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El segundo juicio de Humbert Humbert

El autor replica los juicios sobre Nabokov y Lolita volcados por Laura Freixas en un artículo reciente

Andreu Jaume 11/03/2018

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A la pregunta con que titula su artículo “¿Qué hacemos con Lolita?” (El País, 21-II-2018), Laura Freixas contesta al final que “hay que leerla, porque es una gran novela, pero también analizarla y criticarla.” Antes, para fundamentar sus conclusiones, pone en un pie de igualdad, nada menos, que a Tiziano representando al óleo un episodio –el del embate– del mito de la violación de Lucrecia, y a Vladimir Nabokov creando al personaje de Humbert Humbert en su novela. Para ella, tanto el pintor en 1568 como el escritor en 1955 son culpables de haber utilizado su arte para sublimar el abuso de mujeres indefensas.

Si atendemos a la exigencia de la propia Freixas y efectivamente analizamos e interpretamos la obra de Nabokov, veremos que la espuria reprobación moral con que pretende condenar al protagonista de la novela es infinitamente más pobre e inocua que la que el propio escritor inflige a su personaje. Mientras espera que se abra juicio para su causa, Humbert Humbert escribe desde la cárcel –con la seguridad de que será ejecutado– la historia de su vida, una especie de autodicea dedicada a exponer crudamente las razones que le llevaron a abusar de una niña de doce años y a asesinar a Clare Quilty, el depravado dramaturgo que acabó por quitarle a Lolita de sus brazos.

Humbert Humbert –HH– no es un pedófilo al uso ni un psicópata incapaz de distinguir entre el bien y el mal, sino un europeo apuesto y arrogante (“un oscuro pozo de monstruos con sonrisa de muchacho”, como se define a sí mismo), educado y culto, poeta mediocre y secreto que, a sus cuarenta años, disimula como puede su obsesión –oculta y sin cesar recreada en los sótanos de su mente– por lo que él llama las “nínfulas”, que no son exactamente niñas precoces y bellas, como el cine ha equivocado, sino una categoría más perversa aún, “el pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas”, un culto propiciado, según cuenta, por el trauma de haber perdido a Annabel, su primer amor de infancia en la Riviera. HH podría perfectamente haber pasado toda su vida escondiendo esa invalidez sentimental y sexual. Ocurre sin embargo que una serie de azares –la muerte en accidente de la madre de la niña, con quien se ha casado a regañadientes para poder estar cerca de ella– le brindan la oportunidad de hacer realidad la perversión que hasta entonces sólo había entretenido en su serrallo mental.

Humbert Humbert –HH– no es un pedófilo al uso ni un psicópata incapaz de distinguir entre el bien y el mal, sino un europeo apuesto y arrogante

“Cuando leas Lolita”, le escribió Nabokov en 1956 a su amigo Edmund Wilson, “ten en cuenta por favor que se trata de un asunto profundamente moral.” La advertencia era muy pertinente por cuanto toda la novela es una indagación extrema acerca de las consecuencias fatales que una decisión moral desencadena tanto en la vida de un agresor como en la de su víctima. En su artículo, Laura Freixas afirma sin vacilaciones que “la novela está escrita de tal manera que consigue hacernos olvidar que está mal violar niñas”. Cuando HH está a punto de pasar la primera noche en un motel con Lolita y consumar por fin su estupro, escribe: “¡Señores del jurado! Si mi felicidad hubiera podido hablar, habría llenado el recatado hotel con un rugido ensordecedor. Y hoy mi único pesar es que no deposité tranquilamente la llave 342 en el escritorio para marcharme de la ciudad, del país, del continente, del hemisferio...del globo mismo, esa misma noche.” A partir de ahí, HH sabe que se ha condenado para siempre y la segunda parte de la novela no es sino un lento descenso a los infiernos de la angustia, la ansiedad, la sordidez y la abyección.

Esa derrotada conciencia moral de Humbert es, por otra parte, radicalmente distinta a la deshonra que acaba siendo la condena de Sexto Tarquinio, el hijo del rey romano que viola a Lucrecia, esposa fiel y virtuosa del general Colatino, creyéndose todavía con una especie de derecho de pernada cuya venganza, a manos de Bruto, causará la ruina del violador y de su linaje y con él de la monarquía, abriendo paso así a la República, según cuenta Tito Livio en este mito de desposesión patriarcal y transición demótica. Por cierto que en el cuadro de Tiziano, en el gesto decidido y valiente con que Lucrecia, a pesar de esa rodilla hincada en la entrepierna que anuncia la inminente violación, defiende todavía su honra con una dignidad también realzada por esa mirada sorprendida y asustada pero en ningún caso dócil, puede uno imaginar el principio de la voz que Shakespeare, que estaba por aquellos años viniendo al mundo, le daría a la mujer en su poema sobre el mismo mito, escrito apenas dos décadas más tarde, sobre todo cuando, en el momento en que se dispone a contarle la violación a su marido, Lucrecia, en uno de los pasajes más vibrantes y hondos que se han escrito sobre la emancipación femenina, dice de pronto: “For me, I am the mistress of my fate” (‘En cuanto a mí, soy la dueña de mi destino’), sin duda un eco de aquel contundente y ominoso “Medea nunc sum” (‘Ahora sí soy Medea’) de la tragedia de Séneca.

La escena más elocuente de esta otra tragedia que es Lolita, escrita al borde de la parodia pero al filo siempre de un abismo de seriedad, está al final, cuando Humbert Humbert, después de buscar desesperadamente a la niña por todo el país, huida en brazos de otro, la encuentra porque recibe una carta suya pidiéndole dinero. Lolita tiene ahora diecisiete años y es ya “una vulgar joven”. Está, además, embarazada de un chico rudo y vive en una choza miserable. HH sólo quiere saber la identidad del hombre que se la llevó: Clare Quilty, a quien acabará matando. Antes de despedirse para siempre y después de extenderle un cheque, HH, deshecho en llanto, le pide por última vez que se vaya con él. A lo que Lolita contesta: “No, no puedo pensar siquiera en eso. Antes preferiría volver con Quilty. Quiero decir…”. Lolita no termina la frase, pero HH la completa, sabiendo perfectamente lo que está pensando: “Él me destrozó el corazón. apenas me destruiste la vida.”

Al final, en un juego de malabares muy propio de Nabokov, el juicio sobre el asesinato de Quilty no llega a celebrarse porque, según nos informa el Doctor John Ray –caricatura del profesional del psicoanálisis, una de las bestias negras del novelista–, HH muere repentinamente de trombosis coronaria, a pocas semanas de iniciarse la vista, lo mismo que Lolita después de dar a luz a un niño muerto. Todos los testigos, por tanto, de la relación prohibida entre HH y Lolita Haze están muertos, y en el vacío de la escena sólo queda un solo personaje: el lector, que ahora tendrá que construir su propio juicio moral atendiendo a toda la complejidad desplegada dramáticamente por Nabokov.

Frente a ese juicio, que es el de la crítica y la interpretación, nunca el mismo pero siempre problemático, Laura Freixas propone en su artículo un segundo juicio que, basado en impresiones superficiales, supone de hecho una supresión de la lectura y su sustitución por una especie de “pena de telediario” que, animada por la escabrosidad del argumento de la novela, quizá sirva a ciertas urgencias publicitarias pero que desde luego no se compadece ni con la defensa de la dignidad de la mujer ni con el más mínimo rigor intelectual.

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3 comentario(s)

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  1. Marina

    Si no hubiese leído la obra, como mujer, como feminista, seguramente las palabras de Freixas habrían dejado un eco en mi, pero habiéndola leído, es imposible estar de acuerdo con su artículo. Lolita NO es una obra misógina, ni es una apología a la violación ni a la pedofilia y quien lo siga diciendo es que no ha leído la obra o solo tiene intención de causar polémica.

    Hace 6 años

  2. Tiantian

    Muchas gracias, Andreu, por tan acertado análisis de esta obra maestra de la literatura universal que es "Lolita", y sobre todo, por desautorizar ese esperpéntico ¿artículo? de la tal Laura Freixas y demostrar que ni siquiera lo ha leído.

    Hace 6 años

  3. m

    es un articulo interesante y esclarecedor, pero en la sociedad actual, la ideosincrasia actual , la educacion en la critca y la etica y el machismo etc actual ,d esppaña al menos, prima para mi la vision de Freixas

    Hace 6 años

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