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Tiempo suspendido se llama la muestra de la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide que acaba de abrir en Buenos Aires, y que la confirman como un nombre indispensable para entender de qué se habla al decir “mirada”. Las suyas son imágenes en blanco y negro que, espiadas en algún catálogo antes de llegar, el visitante imagina más grandes de lo que son en verdad (50 x 60 cm es uno de sus formatos habituales). Vistas monumentales por su fuerza visceral y por la riqueza de sentidos que logran transmitir con pocos elementos.
Hace años que Iturbide no fotografía personas, sino cosas (una transición que empezó tras su viaje a la India en 1997) y, sin embargo, no cesa de decir lo humano de otro modo; en esta serie, aproximándose a la noción de vulnerabilidad mediante “objetos de sufrimiento”.
Han quedado allí parpadeando, para contar alguna forma del dolor o la sorpresa
En exhibición hasta el 3 de diciembre en la Fototeca Latinoamericana (FoLa), uno de los reductos imperdibles que el siempre pujante barrio de Palermo ha desplegado entre el flamante Parque de las Ciencias y la Avenida Santa Fe, la serie de 50 imágenes que presenta Iturbide (México, 1942) es un río de tres brazos. El primero, dedicado a las fotos que la artista, formada con Manuel Álvarez Bravo, tomó del baño de Frida Kahlo, tapiado en 1954 tras la muerte de la pintora por orden de su marido, Diego Rivera, y redescubierto en 2006, cuando los herederos y autoridades del Museo Frida Kahlo decidieron abrirlo.
Cercana a la figura de Kahlo (a quien un terrible accidente de tráfico que derivó en más de 30 intervenciones quirúrgicas marcó vital y creativamente), Iturbide era visitante habitual de la casa-museo de la artista en Coyoacán, a donde solía llevar a jugar a sus niños. “Para mí fue un verdadero privilegio poder tocar esos objetos y reinterpretarla”, cuenta en una entrevista realizada en los jardines de la casa, que circula en Internet. Dice haber tomado las imágenes casi en estado de inconsciencia (“cuando me emociono no pienso”) y reflexionar sobre su sentido después.
Tarros de demerol, muletas, corsés, camisones llenos de pintura (ABC Hospital, se lee en una de ellas, entre las manchas), prótesis, vasijas e incluso un póster de la vieja Unión Soviética, con la imagen de Stalin, cantándole a la revolución se asilan en la bañadera entre azulejos blanquísimos, despertados de su sueño de casi medio siglo, fueron reubicados y puestos a posar, a contar su historia.
Cada toma de El baño de Frida es un ensayo en sí misma. Allí está, por ejemplo una de las que dedica a los corsés, que podrían confundirse con objetos de tortura y sin embargo, realizados en materiales nobles (cuero, cintas, broches) son casi delicados, femeninos, minimalistas, como el exoesqueleto de un insecto muy sofisticado. O la prótesis que termina en un primoroso zapatito de tacón lleno de cordones, apoyada en penitencia sobre la pared, síntesis perfecta de la soledad que implican las heridas.
Tarros de demerol, muletas, corsés, camisones llenos de pintura, prótesis, vasijas y un póster de la vieja Unión Soviética
Afirma Graciela Iturbide que para ella “la fotografía es un pretexto para descubrir la vida”. Y le creemos, porque es patente en el segundo núcleo de la serie que expone FoLa: Naturata reúne aproximaciones a vegetales de distintas regiones del globo (Mozambique, Kyoto..) a partir de su exploración de cierta especie autóctona de Oaxaca, que requiere para sobrevivir de una serie de cuidados y manutenciones. A instancias del pintor Francisco Toledo, Iturbide descubrió en el jardín botánico de esa ciudad plantas que deben ser protegidas por estructuras (cuerdas, paños, zanjas), que a modo de guías acompañan su crecimiento, como los cactus entablillados que muestra en Naturata XVI. Esta característica emparienta la experiencia vegetal con las vicisitudes de Kahlo, de allí la pertinencia de mostrar ambas series dialogando entre sí.
La tercera línea de la exhibición está dada por algunos de los autorretratos de la artista, tomados a lo largo de los últimos 25 años. Muchos tienen algo de ensueño o de pesadilla. Seña de identidad son los animales que Iturbide ha empleado, casi como ampliación o extensiones de su rostro, como si pudiera uno multiplicar los ojos tapándolos con caracoles, recrear la boca y hablar peces o serpientes o mirar más lejos, sacando de las pupilas pájaros (que representan para ella, la libertad). En otras fotos, el "yo" es más silencioso: apenas su sombra proyectada sobre el piso, mientras en primer plano aparecen especies vegetales (como en “Autorretrato con palma”). O un recorte, porque también apela la artista a la sinécdoque, mostrando apenas una parte de su cuerpo: por ejemplo, los pies, apoyados sobre el borde de una tina.
Ganadora por su libro No hay nadie del premio PhotoEspaña 2010 (selección de veinticinco tomas realizadas en la India entre 1997 y 2010), Iturbide consigue en las fotografías que se exhiben ahora en Buenos Aires sostener las imágenes vibrando en el aire con la persistencia de las notas musicales o la intensidad de un perfume (¿nardo? ¿jazmines? ¿dalias?). Imágenes que seguimos viendo incluso al cerrar los ojos, porque han quedado allí parpadeando, para contar alguna forma del dolor o la sorpresa.
Tiempo suspendido se llama la muestra de la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide que acaba de abrir en Buenos Aires, y que la confirman como un nombre indispensable para entender de qué se habla al decir “mirada”. Las suyas son imágenes en blanco y negro que, espiadas en algún catálogo antes...
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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