Diego Simeone
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Con profusión en el encabalgamiento, la crítica ha pasado meses alimentando una historia para no dormir, la del cambio de estilo del Atlético. Ha bastado un puñado de fichajes de jugadores de buen pie para que un sector de los aficionados atléticos, influenciados por una corriente mediática abrasiva, haya exigido que el Atlético caiga en la tentación de olvidar su modelo competitivo y evolucione hacia un nuevo estilo, de menos percusión y más violín. Se habla de metamorfosis, de cambio de libreto, de evolución. De la necesidad, imperiosa por lo visto, de cambiarlo todo, como si el pasado reciente del Atlético, que ganó una Liga y alcanzó una final de Champions con sus armas de siempre, hubiese sido algo digno de olvidar. A Saúl, en Marca, le preguntaron por la nueva identidad del equipo. Y el canterano fue explícito: si con esa garra, ese corazón y ese espíritu la cosa ha salido bien, lo mínimo que debe hacer el Atlético es seguir con esa fórmula y no cambiar. Después, con el talento y el potencial de esa plantilla, incluso se podrá mejorar. Es decir, en el Atleti, el esfuerzo siempre está por delante del talento, nunca al revés. De primero de cholismo.
A lo largo de su dilatada historia, la divisa del Atlético ha sido reconocible. Los aficionados rojiblancos han metabolizado, durante décadas de pasión inexplicable, que el Atleti no es un equipo, sino una causa. Una misión vital. Y en cuanto a la genética y el estilo, las constantes vitales siempre han estado definidas: defensa, contragolpe, ardor guerrero y pasión. Naturalmente que el Atlético ha tenido jugadores de buen pie, ha gozado de futbolistas de gran clase y talento, pero su leyenda jamás se ha cimentado en un fútbol esteta, ni en un ballet simétrico, de fútbol geométrico, vistoso y ofensivo. No, el Atlético siempre ha sido camiseta y sudor. Así ha ganado. Así ha perdido. Y así ha sobrevivido.
Esfuerzo y talento no están reñidos. Intensidad y creatividad no son incompatibles. A un equipo que sólo tenga corazón sólo le espera el fracaso. Y a uno que sólo tenga clase, le espera una paliza detrás de otra. Es el equilibrio entre ambos factores y por encima de todo, la actitud, lo que coloca a un equipo por encima de otros. Desde que llegó Simeone, no hay atlético que no sepa que el esfuerzo no se negocia. Forma parte del ADN atlético. Y por supuesto, los jugadores de talento, si quieren jugar en este Atlético, deben ser conscientes de que deben correr, implicarse en tareas defensivas y ser solidarios, sin ahorrar energía. Sí, se corre mucho.
Hay quien cree que el Atlético debe mudar de piel, cambiar de estilo. Al Atlético le ha funcionado el suyo como un reloj suizo. Uno se pregunta a santo de qué debería olvidar los valores de esa marca registrada. El Atlético ganó lo que ganó con sudor y camiseta. Quien pretenda comprar la burra del estilo y la evolución, por supuesto, está en su derecho. Eso sí, conviene aclarar conceptos. Imaginen que al Barça, que ha ganado todo lo que se puede ganar siendo un ballet sincronizado de fútbol preciosista, le obligasen a mudar de estilo por fichar cuatro o cinco jugadores físicos y le pidiesen, en un par de meses, que fuese un equipo agresivo e intenso. ¿Se puede programar a un equipo para hacer algo que jamás ha sabido hacer? Sería un pecado. El sello del Barça es un equipo de largas posesiones y que se construye alrededor de la pelota. En cambio, el gen distintivo del Atlético es el de un equipo que tiene una defensa rocosa, que vive de las emboscadas y que sale a la contra, con espacios, en modo relámpago. Está programado para correr y disputar, para fajarse y golpear.
Desde que uno tiene uso de razón, con mejores o peores equipos, con mejores o peores jugadores, con mejores o peores sistemas y esquemas de juego, el Atlético siempre ha sido empuje, corazón y sobre todas las cosas, pasión. Pedirle al Atleti de Simeone que renuncie a lo que mejor sabe, defender y contragolpear, es exigirle al equipo colchonero que maltrate su historia y que se traicione a sí mismo. Pedirle al Cholo que cambie de caballo en mitad del río es un disparate. El Atleti es camiseta y sudor. El resto, es literatura. No ganó una Liga frente a dos multinacionales con presupuesto de mastodonte con el lirio en la mano y un fútbol sedoso. El alma del Atlético es el esfuerzo y el vértigo. Y pedirle que cambie, que altere su discurso, su historia y su estilo, es pedirle que ampute su alma. Y como bien dijo Al Pacino, no hay prótesis para un alma amputada. Y no, el alma del Atlético debe permanecer incorruptible. No está ni puede estar en venta.
Con profusión en el encabalgamiento, la crítica ha pasado meses alimentando una historia para no dormir, la del cambio de estilo del Atlético. Ha bastado un puñado de fichajes de jugadores de buen pie para que un sector de los aficionados atléticos, influenciados por una corriente mediática abrasiva, haya exigido...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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