Martín Caparrós / Escritor
“Los que deciden las votaciones no pasan hambre”
Galo Martín 16/12/2015
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Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) devora kilómetros siempre al resguardo de los trópicos que escribió Henry Miller. Entre Cáncer y Capricornio, va sumando encuentros de los que salen luego sus libros. Sus crónicas, sus relatos e intentos de comprensión. Esta vez ha sido El Hambre (Anagrama) y para ello ha viajado –sin facturar equipaje, como hace siempre– hasta la India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos y España. Entre muchas preguntas queda sonando ¿Para qué se produce comida? La respuesta se puede encontrar 620 páginas después o al final de esta entrevista que aspiró a ser una más larga conversación con el hombre que deambula por el mundo de negro y con bigote, sin abandonar el acento que arrastra. Son exigencias del guión.
Y usted iba para fotógrafo, pero…
A mi padre, que era psiquiatra, le gustaba esto de la fotografía y tenía un laboratorio en casa donde yo revelaba, copiaba, todas esas cosas que ya no se hacen más. No llegué a trabajar mucho de fotógrafo, unos cuatro o cinco días, cuando tenía 16 años. Sacaba fotos a una cosa que se llamaba “cabecitas”. Se hacía la foto de un niño y/o bebé y a su alrededor se colocaban otras más pequeñas, como una especie de halo extraño que marcaba la cabeza de la víctima. Me echaron porque decidí uno de esos días hacer otra cosa. Tenía 16 años y no consideré la idea de que fuera importante conservar un trabajo, cosa que, de hecho, sigo sin considerar. Me desligué de la fotografía, pero de un modo esporádico vuelvo porque, en general, hago las fotos de mis crónicas. Hace tres o cuatro años, saqué un libro de fotografías de un largo viaje por Corea, Pali Pali.
Su primer viaje fue…
A Madrid, cuando tenía 12 años. Fue raro, mi padre ya estaba allí y mi hermano menor y yo vinimos para encontrarnos con él. Nos subimos a un avión solos, fue como una especie de aventura. Después, mi padre se fue de Madrid y nos dejó en casa de unos primos. Yo había organizado como un sistema de visitas por los alrededores de Madrid –Segovia y Toledo– con un presupuesto. Mi hermano no quiso ir –prefirió quedarse viendo la televisión– y entonces me fui yo solo. Tenía un presupuesto importante porque tenía el dinero de mi hermano y el mío. Me acuerdo de que en Segovia me fui a comer cochinillo. A veces me pregunto por qué me dieron de comer, realmente era un crío, bajo y con el pelo largo. Me senté en una mesa a comer solo…estuvo bien.
¿Cuántas veces se ha ido a Tombuctú?
No, al carajo me ido muchísimas veces, pero a Tombuctú ninguna, y ya, cada vez más, pienso que mejor no hacerlo. Que por algo no he ido todavía. Siempre que quiero ir a Tombuctú se me complica. Últimamente he empezado a pensar que, quizás, mejor no ir, que si fuera lo pagaría un poco caro. Es una especie de superstición. Me acuerdo de que le estaba contando a un amigo africano con el que estaba trabajando en Níger, me miró –hace el gesto– y me dijo –¡Ah!, pero entonces tú eres uno de los nuestros. Cuando le dije que tenía una especie de superstición hizo que él se sintiera mucho más cerca.
A los 16 años no consideré que fuera importante conservar un trabajo, cosa que, de hecho, sigo sin considerar
¿Ya viaja a lugares fríos?
Sigo sin ir mucho a lugares fríos. Hoy, justamente, me llegó una invitación para ir a las Montañas Rocosas en Canadá y estaba pensando si romper un poco con el principio e ir.
¿No le llama?
No me atrae mucho, me gusta el trópico, el calor. Primero lo justificaba como una cuestión laboral, porque la gente está encerrada y es difícil acceder a las personas. En cambio, en los lugares calientes, uno está en la calle todo el tiempo y puede hablar, ver, encontrarse con mucha gente. Además, más allá de eso, estoy a ver si lo reconsidero.
¿De verdad que no le gusta mucho hablar con la gente, con desconocidos?
(Media sonrisa) Sí, es verdad. En general lo hago por una obligación profesional. Me gusta mucho escuchar a la gente cuando pienso que voy a contar lo que estoy escuchando. Es muy raro que hable con desconocidos por el placer de hacerlo, prefiero pensar o leer. Hay situaciones que me dan terror, de hecho, lo primero que hago al sentarme en un avión es ponerme los cascos para que el de al lado sepa que no quiero hablar.
¿Al viajar, qué padecemos: choque cultural o estupidez cultural?
Lo que llamamos choque cultural es el encontronazo con nuestra propia estupidez cultural, con la constatación de que uno vive según una serie de prejuicios que cuando quedan descubiertos como tales al encontrarse con otros prejuicios lo que hacen es ver su propia estupidez, que se cree ciegamente en cosas que son absolutamente relativas.
¿Mochila o maleta de ruedas?
La edad se cobra su precio. Fui de mochila mucho tiempo y ahora soy de maletita. Mi gran y único orgullo de viajero es que nunca despacho –facturo– equipaje. Viajo siempre con una maleta que pueda portar en la cabina del avión.
Entonces ¿qué hay dentro de su maleta?
Tengo un sistema que funciona: toda mi ropa es negra. Los pantalones son siempre los mismos –dos pares–, cuando lavo uno uso el otro. Y seis o siete camisas negras y con eso voy. No se necesita mucho más.
Lo primero que hago al sentarme en un avión es ponerme los cascos para que el de al lado sepa que no quiero hablar
¿Y la cámara?
Llevo una pequeña analógica –tipo mirrorless– que funciona como una réflex, pero sin serlo realmente. También llevo el ordenador –y señala el bolso que portaba al hombro–.
En ese ligero equipaje que lleva ¿cuaderno para tomar notas o grabadora?
[Busca entre sus cosas y de su bolso saca una libretita que ahora se guarda en el bolsillo trasero de su pantalón. Se justifica y dice “estaba mal puesto”].
Como grabador uso el teléfono [iPhone 5].
Qué le gusta más ¿viajar por primera vez a un lugar o regresar a uno conocido?
Me gusta mucho ir por primera vez a un lugar, eso es lo que yo llamo un viaje. Suelo pensar que hago dos tipos de desplazamientos: unos que son los viajes, que es cuando voy por primera vez a un lugar o que vuelvo a un lugar complicado y después hago una serie totalmente distinta, como es el traslado en tren que hace uno por la mañana cuando va al trabajo. Hay lugares donde hago eso, vuelvo a los sitios donde he vivido; Madrid, París, Nueva York, Barcelona o Buenos Aires, que no son viajes, son lo más parecido a unas vacaciones. Ir a un lugar donde ya sé todo lo que voy a encontrar, vuelvo a ver a amigos.
De todas las ciudades en las que ha vivido ¿cuál era la que estaba más lejos de un aeropuerto?
Buenos Aires está lejísimos de su aeropuerto. Se empeña en no poner en marcha ningún tipo de transporte público que conecte la ciudad con el aeropuerto. Esto es algo que pasa mucho en las ciudades en las que hay una gran diferencia de clases y las desigualdades son más brutales. En ellas, se supone que si alguien va a un aeropuerto es porque tiene dinero suficiente y los que no lo tienen se supone que no van a ir al aeropuerto. Esa falta de transporte público es un ejemplo más de esa desigualdad que en América Latina es mayor que en cualquier lugar del mundo.
Para escribir sus crónicas viaja mucho y lejos, pero ¿cómo empezaría la crónica de su manzana?
Yo digo que llevo muchos años entrenándome para ver si alguna vez aprendo a mirar lo suficientemente bien como para poder contar la manzana de mi casa. Que es la crónica más difícil de todas. Es muy fácil ver qué puede ser interesante y raro en Mongolia, donde casi todo es raro e interesante. En cambio, en aquello que has visto todo los días es mucho más difícil encontrar que es lo que vale la pena contar.
¿Sigue en vigor la cláusula Caparrós?
Sigue. Me acaban de mandar hace unas semanas la caja –de buenos vinos– correspondiente a El Hambre. La cláusula tiene que ver con que el contrato de mis libros, además de lo que me paguen, la editorial me tiene que hacer llegar una caja de buen vino. Para empezar sirve para ver quién te está editando, porque “buen vino” es lo suficientemente amplio como para saber si te mandan un crianza de tres euros o un buen reserva. Pero sobre todo tiene que ver con el hecho de que yo me paso uno, dos, tres años trabajando el libro y el momento en el que sale es un poco decepcionante. Yo ya he publicado más de treinta, cuando me llega el último a casa lo miro, digo que qué bueno y lo pongo en la estantería ¿qué más voy hacer? En cambio, si llega con unos vinos es como la oportunidad de decir, bueno, está pasando algo que merece la pena festejar. Es para marcar que estás culminando años de trabajo.
Yo he publicado más de treinta libros, cuando me llega el último a casa lo miro, digo que qué bueno y lo pongo en la estantería
¿Sus crónicas son denuncias o textos para pensar y entender?
Detesto la palabra denuncia. Me parece que las denuncias se hacen en la comisaría. Nunca pensé lo que hago como una denuncia y sí como relatos e intentos de comprensión. La idea de denuncia me es totalmente ajena.
¿La crónica es un género en desuso en el periodismo español?
Está en desuso relativamente, igual que en América Latina. Hemos conseguido engañaros haciéndoos creer que allá la crónica está floreciente. En realidad, si te pones a mirar los medios que publican crónicas mínimamente extensas en América Latina son tres o cuatro: Gatopardo, Etiqueta Negra, Soho, pero no es algo que para nada esté presente en los medios de allá y que tenga una difusión masiva. Lo que hay es una red de gente que trata de trabajar en esto e intenta conectarse para ayudarse y enseñarse mutuamente, pero para nada un espacio mediático importante. Al final, el problema es comparar América Latina con España. En cuanto que la primera es un continente con 400 millones de habitantes y la segunda es un solo país con poco más de 40 millones de personas.
¿El hambre de poder es mayor que el hambre de comida?
No. El hambre de poder está mucho más concentrado que el de la comida y lo tienen unos pocos que pueden darse el lujo de tenerlo. El hambre de comida, en cambio, está más difundida, son unos 800 millones de personas. Pero claro, como son opacos, no se ven, no salen en los medios, entonces podemos simular con bastante eficacia que no sabemos que esto es así. El hambre de poder se ve todo el tiempo porque los que tienen hambre de poder sí están todo el tiempo en los medios.
El hambre, además de lo obvio, ¿en qué condiciona a las personas que lo sufren?
Condiciona en todo tipo de cosas. Condiciona en cuanto que viven menos, viven vidas muy menguadas porque su cerebro y posibilidades no se desarrollan como deberían y condiciona, incluso y eso es algo que mí me sorprendió, en cuanto a que no permite hacerse ilusiones que vayan más allá de la semana próxima, tener deseos o proyectos que vayan más allá de lo inmediato que es conseguir la comida para mañana. En el libro digo también que el futuro es el lujo de los que se alimentan.
Unos comen cuando pueden y otros cuando quieren y lo que les apetece, ¿qué pasó para que sea así?
Se hizo mal o bien la civilización global contemporánea. Hay un sistema, el capitalismo, que privilegia la idea de beneficio. Dentro de ese sistema, lo lícito es ganar cuanto más dinero mejor, lo demás son consecuencias de esta idea principal y si hacen cierto daño se trata de moderar. Lo que importa, lo incisivo es ganar cuanto más dinero mejor. Un señor, si especula en la Bolsa de Chicago y hace subir el precio de los alimentos y gana dinero es totalmente lícito. Si por subir el precio de los alimentos hay 100.000 campesinos en Bangladesh que no pueden pagar la comida de mañana, es un daño colateral. A nadie le parece que por eso se tuviera que prohibir que la Bolsa de Chicago funcione como un espacio de especulación financiera. Lo que hicimos mal es tener un sistema en el que lo importante es ganar cuanto más dinero, mejor porque eso autoriza a que unos pocos se queden con gran parte de lo que muchos necesitan.
¿Cree que el hambre está en la agenda de los gobiernos para buscar una solución?
No mucho. En general los que deciden las votaciones no pasan hambre y entonces no les exigimos a los gobiernos de los países poderosos que se ocupan de eso. Los gobiernos están encabezados por políticos que hacen lo que no tienen más remedio que hacer. Además, los votantes de los países ricos no están preocupados porque piensan que solo les sucede a millones de personas que están en países pobres, lejanos y distintos.
Lo que hicimos mal es tener un sistema en el que lo importante es ganar cuanto más dinero, mejor
Parece mentira que habiendo comida para todos haya millones de personas que pasen hambre ¿Cuáles son los ingredientes para que haya hambre en el mundo?
No es solo que se tira más comida que nunca, que es cierto. En países ricos se tira entre un tercio y la mitad de la comida que circula en restaurantes, supermercados y usuarios. Es un dato tremendo. Pero hay algo como más heavy ¿para qué se produce la comida? O sea, se podría alimentar a los millones de personas si la producción mundial estuviera destinada a alimentar a la población, pero es que la producción está destinada a vender comida a los más ricos. Si tú usas un campo para producir soja para que esa soja alimente a cerdos que se usan para que los compren las personas que se pueden permitir la carne –mucha gente en el mundo no puede comprar carne– vas a alimentar con esa carne a muchos menos que los que alimentarías si usaras ese campo para producir soja o maíz o lo que fuera para alimentar a personas. Pero claro, harías menos negocio, porque al lado de la soja los cerdos le dan valor agregado si se lo vendes a gente con mayor poder adquisitivo. Es esa estructura la que hace que tanta gente se quede sin comer, no solo el hecho de que tiremos comida.
¿Cuándo fue la última vez que se afeitó el bigote?
Hace dos años y medio porque actué en una película. Tenía que hacer de periodista y era un personaje que podía confundirse conmigo y no quería. Era un documental en el que yo interpretaba a un periodista que estaba trabajando en un caso y de algún modo estaba personificando a otro periodista que había descubierto el caso y no quería que pareciera yo porque habría sido como atribuirme el trabajo de la historia. Quise separarme lo más posible de mí mismo, de mi personaje, y me pareció que lo más eficaz para eso era afeitarme el bigote.
¿Así que solo se afeita el bigote por exigencias del guión?
De hecho, sí, porque la otra vez que me lo afeité fue en otra película, en los años 90. Tenía que hacer de cura. Estábamos en Tierra de Fuego y el día anterior al rodaje de mi escena alguien se dio cuenta de que los curas no tenían bigote y sí barba. Ya no había tiempo para dejarme crecer una barba y me tuve que afeitar el bigote.
¿Dónde se siente en casa?
En casa, lo que pasa es que no sé dónde es eso.
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) devora kilómetros siempre al resguardo de los trópicos que escribió Henry Miller. Entre Cáncer y Capricornio, va sumando encuentros de los que salen luego sus libros. Sus crónicas, sus relatos e intentos de comprensión. Esta vez ha sido El Hambre (Anagrama) y para ello ha...
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