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Análisis

¿Qué plan, A, B, C o D, para la UE?

La izquierda europea está partida entre los que han dejado de plantarle cara a la UE (Syriza), los que le tienen miedo y quieren ser prudentes (Podemos) y los del Plan B, que quieren domarla

François Ralle Andreoli 24/02/2016

<p>Inicio de las jornadas de Plan B Europa en el Matadero de Madrid</p>

Inicio de las jornadas de Plan B Europa en el Matadero de Madrid

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“Let’s put DEMOS back into Europe’s DEMOcracy”, “Reintroduzcamos al pueblo en la democracia europea”, insistía Yanis Varoufakis frente a los centenares de personas que habían venido a escucharle en Madrid. Es seguramente el lema que mejor resume este tercer encuentro sobre el Plan B, después de los de París y Berlín. Nos quedaremos con la imagen de una amplia confluencia de fuerzas políticas, de universitarios y pensadores, activistas, sindicalistas y también de gente, de centenas de jóvenes y de personas removilizadas y reilusionadas, esperando para poder entrar en las abarrotadas charlas que se han realizado el fin de semana del 19, 20 y 21 de febrero en el centro cultural Matadero. Ilusionar, despertar, convencer de que hay otro camino que el que traza la apisonadora de Bruselas, seguramente es una de las funciones fundamentales de las fuerzas de transformación social, anestesiadas por el terrible mazazo a Grecia de julio 2015.

Llevábamos tiempo sin ver movilizaciones importantes de los que no aceptan la deriva antidemocrática de la UE; de los que denuncian la espiral de la austeridad generando más crisis económica; de los que sienten vergüenza por el inmovilismo de la eurocracia, cuando siguen ahogándose, en el Mare Nostrum, niños huyendo de guerras no tan lejanas.

Europa sigue la senda de la “desintegración”, afirma el exministro Varoufakis.

De hecho, ese mismo fin de semana, se desarrollaba la última farsa de este mediocre relato continental: la vergonzosa negociación del Gobierno británico de un menú  europeo, a medida de sus intereses nacionales. Cameron, heredero del “I want my money back” de Thatcher en la cumbre de Dublín de 1979, volvía a pisotear esa utopía de que Europa se concebía como un proyecto colectivo transnacional y solidario.  

Otra dama de Hierro preocupada por los intereses de sus votantes (los jubilados alemanes con pensiones por capitalización), Angela Merkel, se ha empeñado a lo largo de 2015 en dejar claro que no hay alternativa a la interpretación ordoliberal alemana de la economía europea: estabilidad monetaria y recorte en gasto público. Este es el plan A que dócilmente ha aceptado y defiende la Gran Coalición europea (cuyo último avatar podría ser una alianza PSOE / C’s), aunque no haya dado otros resultados que hundir más la Europa del sur y dejar  la del norte en situación casi vegetativa.

En Madrid, la mayoría de los ponentes han rechazado este hold-up de los conservadores alemanes sobre la construcción europea. Sin embargo, notamos que las pistas que dibujan son muy heterogéneas. También llama la atención que no se cuente con la izquierda que gobierna (Syriza) ni con el apoyo explícito de la que podría llegar a gobernar en breve, como Podemos, que de momento solo acepta la participación a título individual de los suyos (anticapitalistas que organizaron el evento en Madrid, eurodiputados y algunos más). Es interesante observar esa demarcación.

Dice Juan Carlos Monedero que Tsipras salió a “cazar dragones con un cazamariposas”, sin haber imaginado las herramientas que le hubieran permitido enfrentarse con más peso a la Troika. Parece que hoy en día la izquierda europea está partida entre los que han dejado de cazar dragones (Syriza), los que tienen miedo de enfrentarse en breve al dragón europeo y quieren ser prudentes (Podemos) y los del plan B que piensan saber cómo domar al dragón pero no tienen gran posibilidad de cruzarse con él, por lo menos en los próximos meses (la inmensa mayoría de las fuerzas rojas y verdes que no consiguen sumar y llegar al poder en ningún país del continente a pesar de la crisis).

¿Es realista el plan B? ¿Existe realmente otro camino o cualquier gobierno de cambio volvería a darse con el mismo muro del plan A del Eurogrupo con el que se topó Alexis Tsipras? ¿De verdad puede poner en marcha un plan común esta heterogénea mezcla de activistas, de ONG, de fuerzas europeístas, soberanistas, trotskistas, con una agenda concreta y herramientas de colaboración internacional? ¿Movilizar fuerzas no es suficiente, cuál podría ser la forma de despertar entusiasmos y movilizaciones de masas que asusten a los de Bruselas?

Algo está claro, esta reflexión se produce en un momento clave, cuando Europa se prepara para una nueva aceleración neoliberal con la firma de los tratados multilaterales TTIP y TISA, justo cuando se acercan elecciones en Francia y Alemania y cuando 5 figuras clave de la eurocracia proponen discretamente más de lo mismo para 2017 y un nuevo tratado europeo del que nadie habla. El pentavirato Juncker, Tusk, Schulz, Dijsselbloem y Draghi, ni más ni menos, cuyo plan A avanza.

¿Y el B, en qué consiste?

Bruselas, 13 de julio de 2015: la génesis del/los plan(es) B

Los partidarios del plan B no paran de referirse a ese momento traumático. Hace seis meses, Grecia votaba NO con una aplastante mayoría en el único referéndum que se había organizado desde que había vuelto la democracia moderna en ese país en 1974. A pesar del contexto de presión terrible de los medios de comunicación y de las fuerzas conservadoras, empezando por el propio Gobierno español; a pesar de la bomba nuclear del corte de la liquidez bancaria y del capital control por parte del BCE que en ningún momento se limitó a su papel de organismo supuestamente independiente, los griegos votaron NO. Pero daba igual su voto, se mantendría la presión del BCE y, una semana más tarde, Angela Merkel (y François Hollande) torcían el brazo de Grecia e imponían un acuerdo leonino a Tsipras, arrodillando definitivamente al que se había atrevido a desafiarles y que representaba la esperanza de un cambio de políticas a nivel europeo. Alemania y su dócil aliado francés, que han incumplido con frecuencia los tratados, exigían condiciones de injerencia inéditas en la vida nacional griega (venta de activos públicos, endurecimiento de las pensiones y del mercado laboral), a cambio de una hipotética reestructuración de la deuda helena. No hubo movilizaciones de masas en apoyo a Grecia, pero sí, muy rápidamente, la izquierda europea se fraccionó en torno a su interpretación de lo sucedido. Las diferentes críticas y alternativas que se han construido desde ese momento nutren la elaboración de lo que llaman plan B.

Primero hubo un rechazo radical por parte del ala izquierda de Syriza que se separó del partido siguiendo a la expresidenta del Parlamento, Zoe Konstantopoulou, y al economista y exministro de Energía Panagiotis Lafazanis. Según ellos, Tsipras y el “ala derecha” del partido habían traicionado a los griegos cuando no tenían mandato para firmar ese acuerdo que implementaba los efectos de la austeridad. Konstantopoulou, influida por la comisión de auditoría de la deuda dirigida por el belga Eric Toussaint, piensa que Tsipras no se atrevió a amenazar realmente con no pagar la deuda. Sin embargo, no plantea cuál era la estrategia prevista. ¿Contar con el apoyo popular frente a Bruselas en pleno caos bancario o abandonar el gobierno?

El primero en utilizar este relato del Tsipras traidor y fracasado que permitía cómodamente enfrentarse a las preguntas de los medios de comunicación y de los militantes desorientados fue el francés Jean-Luc Mélenchon. Organizó un primer encuentro hablando de plan B en septiembre 2015. Rodeado por los exministros alemán Oskar Lafontaine e italiano Stefano Fassina, explicaba lo mismo que sigue contando hoy, que por falta de experiencia Tsipras había caído en la trampa de interminables negociaciones, al contrario de lo que hubiera hecho un dirigente experimentado como él… Para Mélenchon, este rechazo del caso griego permite reactivar un discurso con tintes soberanistas y antieuro que tiene su importancia en el escenario francés para no dejar más terreno al antieuropeísmo de Marine Le Pen. No obstante, con Tsipras, fracasaba el escenario que el mismo Mélenchon y muchos preveían desde hace tiempo, anunciando que cuando se rompiera el primer eslabón nacional en Grecia, Portugal o España, el edificio entero de la austeridad en la UE se vendría abajo como en un dominó. Parece que ese plan B de antes del Plan B no era tan sólido y que era mejor olvidarse de él y echarle la culpa de todo a Tsipras. A partir de entonces, una de las líneas que inspiran la idea del Plan B (la de los organizadores de París) es la ruptura con los tratados y la vuelta al soberanismo nacional (por lo menos en un primer momento antes de pensar en un hipotético federalismo europeo). Es la clave de la intervención central del economista antiliberal Frédéric Lordon en el encuentro de París acusando a la izquierda europea de ingenuidad por pensar que se puede luchar contra la austeridad dentro del euro.

La posición y el Plan B de Varoufakis, testigo central de las negociaciones con la Troika, siguen otra vía. Varoufakis y su equipo, como explica el que fue su asesor en Atenas, el colombiano Daniel Munevar, reconocen que la situación en la que se encontraba el país y el primer ministro Tsipras era sumamente complicada en julio de 2015. El corte de liquidez amenazaba con un shock bancario que ponía en peligro hasta los ahorros de las familias griegas. Varoufakis propuso a Tsipras la idea de crear un sistema monetario paralelo para darle algo de tiempo en las negociaciones. Ahí nació la idea de los IOU (I Owe You) de la que tanto se habló, una forma de “pagaré” digital para seguir abonando una parte de las pensiones y gastos del Estado y crear una liquidez paralela, que se podría retirar fácilmente una vez las negociaciones estuvieran acabadas. En ningún caso se pensó en salir del euro (salida muy incierta en cuanto a sus efectos sobre la economía y la opinión pública), pero sí en aguantar más tiempo el pulso con los “gánsteres” del Eurogrupo. Puede parecer técnico este matiz, pero ese relato es importante porque demuestra que nunca hubo un plan B como tal de Varoufakis frente a la Troika, en julio de 2015. Daniel Munevar sí reconoce que esperaban que Tsipras siguiera intentando presionar, como hizo con el referéndum. Según él, el ala más conservadora de Syriza, por ser demasiado cercana a los poderes económicos y asustada frente al posible caos bancario, llevó a Tsipras a ceder. De tal manera que esta corriente de Varoufakis, que participa en las reuniones del Plan B y ha fundado el Diem 25 en Berlín, no comparte exactamente el mismo análisis del 13 de julio ni la posición del plan B de Mélenchon. ¿Hay tantos planes B como defensores del plan B, todos partiendo de la idea de que hay que tener más fuerza para una eventual negociación con Bruselas y que hay que refundar Europa?

Lo que seduce en la propuesta de Varoufakis, más allá de su carisma e imagen mediática, es que propone reactivar el ideal europeísta reclamando un proyecto transnacional de movilización para obtener una redemocratización de Europa y una refundación constituyente para el continente. Puede parecer lejano y abstracto pero este mensaje ha logrado reunir a toda una serie de familias de la izquierda europea que estaban muy tocadas por el desenlace griego y que no estaban acostumbradas a trabajar juntas: ecologistas del partido verde europeo, internacionalistas trotskistas, eurocomunistas críticos… El problema, dicen los amigos de Mélenchon, es la ingenuidad de un plan que imagina que la movilización de miles de europeos podría producirse sin conquista previa de ningún gobierno para obtener una inflexión de la actual deriva del proyecto de la UE. Vemos enfrentarse, en el seno del plan B, un europeísmo tradicional, reacio a toda vuelta al Estado nación considerado como un arcaísmo, frente al pragmatismo de los que toman el ejemplo británico para demostrar que sólo los Estados pueden pesar sobre la UE (los grandes, por lo menos).

Diagnóstico común y perspectivas divergentes

Así que existe un diagnóstico común sobre el fracaso y desastre de la UE en términos de participación democrática, de dumping social, de corrupción y evasión fiscal, de cooperación con los países del Sur y refugiados… Pero las estrategias y los objetivos divergen. Muchas de las propuestas seducen pero en realidad son muy inciertas, tanto la salida del euro como la hipótesis de una conjunción necesaria de tres o cuatro gobiernos progresistas a la vez, o el sueño de un gran movimiento popular que obtenga una refundación y una asamblea constituyente para Europa.

Por supuesto es importante intercambiar ideas y volver a fijar horizontes. También era natural, después del auge de nuevas fórmulas políticas como las confluencias y ciudades del cambio españolas, que se intente poner en marcha nuevas vías de colaboración internacional europeas más participativas e innovadoras. Ya no se espera nada de los anquilosados Partidos Verde o del Partido de la Izquierda europea, ni de los grupos parlamentarios de Bruselas. Al revés, juntar a todos los que quieran en un ciclo de debates sin agenda concreta puede acabar recordándonos más a un ingenuo revival de los Foros Sociales altermundialistas que a una herramienta de guerra que dé pesadillas a los hombres de negro de la Troika.

Hay una serie de incógnitas y contradicciones que siguen sin ser resueltas. ¿Se puede construir una alternativa después del ejemplo griego, sin esperar que se forme un núcleo de dos o tres gobiernos de peso favorables a ello? ¿Se puede esperar un cambio real desde dentro de Europa cuando una inmensa mayoría de gobiernos y de eurodiputados proceden de tantos países del Este sin tradición progresista o ecologista, más o menos satisfechos del “consenso de Bruselas” y de su situación de satélite de Alemania? ¿Por consiguiente, sería más eficaz refundar Europa volviendo un tiempo al Estado-nación, ganando la batalla democrática primero a esta escala? ¿Y si eso se produce, existiría todavía un margen de maniobra?

Nacho Álvarez, responsable de Economía de Podemos y uno de los pesos pesados que el partido morado ha enviado a esta reunión madrileña, afirma que sí. Que existen varios planes B y que cada país tendría el suyo. El caso del presupuesto portugués que la Comisión acabó aceptando demuestra según él que se pueden obtener concesiones de Bruselas (el Gobierno socialista de Costa ha logrado un ligero margen de reactivación keynesiana, con subida del salario mínimo y otras medidas de gasto a la altura de un 0,7% del PIB). Es un verdadero cambio de paradigma. También refiriéndose a la memoria económica de su partido para un gobierno de cambio recordaba que se calcula que España tiene un margen del 8% de aumento de la presión fiscal que daría un poco de oxígeno a un gobierno atrevido.   

Así estamos: el pragmatismo sensato de Podemos, el sueño de Varoufakis, la apuesta de una vuelta a la Nación soberana de Mélenchon, la necesidad de tanta gente de pensar en B y que no está atrapada indefinidamente en la jaula de los hombres de negro.

“Let’s put DEMOS back into Europe’s DEMOcracy”, “Reintroduzcamos al pueblo en la democracia europea”, insistía Yanis Varoufakis frente a los centenares de personas que habían venido a escucharle en Madrid. Es seguramente el lema que mejor resume este tercer encuentro sobre el Plan B, después de...

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Autor >

François Ralle Andreoli

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