1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Julio Anguita, excepcionalidad y virtud

No entendía el comunismo ni como advenimiento ni como destino pleno y definitivo, sino como brújula en los vericuetos del día a día. Era republicano en el sentido estricto, el que va más allá de la preferencia por la forma de Estado

Juan Andrade 23/05/2020

<p>Julio Anguita.</p>

Julio Anguita.

Javi / Flickr

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Honestidad, coherencia, fidelidad a sus principios o compromiso constante son algunas de las virtudes de Julio Anguita que han resaltado estos días tanto sus compañeros como sus adversarios políticos. Un consenso apenas contradicho que perfila la grandeza de su figura. Inteligencia, capacidad de anticipación histórica, radicalidad democrática, creatividad política y heterodoxia son virtudes que algunas mentes atentas han subrayado, fuera de los estereotipos con que lo quisieron neutralizar sus enemigos y lejos de la condescendencia que en política tienen a veces los reconocimientos únicamente morales. Quienes tuvimos la fortuna de su amistad pudimos disfrutar además de otras: su vitalidad desbordante y sentido del humor, su sensibilidad y ternura.

La suma de estas virtudes convirtió a Anguita en una personalidad excepcional de la historia de este país en al menos dos de las acepciones comunes que tiene esta palabra. Era excepcional por atípico y era excepcional por bueno. Para entender su originalidad hay que adentrarse en una trayectoria compleja, de la que traté de dar cuenta en el libro que escribimos juntos. Para reconocer su bondad, personal y política, no hace falta prescindir de una visión crítica, que Julio –tan hostil a las idolatrías– ejercitó siempre y también quería para consigo.

Julio Anguita fue excepcional porque su vida fue especial desde el principio. Nació en una familia de militares adeptos al Régimen, pero que apreciaban la cultura y tenían un sentido, aunque fuera conservador, de la justicia y la rectitud. Se educó en la escuela del nacional-catolicismo; pero con excelentes maestros, varios republicanos supervivientes a las purgas de la dictadura. Se crió en Córdoba, una ciudad de provincias entonces conservadora y opresiva, de sotanas y señoritos; pero creció en uno de sus barrios populares, fascinado por la vida más libre y sensual de los artesanos y las cantaoras, por la jerga callejera, las reyertas y las solidaridades de clase.  Cuando regresó a Córdoba, después de los años en Madrid, volvió a vivir en el mismo barrio hasta el final de sus días, buscando algo de esa patria perdida que, según Rilke, es la infancia.

Su primera juventud fue intensa. En apenas unos años se hizo maestro, estudió Historia, se rompieron sus creencias religiosas y se abrió a un mundo de lecturas, cine-clubs y representaciones teatrales de la mano de su maestro Rafael Balsera. En 1972 se afilió al Partido Comunista de España para luchar contra la dictadura y por el socialismo. Antes había participado en grupos anarquistas. Tenía una pulsión libertaria, irreverente, que conjugaba con su celo por las formas y los procedimientos. En 1979, siendo un desconocido y con 37 años, se convirtió en el único alcalde comunista de una capital de provincia. Al frente del ayuntamiento de Córdoba se forjaron algunos rasgos de su concepción de la política, entendida como participación de la gente común, estudio para la solución técnica de los problemas, búsqueda de acuerdo en torno a bases programáticas, toma de partido por los de abajo y confrontación con los intereses creados. También acuñó un estilo que seducía e intimidaba: educado pero directo, tranquilo pero valiente. Con educación trató a los empresarios de la ciudad, al obispo y al rey. Con determinación y valentía los disciplinó cuando esgrimieron sus privilegios y no disimularon su soberbia. De traje y corbata, y con una pistola cargada sobre la mesa de su despacho, esperó a los golpistas el 23F.

De traje y corbata, y con una pistola cargada sobre la mesa de su despacho, esperó a los golpistas el 23F

Decidió dejar la alcaldía de Córdoba para impulsar Convocatoria por Andalucía en 1984, cosechando unos excelentes resultados, mientras la coalición nacional del PCE no lograba despegar ni hacer mella en la hegemonía del PSOE. Aceptó a regañadientes ponerse al frente de un PCE en descomposición y, al poco tiempo, de una Izquierda Unida en fase embrionaria, a la que llevó a sus mayores cotas electorales. Tuvo que dejar Córdoba y vivir en Madrid, en el Madrid de la beautiful people y de sus émulos a la izquierda. No se dejó seducir por el neón ni la moqueta. Huyó de los bastidores de la vida cortesana: de las discotecas y restaurantes donde diputados, empresarios y periodistas acólitos precocinan la política del país. Se resistía a acudir a los actos protocolarios de fundaciones e instituciones, a las liturgias que crean apego simbólico al poder y sentido de pertenencia a una élite. Cuando dejó la coordinación de Izquierda Unida, no volvió a pisarlos. Como Pasolini, sabía que la política y la vida auténticas había que hacerlas “fuera de Palacio”.

Le tocó dirigir un Partido Comunista desgastado por las crisis internas, poco antes de que se desplomara el socialismo real. Rescatar el núcleo emancipador de las ruinas de aquella experiencia en un tiempo contra-utópico. Levantar un movimiento político y social nuevo cuando el PSOE dominaba el Estado y buena parte de los entramados de la sociedad civil. Defender un proyecto distinto al de la modernización liberal cuando la mayoría de la sociedad participaba de su imaginario, disfrutaba de alguno de sus beneficios, se maniataba con hipotecas, trataba de sobrevivir al desempleo, se ahormaba a la precariedad, temía una “patada en la puerta” o sentía miedo o pereza a las alternativas. Julio Anguita reconocía esas dificultades extraordinarias, pero no las metabolizaba en resignación. Quiso hacer política a lo grande, reconociendo con humildad la entidad real de la fuerza que dirigía, pero trazando un horizonte ambicioso a recorrer día a día con tesón. Sus partidarios más ingenuos creyeron que estaba al alcance de la mano. Los notarios de la inmutabilidad lo tacharon de voluntarista. En el libro que escribimos juntos coincidimos y discrepamos sobre los posibles errores y limitaciones en el desarrollo de ese proyecto justo. Como la gente segura de sí misma, estaba abierto a ser cuestionado.

No fue ni un lunático ni un visionario, sino un político lúcido y honesto que conjugó estudio y coraje, capacidad para identificar una verdad y arrojo a la hora de militar de acuerdo con ella

Al frente de Izquierda Unida combatió tres mantras repetidos por los gurús de entonces: el de la democracia óptima construida en los pactos de la Transición; el de la panacea europea; y el de la necesaria modernización del país según las recetas neoliberales de época, entonces disfrazadas de neutralidad técnica y sentido común. La crítica a la monarquía, la oposición al Tratado de Maastricht y la lucha contra la desindustrialización, las privatizaciones y las reformas laborales de los gobiernos de Felipe González y José María Aznar le convirtieron en blanco de críticas de toda procedencia. Entonces fue parodiado como un lunático, sobre todo, por parte de una progresía descreída e integrada. Su figura emergió con vigor tras la crisis de 2008 y el movimiento 15-M, cuando el modelo económico del país y los dictámenes de la troika agravaron los estragos sociales de la crisis mundial, y la corrupción, empezando por la corrupción de la familia real, se reveló generalizada. Entonces fue presentado como un visionario.

Julio Anguita no fue ni un lunático ni un visionario, sino un político lúcido y honesto que conjugó estudio y coraje, capacidad para identificar una verdad y arrojo a la hora de militar de acuerdo con ella en un tiempo en el que eso se pagaba caro. No lo hizo solo, sino ajustando sus verdades a las de muchas mujeres y hombres. Y lo hicieron a la intemperie, fuera de los consensos de entonces, concebidos como un redil, blindados como un espacio tentador de confort y reconocimiento.

Se quejaba socarronamente de haber sido “el amor platónico” de tantas personas, a las que seducía, pero que no le votaban. La broma remite al carácter resignado y conservador de una parte importante la sociedad española de los ochenta y noventa, tan dada a recrearse en fantasías como asustadiza a la hora de dejarse llevar por el deseo. Tras la crisis de 2008 le miraron con la nostalgia y el arrepentimiento que en tiempos grises provocan los contrafácticos: como la figura que encarnaba una oportunidad perdida, un camino descartado que podría haber conducido a un lugar mejor. Ahora no hay que engañarse. Su muerte debilita a una izquierda castigada y carente de grandes referentes vivos. Pero su memoria encierra también una potencialidad. Bajo el amplio reconocimiento de las virtudes éticas de Julio Anguita por parte de mucha gente apenas politizada parece que está latiendo una afinidad intuitiva y potencial a un ideario político emancipador. Quizá el sentimiento de melancolía que deja su muerte pueda convertirse en una “melancolía de izquierda”, donde el duelo por la pérdida se transponga en la voluntad de saldar una deuda y redimir un pasado todavía vivo, en el rescate y actualización de esa oportunidad perdida, en una línea de fuga para este tiempo oscuro. 

Su gusto por la argumentación era una muestra de reconocimiento a la inteligencia del auditorio y de confianza ilustrada en la fuerza de la razón

Julio Anguita era un gran orador, un pedagogo popular que hacía comprensible lo complejo. Su gusto por la argumentación era una muestra de reconocimiento a la inteligencia del auditorio y de confianza ilustrada en la fuerza de la razón. Hilaba argumentos pausadamente, conjugaba referencias históricas con metáforas populares, y sostenía una cadencia que llevaba a momentos de intensidad cuando quería reafirmar una posición ética radical. Razonaba, cuestionaba, amonestaba, interpelaba e invocaba a la gente. En esto también era excepcional y virtuoso. Estaba lejos del tono grandilocuente y dramático de cierta retórica comunista. Más lejos lo estaba de las formas de comunicación de la política profesional: de las frases prefabricadas por los asesores, de la jerga técnica, de la gestualidad impostada, del desatino gramatical.

Era un hombre culto, con una concepción alternativa de la cultura. Para Julio Anguita la cultura era un sedimento histórico fértil donde arraigar un proyecto de producción de nuevas formas, significados y valores. La lectura y el estudio eran hábitos adquiridos desde niño, una pulsión orientada a aplacar la ansiedad que le generaba la ignorancia, un deleite sin pretensiones y una herramienta para la comprensión y transformación de la realidad. Se había hecho a sí mismo leyendo, pensando y pensándose. A diferencia de los intelectuales al uso, su relación con la cultura no estaba volcada a la exhibición, la distinción social, la adecuación a un canon o la aportación genial. Vivía la cultura al modo gramsciano, como “disciplina del yo interior y apoderamiento de la personalidad propia”, como “conquista de una consciencia superior” por la cual una persona descubre “su función en la vida”. En su relación con la cultura y el mundo del pensamiento también fue excepcional. En España abundan los políticos alérgicos a la cultura, sonrojan los que se afanan en disimularlo y en algunos momentos hemos disfrutado (o sufrido) de intelectuales metidos a políticos. Julio Anguita no encaja en ninguna de esas categorías. No era un intelectual político, sino un político intelectual. Le atrapaban las ideas y buscaba su utilidad social. Estudiaba todas las tardes textos de economía, sociología, ecología y política para informar sus proyectos y preparar sus intervenciones. Disfrutaba releyendo algunos clásicos de la literatura española y devorando todo tipo de libros de historia, una de sus pasiones. Le gustaban los libros, pero no le deslumbraba el aura de los autores. Se relacionó con ellos como con cualquiera, por afinidad personal o para trabajar codo a codo en un proyecto. No quiso que fueran su séquito ni buscó impresionarlos. Había escrito y hecho teatro. Conocía el canon cinematográfico clásico. Le encantaba la música popular, sobre todo la copla, especialmente en la voz y en la pluma de su amigo Carlos Cano. Creo que las canciones de este expresan bien los gustos y el sentido de cultura de Julio Anguita: una música de base popular andaluza, actualizada y refinada instrumentalmente, donde conviven lirismo, profundidad, sensualidad mundana, irreverencia, socarronería, crítica social y apuesta política.

Tenía respeto histórico por su partido y seguía creyendo en su utilidad, pero su concepción de las organizaciones era instrumental, hostil al fetichismo de las siglas, a la cultura de aparato

Julio Anguita era comunista en, al menos, dos de los sentidos más profundos de la expresión. Creía que solo superando el capitalismo se podría acabar con las servidumbres que la humanidad se había impuesto históricamente. No entendía el comunismo ni como advenimiento ni como destino pleno y definitivo, sino como brújula en los vericuetos del día a día. Era republicano en el sentido estricto, el que va más allá de la preferencia por la forma de Estado y no se agota en la conmemoración de las experiencias pasadas. Como republicano pensaba que la sociedad necesitaba combinar leyes justas, igualdad económica y virtudes cívicas. Esa era su bandera tricolor. Había incorporado hacía mucho a la centralidad de su discurso la cuestión ecológica. Lo seguía actualizando con el enfoque ecofeminista de una mano amiga. Pensaba también desde los lugares del otro. La última vez que hablamos de pensamiento político estaba releyendo a Frantz Fanon.

Tenía respeto histórico por su partido y seguía creyendo en su utilidad, pero su concepción de las organizaciones era instrumental, hostil al fetichismo de las siglas, a la cultura de aparato, al repliegue identitario, la endogamia y los caminos trillados. Creía en la política de alianzas, en la necesidad de juntarse con personas diferentes para levantar un proyecto de cambio y desplegar una práctica política colectiva. Sabía que las identidades superpuestas no sumaban y que los acuerdos por arriba duraban lo poco que dan de sí las vanidades y miserias de los dirigentes de turno. Creía en la convergencia y la síntesis, y en que eso solo lo garantizaba un programa. Para él el programa era un espacio de encuentro, un compromiso con la gente, una alternativa que ofrecer y una guía para la acción. No creía que los eslóganes, las consignas o las apelaciones a pasados míticos compartidos sirvieran para garantizar unidad ni suscitar adhesión. Era un laico de la política. Desde esos presupuestos impulsó Convocatoria por Andalucía y trató de convertir Izquierda Unida en un movimiento político-social alternativo a los partidos clásicos y las meras coaliciones electorales. Cuando dejó la coordinación de IU no cejó en el empeño de promover iniciativas y crear plataformas ciudadanas, como Unidad Cívica por la República o el Frente Cívico Somos Mayoría. Promovió la formación de Unidas Podemos y, sin menoscabo de su visión crítica para con todo, la defendió hasta el final abiertamente, muy indignado por la agresividad que recibía. Su empeño era crear, experimentar, errar y ensayar. Fue aprendiendo que los programas y las herramientas sirven cuando conectan con el “movimiento real” de las luchas de la gente. Primero con las movilizaciones contra la OTAN, las huelgas generales, la movilización por las 35 horas en los ochenta y noventa. Luego con el 15-M, las mareas, las marchas de la dignidad, el centro ocupado Rey Heredia y, con mucho aprecio a sus amigos de esta tierra, los Campamentos Dignidad de Extremadura. Dos días antes de ser ingresado promovía un manifiesto –un llamamiento a la acción colectiva– para afrontar social y civilizatoriamente la catástrofe del coronavirus. Se incorporaba, literalmente, a “los imprescindibles” de Bertolt Brecht.  

         

Su figura no dejará de crecer, tanto más al contraste con las trayectorias de sus homólogos, ufanos en consejos de administración y fundaciones bien subvencionadas, o rindiendo cuentas por corrupción ante los tribunales. Él optó por renunciar a su pensión de diputado y vivir por debajo de sus posibilidades en un barrio castizo de Córdoba, a pie de calle, en una casa austera. Entendía la política también como compromiso ético, y el compromiso ético como ejemplo de vida. Gozó de la autoridad que confiere la coherencia entre el decir y el hacer. Proyectaba la fuerza que cobra la política cuando esta se encarna en una vida y deja de ser mera representación. Le gustaba distinguir entre “vida pública”, “vida privada” y “vida íntima”. Decía que la vida privada –la de la disposición de bienes y el trato a las demás personas– tenía que ser transparente y coherente con la posición política, sobre todo en dirigentes y cargos públicos. Su vida privada fue una prolongación consciente de su militancia y una encarnación natural de su ética ilustrada y de izquierda. Llevaba un nivel de vida que era ético porque podría universalizarse. Estaba con Marx, y en eso también le convencía Kant. Su vida íntima –la de los afectos, los deseos, los gustos, los pensamientos profundos y los comportamientos cotidianos– estaba, sin embargo, blindada al público y entregada a su gente; y una parte, que se intuía honda, reservada solo a sí mismo. En eso también era un comunista libertario: cooperación, esfuerzo colectivo e igualdad material para que cada cual viviera como le diera la gana, para que todas las personas pudieran construir una vida propia. 

La potencia de su corazón y los problemas cardiacos que padeció sugieren multitud de metáforas evidentes sobre su vida. Puso el corazón en todo lo que hacía, en sus compromisos políticos y en su vida íntima. Lo arañó alguna de las tantas miserias de la vida de partido. Lo atravesó la tragedia de la muerte de su hijo Julio. Quedó el desgarro, pero siguió latiendo fuerte por otros afectos. En política tuvo decepciones y dudó, pero nunca se desencantó, en una época donde el desencanto era a veces el barniz estético del reacomodo. Apenas se truncaba alguna de sus iniciativas, y muchas se truncaron, ponía la cabeza y el corazón a trabajar en otra. Necesitaba luchar, no desfallecía y lo hacía con estudio y pasión. Entendía y vivía la política como “una pasión razonada”, que diría Francisco Fernández Buey, uno de sus intelectuales de referencia.

Julio vivía la política, pero no vivía para la política. Como Gramsci, sabía que la vida germinaba fuera “del desierto puramente político”. Le gustaba vivir, y lo hacía fundiendo excepcionalmente sosiego e intensidad. Disfrutaba en casa solo con Agustina, e invitando a comer a sus amistades. Le encantaba pasear durante horas, especialmente por la noche, allí donde iba, y una y otra vez por Córdoba. En muchas ocasiones lo hacía solo, buscándose. En otras como anfitrión, compartiendo. Le gustaba la conversación pausada en una cafetería y el guirigay de los vinos con sus amigos del Colectivo Prometeo. Era excepcional porque deseaba ser común. Le gustaba saludarse con la gente por la calle con solo un ademán o una expresión fugaz. Si le importunaban demasiado podía ser cortante. Le gustaba vivir al mismo nivel que la gente corriente, pero a distancia, lejos de los halagos y las intromisiones. Con su gente era muy divertido, alegre, socarrón, de frase fina. Condensaba un afecto y ternura enormes en unas pocas palabras sueltas, en un gesto, en un amago.    

Logró lo que en la vida pública solo consiguen los políticos excepcionales y virtuosos: admiración y respeto de propios y ajenos. Consiguió más de lo que un comunista podría esperar del tiempo que le tocó vivir: luchar hasta el final, no doblarse y arrancar alguna victoria. Fue un hombre muy querido.

–––––––

Juan Andrade es profesor de Historia y autor, con Julio Anguita, de Atraco a la memoria (Madrid, Akal, 2015).   

Honestidad, coherencia, fidelidad a sus principios o compromiso constante son algunas de las virtudes de Julio Anguita que han resaltado estos días tanto sus compañeros como sus adversarios políticos. Un consenso apenas contradicho que perfila la grandeza de su figura. Inteligencia, capacidad de anticipación...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Juan Andrade

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. pepearteaga2

    Nunca he compartido la política del pce, desde la llegada de Julio Anguita a IU las cosas fueron girando, a mi modo de ver, positivamente. Por eso los ataques desde las posiciones del psoe y el mito de la pinza. Hoy se han podido comprobar y constatar que los argumentos y análisis de Julio Anguita eran bastantes razonables y ajustados a la realidad. Su visión política, con los errores que puedan existir, y su honestidad personal le han convertido en un personaje valioso para la izquierda española. DEP

    Hace 3 años 10 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí