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Calentamiento global

Nuestra verdad muy incómoda

Sobre la Ley del cambio climático y la transición energética

Foro de transiciones* 18/10/2017

<p>Marisma de Doñana.</p>

Marisma de Doñana.

Dani_Vazquez

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Impresionado por la contundencia de la información  científica, Obama proclamaba en 2015 que “somos la primera generación que siente las consecuencias del cambio climático y la última que tiene la oportunidad de hacer algo para detenerlo”. Han hecho falta 40 años, desde la publicación del informe “Los límite del crecimiento” del Club de Roma, para que las elites mundiales reconozcan que, de no afrontar una profunda y rápida transformación de nuestros patrones energéticos, de producción y consumo, enfrentaremos una gravísima desestabilización global de los ecosistemas y ciclos que sustentan la vida actual (nuestra vida) con gravísimas consecuencias sobre los diversos territorios, poblaciones y la consiguiente multiplicación de los flujos migratorios mundiales.

Es evidente que, aunque siga habiendo fuertes resistencias a aceptarlo, vivimos tiempos de emergencia y excepción,  que habría que asumir transformaciones  profundas antes de mediados de siglo y que una de las condiciones para evitar atravesar la línea roja del incremento de temperatura superior  a 1,5ªC – 2ºC a finales de este siglo, algo que resulta ya casi imposible de eludir, exige revolucionar el binomio energía-clima para reducir los consumos actuales, abandonar los combustibles fósiles e implantar sistemas renovables y mitigar drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) antes de 2050 (la Hoja de Ruta de la UE a 2050, que habrá que actualizar con mayor ambición tras la futura Cumbre de  Bonn, establecía una reducción de los GEI del 80%-95% con relación a 1990).     

En este marco, el Gobierno de España ha planteado un proceso de participación sobre la futura Ley de cambio climático y transición energética, vía encuesta en internet, que nos parece claramente insuficiente y, aunque el Foro de Transiciones ha contestado a la misma, hemos considerado imprescindible aclarar y definir aspectos fundamentales que aquella no posibilita. A ello va dirigido este escrito.

El binomio energía – clima en España

En España, el binomio energía - cambio climático se ha convertido en un tema capital  que presenta vulnerabilidades muy fuertes. De hecho, entre el 75% y el 80% de las emisiones de GEI emitidas proceden de la quema de combustibles fósiles y por eso hablar de energía y clima en España obliga a considerar las dos caras de la misma moneda: la insostenibilidad de las lógicas de un desarrollo socioeconómico basado en combustibles escasos, caros y, además, con impactos ecológicos y climáticos inasumibles.

En el campo energético, las contradicciones son especialmente relevantes según los propios datos del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital: intensidad primaria superior a la media europea; fuerte dependencia de combustibles fósiles (75% del total) y del exterior (73%); elevada carbonización de la economía a pesar de la crisis (emisión de GEI que es un 116% de los de 1990); vulnerabilidad y coste del suministro exterior de energía (más de 38.600 millones de euros y en  aumento por la recuperación de los precios del petróleo); o significativa extensión en la “pobreza energética”; todo ello con importantes distorsiones inducidas por los intereses de los oligopolios energéticos.

A su vez, los impactos del cambio climático serán cada vez más importantes en un país con un clima caluroso y seco, amplias zonas áridas y un litoral de más de 8.000 kilómetros, la mitad de playa, costa baja y zonas artificializadas por procesos masivos de urbanización que se verán sometidas cada vez a más y mayores temporales marítimos. De hecho, más del 45% de los principales ecosistemas (en términos de servicios ambientales) se encuentran en mal estado y del orden del 80% del territorio afronta distintos niveles de riesgo de desertización a finales de siglo, agudizando los problemas de unas ciudades dependientes del coche, fuertemente contaminadas y cementadas, donde los golpes de calor y la inadecuación energética de la mayoría de sus edificios entrañan graves riesgos para la salud de sus habitantes.

Fuente: Elaboración propia a partir de Jonathan Gómez Cantero, “Cambio climático en Europa. Percepción e impactos. 1950-2050”, 2015. Escenarios para España con aumentos de temperatura entre 2o y  4o-5o.

La transición energética y climática que necesitamos

El Foro de Transiciones, consciente de la necesidad de impulsar un auténtico debate social sobre los temas de fondo relacionados con el modelo económico, productivo, de consumo, territorial y oligopólico que condicionan las realidades energéticas y climáticas del país, ha considerado oportuno trasladar a la opinión pública su visión sobre el tipo de transición que necesitamos:

1. Otorgar el tratamiento jurídico-constitucional adecuado a la cuestión energético-climática con carácter de urgencia y excepcionalidad para cumplir, como mínimo, los compromisos internacionales en materia de mitigación y política energética y asegurar procesos de adaptación que incrementaran la resiliencia y seguridad ante los riesgos asociados a un cambio climático cada vez más desestabilizador.  

La importancia del desafío del binomio energía-clima para la preservación de la vida es de tal importancia que debería considerarse una cuestión clave para el bien general y, como tal, recibir el tratamiento constitucional y jurídico que permita, más allá de las interferencias oligopólicas de las empresas energéticas, adoptar desde el interés público las medidas de excepcionalidad necesarias.

2. Dotarse de una Estrategia Integral Energética/Climática 2020/2030/2050 (a partir de ahora la Estrategia) para alcanzar escenarios de descarbonización y desmaterialización general antes de mediados de siglo y, a la vez, impulsar con decisión el desarrollo del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC).

La Estrategia debería articularse con hojas de ruta pos-París/Bonn más ambiciosas y concertarse con las comunidades autónomas (CCAA), los principales sectores implicados y las ciudades, estableciendo las medidas oportunas en todos los campos (generación, redes de distribución, demandas finales y establecimiento de sistemas de evaluación de huellas de carbono en sectores clave, información/sensibilización) y medidas facilitadoras (tipo financiación, I+D, etcétera) para cumplir los objetivos correspondientes. La creación de una Agencia especial encargada de impulsar la Estrategia y de un Observatorio independiente para evaluar su evolución sería imprescindible.  

SER CONSCIENTES DE LA DIMENSIÓN DEL CAMBIO

La Estrategia, más allá de afrontar la sustitución del tipo de
combustibles utilizados o la generación y distribución de la
energía, ha de proyectarse también sobre el conjunto de los sectores que la consumen y emiten GEI, que ofrecen una gran vulnerabilidad ante el cambio climático o que, y es fundamental, configuran la opinión pública y la capacidad de la sociedad para hacer frente a transformaciones tan importantes. De hecho, la Estrategia energético-climática solo podría desplegase como parte esencial de una Estrategia-País y de la multiplicación de iniciativas descentralizadas, congruentes con el cambio de ciclo histórico y paradigma que afrontamos.

Una visión amplia del problema apunta a la necesidad de construir una arquitectura jurídica y política que, entre otras, contemple las siguientes cuestiones: reacomodar la dimensión y el metabolismo de la economía (reducción, renovabilidad y circularidad de los recursos) a los límites naturales y sus ciclos de vida; reformular las lógicas espaciales que multiplican los sistemas de transporte de larga distancia, basados en combustibles fósiles y contaminantes; establecer criterios que reduzcan progresivamente la huella energética y climática de las ciudades (ordenación, movilidad, edificación y servicios); o reformular la agricultura y la ganadería desde bases más sostenibles. También, hay que  promover medidas anticipativas/adaptativas frente al cambio climático para preservar recursos clave para la vida como el suelo (especialmente el fértil), el agua, los bosques y proteger los sistemas litorales.

Además, ante la dimensión/urgencia del cambio global, habría que pensar en adaptaciones estructurales y ello requeriría “territorializar” nuestros entornos de vida. Efectivamente, en un marco de transiciones en el que, o si o si, hay que abordar la fuerte reducción de nuestra huella ecológica, habría que pensar en reorganizar nuestras vidas en torno al concepto biorregional (o bioterritorial), entendido este como espacio más justo y seguro en el que reaprender a optimizar las relaciones de convivencia, circularidad y proximidad entre  comunidades humanas (urbanas y rurales) y sus entornos territoriales.

Finalmente, cambiar la mirada y priorizar la preservación de la vida, solo será posible si la sociedad, bien informada, asume el reto de forma proactiva y es capaz de reformular los valores sociales y los correspondientes sistemas de formación, investigación y científico-técnicos necesarios para resolver los desafíos presentes y futuros.   

La Estrategia debería abrir las vías para transitar desde el oligopolio energético actual hacia sistemas con garantía pública, más democráticos y descentralizados que favorecieran la energía distribuida y el autoconsumo. Asimismo, debería resolver el acceso equitativo al recurso y el problema de la “pobreza energética”.

El PNACC, encargado de generar información y promover la resiliencia y la adaptación de territorios, sistemas, sectores y recursos claves ante el cambio climático, debería culminar la elaboración de los correspondientes planes concertados con CCAA, las Administraciones Locales (AALL) y sociedad civil antes de 2025 y conseguir que el país pudiera ser considerado “resiliente” en la siguiente década.

3. Para optimizar sus posibilidades, la Estrategia debería limitar los consumos superfluos y garantizar los necesarios para posibilitar una sociedad democrática, justa y ecológicamente sostenible. Asimismo, habría de dar prioridad a la transformación de los sectores, empresas y territorios/ciudades que concentren las mayores responsabilidades y vulnerabilidades energético/climáticas.

La transición energética, en tiempos en los que la energía no será abundante ni barata y el cambio climático seguirá avanzando con fuerza, habría de discurrir por un camino muy estrecho: producir los bienes y servicios necesarios para la  población (unos 41 millones de habitantes en 2050 según el INE), y abordar la transición de las infraestructuras energéticas, sin desbordar los límites establecidos en el marco europeo e internacional pos-París/Bonn, en términos de consumo de energía y de emisión de GEI.

Existen razones físicas, de recursos y técnicas, que establecen límites a la mera sustitución de los combustibles fósiles por energías renovables para alcanzar escenarios que permitan reducir la huella de carbono en la dimensión y en los tiempos requeridos, lo que exige reconocer una serie de prioridades: 1) limitar el despilfarro y los consumos superfluos estimulando una cultura social de la sobriedad y la suficiencia; 2) implementar medidas de ecoeficiencia pasiva (que reducen los consumos sin necesidad de gasto energético) y de gestión inteligente de la demanda; 3) utilizar medidas de ecoeficiencia activa (sistemas renovables y equipos eficientes); y 4) concretar planes de presupuestos y huellas de carbono en actividades, territorios y ciudades.

4. Las administraciones públicas y las ciudadanías habrían de jugar un papel esencial. La Estrategia y el PNACC solo se podrían llevar a la práctica a través de una estrecha coordinación entre todas las instituciones públicas (en conexión con una Unión Europea avanzada) que fuera activamente reclamada y apoyada por mayorías sociales.

Afrontar los desafíos expuestos hasta aquí, requeriría movilizar al conjunto del país para conseguir la colaboración proactiva de las instituciones y la sociedad civil en el desarrollo de las correspondientes estrategias.

Más allá de la iniciativa de las administraciones centrales, ambas estrategias deberían proyectarse con fuerza en el ámbito de las CCAA y de las ciudades más importantes. No solo porque constituyen los ámbitos institucionales y políticos desde los que impulsar la estructura de un nuevo sistema energético y de adaptación climática descentralizado y de proximidad, sino porque podrían constituir los mejores movilizadores/articuladores de iniciativas públicas, privadas y sociales.   

Es fundamental que las políticas energéticas y climáticas se aborden también desde una perspectiva global, en la que una Unión Europea más avanzada debería jugar un papel clave. Efectivamente, la problemática energética y climática ya es global y, si bien resulta imprescindible que cada país aborde congruentemente sus propias transiciones, también lo es que se impulsen las necesarias alianzas y acuerdos a nivel europeo e internacional para alcanzar los compromisos sin los cuales será muy difícil que pueda incidir sobre los actuales procesos globales de desestabilización ecosocial.

Hay que decir que el extraordinario esfuerzo necesario para desarrollar a tiempo la Estrategia y el PNACC solo podría concretarse con un gran consenso social basado en una ciudadanía bien informada, activa y dispuesta a impulsar y corresponsabilizarse de las transformaciones a abordar. De hecho, la acción ciudadana no solo ha mostrado su rechazo al comportamiento de las grandes empresas del sector en connivencia con las elites políticas, sino que también se ha proyectado en el frente energético lo que ha cristalizado en el nacimiento de diversas organizaciones sociales como la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético, la Fundación Energías Renovables, la Xarxa per la Soberanía Energética o las diferencias plataformas antifracking, antinucleres y contra las grandes infraestructuras de interconexión e incluso en el plano de las cooperativas de suministro final como Somenergía, Goiener, EnergEtica, NosaEnerxía, Econactiva, La corriente, Solabría, etcétera.

El Foro de Transiciones no quiere ocultar las enormes dificultades y resistencias que encontrarían las líneas de trabajo que aquí se exponen, pero también estamos seguros que están en juego aspectos claves de nuestras vidas y de las de las generaciones futuras. Será difícil, pero como apunta el documental a que hace referencia el título de este texto, “ahora o nunca”.

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*El Foro de Transiciones en un espacio de incidencia política en torno a las transiciones ecosociales. Está integrado por José Bellver, Susana Fernández, Manuel Garí, Ángel Martínez González-Tablas, Yayo Herrero, Pedro Lomas, Antonio Lucio Gil, Florent Marcellesi, Margarita Mediavilla, Manolo Monereo, Nerea Morán, María Novo, Fernando Prats, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Cote Romero, Antonio Serrano, Alicia Torrego, Lucía Vicent, Víctor Viñuales, Nuria del Viso, Luis Álvarez Ude, Jorge Ozcariz, Krois Fernández Casadevante y Álvaro Porro. 

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Foro de transiciones*

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