Malva, la hija que Neruda rechazó
La holandesa Hagar Peeters ‘transcribe’ la historia de la única descendiente del poeta chileno, que nació en Madrid en 1934 y murió ocho años después en Holanda
Sebastiaan Faber 27/01/2016

Malva Marina
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La única hija de Pablo Neruda nació en Madrid en agosto de 1934 y murió poco más de ocho años después en Holanda, en plena ocupación alemana. Neruda llevaba seis años sin verla y no quiso reconocer su fallecimiento. De hecho, no menciona a su primogénita en las 400 prolijas páginas de sus memorias, Confieso que he vivido. Después de la muerte de Malva Marina, que había nacido hidrocefálica, Neruda bloquea el escape a Chile de su esposa, que poco después acaba presa en un campo de tránsito nazi. La liberación de Holanda en mayo de 1945 la salva de la deportación.
¿Cómo es que el poeta chileno, gran campeón de los marginados, pudo abandonar sin más a su mujer e hija? Esta es la pregunta que plantea Malva, la primera novela de Hagar Peeters (1972), una de las mejores poetas holandesas de su generación. La fascinante historia la narra la propia Malva Marina, desde un más allá poblado de figuras sabias —Sócrates y Goethe entre otros— que le sirven de familia alternativa y le ayudan en su búsqueda de respuestas. En la eternidad Malva ha hecho piña con otros hijos imperfectos de padres cuyas ambiciones literarias acabaron por excluirlos de su vida, como la hija esquizofrénica de James Joyce o el hijo de Arthur Miller, nacido con síndrome de Down e institucionalizado, a escondidas, desde pequeño. Como dice Malva en la novela: “hay un número infinito de hijos abandonados por padres inteligentes, creativos y artísticos”.
Hagar Peeters, escogida por la pequeña Malva como amanuense de su relato, le presta un oído comprensivo. Y es que la propia autora pasó varios años sin conocer a su padre. Herman Vuijsje era un periodista holandés políticamente comprometido que había pasado tiempo en el Chile de Allende y que regresó al país a las dos semanas del golpe de Estado de Pinochet, precisamente el día que Neruda moría; dos días después pudo asistir entierro del poeta. Habiéndose criado en la difícil posguerra holandesa, en una familia judía diezmada por el Holocausto, Vuijsje tardó 11 años en asumir su propio papel de padre.
“No recuerdo haberle conocido hasta que me vino a cuidar una noche cuando tenía cinco o seis años”, dice Peeters cuando hablo con ella una tarde lluviosa de enero en Ámsterdam. “Mi madre le había persuadido de que los niños necesitan tener una imagen concreta de su padre. Me gustó de inmediato. Era el padre que siempre había querido tener. Pero la verdad es que no entendí por qué volvió a callar mi existencia ante su propio entorno durante otros seis años. Cuando por fin se integró a mi vida —y me desveló a sus propios padres, que no sabían nada— fui feliz pero también lo pasé mal. Cada vez que nos topábamos con un conocido suyo en la calle, tenía que presentarme como su hija. Y al principio no le creían, claro. Ahora me llevo muy bien con él”, agrega. “Y me dejó usar sus diarios chilenos para mi libro”.
El hecho de que Hagar haya podido reparar la relación con su padre es uno de los motivos por los que Malva Marina le ha pedido transcribir su historia. En un intento por comprender por qué Neruda quiso olvidarse de ella, Malva razona que al poeta le atraían las hermosuras, la perfección y la fama: cosas que ella, como error de la naturaleza, no podía ofrecer.
“Una enorme cabeza, una implacable cabeza que hubiese devorado las facciones y fuese sólo eso: cabeza feroz, crecida sin piedad, sin interrupción, hasta perder su destino”, apuntó el poeta Vicente Aleixandre, perturbado, en su diario aquel mes de agosto de 1934; “Una criatura (¿lo era?) a la que no se podía mirar sin dolor. Un montón de materia en desorden”. Aleixandre acababa de conocer a la recién nacida Malva Marina en la casa madrileña “de las Flores”, donde Neruda vivía con su primera esposa. Él y Marietje Hagenaar —a la que Pablo prefirió llamar Maruca— se habían conocido en Indonesia, en 1930, donde se casaron en diciembre de aquel año. Neruda era un cónsul joven y guapo; Maruca era descendiente de una poderosa familia holandesa que había hecho su fortuna en la empresa colonial pero que rozaba la ruina. Él tenía 26 años, ella 30. “Maruca estaba profundamente enamorada de Pablo”, dice Peeters. “Y esa fue su gran tragedia. Nunca dejó de amarle.”
Neruda tuvo dificultad en aceptar la discapacidad de su primogénita. Aunque estaba extático cuando nació —“Todo él sonrisa dichosa”, apunta Aleixandre, “ciega dulzura de su voz gruesa, embebimiento del ser en más ser”— no tardó en lamentar lo que veía como un golpe de mala suerte. “Mi hija, o lo que yo denomino así”, escribía en una carta a Sara Tornú, “es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”. A comienzos de julio de 1936 la creciente tensión política le proporciona una excusa para desembarazarse de su esposa e hija: Madrid, le dice a Maruca, no es segura. A madre e hija las manda a Barcelona, en noviembre de 1936, se mudan a La Haya. En Holanda Maruca encuentra un hogar para su hija con una familia protestante —de la Ciencia Cristiana— en la ciudad de Gouda. La visita cada mes.
Neruda, mientras tanto, se ha mudado a París en compañía de su nueva amante, Delia del Carril, donde se esfuerza por organizar el rescate de 2.200 refugiados republicanos españoles que se exilian a Chile en el barco Winnipeg. En junio de 1940, le nombran cónsul en México. Los nazis ocupan Holanda desde mayo. El poeta ignora las cartas que le manda su esposa, suplicándole cada vez con más insistencia que envíe más dinero porque no puede con los gastos. El 2 de marzo de 1943, Malva Marina fallece. Neruda recibe un telegrama con la noticia. No contesta.
“Después de la muerte de su hija, Maruca le pide a Neruda que la saque de Holanda”, cuenta Peeters. “Y podía haberlo hecho, porque como diplomático tenía ese privilegio. De hecho hubo muchos que se escaparon desde Holanda precisamente a Chile. En un principio, Maruca pretendía reunirse con Neruda en México. Creía que el matrimonio aún podría arreglarse, después de la desaparición de Malva. Pero Neruda se lo prohíbe. No la quiere en México, ni en Chile, porque ya está con Delia. De hecho, como revela el biógrafo David Schildowsky—cuyas investigaciones pioneras sobre Malva me fueron muy útiles—, ya se ha divorciado de Maruca en secreto, anunciando la separación en un pequeño periódico mexicano que ella nunca pudo haber visto. En esa misma época en que la deja abandonada a su suerte en Holanda, escribe poemas antifascistas en que lamenta la ocupación nazi del país”. Decía Neruda en ‘Nuevo canto de amor a Stalingrado’:
Los que España quemaron y rompieron
dejando el corazón encadenado
de esa madre de encinos y guerreros,
se pudren a tus pies, Stalingrado.
Los que en Holanda, tulipanes y agua
salpicaron de lodo ensangrentado
y esparcieron el látigo y la espada,
ahora duermen en Stalingrado.
¿Era simplemente un hipócrita, entonces?
Me resisto a pensar en esos términos, no me gusta juzgar a la gente en blanco y negro. Neruda era un hombre de grandes contradicciones, pero contradicciones las tenemos todos. No hay que olvidar que en esos mismos años hizo una labor auténticamente heroica para salvar a los refugiados españoles. Eso sí, el papel público de salvador, grande y glorioso, le vino como anillo al dedo.
¿A la luz de la historia que cuenta, para usted sus versos pierden credibilidad?
Neruda nunca me ha gustado demasiado como poeta, la verdad. Lo que me siempre ha fascinado de él son precisamente sus incoherencias. Podía ser muy generoso y todo lo opuesto. Sus memorias son estupendas, pero obviamente exagera y tiene una gran vanidad. Por otro lado, su comportamiento no deja de reflejar la cultura machista en que se crio. En un momento dado describe lo que tiene todos los visos de ser una violación: trabajando en Ceilán antes de pasar a Indonesia, se acuesta con la mujer de la limpieza. Cuenta el episodio sin ninguna vergüenza.
Peeters, licenciada en historia cultural, debutó como poeta en 1999. Sus bisabuelos se encontraban entre los casi 110 mil judíos holandeses que murieron en los campos nazis; su tía abuela, comunista, sirvió de enfermera con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española. En 2005, después de leer los diarios que su padre escribió en Chile en 1972, cuando ella vino al mundo en Ámsterdam —evento, por cierto, que su padre no se molesta en registrar— Hagar viajó a Temuco, donde estuvo su padre y donde Neruda se crio. Fue en Chile, por un guía, que se enteró de que el año anterior se había descubierto la tumba de la hija de Neruda en la ciudad holandesa de Gouda.
Malva, su primera novela, es hipnóticamente poética. Como narradora póstuma, Malva Marina es una niña sabia y elocuente, con genio y salidas traviesas. Muda e impotente durante su breve vida terrenal, ahora disfruta de su omnisciencia. No parece guardar apenas rencor al padre que la abandonó. Pero tampoco tiene reparos en señalar sus profundas contradicciones. Recordando el ‘Canto a las madres de los milicianos muertos’ de España en el corazón (“Yo no me olvido de vuestras desgracias, conozco / vuestros hijos / y si estoy orgulloso de sus muertes, / estoy también orgulloso de sus vidas”) observa secamente: “Mi muerte no tenía nada de esperanzadora. […] Mi madre no era la madre de ningún héroe. […] Describir mi vida, mi enfermedad y mi muerte daban para ningún mérito poético. Yo no daba para ningún mérito”.
Malva aprovecha las posibilidades que le ofrece el más allá para viajar por el tiempo y acompañar a su madre y padre en los momentos clave de su vida: el primer encuentro en Indonesia; la estancia en Buenos Aires, donde Neruda conoció a Federico García Lorca y donde Pablo y Maruca acogieron a la novelista María Luisa Bombal; los momentos de gloria de su padre y la dolorosa soledad de su madre. De los amigos españoles de Neruda, sólo Lorca y Miguel Hernández trataron con cariño a la niña. Los dos murieron jóvenes. “Los únicos que fueron buenos para mí”, observa, “también eran los que se arriesgaban la vida, y encontraron la muerte, por querer estar al lado de su familia”. Malva se da cuenta de que necesita a Hagar para que su historia llegue al mundo de los vivos y, tal vez, al propio Neruda; al fin y al cabo, la poeta holandesa ha tenido algún éxito en reparar relaciones con padres ausentes. Así, para complacer a su interlocutora, Malva también enfoca al joven Herman Vuijsje en sus viajes por Chile, no exentos de peligro: como colaborador de Orlando Letelier —asesinado por el régimen de Pinochet en pleno Washington, D.C.— el padre de Peeters era persona non grata en la Chile de la dictadura.
Veinte años después de su liberación del campo Maruca Hagenaar muere, sola y sin un duro, de un cáncer. Es 1965. Neruda ha vuelto a Chile. Un representante de la congregación cristiana en La Haya a la que pertenecía Maruca le envía una carta en la que le explica las circunstancias de su muerte y le pregunta si está dispuesto a contribuir al coste del funeral. “Lo poco que dejó la señora Reyes-Hagenaar lo hemos empleado para cubrir los gastos del entierro, pagar lo que se debía de alquiler, etc.”; dice, “Nos complacería saber de Usted si está dispuesto a responsabilizarse de los gastos no cubiertos. En nuestra posesión tenemos de la señora Reyes-Hagenaar un anillo y un reloj que, si así lo desea, le podemos hacer llegar.” No hay respuesta. “Me topé con la carta original en el archivo de Santiago de Chile”, dice Peeters. “Neruda seguramente ni la leyó. Como estaba redactada en holandés…”.
Malva se solidariza con su madre, pero comprende por qué Neruda cortara las amarras. “Yo hubiera sido para él el mayor retraso del mundo, no cabe duda; yo era el estancamiento, el cuaje, la dilación que le habría vedado todo lo demás. Si se hubiera quedado conmigo, no habría ido a ninguna otra parte. […] En mi lugar se le abrió todo un continente”. La muerte la experimenta Malva como una liberación. Le permite narrar su propia historia, que nunca se reduce a un alegato de hija indignada sino que alterna el humor con el deseo, la ira y la resignación. Al cobrar su propia voz, Malva deshace el ninguneo de Neruda, “mi padre, el gran hacedor de nombres, el gran repetidor de nombres y el gran callador de mi pequeño nombre”: “Al comienzo me enfadaba porque mi padre ni me mencionaba (pucheros, fruncido enfurruñado, patadas contra sus versos flojos), pero no solo me he reconciliado con mi ausencia sino que hasta he llegado a verle ventajas. Al no describirme de ninguna manera mi padre, no me ha fijado en nada. La última palabra sobre mí por tanto la tengo yo, y con respecto a sus escritos de él es una palabra terminante y definitiva”.
Malva, publicada en 2015 por De Bezige Bij (Amsterdam), está teniendo una recepción excelente en Holanda. En Francia la publicará Actes Sud. Aún no está traducida al español.
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Sebastiaan Faber es catedrático de Estudios Hispánicos en Oberlin College (EE.UU.) e investigador visitante en la Universidad Radboud de Nimega.
La única hija de Pablo Neruda nació en Madrid en agosto de 1934 y murió poco más de ocho años después en Holanda, en plena ocupación alemana. Neruda llevaba seis años sin verla y no quiso reconocer su fallecimiento. De hecho, no menciona a su primogénita en las 400 prolijas páginas de sus memorias,...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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