Una tragedia griega
En el colapso del país hubo un conjunto de actores que merecería ser objeto de mayores críticas que Varoufakis: los partidos socialdemócratas del núcleo europeo
Doug Henwood (The Baffler) 14/02/2018
Yanis Varoufakis
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Pocas veces los ministros de Economía se hacen famosos. Bueno, hubo un tiempo en la década de 1990 cuando Robert Rubin, el secretario del Tesoro de Bill Clinton, se acercó bastante. Fue porque mucha gente pensó que se estaba haciendo rico con las puntocom, aunque los quince minutos de fama de Rubin terminaron cuando estalló la burbuja tecnológica.
Una destacada excepción a esta regla es el ex ministro de Economía griego Yanis Varoufakis, que formó parte del gobierno liderado por Syriza, y que es conocido por el esfuerzo que realizó para resistir las medidas de austeridad que exigía el Fondo Monetario Internacional durante el colapso económico de Grecia.
Varoufakis publicó el año pasado Adultos en la sala, unas memorias sustanciales y bien escritas de su corta, pero relevante, carrera ministerial. Cuando Varoufakis accedió al cargo en enero de 2015, Europa llevaba seis años sumida en una crisis de deuda. Grecia, uno de los socios más endeudados de la Unión Europea, ya había sufrido varias tandas de medidas de austeridad y era la más afectada de la fraternidad de naciones de la periferia europea que se conocía como PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España). Se supone que estas reducciones del gasto público acometidas en el peor momento (rondas sucesivas de profundos recortes en el presupuesto de gobiernos de países que ya estaban en crisis) iniciarían la recuperación, de acuerdo a una serie de rocambolescas teorías elaboradas por los ricos y sus peones a sueldo. Sin embargo, en Grecia, al igual que en los demás países PIIGS, la austeridad solo produjo mayor miseria. Varoufakis puso en duda esa lógica y a mitad de año fue destituido.
La dura consigna de austeridad no cayó bien en la escena política griega. De hecho, fue ese calvario sostenido y recrudescente de austeridad lo que condujo al colapso de los partidos tradicionales y a la victoria en las elecciones de enero de 2015 del partido Syriza de Varoufakis, que es el acrónimo griego de un nombre que significa “Coalición de la izquierda radical”. El partido se fundó a principios de la década de 2000 como una confederación de grupos a la izquierda del centro y se convirtió en una fuerza unitaria a finales de 2013. Al año siguiente, el desempleo en Grecia rondaba el 27%, casi tres veces más que la reducida tasa del 8% que había antes de la crisis. Aunque el líder de Syriza, Alexis Tsipras, había sido diputado en el parlamento durante algunas legislaturas, ninguno de sus dirigentes podría ser considerado un político profesional con experiencia.
Teniendo en cuenta el miserable estado económico de Grecia, el ministro de Economía sería sin duda el centro de atención
Teniendo en cuenta el miserable estado económico de Grecia, el ministro de Economía sería sin duda el centro de atención y Syriza eligió a alguien que encajara bien lo de ser objeto del interés público. Varoufakis es un atractivo y encantador economista que se pasea en moto y tiene una glamurosa y aristocrática esposa artista. Su nivel de inglés no solo es fluido, sino que a menudo resulta bastante elegante. Solo con eso ya bastaba para atraer buena publicidad, al menos al principio, pero también le expuso a recibir numerosas acusaciones de derecha, centro e izquierda, de ser un exhibicionista y un narcisista. Además, había adquirido fama de ser un declarado crítico de la ortodoxia económica y de la terriblemente inhumana y desastrosa gestión de la crisis que habían llevado a cabo las autoridades europeas. [He de decir que he entrevistado a Varoufakis en mi programa de radio en repetidas ocasiones desde 2008 y, además de caerme bien, siento un gran respeto por é]. En 2010, Varoufakis publicó un breve artículo en su página web, escrito con Stuart Holland, en el que ofrecía una “modesta propuesta” para resolver la crisis de deuda europea. Se trataba de que el Banco Central Europeo (BCE) financiara la reducción de la deuda de los países periféricos en problemas mediante la emisión de garantías de préstamo que ayudaran a los bancos del continente que tuvieran dificultades y mediante la realización de fuertes inversiones en la infraestructura de los países en crisis. Hace algunas décadas, eso se habría considerado como una respetable receta keynesiana para generar una amplia recuperación económica, pero en esta época neoliberal parecía un mensaje venido casi de otro mundo.
En su relato, Varoufakis narra las negociaciones de alto nivel en torno a la reducción de deuda, y elude en gran parte el tercer argumento, la necesidad de realizar grandes inversiones en la periferia europea (una omisión que hay que lamentar, ya que la falta de inversión es el motivo central que se encuentra en el origen de la crisis). Volviendo la vista atrás, la crisis fue el inevitable resultado de juntar a doce países (que después se convirtieron en diecinueve), con grandes diferencias en cuanto a su desarrollo económico, en una zona de moneda única. Alemania es una potencia económica que produce algunos de los productos más avanzados del mundo; Grecia tiene muchos encantos, pero no tiene un Daimler-Benz. (Italia y España se encuentran en algún punto intermedio). Según las estadísticas del FMI, el PIB per cápita de Grecia era de un 67% con respecto al nivel alemán cuando se fijaron en 1998 las tasas iniciales de conversión entre las monedas nacionales y el euro. Después, el entusiasmo de suponer que ingresar en la eurozona permitiría a Grecia y a otros países europeos converger por arte de magia con el nivel de desarrollo económico de Alemania hizo que el capital lloviera en las rezagadas economías de los PIIGS. La consecuencia fue que se desencadenó un auge insostenible: el ingreso per cápita de Grecia subió de forma espectacular hasta un 80% con respecto al nivel de Alemania en 2006. Sin embargo, ese progreso demostró ser algo fugaz y la crisis devolvió el ratio del PIB entre Grecia y Alemania a un 56%.
A pesar de la bonanza de mediados de la década de 2000, los principios básicos de la economía griega no estaban mejorando: como consecuencia de una infraestructura cada vez más descuidada y de industrias que no estaban a la altura de las alemanas, la productividad del mercado laboral griego seguía sin ser equiparable, aunque los salarios e ingresos seguían subiendo. Como consecuencia de esta enorme, y a menudo creciente, disparidad en cuanto a eficacia, Grecia registraba déficits comerciales crónicos con Alemania y otros países avanzados, ya que sus productos no podían competir con los de esos países ni en calidad ni en precio. Asimismo, el gobierno también acumulaba grandes déficits presupuestarios. Estos déficits se financiaban con la entrada de capital que mencioné anteriormente, y los bancos alemanes, franceses y de otros países del norte suministraban el efectivo. Cuando llegó la crisis, los banqueros y sus escribanos culparon del problema a los corruptos, vagos y derrochones ciudadanos griegos, porque como todo el mundo sabe, los acreedores nunca son irresponsables.
En los días anteriores a la llegada del euro, los líderes financieros griegos podrían haber devaluado la moneda del país, el dracma. Esa estrategia habría hecho que las importaciones fueran más caras y las exportaciones más baratas, lo que habría ayudado a hacer cuadrar las cuentas internacionales y habría evitado que los problemas cíclicos se convirtieran en crisis. Pero una vez que Grecia ingresó en la zona euro, ese remedio quedó excluido. El flujo de capital se detuvo y los acreedores querían su dinero de vuelta. El PIB cayó un 4% en 2009 (una profunda recesión en sí misma) y luego se contrajo otro 24% a lo largo de 2013.
En medio de todo este desastre en proceso de desarrollo, apareció una banda de tecnócratas apodados la Troika: una especie de santísima trinidad compuesta por la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los principales peones políticos de la Troika prescribieron profundos recortes en el gasto público a cambio de préstamos. Sin embargo, los ingresos de esos préstamos no se usarían para aliviar el sufrimiento de los griegos, sino que se utilizarían para amortiguar las cuentas de sus acreedores: el dinero del “rescate” pasó brevemente por las manos de los griegos en su camino hacia Fráncfort y París. Al final, la estrategia no “funcionó”, si lo que se quiere decir con funcionar es darle la vuelta a la crisis, pero funcionó en el sentido de que evitó que los mercados financieros implosionaran por completo, que es lo que realmente importa a los inversores en caso de crisis.
Syriza fue elegida para poner fin a toda esta sangría. Al contrario que muchos otros miembros del partido, Varoufakis (que nunca se afilió) se oponía a dejar la zona euro; Grecia no tendría que haber ingresado nunca, en su opinión, pero una vez dentro, salir (lo que se conoció como grexit) sería catastrófico. Llevaría demasiado tiempo crear una nueva moneda y durante esa transición cualquier griego con unos pocos euros de sobra los sacaría volando del país y convertiría una situación horrible en algo peor. Por ese motivo Varoufakis prefería negociar con la Eurozona, e incluso suspender el pago de la deuda a los titulares de los bonos y el FMI. La amenaza de un impago de bonos era especialmente poderosa: dejar que un tipo particular de bonos del Estado griegos incurriera en cesación de pagos habría causado un grandísimo problema al BCE, y le habría obligado a reducir el valor de los bonos de otros países en crisis que anteriormente había comprado para estabilizar la situación. Eso no solo descuadraría por completo su balance, sino que le traería inmensos problemas legales en Alemania, porque el gobierno y los tribunales alemanes no veían bien el intento del BCE por estabilizar los mercados financieros mediante la compra de enormes cantidades de bonos del Estado a lo largo y ancho de la Eurozona. El fantasma de un impago generalizado de sus inmensas obligaciones de deuda era el arma más poderosa que tenía Grecia, aunque a decir verdad no tenía muchas más.
Aquí es donde aparecen los adultos en la sala, como Varoufakis denomina a sus supervisores de la eurozona. Los esfuerzos del ministro de Economía por negociar con la Troika, que se narran en el libro de forma detallada y reveladora, eran básicamente inútiles. Gran parte del contacto que tenía con ellos se producía a través de algo llamado el Eurogrupo, un colectivo de ministros de Economía acompañados por el jefe del BCE y algunos otros burócratas de alto rango. El presidente del Eurogrupo, el ministro de Economía de Holanda Jeroen Dijsselbloem, es teóricamente un socialdemócrata, aunque en realidad no es más que un consumado sadomonetarista. Como le explicó un miembro de la secretaría a Varoufakis: “[…] El Eurogrupo no existe jurídicamente. […] No hay reglas escritas sobre la forma que tiene de llevar a cabo sus actividades y por tanto su presidente no tiene ninguna obligación jurídica”.
En su seriamente limitado papel de socio negociador, Varoufakis pudo presentar ante el grupo lo que se denominaron “no documentos”, documentos de posición sin validez jurídica, que eran ignorados sistemáticamente. Sus argumentos económicos sobre la esencial impagabilidad de la deuda griega, que tenían mucho en común con los que adelantó el FMI, fueron recibidos con silencio. Era, como afirmó Varoufakis, igual que si estuviera cantando el himno nacional sueco.
El actor que más influencia ejercía del lado de los acreedores durante las negociaciones era el ministro de Economía alemán, Wolfgang Schäuble, cuya visión del mundo podría resumirse en un dicho que atribuyó a su abuela: “La benevolencia precede al libertinaje”. Aunque Schäuble estuviera de acuerdo con Varoufakis en que la Eurozona no era sostenible según el régimen presente, no tenía tiempo para las propuestas keynesianas de Varoufakis. En su lugar, quería “una mayor disciplina…Y la eurozona será más fuerte si el grexit la mete en cintura”. Grecia era una molestia que había que expulsar.
¿Por qué? Sobre el papel, uno podría argumentar que el grexit incrementaría los beneficios de las empresas alemanas, pero un resultado de ese tipo era más que improbable, teniendo en cuenta las dificultades generales de recuperar la deuda de una economía en suspensión de pagos; sería más fácil argumentar que al estimular el crecimiento, unas políticas menos restrictivas harían que aumentaran los beneficios. Pero Schäuble estaba pensando a largo plazo. Él creía que el “excesivamente generoso” modelo social europeo se había vuelto demasiado caro y había que deshacerse de él. Incluso aunque Grecia no contaba con un Estado del bienestar tan desarrollado (su tasa de pobreza era superior a la de Alemania y había mayor desigualdad en la distribución de rentas), Grecia tendría que ser sacrificada a fin de evitar el libertinaje. Serviría de ejemplo, sobre todo, a Francia, cuyo generoso sistema de bienestar tenía que ser repensado, en su opinión.
Tras cinco meses de negociaciones inútiles, en junio de 2015, finalmente Grecia dio marcha atrás en su intento por obtener una reducción sustancial de la deuda. Ante el temor de que se produjera un pánico bancario, el Gobierno cerró los bancos. Tsipras sometió la última oferta del Eurogrupo a referéndum: ¿aceptar o rechazar? El resultado de la votación, que tuvo lugar solo una semana después de que se anunciara, fue de sesenta y uno contra treinta y nueve a favor de rechazarla. Varoufakis quería que el Ejecutivo recurriera a la opción de la suspensión de pagos y, si las autoridades expulsaban a Grecia de la eurozona, improvisarían una nueva moneda a través del sistema impositivo. Pero sus compañeros habían perdido el coraje. Ignoraron el referéndum, tiraron para adelante, aceptaron otro acuerdo más de austeridad y Varoufakis presentó su dimisión. Actualmente, Grecia sigue todavía soportando una enorme carga de deuda. La economía ha dejado de contraerse, pero hasta las medidas más convencionales demuestran que todavía está muy lejos de recuperarse.
Es un relato trágico, en el sentido de tragedia de la antigua Grecia: fallos en la personalidad y la visión del mundo que conducen a lo que parece ser un desastre que podría haberse evitado.
Es un relato trágico, en el sentido de tragedia de la antigua Grecia: fallos en la personalidad y la visión del mundo que conducen a lo que parece ser un desastre que podría haberse evitado. Varoufakis ha sido criticado por débil y traicionero, lo que parece profundamente injusto después de leer su relato. Sus compañeros de Syriza (los que tiraron para adelante y firmaron el acuerdo con medidas de austeridad adicionales) podrían, siendo justos, ser acusados de lo mismo, incluso aunque el país tuviera pocas cartas que jugar aparte de la amenaza de impago. No obstante, hay un conjunto de actores que merecería ser objeto de mayores críticas: los partidos socialdemócratas del núcleo europeo. Los socialdemócratas formaban parte del gobierno de coalición de Angela Merkel en Alemania y ocupaban el gobierno en Francia. Varios de los dirigentes del Eurogrupo, como por ejemplo Dijsselbloem, son teóricamente socialdemócratas y, sin embargo, no hicieron nada para detener el empobrecimiento de Grecia y de los otros PIIGS. En líneas generales, han presidido o consentido la escalada del neoliberalismo en toda Europa, lo que ha dado como resultado un aumento de la polarización económica y de la pobreza, que después ha contribuido al presente auge de la extrema derecha.
Varoufakis, por su parte, ha pasado a un nuevo proyecto: la “democratización” de la Unión Europea. Un elemento central de su plan sería elegir gobiernos dispuestos a disputar la ortodoxia financiera mediante un método que él denomina “desobediencia constructiva”. Considera que este enfoque deliberante es preferible a reventar la UE y batirse en retirada hacia nacionalismos enfrentados. Es un objetivo loable, pero parece bastante remoto. Con todo y eso, al igual que sucedía con la amenaza del impago, no es sencillo vislumbrar ninguna otra opción que pueda dar origen a reformas significativas en la Zona euro, sobre todo cuando vemos cómo las fuerzas de la derecha nacionalista siguen ganando terreno. Por eso, además de proporcionar una magistral narración de la crisis de deuda griega, Adultos en la habitación sirve para brindar un argumento sumamente necesario para reactivar el internacionalismo humano.
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Este artículo se publicó en inglés en The Baffler
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Autor >
Doug Henwood (The Baffler)
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