Seamos realistas, pidamos lo imposible, de Herbert Marcuse , se convirtió en un lema del Mayo francés.
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Rompiendo viejos papeles y recortes de prensa, pues tengo la debilidad sentimental de conservar los efímeros materiales de una actualidad caduca, me encuentro con la cita de un grafito, leído en las paredes del “metro” madrileño, hace cuarenta años, que se refería a la entonces reciente Constitución española de 1978, que hoy se ha convertido, como parece natural, en el baluarte de la defensa de la antidemocrática violencia institucional del PP gobernante. Me volvió a sorprender la lucidez del autor anónimo de aquel breve texto, que debería figurar en las Antologías del pensamiento político de nuestro país. Se trataba sin duda de un hombre joven, pues no creo que ningún hombre maduro (¿) se dedique a dejar mensajes en ese insólito medio de comunicación, que puso de moda y llevó hasta su suprema perfección expresiva, bajo la represión gaullista y los tanques del general Massu, el Mayo parisino del 68, que, entre otras muchas joyas para la posteridad, nos dejó las conocidas frases de “Sé realista, pide lo imposible” y “Nos podrán quitar las flores, pero no nos podrán quitar la primavera”, que tanto irritan a los intelectuales (¿) de la derecha española. Aquellas frases y la frase del “metro” madrileño se elaboraron, desde premisas semejantes, a partir de una densa protesta política juvenil y una creadora imaginación verbal. Desde entonces, las paredes de la calle se convirtieron en el mejor vehículo de transmisión de la indignación contra la filfa de la democracia actual, olvidada por los medios de comunicación oficial. El 15 M español también se sumó, inteligente, fervorosa y masivamente, a este nuevo género literario, que recibía la herencia de los panfletos y libelos satíricos del XVIII y XIX. Como un eco admirable de aquellos felices años de rebeldía liberadora, una joven mano dejó escrita su opinión, lúcida y escueta, armoniosamente aguda y lúcidamente exacta, sobre el texto constitucional. Parece mentira que una mente moza pudiera sintetizar una idea de un modo tan atractivo y con escasas palabras, desgastadas por el uso. No dudo en calificar de genial la inteligencia que concibió tamaña obra maestra, con media docena de palabras. Lo que mis ojos leyeron, entre sorprendidos y encantados, en aquel viejo papel, a punto de desaparecer por mis pecadoras manos, probando una vez más que Dios existe, fue: “La Constitución es el testamento de Franco”.
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Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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