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Janet Yellen, la keynesiana ninguneada por Trump

La destitución de la responsable de la Fed demuestra la frivolidad del presidente, que se atribuye sin pudor los méritos de la mujer que enderezó la economía

Victoria Carvajal 14/02/2018

<p>Janet Yellen, expresidenta de la Reserva Federal.</p>

Janet Yellen, expresidenta de la Reserva Federal.

Flickr

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Trump lleva solo un año en el cargo de presidente de Estados Unidos pero se atribuye sin pudor la buena marcha de la economía estadounidense allí por donde va, ya sea ante los mandatarios asistentes a la cumbre económica de Davos o en el reciente discurso sobre el Estado de la Nación. Y sin embargo a quien Donald Trump debería estar agradecido es a Janet Yellen, la hasta ahora presidenta de la Reserva Federal y verdadera artífice de esa recuperación. En su lugar, ¿qué ha hecho? Destituirla. 

Y cabe preguntarse si ahora que la volatilidad se ha instalado en los mercados de capitales, especialmente en Estados Unidos, debido al temor de que una subida precipitada de los tipos de interés en este país afecte al crecimiento, el presidente asumirá que hay algo que está haciendo mal. Conociendo su talante fanfarrón, la pregunta es obviamente retórica. Es posible que Donald Trump acabe arrepintiéndose de haber prescindido de Yellen. Más allá de haber roto con la tradición de los últimos tres presidentes, Clinton, Bush Jr. y Obama, de mantener en el puesto al responsable de la política monetaria nombrado por su antecesor para preservar su independencia, se ha quedado sin la posibilidad de poder culparla (a ella y al anterior inquilino de la Casa Blanca, de paso) de cualquier revés que sufra la hasta ahora prometedora recuperación de la economía estadounidense.

Que Yellen, la primera mujer en la historia en ocupar la presidencia de la más poderosa institución financiera del mundo, haya dejado su cargo justo antes de que la inestabilidad se apoderara de los mercados puede que sea pura coincidencia. Pero lo cierto es que la gestión de esta economista keynesiana al frente de la Fed ha producido unos resultados impresionantes: se han creado seis millones de empleos, el paro se ha reducido del 6,7% al 4,1% (o lo que es lo mismo; pleno empleo), la inflación está en el 2,1% (el objetivo de la Fed es el 2%), y la economía ha crecido a una tasa del 2,3% en 2017. 

Como resumía el principal historiador de la Fed, Peter Conti-Brown en declaraciones a The Economist: “Sólo con mirar el empleo y la inflación”, dos elementos antagónicos en la teoría clásica de la economía, “uno puede concluir que Janet Yellen ha sido la mejor jefa que ha tenido la Fed en toda su historia”. 105 años de historia desde que el presidente Woodrow Wilson firmó en 1913 una ley para crear un banco central descentralizado cuyo mandato fuera “combinar los intereses de la banca privada con los del ciudadano común”. De ahí que el banco central no sólo tiene la inflación como objetivo de su política monetaria. El empleo y el crecimiento son sus otras dos prioridades. Un mandato envidiado por muchos en Europa durante la crisis de la eurozona, a pesar de las maniobras de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, para sortear la ortodoxia impuesta por Alemania en la institución. Una respuesta más contundente y a tiempo, como la tomada por la Fed, hubiera servido para compensar los devastadores efectos de la austeridad, sobre todo en términos de desempleo. 

Los cuatro años de gestión de Yellen al frente de la Reserva Federal han estado marcados precisamente por el afán de crear empleo. Esto es, que la recuperación llegara a todos, o lo que es lo mismo y siendo fiel a los principios fundacionales de la institución: la defensa de los intereses del ciudadano común. “El bowl de ponche en esta fiesta se seguirá rellenando hasta que llegue el último invitado”. Fue la imagen que usó al ocupar su cargo en la Fed la que fuera la alumna aventajada de James Tobin, el padre de la tasa a las transacciones financieras, en la Universidad de Yale. En otras palabras; mientras no se alcanzara el pleno empleo, la Fed mantendría los tipos de interés casi a cero y reduciría con cautela el programa de estímulos al sistema financiero, el llamado Quantitative Easing,que desde la crisis de 2008 ha supuesto una inyección de casi cuatro billones de dólares (el PIB de España es de 1,2 billones de dólares) por parte del banco central a cambio de la compra de activos financieros de todo tipo a bancos e instituciones financieras necesitadas de liquidez. Era la manera de estimularles para que dieran créditos y relanzaran la demanda interna. Y así ha sido.

Era una medida no ortodoxa, pero necesaria para engrasar el sistema. Tampoco exenta de riesgos, pues el balance del banco central se ha multiplicado por cuatro, con muchos activos dudosos. A partir de que la tasa de paro bajó del 5%, la Fed de Yellen ha dosificado en cuatro tiempos el incremento de los tipos de interés (del 0,5% al 1,5%) y desde octubre pasado puso punto y final al QE. Todo ello de la manera más transparente posible y sin alterar la bonanza del mercado bursátil, que en el caso de Estados Unidos es la fuente principal de financiación de las empresas y sirve de aval para que muchos pequeños ahorradores (inversores) puedan pedir préstamos. Es por lo tanto un elemento fundamental en el crecimiento de esa economía. Lo ha hecho de forma gradual y previsible. Sin provocar volatilidad, dando confianza y compartiendo la información relevante con todos los agentes que forman parte del sistema. Incluidos los periodistas. De hecho, fue la primera en el cargo que comparecía ante la prensa inmediatamente después de las reuniones del consejo del banco central.

Con motivo de su destitución, The Washington Post destacaba recientemente cinco grandes logros por los que debe ser recordada la gestión al frente de la Fed de Janet Yellen, una mujer que accedió al cargo con 68 años y que fue de las primeras dentro de la institución en advertir del peligro que suponían las hipotecas basura, detonantes del posterior descalabro financiero que sumió a las economías occidentales en la mayor depresión de su reciente historia. Ahí van: 

Gestión de la crisis: Yellen ha servido a la Fed no sólo en estos últimos cuatro años. En los noventa fue consejera de la institución, luego ocupó el cargo de presidenta de la Reserva Federal en San Francisco y, después, fue cuatro años vicepresidenta con Ben Bernanke, su antecesor. En todos esos puestos demostró tener gran habilidad para pronosticar lo que iba a ocurrir. Siempre defendió la necesidad de actuar con contundencia para contrarrestar lo que estaba fallando en la economía. Así lo reflejan las transcripciones de las reuniones celebradas en la Fed a partir de la crisis de Lehman Brothers. Ella estuvo siempre a favor de usar todo el arsenal de la Fed para frenar el deterioro de la crisis.

Medidas contundentes: Yellen siempre respaldó el programa de compra de bonos del Tesoro y obligaciones hipotecarias en manos de las entonces maltrechas instituciones financieras para asegurarse que los tipos de interés bajaran y se dinamizara el crédito y se estimulara la actividad económica. Hubo grandes detractores de esa acción, que temían un aumento de la inflación. El tiempo demostró que estaban equivocados. De hecho, durante los últimos seis años la inflación ha estado por debajo del objetivo del 2% de la Fed.

Transparencia en la comunicación: su gran aportación ha sido darle transparencia a la gestión de la institución. Ha convocado una rueda de prensa de forma trimestral, tras cuatro de las ocho reuniones que celebra el consejo del banco central al año, lo que no tenía precedentes. De esta manera Yellen anticipaba las intenciones de la Fed con respecto a posibles cambios de la política monetaria en función de lo que los próximos datos económicos fueran revelando. Su intención era evitar el pánico entre los inversores y la inestabilidad de los mercados financieros, como le ocurrió a Bernanke cuando anunció (sin ni siquiera ejecutarlo) que la Fed iba a retirar los estímulos monetarios y todo se fue momentáneamente al garete en mayo de 2013. Al revés, Yellen ha sabido navegar en esas aguas turbulentas, restringiendo las inyecciones pero dando confianza.  

El empleo: Janet Yellen, a diferencia de sus predecesores, hizo hincapié en impulsar el crecimiento de la tasa de empleo por encima de todo. Procurar el pleno empleo es uno de los mandatos que la Fed recibe del Congreso. Yellen entendió que la gran amenaza de la economía de EE.UU. no era la inflación, sino adentrarse en un periodo prolongado de escasa creación de empleo. Frente a quienes seguían atenazados por el miedo a reproducir los traumáticos años inflacionistas de los setenta en EEUU, Yellen defendió con acierto que los cambios estructurales de la economía estadounidense permitían mayor margen para ser más laxos en la política monetaria e incorporar al máximo número de gente al mercado de trabajo sin presionar la inflación. Como así ha sido. 

Desafiando las tablas históricas: Yellen ha acertado también en aventurar, en contra la ortodoxia que ha de caracterizar a una institución guardiana de la estabilidad de los precios, que los tipos de interés podrían seguir bajos durante un periodo largo de tiempo sin que eso empujara los precios al alza.

Y bien, es de esta gran gestora de la que ha decidido deshacerse Trump. ¿Y ahora? ¿Por qué el nerviosismo? Veamos; tener pleno empleo supone que los salarios han de subir. Y el dato de la subida salarial del último mes ha sido más alto de lo esperado (un 2,9% frente al 2,7% previsto). Es un factor que, con una inflación del 2,1%, ha de presionar los precios. Pero que no explica por sí solo la fuerte subida de los tipos de interés a largo plazo (10 años), que están en su máximo en los últimos cuatro años. Y es aquí donde la gestión de Trump debe ser tenida en cuenta. Medidas como la polémica rebaja de impuestos a las rentas medias y altas, destinada a estimular la demanda interna pero que reduce los ingresos fiscales, o la decisión de aumentar el gasto público para financiar nuevas infraestructuras, principalmente la quimérica y tozuda construcción del muro con México, o el incremento en el presupuesto de Defensa suponen un inevitable aumento del déficit público (y por tanto un incremento en las necesidades de financiación del Tesoro americano que debe ofrecer tipos más altos para satisfacerlas). Todas ellas podrían explicar por sí solas los temores a que haya más inflación y una subida de los tipos de interés. 

Pero Trump no entiende nada de los indicadores económicos. Sólo sabe atribuirse los méritos ajenos siempre que la cosa vaya bien. Lo mismo que con el valor del dólar. Cuanto más fuerte, mejor. Eso es lo que le gusta. Casi tanto como los botones grandes en el escritorio de su despacho oval. Y eso a pesar del criterio expresado un día antes por su secretario del Tesoro, Steven Mnuchim, en ese mismo foro de Davos a favor de un dólar bajo para potenciar las exportaciones estadounidenses y consolidar la recuperación. ¿Débil? No, gracias. Yo fuerte. Siempre fuerte. 

No es de extrañar que, pese a la cautelosa recuperación desde el lunes 12 de febrero de los mercados financieros a uno y otro lado del Atlántico, haya quien piense que hay muchas incertidumbres como para apostar por que la fuerte volatilidad sea solo un episodio aislado. Trump ha introducido unas propuestas económicas que alteran la confianza. Y una no puede evitar preguntarse: ¿Si Janet Yellen se mantuviera al frente de la Fed, estarían los inversores más tranquilos? Trump se ha desecho de un activo importante, de una mujer que ha aportado un elemento clave a los mercados financieros: la estabilidad, la previsión de lo que está por venir. Sí, es probable que Trump se arrepienta de su sustitución; pero no esperemos que lo reconozca ni que asuma su error. Él sólo sabe apuntarse los tantos ajenos. Lo demás, el tiempo lo dirá.

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Victoria Carvajal

Es licenciada en Economía por la New York University y Máster en Periodismo por la UAM/El País. Fue redactora en la sección de economía de El País. Actriz vocacional y dj entregada de CTXT, de la que es miembro del consejo editorial.

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