Miriam Ticktin / Antropóloga
“Es fundamental para el feminismo incorporar la defensa de las inmigrantes”
Álvaro Guzmán Bastida Nueva York , 7/03/2017

Miriam Ticktin, en una imagen reciente.
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Desde la investidura de Donald Trump a finales de enero, fluye por las calles de Estados Unidos un torrente de resistencia. Diversa, espontánea y a menudo difusa, dicha pulsión tiene sin embargo dos vectores claros: el feminismo y la defensa de inmigrantes y refugiados. A la histórica Marcha de las Mujeres del día siguiente a la investidura le siguieron las protestas espontáneas en aeropuertos de todo el país tras el veto a los musulmanes. Para la antropóloga Miriam Ticktin, directora del Centro Zolberg de Inmigración y Movilidad, de la New School, en Nueva York, la convivencia de ambas luchas no es casual. A escasas horas de la huelga convocada para el Día Internacional de la Mujer, Ticktin atiende la llamada de CTXT para detallar los puntos de encuentro entre el renacido movimiento feminista y el llamado movimiento de los santuarios, que busca proteger a inmigrantes y refugiados señalados por Trump.
En su trabajo, conecta las dos principales manifestaciones populares de la respuesta a la elección de Trump: el feminismo y los llamados “santuarios”, el concepto que se usa para referirse a ciudades o campus universitarios que protegen a inmigrantes indocumentados de las autoridades que pueden deportarlos. ¿Por qué están esos dos conceptos –el feminismo y los santuarios— en la vanguardia de la resistencia?
Por un lado, el género ha cobrado un papel muy importante. El principal objeto de los ataques de Trump han sido las mujeres. Me refiero a su misoginia y a su falta de respeto por las mujeres, a las que trata como objetos sexuales o gente inferior, pero también a la homofobia que despliegan tanto él como sus políticas. Cualquier derecho otorgado al colectivo LGBTQ en los últimos años está ahora en riesgo. Son, todas, formas de discriminación de género. Por otro lado, el concepto de santuario ha pasado a ocupar un lugar central, porque, de nuevo, uno de los principales tropos políticos es el ataque a los extranjeros. El eslogan Make America Great Again tiene que ver con el nacionalismo blanco. Los inmigrantes y las personas de color están excluidos de ese programa. La implementación de medidas como el veto a los musulmanes o el decreto para la construcción del muro fronterizo con México ha hecho que estos se conviertan en los dos principales frentes de la lucha. Trump ataca y la gente se defiende.
Si pensamos en los inmigrantes que cruzan la frontera, las mujeres son más vulnerables a las agresiones sexuales, por ejemplo
Pero ya existía un renovado impulso feminista en EEUU. Había emergido mediante la renovada atención que se prestaba a cuestiones como la violencia sexual en los campus universitarios. Ya había un movimiento sobre el que se ha construido. Con los derechos de los inmigrantes sucede lo mismo: la gente lleva luchando por ellos mucho tiempo. Obama deportó a más gente que ningún otro presidente. Ya había gente y colectivos movilizándose en torno a estos asuntos. Las estructuras y la infraestructura estaban ahí, y se activaron tras la elección de Trump.
Analicemos por un momento el concepto de santuario. Lo primero que viene a la cabeza cuando uno oye el término son sus orígenes religiosos. ¿Cuál es su historia, y cómo ha evolucionado su implementación hasta llegar al presente, con connotaciones diferentes?
El término tiene, es cierto, un origen religioso, que se remonta al siglo XIV, cuando las iglesias europeas otorgaban cobijo, o servían de santuario, a quienes huían de ciertos regímenes o monarquías. Se les permitía quedarse un tiempo concreto en las iglesias, en torno a treinta días. Pero el concepto se ha expandido mucho más allá de lo religioso. Ha ayudado a forjar conceptos tan importantes como el del asilo político, o el sistema de refugiados. En EE.UU., los santuarios cobraron importancia en los años ochenta. En la frontera con México, en Arizona, emergió un movimiento para dar cobijo en iglesias a la gente que huía de la violencia en El Salvador y Honduras. El movimiento cobró gran fuerza a nivel nacional.
En 2007, el movimiento resurgió, esta vez para hacer frente a las políticas migratorias de Bush. Y ahora ha vuelto a surgir, con más fuerza que nunca. En Nueva York, gran parte del trabajo se centraliza en la Judson Memorial Church, sede del New Sanctuary Movement, el nuevo movimiento por los santuarios, pero se ha expandido a todo tipo de instituciones. Ahora, incluso muchos restaurantes se ofrecen para dar refugio a los inmigrantes indocumentados. Centros de arte, espacios culturales, y otros espacios religiosos, como mezquitas, sinagogas y templos budistas, se han convertido en santuarios. Es una gran coalición de organizaciones religiosas, artísticas y de otro tipo.
Usted habla de cómo las dinámicas de género permean las relaciones entre las personas y el Estado, también en el caso de los inmigrantes. ¿A qué se refiere?
Así es. La manera en la que se regula la tenencia de propiedad y su herencia, o el acceso a la sanidad, tiene que ver con el género. Si pensamos en los inmigrantes que cruzan la frontera, las mujeres son más vulnerables a las agresiones sexuales, por ejemplo.
Y también están, como apunta, las maneras concretas en que las mujeres inmigrantes, refugiadas o asiladas tienen que superar obstáculos adicionales por esas dinámicas de género. Usted habla de cómo los roles preestablecidos de género impregnan incluso los procesos de solicitud de asilo…
Gran parte del feminismo empezó siendo un movimiento de mujeres blancas. Cuando se incorpora a otras mujeres, estas vienen con luchas y problemas diversos
En los tribunales de asilo, siempre queda espacio para la discreción a la hora de determinar qué cuenta como legítimo para demostrar un caso fundado de persecución, que es la definición de asilo. A la hora de demostrarlo, entran en juego la raza y el género, de maneras muy concretas: si eres una mujer que huye de la violencia política en el Congo, puede que no te reconozcan como víctima de esa violencia, pero debido a los estereotipos sobre mujeres africanas, quizá sí reconozcan otras cuestiones, como la mutilación genital. Se convierte en una narrativa mejor para conseguir el asilo. Lo que te haya sucedido no importa. Quizá hayas sufrido algo diez veces peor, pero te ves obligada a utilizar la historia que sabes que encaja con lo que los oficiales de asilo esperan de una mujer africana. Lo mismo sucede con los hombres, los gais o los transexuales, que tienen que amoldarse a ciertos estereotipos para lograr la protección del asilo.
¿En qué medida tiene eso que ver con obligar a la gente a elegir entre sus identidades para ser aceptados?
Exactamente. Es algo horrible. La gente que pasa por esos procesos lo hace de manera muy pragmática. Hace lo que tiene que hacer para ponerse a salvo, para entrar en el país y conseguir los papeles. Pero a menudo se les obliga a denunciar a su familia, o a su pueblo, para conseguirlo.
¿Qué ganaría el feminismo al incorporar las luchas y narrativas de inmigrantes y refugiados?
En EE.UU., y desde luego también en Europa, gran parte del feminismo empezó siendo un movimiento de mujeres blancas. Cuando se incorpora a otras mujeres, estas vienen con luchas y problemas diversos. Puede que una inmigrante latina vaya a un albergue contra la violencia de género, pero que no haya nadie allí que hable español, o que le pidan los papeles, y por tanto no le dejen entrar. Incorporar la lucha inmigrante y la cuestión de la ciudadanía es fundamental para hacer frente a las diferentes formas de subyugación, opresión y violencia a las que se enfrentan las mujeres, porque esa opresión y violencia varían según el estatus migratorio de cada una.
Eso me recuerda a la crítica de Nancy Fraser a lo que ha dado en llamar ‘feminismo neoliberal’. Usted menciona que los orígenes del feminismo son fundamentalmente blancos, pero sus propuestas políticas también han sido a menudo de clase media, o media alta. Cuando habla de incorporar a otras mujeres, ¿está pensando también en cuestiones de clase o económicas?
Nada cambiará para los inmigrantes ni para las mujeres si no trascendemos la división entre entre quienes gozan de riqueza y privilegios absolutos y los absolutamente pobres
La clase es fundamental. Por volver a los santuarios, aunque hay muchos inmigrantes en EE.UU., la protección a los indocumentados se centra en personas de clase media o media baja, que son los que no tienen el privilegio de comprar la ciudadanía o conseguir que una empresa o una universidad les otorgue los papeles. Quienes están más indefensos ante las deportaciones son los inmigrantes de clase trabajadora, que a menudo han emigrado para tratar de mejorar su situación de clase. Lo que propongo no tiene tanto que ver con el feminismo del techo de cristal, que busca abrir camino para unas pocas mujeres en las grandes empresas. Los santuarios pueden y deben incorporar a otro tipo de mujeres, al 99%.
Ha mencionado los orígenes religiosos del concepto de santuario, así como sus modificaciones más recientes. En la era Trump, parece que el concepto se asienta en su vertiente más politizada, y sin embargo usted propone reformularlo y ampliarlo. ¿Por qué?
Es necesario reformular el concepto para huir de una manera de entenderlo como un acto caritativo, o una ayuda para personas individuales, caso a caso. La gente dentro del movimiento por los santuarios ya trabaja para hacerlos algo mucho más sistémico, estructural y político, que trascienda lo humanitario. En realidad, es una forma de desobediencia civil. Si lo llevamos un paso más allá, podría servir para reestructurar el sistema político desde abajo. Las ciudades, los barrios, las comunidades, se unen, rechazando la imposición del Estado, para generar los espacios de convivencia y las vidas políticas que quieren. El término santuario nos permite hacer eso, y decir: “Quiero vivir en un lugar en el que la gente de todo tipo tenga acceso a bienes y servicios, sin discriminación”. En ese sentido, tiene un potencial enorme para reconfigurar todo el panorama político, no solo la situación individual de algunas personas.
Usted apoya el paro de mujeres del 8 de marzo. En su trabajo, habla sobre la invisibilidad del trabajo, tanto de los inmigrantes como el trabajo no remunerado que hacen las mujeres, en los cuidados y en la reproducción. ¿Qué estrategias políticas servirían para visibilizar y reconocer ese trabajo? ¿Cómo se pueden tejer alianzas entre el movimiento feminista y el de los inmigrantes, a nivel práctico?
Algunas de las estrategias que ya vemos tienen que ver con retirar temporalmente ese trabajo, para hacerlo visible. El paro del Día sin inmigrantes, el 16 de febrero, puso de manifiesto en qué medida la sociedad depende del trabajo de los inmigrantes. Del mismo modo, una huelga de las mujeres sirve para forzar la pregunta: “¿Quién se va a ocupar de los hijos? Si pensamos en una acción coordinada de ambos, la pregunta es: “¿Quién se va a encargar de hacer el trabajo doméstico?”. Las mujeres de clase media alta trabajan fuera del hogar, pero dependen de que otras mujeres, a menudo inmigrantes, hagan el trabajo doméstico. Ese tipo de trabajo, el doméstico, puede ser un gran elemento aglutinador, que nos sirva para preguntarnos no sólo quién lo hace, sino cómo lo compensamos, en qué condiciones se realiza, y hasta qué punto se extiende también al trabajo afectivo, de cuidados.
¿Es optimista respecto a cómo se están tejiendo esas alianzas? ¿Percibe un esfuerzo para poner en diálogo las luchas de las que viene hablando?
Sí. Al principio, era escéptica, porque parte del problema de usar la palabra mujer para una movilización así en EE.UU. es que eso ha significado históricamente centrarse en mujeres blancas de clase media, lo que dejaba fría a mucha gente. Pero esta parece haberse abierto a todas las formas de lucha contra la violencia de género, la discriminación y la desigualdad que impulsan los inmigrantes y la gente de color. Este paro parece haber hecho ese esfuerzo, ha atendido a otras historias, la homofobia, el racismo y los problemas de la clase trabajadora. Está proporcionando un espacio para que se aglutinen las luchas. Por supuesto, surgirán tensiones. Como he dicho, hay mujeres que explotan a otras mujeres. Pero se ha abierto un espacio para que reflexionemos también sobre eso. Si logramos mostrar esas divisiones, pero también intentar cambiar el sistema para que quepa todo el mundo, iremos por el buen camino.
Por último: más allá de la marcha y el paro, ¿cuáles son los elementos clave que no deben faltarle a una política que se proponga ser emancipadora para las mujeres y los inmigrantes?
Los elementos clave tienen que ser el anticapitalismo y el antirracismo. Debemos pensar en cuestiones de derecho al voto, de acceso a la salud reproductiva. Esta última varía según a quién nos refiramos: hay muchas mujeres que reclaman el derecho al aborto, pero las mujeres inmigrantes a menudo requieren cuidados reproductivos para tener hijos, porque normalmente la gente no quiere que los tengan en EE.UU. Es un área en la que podemos pensar en cómo gente en situaciones diferentes quiere controlar sus cuerpos, pero no siempre en el mismo sentido. De nuevo, lo principal es trascender la división entre quienes gozan de riqueza y privilegios absolutos y los absolutamente pobres. Nada cambiará para los inmigrantes, ni para las mujeres, si no cambia eso.
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Autor >
Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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