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Tribuna

Los feminismos que vienen: un diálogo sobre la polémica provocada por el #MeToo

¿Qué hay detrás de las campañas recientes contra el acoso? ¿Puritanismo? ¿Un radicalismo poco inclusivo? Una discusión –constructiva– entre un hombre con dudas y una mujer convencida

Silvia L. Gil / Germán Cano 19/03/2018

<p>Marcha de la manifestación del 8 de marzo de 2018.</p>

Marcha de la manifestación del 8 de marzo de 2018.

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Germán Cano: Los debates surgidos al calor del #MeToo son, probablemente, las discusiones más sensibles que hemos tenido en los últimos tiempos: obligan a leer entre líneas y a ponernos a prueba a los hombres en cuanto que hombres. Una constatación de "señor" maduro: los hombres rehúsan opinar en espacios públicos por miedo a ser tachados de machistas –algunos efectivamente más que otros–, pero no dejan de expresar su creciente resentimiento en privado. Muy sintomático. Pretender que el movimiento feminista se ajuste a las "buenas formas", como se ha señalado abundantemente estos días, y rasgarse las vestiduras por las "exageraciones" es como hacer de María Antonieta en su palacio a las puertas de la Revolución. Este resentimiento masculino no deja de ser la prueba de que se están haciendo las cosas bien y de que muchas mujeres están diciendo "basta ya". 

En un mundo en profunda crisis civilizatoria y donde se están produciendo hondísimos cambios socioculturales, hay un cierto resentimiento viril que ya no puede conservar sus privilegios y sus identidades; es un dato importante y conecta con otros procesos reactivos de "vuelta" a imaginarios perdidos. Vivimos una poderosa reacción defensiva, lo que podríamos llamar una especie de retrovirilidad que trata de volver a unos supuestos e ilusorios "viejos tiempos" (el estado-nación, el mundo del trabajo fordista, la seguridad identitaria, la moral ascética tradicional...). Parece que la Nueva Internacional Reaccionaria que atraviesa nuestro mundo globalizado, desde el Brexit a Trump pasando por el aspecto cool de la nueva Alt-Right y los nuevos nacionalismos xenófobos, se define también por una melancolía masculina que pretende superar su ansiedad volviendo a un pasado idealizado que solo existe en su ilusión, porque nunca fue un horizonte satisfactorio, ni siquiera para los hombres. Decía recientemente Virginie Despentes en una entrevista, que no veía en absoluto un problema de "terrorismo simbólico" feminista, que lo que estaba teniendo lugar es una suerte de gran reacción de protesta de los pertenecientes al viejo mundo y sus privilegios. Creo que tiene razón en advertir esto.

Ahora bien, dicho esto, me pregunto también qué puede pasar si este malestar masculino se generaliza y extiende indeseadamente a sectores no “machoálficos", tensionando la relación intergeneracional y sexual, también a efectos de hacer política cotidiana: hay que convencer a muchos hombres desorientados que son potenciales cómplices, y también a mujeres. Pedirles, por ejemplo, de la noche a la mañana que "se deconstruyan o no entran”. ¿Es útil, efectivo, pedagógica y políticamente? Igual hablo desde los ecos de una generación ya sobrepasada, pero siento curiosidad por lo que pueda pasar aquí en un futuro próximo. En todo caso, tampoco creo que la autoflagelación masculina en este contexto sea de gran ayuda. Creo que se necesitan hombres que entren en los debates, convenzan a otros hombres desde sus dudas e inquietudes, y que también dejen oír su voz para acallar posiciones de revanchismo resentido. 

De la misma forma que no hay que convertir la "libertad" –de las mujeres o de cualquier sujeto oprimido– en un fetiche si se quiere comprender lo que está en juego, no creo tampoco que un movimiento emancipatorio sea intrínsecamente bueno en todas sus caras y que no conlleve posibles riesgos o impasses. No lo digo para apoyar la crítica reciente del supuesto "puritanismo", que me parece más bien un síntoma de lo que está ocurriendo, sino por la posición que defiende limitarse a escuchar y abandonar todo uso de la crítica a las virtudes de lo que viene. En fin, muchas dudas dentro de los fragores de la batalla. Lo que ahora creo importante es mantener un diálogo honesto y autocrítico por parte de quien ha ejercido históricamente su dominación, que no socave terrenos comunes en la relación entre hombres y mujeres. Sería cínico pensar que esa "conversación" no ha sido siempre asimétrica, que no ha estado históricamente amañada por una parte y negar que, bajo la excusa del diálogo, se han ahogado las voces de la diferencia. Aún así entiendo que ese puente de la igualdad no debe destruirse del todo.

Silvia L. Gil: Las inquietudes y dudas son fundamentales, y son una oportunidad para preguntarse por los presupuestos que las producen. El primero que encuentro en los comentarios de estos días: una enorme exigencia volcada sobre el feminismo. Se le exige cautela, orden o tolerancia del mismo modo en el que la derecha lo hace para deslegitimar otros procesos de cambio. Pero, en este caso, surge prácticamente de todos los sectores.

Denunciar parece que convierte a las mujeres de manera automática en sospechosas: el problema no existe y, en caso de no poder ser negado, como ocurre actualmente, se argumenta lo inadecuado de las formas en las que se denuncia –queja, victimismo, histeria–. Este tipo de respuesta constituye una de las experiencias en relación al poder más profundas y difíciles de nombrar para las mujeres. Implica, desde niñas, una confusión y dolor enormes: me pasa algo que no puedo decir. Ni siquiera encuentro las palabras. Hay un paralelismo entre el tutelaje a las mujeres, su silenciamiento histórico y la reacción ante el #MeToo. Las peticiones de prudencia siguen la misma economía simbólica: negar la posibilidad de hablar masivamente cuestionando el orden que naturaliza la desigualdad y la violencia, encontrando, por fin, las palabras. 

El segundo: la extensión del feminismo a la que asistimos es novedosa en muchos sentidos. Pero no lo es el enorme esfuerzo de las feministas por comunicar, hacer pedagogía e implicar a los hombres. En el caso de España, este impulso se encuentra de manera más organizada desde la mitad de los 70, en los barrios, fábricas, en los centros de salud. Asumir que se trata de un "cambio de la noche a la mañana", hace invisible décadas de lucha en las que el diálogo con la izquierda y el conjunto social es permanente. Creo que la pregunta no es si el cambio viene demasiado rápido, sino más bien, ¿cuáles son las resistencias que están ahí, y cómo han sido y pueden seguir siendo erosionadas?

Cada proceso verdaderamente rupturista crea un lenguaje propio

Tercero: cada proceso verdaderamente rupturista crea un lenguaje propio. El desconcierto de algunos sectores tiene que ver con que estamos acostumbrados a la mediación masculina en todos los ámbitos de la existencia, desde la cama hasta la escuela o el trabajo. Entonces surge una voz que en su radical diversidad habla desde otro lugar. ¿Se trata de que esa voz vuelva a plegarse al mundo con el que quiere romper para producir menos incomodidad? ¿O se trata más bien de escuchar para seguir descentrando los lugares establecidos? La ruptura pasa por esto último.

G. C. : Sí, son elementos a tener en cuenta, estoy de acuerdo. Asimismo, me parece importante tener en cuenta cómo la crítica francesa del #MeToo usa argumentos cercanos al discurso neoliberal reduciéndolo a un problema de totalitarismo contra la libertad.

S. L. G. : Creo que esa reducción sobredimensiona el papel de determinadas mujeres en ciertos lugares de Occidente. Si miramos desde Latinoamérica vemos que la idea de libertad no se formula del mismo modo. Habría que preguntar: ¿qué nociones de ciudadanía, derecho e individuo están involucradas en el sujeto neoliberal? ¿Funcionan del mismo modo o tienen el mismo significado en distintos contextos? Y vemos que no: los problemas en juego, los puntos de partida, las expectativas o las ideas de comunidad son radicalmente distintas. Esto significa, por lo pronto, que la crítica a la captura neoliberal no puede ser volcada sin más al genérico "feminismo". 

Pero, además, la crítica y el debate siempre han acompañado al feminismo. Y esto tiene que ver con la tensión que lo constituye desde sus orígenes: para avanzar tiene que cuestionar la misma identidad que necesita para ser –lo femenino–. Frente a lo que pueda parecer, esta paradoja es su potencia porque desde un inicio nos sitúa ante el hecho de que no existen identidades buenas en sí mismas o una libertad pura que defender. Vivimos esta enorme complejidad en nuestro interior –contradicción, apertura, creación– y también en los procesos políticos. Si cualquier movimiento corre siempre el riesgo de ser fijado en una identidad, esta tensión proporciona cierta ventaja histórica al feminismo para fugarse.

G. C. : También creo que está en juego aquí un problema acerca de qué límites tiene un debate crítico frente a los procesos emancipatorios. No me convence el argumento de que "no toca" entrar en cuestiones más complejas, y que solo hay que acelerar los procesos en marcha, o al menos no hacer preguntas que los frenen.

S. L. G. : Me parece que el problema de la crítica en este caso es la formulación externa. Externa se refiere a las voces que antes de dejarse atravesar por las preguntas lanzadas, acompañando los tiempos del proceso, tienen respuestas preparadas. Externa significa también disociación de la práctica; disociación que impide comprender que lo que sucede actualmente es inseparable de una vivencia transformadora en términos subjetivos, profundos. No podemos imaginar el enorme impacto en las adolescentes o las mujeres más mayores que salen por primera vez a la calle a manifestarse junto a otras miles, se organizan y crean una manera distinta de ser. Nuestro mundo ya no es el mismo por eso. Y externa significa, por último, tomar una prudente distancia. Parecería que antes de escuchar, afectarse, siempre hay que juzgar, advertir. ¿No es eso parte de la misma lógica masculina que está siendo cuestionada? Me parece que muchas de las voces críticas siguen atrapadas en ella.

G. C. : Entiendo lo que dices, cuando hablaba de "crítica" lo que quería enfatizar era que ese horizonte de crítica al patriarcado quizá nos lleva a disolver, en ambas identidades, la alternativa masculino/femenino, por ejemplo, en los anacrónicos términos de racionalidad/sentimiento, eros/autocontrol, etc. Por otro lado, dar por supuesto que los hombres "sensibles" ya están ahí y solo están los zorrocotrocos enfrente... no sé, tengo dudas, justamente por la distorsión del debate y la extraordinaria importancia de este momento histórico.

S. L. G. : En los espacios de mujeres y/o feministas no se dejan de enfrentar preguntas difíciles. Por ejemplo: ¿Cómo pueden colaborar los hombres? Se elaboran instrucciones que vienen a decir: "si quieres apoyar una marcha contra la violencia, la mejor manera es que tus gestos sean parte de la transformación: en lugar de ser vanguardia, retaguardia; en lugar de levantar la voz, escuchar; en lugar de ser visible, cuidar en las esferas invisibles del trabajo". ¿Qué es lo que excluye esta propuesta? Nada. Es positiva y propone un desafío: otro modo de estar.

Además, es importante insistir que son las feministas quienes, desde los 70 y 80, hacen trabajos educativos en escuelas, sindicatos, en centros de salud y planificación sexual, en el ámbito del derecho. En los noventa, muchas se instalaron en las universidades y en los ayuntamientos a través de las áreas de igualdad. Y, en los 2000, otras apostaron por las consultorías y cooperativas de formación y educación en temas de género. Esto expresa otro hilo de lo "personal es político", también singular en el feminismo: muchas hicieron de sus profesiones un nuevo campo de batalla.

Y eso implicó un permanente diálogo en espacios no politizados de la sociedad. ¿No es suficiente este trabajo? ¿No lo es porque las feministas se cierran o más bien porque estamos ante la tarea más titánica del mundo, sin apenas apoyo y con unas resistencias terriblemente profundas? ¿Y son las mujeres las únicas responsables de llevarlo a cabo?

Aún con todo, tienes razón que esto no cierra por completo la tensión con los hombres. De mi parte, creo más en la política del contagio y de la afectación que en la política que entiende que el otro es alguien al que hay que educar, como si careciese de algo. Las personas son responsables de sus decisiones en el sentido de que tienen comprensiones singulares del mundo y motivos propios, complejos. Además, existen privilegios a los que los hombres no quieren renunciar. La política del contagio está lejos de las doctrinas y trata más bien de construir desde la potencia, propiciando una sensibilidad compartida alrededor de una situación común. De hecho, lo que anima esta ola diversa, múltiple, es una vibración global que reconecta sentidos dispersos, fragmentados, y que al recomponerse no deja a nadie en el mismo lugar. El desafío político es que esta vibración sacuda el mayor número de cuerpos posibles. Si hubiésemos tenido primero que convencer a los hombres de que esto era necesario, el acontecimiento no habría tenido lugar. 

Uno intenta hablar desde una posición incómoda, pero no por masoquismo, sino por aprendizaje con sus resistencias

G. C. : Es complicado. Uno intenta hablar desde una posición incómoda, pero no por masoquismo, sino por aprendizaje con sus resistencias, por evitar una posición masculina que busque "feminizarse" y que, invirtiendo su posición y valores, caiga en un feminismo sin mujeres concretas de carne y hueso. Además, siendo un heterosexual blanco occidentalizado y de mediana edad, no ignoro que mi reacción inmediata es la de hablar desde esa María Antonieta que ve desde el palacio la irrupción de lo que va a acabar con ella. Con todo, me niego a aceptar la posición inversa que debe guardar silencio. Entre otras cosas, porque en esta lucha y en vuestro triunfo se juega también "mi vida". El hecho de estar situado estructuralmente "en el otro lado" no tengo claro que signifique que debo feminizarme en un acto de autovaciamiento condescendiente, como si esa desexualización fuera más positiva para el futuro, que, pese a todo, es común. Al exponer las dudas públicamente uno también se cuestiona, incluso creo que de forma más concreta que asumiendo automáticamente la reivindicación virtuosa de la otredad. Aquí se abre una cuestión importante: la de si esto puede ser una conversación entre las dos partes o una disputa o lucha que no admite un marco común. Por lo que veo en las reacciones a determinadas opiniones muchas mujeres lo entienden como lo segundo. Bien, no lo veo mal.

S. L. G. : Me parece que aquí hay un problema importante de partida: presuponer que las denuncias contra el acoso rehabilitan de nuevo el marco heterosexual. Sin embargo, creo que nos jugamos pensar el deseo más allá. ¿Qué significa esto? La posibilidad de una experiencia amplificada y diferente de género. En lugares como México, esto es una necesidad vital. Y es algo que aparece con fuerza en las nuevas generaciones a partir de los cambios protagonizados en las últimas décadas por mujeres, trans y gays –lo que sucedió en esta edición de Operación Triunfo lo expresa muy bien–. Me parece que es un error pensar que la opción para los hombres se reduce a feminizarse o vaciarse y acabar abrazando un feminismo abstracto. ¿Y si se trata de experimentar en la práctica otros modos de ser? ¿Y si cuando un hombre se "feminiza" el resultado no reproduce la Mujer, sino algo distinto –igual que las butch no son meras copias de hombres–? ¿Y si aceptamos que podemos llegar a ser otra cosa en la medida en que nos dejamos afectar por aquello que nos han dicho que no éramos? ¿Y si se trata de apoyarse en los referentes que rompen con las normas de género, en lugar de asumir su inmovilidad?

La idea de una conversación entre dos partes asume que el marco heterosexual, con sus dos roles y único deseo, es punto de partida y de llegada. Como si estuviésemos ante dos identidades fijas que deben buscar puntos o acuerdos en común –en condiciones además de desigualdad–, en lugar de implicarse en un proceso en el que los cuerpos se ven afectados por inquietudes comunes y se disponen a ser trastocados. Me parece que muchas de esas reacciones que mencionas tienen que ver con esto: el refuerzo, en lugar del cuestionamiento, de dicho marco.

G. C. : Me gustaría volver a lo que comentas de "pensar desde las potencias". Entiendo que la posición que subraya la cuestión de las "potencias" o la "vibración global" corre el riesgo de entender que el movimiento solo tiene un peligro, su contención desde arriba o desde un "afuera" defensivo masculino. Creo que esa imagen de lo que está ocurriendo presupone que ese movimiento es, en cierto sentido, homogéneo en cuanto a sus virtudes, como si no hubiera diferencias y peligros en su interior. También me preocupa que cualquier crítica, por respetuosa y constructiva que sea, se entienda con frecuencia como "poner palos en la rueda". ¿No se puede construir desde el ánimo crítico? ¿No se puede plantear que un movimiento emancipador como el #MeToo puede, siendo absolutamente necesario, albergar en su interior pulsiones victimistas, neoliberales o directamente infantiles? ¿Debe esa voz crítica proceder solo de las mujeres? Es curioso que yo hable del #MeToo y tú, con toda justicia, sin duda, abras el zoom y me digas: "¿Y esto qué?". Pero yo lo que quería era llamar la atención sobre cómo el #MeToo está influyendo en el imaginario masculino en general. La pregunta es si esto importa o es irrelevante, porque el movimiento en ciernes es lo que hay que cuidar. Yo creo que no hay que subestimar esas percepciones, y aquí las posibles diferencias entre nosotros no creo que sean tanto por el contexto de género, sino teóricas. Me preocupa más la cuestión de la hegemonía y de la contrahegemonía.

Entiendo que lo que se critica es que, al poner el foco crítico, se deja de lado la cuestión de la potencia del empoderamiento, que sería lo más importante ahora, en este contexto tan apasionante y crucial. Pero es eso lo que se presupone y me preocupa: que la necesaria atención a la potencia y las virtudes emergentes, que ese "sí se puede" feminista no calcule políticamente lo que está en juego con realismo en un escenario de repliegue internacional reaccionario muy preocupante. No sé si se comprenderá que este papel de aguafiestas se siente cómplice, pero son preguntas que, creo, debo hacerme, no solo como simpatizante feminista sino como crítico masculino del mundo existente.

Se está trastocando la estructura simbólica y material de lo que puede ser dicho y quién puede decirlo

S. L. G. : Cinco claves sobre esto que planteas: la primera es que no se puede hablar solo de pulsiones victimistas e ignorar las relaciones de poder en las que se inscribe el abuso sexual. Quizá no somos muy conscientes del enorme costo que supone una denuncia. Ni de las dificultades de la mayoría de las mujeres para llegar a comprender cuándo se está produciendo un abuso y cuándo se tiene legitimidad para denunciar. Nada de eso viene dado. Por eso, este proceso es importantísimo: puedo nombrar y decir lo que me pasa junto a otras. Se está trastocando la estructura simbólica y material de lo que puede ser dicho y quién puede decirlo.

La segunda: en todos los procesos de denuncia hay dos cosas: me descubro violentada –víctima de una agresión, de un desahucio, de un fraude– y esto me permite hacer algo con ello –señalo a los responsables, cuestiono que se trate de un problema individual–. El asunto es cómo equilibrar y no cerrar hacia un único lado; precisamente, lo que estamos viviendo muestra una tensión permanente entre la vulnerabilidad y la potencia: descubrir lo que me daña me conecta con otras personas con las que puedo pensar más allá de mi dolor. ¿Qué nos lleva a ver solo la primera parte, esa pulsión incluso infantil, en lugar de la ambivalencia de todo proceso político? Una mirada externa al proceso de cambio que reduce su complejidad.

La tercera tiene que ver con la anterior. Porque esa mirada que reduce se centra en las denuncias de acoso de las famosas, pese a que dichas denuncias no podrían ser entendidas sin el #NiUnaMenos argentino y el #24A mexicano. Sin embargo, nuestro imaginario sigue centrado en determinados sujetos, no la adolescente a la que su mamá hace fotos en la Ciudad de México antes de salir de casa camino a la escuela por si no regresa y tiene que iniciar su búsqueda. Cuando estas jóvenes se reúnen a plantar cruces rosas donde desaparecieron sus hermanas o amigas, ¿albergan en su interior pulsiones victimistas? Es necesaria una mirada heterogénea, atenta con las diferencias.

La cuarta: es distinto un movimiento que se cierra sobre sí mismo, ajeno al problema de la hegemonía, de un movimiento que trata de construirla de otro modo. El feminismo trabaja sobre una intuición: la política pasa por el cuerpo –por lo que vivimos cada día–, por los procesos de conexión reales, por la elaboración conjunta de ideas, por la circulación de propuestas en diálogo permanente. Eso exige partir de sí como receta contra una política discursiva desconectada de ciertos procesos vitales. Hegemonía no solo como discurso en torno a demandas, sino como expansión de prácticas y experiencias. Ahí reside la fuerza internacional de este nuevo movimiento. Escuchar y contagiarse para amplificar.

Y la última acerca de la posible falta de cálculo político. Es curioso que nos preocupe un mal cálculo cuando el feminismo es actualmente el ¿único? proyecto político que está poniendo sobre la mesa una alternativa que implica modificar las estructuras materiales y simbólicas, que tiene un horizonte. Hay que entender las denuncias de acoso en un marco de impugnación del orden más amplio: económico, político, cultural. Con la huelga se dijo: "Hay que reorganizar el sistema soecioeconómico, modificar los pactos de desigualdad que sostienen la democracia neoliberal, y tenemos propuestas claras al respecto.”

G. C. : Pero, ¿basta con una política del contagio que renuncie a trabajar en espacios formativos en donde aparece el material masculino efectivamente existente? ¿Basta con una especie de "éxodo" feminista de los moldes existentes patriarcales para cambiar las cosas? Creo que mis preguntas pueden ser pertinentes, porque enfocan la lucha en escenarios que tú entiendes secundarios en virtud de ese movimiento potencial autoafirmativo que sería la prioridad.

S. L. G. : Me parece que afirmar que no existe preocupación por el aspecto comunicativo/cultural parte del desconocimiento. No hay solo "éxodo", sino un difícil proceso de construcción colectiva. El carácter intergeneracional de la movilización es muy significativo al respecto: el diálogo entre las feministas que crecieron en las luchas antifranquistas y las que lo hicieron al calor de los nuevos feminismos se viene gestando desde hace más de una década –con las Jornadas Estatales de Granada de 2009 como hito en dicho diálogo, a las que acudieron más de tres mil mujeres–. Lo mismo con la presencia de las trabajadoras migrantes: sin determinados procesos en marcha desde inicios de los 2000, su presencia en esta movilización sería impensable. O la de las trabajadoras sexuales: sin el diálogo mantenido, no sin tensiones, durante décadas en España tampoco sería posible. Tejer, tejer y tejer, con contradicciones y dificultades, como primera clave.

Pero, al mismo tiempo, no se espera convencer a toda la población para avanzar. No se puede borrar completamente el antagonismo. Debemos contar con que hay fuerzas que no van a querer el cambio y eso no puede paralizar. Tenemos que construir un nuevo sentido común: por ejemplo, que la sostenibilidad de la vida debe ser el centro sobre el que gravite la organización socioeconómica. La política del contagio es eso: un mundo que irrumpe abriendo posibilidades que no imaginábamos. Los nuevos sentidos se imponen muchas veces sin pedir permiso, aunque sean, en cierto modo, parte de lo que hay –como cuando la PAH dijo "los bancos son los culpables" o el 15M no se movió de la plaza en jornada de reflexión electoral–. Ahí se abren nuevo campos de lo posible. Sin enfado no hay batalla.

G. C. : Donde tengo dudas es en tu comprensión de lo que llamas "la vibración y el contagio". No dudo en absoluto de que no haya detrás un marco de reflexión comunicativo muy potente, pero sí de la capacidad de determinados asuntos, actitudes y temas para llegar a las mujeres y hombres menos politizados o activos. ¿Se imponen los sentidos "sin pedir permiso"? No sé si más bien se negocian y reajustan públicamente desde el sentido común mayoritario. Cuando la PAH realizó un cambio de lo visible o invisible -del irresponsable que había vivido "por encima de sus posibilidades" a un damnificado de las elites políticas y económicas que había que ayudar-, lo realizó en la calle, con la lucha, pero también en virtud de abrir un debate pedagógico público que daba buenas razones en un contexto de fuerte crisis de legitimación. Por eso entiendo que no basta con ser sensible al acontecimiento, ¿no se necesita una dirección?

El caso de Podemos lo entiendo de otro modo. Creo que no todo el mundo hacía el mismo diagnóstico al principio o que había matices importantes. En mi caso, veía -y sigo viendo- la crisis de Régimen del 78 no como una crisis de Estado ni como una oportunidad para una crítica impugnatoria totalmente exterior. Las fisuras políticas y los procesos de desagregación originados por la crisis debían ser trabajados buscando reorganizar y agregar de otra forma estos elementos y pensando las poderosas inercias existentes.

Creo que la interpretación triunfante en Vistalegre II, en cambio, optó por dar más muerto al régimen de lo que realmente estaba. El cambio de cuadros con su habitus militante hizo el resto, menospreciando al enemigo y su capacidad de instituir orden. Pensar la hegemonía es pensar también en qué medida estás integrado o eres cómplice de lo que criticas, en qué medida tu adversario está dentro de ti; aún tiene una gran capacidad de seducción por herido que parezca. Si comento esto, es porque creo que ese desplazamiento erróneo, a mi modo de ver, en la lectura hegemónica ha llevado a Podemos a la casilla de exterioridad radical donde le esperan cómodamente sus enemigos. Por eso insisto tanto en la posibilidad de que se cometa el mismo error con las nuevas dinámicas de protesta. 

En el fondo, creo, es una discusión sobre cómo pensamos la potencia de lo que viene y nos situamos respecto a ella. Debo decirme a mí mismo que quizá sea injusto al ponerme tiquismiquis con respecto a ese "enfado" sin el cual no hay batalla, pero no puedo, al mismo tiempo, dejar de recordar algo que nos enseñó Foucault: la necesidad de "dar forma a la impaciencia de la libertad". 

S. L. G. : Aunque entiendo la inquietud, me parece que lo que sucede actualmente con el feminismo dista en mucho de la situación de Podemos tras Vistalegre II. En lugar de señalar el peligro por venir, deberíamos pensar las potencias, virtudes y maneras a través de las que se ha producido este acontecimiento. En los inicios de Podemos, alguna voces hablaban de la necesidad de un devenir feminista de la política, en el doble sentido de recrear nuevas prácticas y de los desafíos para una nueva reorganización socioeconómica y sexual. Ahora hay una oportunidad enorme para que esto que no se quiso pensar en aquel momento atraviese el escenario político.

El feminismo nos enseña que se puede romper y construir al mismo tiempo

Todas las revueltas tienen sus preguntas, yo entiendo la de este momento así: ¿Qué mundo distinto aparece cuando las relaciones de género son cuestionadas –y con ellas otras formas de dominación–? ¿Qué significaría una democracia de los cuerpos, encarnada, diversa, radical, igualitaria? Me pregunto si vamos a extraer las consecuencias o nos cerraremos a ese devenir de nuevo.

El feminismo nos enseña que se puede romper y construir al mismo tiempo; caminar sin ceder a partir de otras lógicas más acordes a la creación de la vida en común. Asistiremos a flujos y repliegues de la protesta, pero el cambio en los niveles más profundos, vitales, experienciales, en las posibilidades de ser y en la redefinición de la humanidad que mencionabas al inicio, es imparable.

 

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Autora >

Silvia L. Gil

Feminista y profesora/investigadora de Filosofía. Es autora de Nuevos Feminismos. Sentidos Comunes de la dispersión (Traficantes de Sueños) y participa en distintos procesos de pensamiento y acción colectiva entre México y España.

Autor >

Autor >

Germán Cano

Profesor de Filosofía Contemporánea (UAH).

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1 comentario(s)

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  1. Rafael

    "[...] los hombres rehúsan opinar en espacios públicos por miedo a ser tachados de machistas –algunos efectivamente más que otros–, pero no dejan de expresar su creciente resentimiento en privado. Muy sintomático. [...] Este resentimiento masculino no deja de ser la prueba de que se están haciendo las cosas bien [...]" Maravillosa autocrítica. "Pretender que el movimiento feminista se ajuste a las "buenas formas", como se ha señalado abundantemente estos días, y rasgarse las vestiduras por las "exageraciones" es como hacer de María Antonieta en su palacio a las puertas de la Revolución." Comparas un malestar de un porcentaje de la población con una monarca en su palacio? esta figura no tiene similitud alguna con la realidad, es tan solo una forma burda e infantil de decir "nosotros somos los revolucionarios buenos!" Quieres momentos históricos donde una parte de la población rehusaba expresarse en publico para no verse señalado? Prueba con la caza de brujas anticomunista en los EE.UU. de la guerra fría.

    Hace 5 años 11 meses

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