satisfactorios. Sobre todo cuando el estancamiento de la economía, en la década de los años ochenta, fulminó las expectativas de mejora de la vida social.

La identificación con la URSS como  factor de identidad colectiva

14. La irrupción de la URSS en el escenario internacional deslindó un antes y un después en la forma de gestarse las identidades colectivas en la izquierda. Hasta octubre de 1917, esas identidades, en toda su diversidad, disponían de componentes suministrados por las distintas corrientes de pensamiento, por las diversas experiencias históricas y por las variadas prácticas organizativas, culturales y de movilización.

La Comuna de París, de 1871, fue presentada en ocasiones como una sociedad alternativa, pero nadie podía ignorar que por su carácter puramente local y por su cortísima duración –del 18 de marzo al 28 de mayo– no podía ser tomada como un precedente consistente de organización social, política y económica.

Hasta 1917, el peso de los escritos de las principales personalidades de cada corriente de la izquierda había sido determinante en la germinación y en la diferenciación de las  identidades colectivas socialistas; como también lo fueron los proyectos de transformación social de cada una de ellas.

Pero, lo que aquí deseo recalcar es que en la creación de esas identidades no actuó la adhesión a un régimen político, sencillamente porque no existía ningún régimen con el que poder identificarse.

A este respecto, la novedad aportada por la Revolución soviética fue de gran envergadura.

A partir de 1917, para una parte de los movimientos y partidos de izquierda, el apoyo a la Revolución rusa y al régimen soviético constituyó un factor decisivo en la construcción de las identidades colectivas, las cuales encontraron su referencia institucional en los partidos comunistas y en la Internacional Comunista, fundada en 1919 (Sobre las relaciones de la Revolución rusa con el movimiento obrero de Alemania, Francia, Italia, Polonia, Hungría, Austria y de los países balcánicos: Marc Ferro, Annie Kriegel y otros autores, La Révolution d’Octobre et le mouvement ouvrier européen, Paris: Études et Documentation Internationales, 1967).

Tal adhesión se vio favorecida por la radicalización que se dio en las izquierdas europeas en esos años, impulsada por factores tales como el hundimiento de la Internacional Socialista con motivo del estallido de la guerra, el descontento generado por la guerra y las víctimas que causó, la insatisfacción de los excombatientes, quejosos de que no se reconocieran sus sacrificios, la inquietud de los trabajadores ante la inflación, el malestar laboral y las huelgas, el ascenso del fascismo… (De todo ello me ocupé en mi libro La izquierda. Trayectoria en Europa occidental, Madrid: Talasa, 1999, pp. 152 y ss.). Un valioso anhelo de cambios sociales importantes, latente en millones de personas, facilitó sin duda la multiplicación de las simpatías hacia el nuevo régimen soviético.

La relación con el poder soviético trajo aparejados problemas de grueso calibre. Señalaré unos cuantos.

15. El primero es el de la adopción por los seguidores de la URSS de un modelo de transformación social que no sería ya el resultado de la deliberación y de la experimentación a partir de las variadas condiciones nacionales sino de la imitación de un régimen determinado.

Quedó muy mermada la creatividad y la exploración de nuevos caminos de acuerdo con realidades diversas. Para quienes hacían de la adhesión a la URSS una seña de identidad primordial la solución estaba en la reproducción del modelo soviético, al que se le otorgaba un valor universal. Cristalizó una cultura de la dependencia en lo tocante a los cambios sociales necesarios en los distintos países.

16. La identificación con la URSS entrañó un problema especialmente grave: en el corazón del sistema identitario internacional comunista se situó la defensa de una dictadura.

A partir de entonces se naturalizó en una parte de la izquierda el apoyo a una dictadura, y la relativización del valor de las libertades y de la democracia, lo que, entre otras cosas, supuso una ruptura con la tradición socialista, predominantemente democrática.

La justificación de un régimen dictatorial y la aceptación de su liderazgo vinieron a contaminar gravemente las conciencias de sus partidarios.

17. Quienes se identificaron con la URSS la tomaron como el principal foco emisor de ideas válidas. Se produjo de este modo una acusada dependencia ideológica. “Hay personas –escribió Schapiro– para las que los hechos varían según los momentos de acuerdo con lo que es reconocido o afirmado por los funcionarios del Gobierno de la Unión Soviética” (Obra citada, p. 9). Los partidos comunistas se plegaron ante una variedad del marxismo, la soviética, especialmente rígida, estéril y dogmática; monolítica y monocéntrica, en palabras de Eric Hobsbawm (Los ecos de la marsellesa, 1990, Barcelona: Crítica, 2003).

Un colectivo empeñado en la transformación social en un país o en un conjunto de países tiene interés en asegurar su autonomía ideológica. Esto que digo, por supuesto, tiene un alcance relativo. Vivimos en un mundo intercomunicado en el que las ideas viajan a toda velocidad y las influencias se entrecruzan sin cesar. Y bien está que así sea. La autonomía ideológica de un colectivo o de una red de colectivos se mueve dentro de unos límites, pero, así y todo, a cualquier colectivo o a cualquier red les conviene preservarla en la medida de lo posible. Necesitan no limitarse a apropiarse de ideas formuladas por fuerzas o poderes que no están pensando en las circunstancias concretas en las que vive ese colectivo y que, además, cuando difunden sus ideas están defendiendo sus intereses particulares.

Una dependencia como la que hemos conocido tantas veces en partidos y movimientos acaba minando su capacidad de juicio. Hace mucho tiempo viví durante algunos años bajo la influencia maoísta, hasta que fui comprendiendo tanto las debilidades de los mensajes maoístas, vectores de los intereses del Estado chino, como la necesidad imperiosa de pensar con la propia cabeza.

18. La Internacional Comunista, fundada en 1919 y disuelta en 1943, fue un vehículo privilegiado de la función dirigente internacional del Partido y del Gobierno soviéticos.

Los partidos nacionales fueron pensados como partes de un todo al que debían subordinarse. La propia Internacional fue entendida como un partido mundial, con una estructura fuertemente centralizada.

La implantación de la Internacional en los primeros años fue principalmente europea. Sin contar la afiliación del Partido ruso, los miembros europeos de la IC eran, en 1924, 659.090; los americanos, 19.500; los asiáticos, 6.350; los de Oceanía, 2.250 y los africanos, 1.100. En Europa, los mayores partidos comunistas eran el alemán, el checoslovaco,  el francés y el yugoslavo, los cuales agrupaban a las cuatro quintas partes de los comunistas europeos (Annie Kriegel, Las Internacionales Obreras, 1864-1943, Barcelona: Orbis, 1984, p. 126).

Tras la disolución de la Internacional Comunista, en 1943, y después de la II Guerra Mundial, se puso en pie un sucedáneo más liviano: el movimiento comunista internacional. Lili Marcou estudió esta nueva realidad en L’Internationale après Staline (París: Grasset, 1979) y en El movimiento comunista internacional desde 1945 (Madrid: Siglo XXI, 1981).

19. En el plano organizativo, la Internacional Comunista promovió partidos a imagen y semejanza del soviético.

Fueron partidos altamente centralizados y jerarquizados, en los que no tenía cabida la disensión y en los que se reprodujo el culto a la personalidad que se enquistó en la URSS estalinista.

Las 21 condiciones de admisión de nuevos partidos en la IC aprobadas en el II Congreso de la IC (julio de 1920), postulaban “la mayor centralización y una disciplina de hierro rayana en la disciplina militar”, al igual que “depuraciones periódicas en sus organizaciones, con el fin de apartar a los elementos interesados y pequeño-burgueses” (puntos 12 y 13; Manifestes, thèses et résolutions des quatre premiers Congrès Mondiaux de l’Internationale Communiste, 1919-1923, 1968, Paris: Bibliothèque Communiste-Librairie du Travail, 1934; Reimpresión en facsímil por François Maspero, París, 1969; en castellano: Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, dos volúmenes, Introducción de Ernesto Ragionieri, Buenos Aires: Cuadernos de Pasado y Presente, 1973. Sobre los asistentes y el ambiente en los dos primeros Congresos es de especial interés el libro de Dominique Desanti, L’Internationale Communiste, Paris: Payot, 1970).

20. Dependencia en cuanto a las decisiones políticas. La URSS se sirvió de los partidos comunistas para defender sus intereses nacionales.

Estos, por su parte, cayeron en la trampa de pensar que los intereses de la URSS eran idénticos a los de la humanidad y a los de todos y cada uno de los partidos comunistas.

La URSS alentó esta creencia a través de la Internacional Comunista, por medio de la cual trató de condicionar la política de los partidos comunistas, en concordancia con los intereses nacionales de la Unión Soviética, cambiantes en las diferentes coyunturas.

Un ejemplo concluyente fue la pasividad del Partido Comunista Francés ante las tropas de ocupación alemanas después de la invasión de Francia en 1940. Eran tiempos del Pacto Germano-Soviético, firmado en agosto de 1939. Solo cuando Alemania invadió la URSS, en junio de 1941, inició el PCF la resistencia contra las tropas de ocupación.

21. Idealización y defensa incondicional de la URSS.

Stalin fue extremadamente claro respecto a esta cuestión: «Es internacionalista quien está dispuesto a defender a la URSS sin reservas, sin vacilaciones, incondicionalmente; porque la URSS es la base del movimiento revolucionario mundial» (La situación internacional y la defensa de la URSS, discurso pronunciado ante el Pleno Conjunto del Comité Central y de la Comisión Central de Control del P.C.(b) de la URSS, 29 de julio-9 de agosto de 1927).

La concepción de la URSS como base del movimiento revolucionario mundial fue, como se ve, el argumento fundamental para reclamar un papel dirigente y central en todos los órdenes. En palabras del propio Stalin: «La Revolución de Octubre, al socavar al imperialismo, creó al mismo tiempo, con la primera dictadura proletaria, una base potente y abierta para el movimiento revolucionario mundial, base que este movimiento no había tenido jamás y en la que ahora puede apoyarse. Creó un centro abierto y potente para el movimiento revolucionario mundial…» (“El carácter internacional de la Revolución de Octubre”, 1927, en la selección de textos titulada Cuestiones de leninismo, Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1946, p. 183).

Cristalizó así una idea que había de tener consecuencias altamente nocivas al subordinar los partidos nacionales a otro país.

Los partidos comunistas debían actuar como propagandistas del régimen soviético, al que concedieron una generosa línea de crédito aparentemente inagotable.

La defensa incondicional del régimen soviético, del que poco sabían la mayor parte de quienes lo respaldaban, más allá de la propaganda oficial, nutrió una idealización sistemática de la URSS y vino a crear una mentalidad servil y crédula, dispuesta a dar por buenas todas las iniciativas soviéticas y a ignorar las informaciones sobre los abusos, arbitrariedades y crímenes cometidos bajo la dictadura estalinista.

En la política es frecuente la divergencia entre los relatos oficiales (de partidos, de instituciones, de Estados…) y la realidad. La propaganda soviética fue la apoteosis de esta divergencia y del cinismo burocrático.

22. Los efectos de esta vía para promover las identidades colectivas (por imitación e identificación con otras experiencias), que volvió a hacer acto de presencia posteriormente en relación con nuevas revoluciones, han sido devastadores. Ese modo de proceder, buscando fuera la solución de los problemas inherentes a la construcción de fuerzas populares, constituyó una curiosa externalización que difícilmente puede dar buenos resultados.

23. Antes de su fracaso final, la experiencia soviética se presentó –y así fue recibida en muchísimos casos– como la fórmula de gobierno ideal universalmente. De hecho, la mayoría de las revoluciones del siglo XX, no sin diferencias entre ellas, se inspiraron en el modelo soviético en mayor o menor medida.

El derrumbe de aquello que había aparecido durante buena parte del siglo como la alternativa al capitalismo brindó un inapreciable servicio a los defensores del fundamentalismo del mercado supuestamente autorregulado, que pudo presentarse de pronto como la forma económica universal. La URSS murió causando un último daño a la voluntad alternativa.

 

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Eugenio del Río

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

7 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. jose

    Por cierto, se obvía (¿despiste?) la carga que representa: I GM, (difícil encontrar las bajas, increible; según algunos entre 1,5 millones y 4 millones); Guerra civil: 13 millones, sin contar con que toda la "clase bien" tomó las de villadiego, para ofrecer sus servicios bien remunerados a Occidente; II GM: 27 millones de muertos y 60-65% industria y ciudades destruidas. Y sin embargo, a pesar de esa sangría, 1ª , 2 potencia en el mundo. Es increible la honradez intelectual de los capitalisas libertarios occidentales. Ojalá se hicieran estos permanentes análisis sobre el horror del colonialismo, del neocolonialismo y de la globalización. 60 mil personas mueren al día mientras 25 familiar poseen más que media humanidad, y el 1% de apropia del 82% de los producido. Lo dice Oxfam, que tampoco es que sean marxistas leninista stalinistas maoistas.

    Hace 5 años 1 mes

  2. jose

    Lo que está ocurriendo con la neoizqierda es increible: razonan con los argumentos del enemigo, y fingen que se los creen... ¿Owen, Fourier, II Internacional? Solo le faltaba mencionar a los esenios ¿Y cuáles han sido los resultados de ese socialismo democrático? ¿Aliarse con la OTAN y sus intervenciones? ¿Alairse con el partido demócrata norteamericano? ¿Con el colonialismo? De eso no se ahbla. Una multinacional canadiense se queda con el 99% de los beneficios del oro extraido en Guatemala: ¿Ese es el éxito del socialismo demócrata-esteril? ¿Serán Pedro Sánchez y su mentor Harry Summer el gran milagro? Summer propone que los residuos de Occidente se envíen a la periferia. ¿Esa es la catadura moral de los demócratas? ¿O será Solana y sus daños colaterales a la yugoslava? Como dice un comentarista: Infumable (y para tontos).

    Hace 5 años 1 mes

  3. Daniel

    Vulgar libelo trosko. De una vez por todas hay que analizar la Revolución desde lo histórico y dejar de lado lo político berreta. Y como se dijo antes, leer bibliografía nueva que la hay y mucha. Salvo el libro de Julián Casanova, los demás son propagandistas. Donce están Fitzpatrick, Seervice, Figges, Koloniitszy, Mevdeved y demás?

    Hace 6 años 4 meses

  4. Luisito

    Interesante. Pero es una lástima que la bibliografía sea en general tan anticuada. ¿De verdad no hay libros modernos sobre la historia de la URSS?

    Hace 6 años 4 meses

  5. Carl Sagan

    Al final la culpa de todo es del capitalismo. Esta vez es porque aprovechó el hecho de que el comunismo fue el experimento más atroz de la humanidad. Todo un artículo para esa ocurrencia sin sentido. Enhorabuena.

    Hace 6 años 4 meses

  6. miguelonn

    superficial, subjetivo..tramposo...menos esloganes y mayor critica objetiva..ponderando exitos y fracasos, decisiones y las circunstancias en que se tomaron, si es historiador que aplique mas tucidides y menos jimenez los santos

    Hace 6 años 4 meses

  7. roberto

    infumable

    Hace 6 años 4 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí