Crónica judicial / Gürtel
La gente de plasma de la Gürtel
La trama se presentaba a los concursos públicos como las misses de Trump, maquilladísima y con un andar lujoso pero tambaleante
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 9/02/2017
El exsecretario del PP gallego Pablo Crespo, implicado en la trama Gürtel, a su llegada al juicio en la Audiencia Nacional.
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Desfilan los empresarios plasma de la Gürtel ante el tribunal de la Audiencia Nacional. Personas que Correa usó como usaba Rajoy las pantallas de Moncloa: para estar y no estar. Llegado un punto, Pablo Crespo y compañía quisieron ocultar la orgía de eventos que les concedía el Madrid de Esperanza Aguirre. Las mil sociedades, los mil nombres de Don Vito eran ya tierra muy quemada, de modo que eligieron varias firmas para que se presentaran a las convocatorias: CMR, MQM, Grupo Rafael. Nadie duda de las preocupaciones estéticas de la trama, aunque sí de los resultados: aquello fue pura brecha gorda. La Gürtel se presentaba a los concursos públicos como las misses de Trump, maquilladísima y con un andar lujoso pero tambaleante.
Tendrían que haber dejado el diseño de los malabares de adjudicaciones a Álvaro Pérez el Bigotes, artista, alfarero político que dejó al personaje Aznar moldeadito y listo para ganar las elecciones: lo sacó de feo, insinuó en su día. Él habría hecho un trabajo más puntillista, y esta serie de empresarios se habría ahorrado el mal trago de acudir ante el juez Ángel Hurtado a defender subcontratas imposibles. ¿El método? Se postulaban al concurso teniendo firmado de antemano un acuerdo de cesión del 100% de los servicios con las empresas corruptas. A cambio, afanaban una comisión. Y López Viejo otra, por girar la brújula de la mesa de decisión.
Juan Ignacio Hernández arrancó más tranquilo el día 8 de febrero. Por fin lo interrogaba su defensor. El día anterior hablaba tan nervioso que la voz se le despizcaba. La fiscala Concepción Nicolás lo arrinconó para que explicara el extraño movimiento de presentarse a una licitación habiéndola delegado de antemano a Servimadrid. Se subastaba la organización de 68 actos del gobierno autonómico. El administrador de CMR abrió los ojos como una liebre en el arcén: “Me pareció lícito”. “Nunca pude sospechar”, se extendió, “que enfrente de mí no había personas que cumplían con su trabajo y dirigentes que lo estaban verificando todo”.
A Hernández (nueve años de cárcel) le bailan las gafas y el traje. Su nerviosismo lo reduce. Podría pasar por un científico ermitaño al que han obligado a salir del laboratorio de un sótano y han tenido que prestarle ropa. El tembleque de su voz se contagia a su corbata que vibra, hipnótica, con sus rayitas dobles en diagonal. El acusado era más corbata que hombre. No costaba imaginar esa lengua de tela en el momento en que acordaron que se ingresaría alrededor de 15.000 euros sólo por figurar y facturar. Oyendo la oferta, es de suponer que la corbata se aflojaría un poquito, medio alegre, medio inquieta. Al final firmaría el trato más por cobardía que otra cosa. Imposible encontrar un gramo de picardía en esa corbata. Tal vez, era más fácil tomar el chanchullo que dejarlo: también debe dar miedo ser el único que no trinca.
El administrador de CMR se agarró a una rama que creyó resistente, pero que reforzó su imagen de adjudicatario de papel: “Acudía a los actos, en el libro de visitas aparecía mi nombre”, casi suplicaba.
Figúrense, ahora, a un Constantino Romero avejentado, con el bigote blanco, que en vez de poseer una voz de tonelaje artístico, muestra una compostura de director de banco. Ése era Antonio Martín Sánchez (nueve años y medio de cárcel), responsable de MQM, otra empresa que ejerció de pantalla para la trama. Se defendió rápido: “Yo no conozco a ese grupo de empresas, no conozco a Correa, nosotros somos una empresa independiente”. Y pidió al tribunal que alguien le prestara una botella de agua. “No sé, aquí hay algo raro que hace secarse la boca”. Isabel Jordán se levantó del banquillo y le cedió la suya. Él bebió el agua de la misma persona de la que en otro tiempo tomó comisiones del 5% (para las facturas dentro de contrato) y del 11,5% (para las facturas fuera de contrato: a más trampa, más dinero).
En su caso, obtuvo la adjudicación del montaje de la escenografía de los actos de la Comunidad de Madrid por 250.000 euros y un día después subcontrató a la gürteliana Diseño Asimétrico. Como demuestran varios correos electrónicos, MQM contó incluso con la ayuda del equipo de Jordán para elaborar su candidatura. Junto a la firma de Martín Sánchez, se presentaron a la convocatoria Marva S.A. y Easy Concept. Es decir, de las tres opciones, dos acababan en los bolsillos de Correa y López Viejo. Easy Concept, según indicó la fiscal, se presentó con una oferta, premeditadamente, de peor calidad.
Este empresario de plasma negó conocer que existía un límite legal para la subcontratación de servicios y quiso reducirlo al absurdo: “Nadie tiene autobuses ni aviones, esas cosas se subcontratan”. Por lo visto sí alquilaron aviones, porque del presupuesto inicial de 250.000 euros, el contrato alcanzó al final los 565.000.
“En este proceso se nos mete a todos en el mismo sitio como si fuéramos lo mismo, y no éramos lo mismo. En mi compañía hemos guardado siempre las normas éticas”, se desmarcó y explicó que él intentaba que Rodríguez Pendás, asesor de López Viejo, le firmara los presupuestos previos: “Pero me ponía mala cara, aquello generaba unas tensiones tremendas… ahora lo entiendo”.
Carmen García Moreno (11 años y nueve meses), responsable del Grupo Rafael, proveedor de materiales para eventos, llegó al juicio con su cansancio de persona lastimada por una vieja leucemia. Había que hablarle muy despacio. Se sentó junto a su abogado (hicieron la excepción) y se distanció de la trama corrupta. Según el auto de acusación, este grupo con más de 40 años de vida asistió a Don Vito para cazar contratos por más de 800.000 euros. “La comunidad todavía nos debe dinero, y las empresas del señor Correa también”, se quejó. Lentamente, dosificándose el oxígeno, dibujó un escenario poblado de facturas que se partían entre distintas empresas y que, más tarde, en las consejerías, nadie se atrevía a abonar. Esbozó la imagen de una jungla de órdenes de pago fraudulentas, sin sentido. Por eso, dice la fiscalía, luego tenía que intervenir el delfín de Aguirre, para dar crédito al desorden. No obstante, llegó el turno de su abogado: “¿Todo lo que usted ha respondido es porque le consta o porque se ha informado a través de los correos electrónicos?”, y decidió invalidar todas las explicaciones de su defendida.
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Autor > Esteban OrdóñezEs periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros. Suscríbete a CTXT
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