Ser feminazi hoy
Nos han violado
El problema de esta violencia es que donde más se produce es en el entorno más cercano, en el trabajo, en la familia, en tu parque
Anita Botwin 15/04/2018
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Recuerdo los veinte. A los veinte descubres muchas cosas, la buena sexualidad, la regular y de la mejor ni hablemos. Te das cuenta de que el amor romántico es un invento igual que la patria o peor, y te tiras días enteros encerrada en casa escuchando canciones deprimentes porque te has dado cuenta de que los reyes magos no existen y ya de paso, el príncipe azul tampoco.
Malena Pichot habla de la época de los veinte como “la década violada (en la que todas hemos tenido alguna vez sexo cuando no queríamos por razones patriarcales arbitrarias, como simplemente miedo a decir que no)”. A veces era mejor dejar hacer que soportar una escena incómoda por decirlo de manera suave y naif. A veces muchas de nosotras hemos dejado que nos violaran porque eso era lo menos que podía pasarnos. Incluso en la misma pareja –algo que a mí no me ha ocurrido, pero a amigas sí– han sufrido violaciones mientras dormían. Y explícame cómo sales de ese cortocircuito en el que él me quiere-pero yo no quería-pero estaba dormida-¿estaré embarazada? Muchas mujeres “se dejan hacer” porque el no hacerlo podría ser peligroso o porque directamente no hemos asumido el peligro de las relaciones no consentidas.
Aún recuerdo las manazas de aquel periodista que abusó de becarias durante años y que acabó denunciado y condenado (a una multa). Una de ellas fui yo. Sufrí situaciones de acoso y chantaje en el trabajo. Si aguantaba sus manazas por un rato o si le seguía el rollo porque él estaba muy enamorado de mí y estaba sufriendo, quizá entonces podría conseguir un trabajo de mierda. Me quedé sin trabajo de mierda, pero por suerte no tuve que soportarle más. Y se pueden imaginar por qué me quedé sin ese trabajo de mierda, a pesar de tener que haber aguantado a un hombre que podría ser mi padre.
Ahora me remonto a los 90. Yo tengo 10 años y mi amiga 11. Vivimos en una urbanización donde hay un parque y allí jugamos a las típicas cosas de esa época. De pronto, aparece un hombre mayor con una revista. Nos la muestra. Es una revista pornográfica con imágenes demasiado explícitas. Al menos yo lo recuerdo como algo asqueroso, en comparación con las películas de Walt Disney que veía entonces. Nosotras nos quedamos paradas sin decir nada hasta que él nos sugiere que hagamos con él lo mismo que aparece en la foto de la revista. Quizá se trataba de sexo oral, no lo recuerdo bien. Las dos salimos corriendo y gritando como caperucitas que han encontrado al lobo. Creo que en ese mismo instante, dejamos de ser niñas para toparnos con la cruda realidad. El sueño de Walt Disney se truncó con la revista de un viejo pederasta.
Las violaciones, las agresiones no sólo se producen en callejones oscuros con hombres en gabardina. El problema de esta violencia es que donde más se produce es en el entorno más cercano, en el trabajo, en la familia, en tu parque. Y esto ocurre porque seguimos siendo objetos que algunos hombres aún creen que pueden dominar, retorcer, maltratar y hacer picadillo.
Mi madre estaba en una habitación de hostal allá por los 80 –yo no había nacido-. Al día siguiente, un hombre violó y mató a una mujer en esa misma cama en la que mi madre había dormido la noche anterior. Tan sólo 24 horas de diferencia entre la vida y la muerte, entre encontrarte con el asesino machista y no. Todas y cada una de tus amigas o de tus hermanas o de tus compañeras de trabajo han sufrido o sufren abuso sexual y lo peor de todo es que va a seguir ocurriendo, mientras no exista una ley con perspectiva de género, ni una sociedad sana educada en el feminismo desde los orígenes.
No tengo hijas, pero de tenerlas irían a clases de defensa personal, o boxeo o todo lo que tuviera que ver con defenderse. Su primer regalo de cumpleaños: unos nunchakus. Si tuviera un hijo le educaría para que ninguna mujer tuviera que defenderse de él. Y ahí, hermanas, también está la lucha y el fin del patriarcado.
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Anita Botwin
Gracias a miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.
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