1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Global & Neandertal

Vivimos en la historia, pero sin imaginación. Y su reverso: vivimos en la imaginación, pero sin historia. Esta falta de conexión provoca fenómenos antiglobalizadores de izquierda y derecha

David Guzmán Játiva 15/06/2018

<p>Escena del episodio 114 de Futurama.</p>

Escena del episodio 114 de Futurama.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas (info@ctxt.es).

En uno de los capítulos de la séptima temporada de Futurama (la serie animada creada por Matt Groening, el de Los Simpson), Fry y Bender se dirigen a una región de Alemania en busca de mastodontes congelados en el hielo. Mientras Bender convierte la carne del animal prehistórico en salchichas para un concurso, Fry resbala y cae en un agujero en el hielo y se desliza hasta un valle o un mundo que ha permanecido intacto bajo la superficie congelada, y en el que viven los neandertales. Obviamente Fry pierde la memoria y al cabo de un tiempo se convierte en jefe de la tribu, clan u horda que, generación tras generación, hasta el año tres mil y pico, se ha conservado allí. El extranjero consigue suscitar una rebelión entre los homínidos, y éstos, montados en mastodontes, salen a la superficie para recuperar el territorio arrebatado por los homo sapiens.

A lo largo del capítulo no hay una indagación en torno al eslabón perdido, ni tampoco, como hiciera Kubrik en Odisea 2001, una breve relación del ciclo evolutivo que nos llevó de las cavernas a la Luna. Tampoco es que lo esperáramos, y escribiendo sobre una serie de impacto mundial posiblemente demos excesiva importancia a lo que le falta en lugar de detenernos en lo que no le falta. Fry y los neandertales salen del valle en el que han permanecido rumbo a la región alemana en la que se celebra la October Fest, la –especulamos– mundialmente conocida fiesta de la cerveza. Para el año tres mil y pico la October Fest ha cambiado en un sentido contrario al que le dictaba su origen: ya no es una fiesta de excesos, borracheras y canciones y bailes, sino que se ha convertido en una reunión de gente culta que se dedica a catar la bebida y a conversar en voz baja. Fry, que al inicio del capítulo había protestado por esta evolución reaccionaria de la October Fest, llega al lugar en el que se encuentran los invitados montado en un mastodonte junto a una banda de neandertales en sus respectivos elefantes prehistóricos.

El capítulo termina con una lucha cuerpo a cuerpo entre Fry y Leela, la novia mutante de Fry. Al final de la lucha Fry recupera la memoria y Leela reconoce a su amado, que además es un viajero en el tiempo. La paz entre los hombres del futuro y los homínidos prehistóricos se firma cuando deciden aparearse entre sí, lo que significaría el nacimiento de una especie intermedia, algo que podríamos imaginar como el hombre de nuestros días.

Esta serie, hermana futurista de Los Simpson, juega con muchas de las claves y tendencias de la globalización y de lo que podríamos señalar como su reverso: un retorno al mundo prehistórico. Mientras en Los Simpson se preparaba y realizaba una crítica –con mucho humor negro, a veces, y autocomplacencia, otras– al american way of life, es evidente que en Futurama nos encontramos con una versión del mundo global, o, como decía Alessandro Baricco, del mundo “como si fuera un solo país”.

Lo primero que llama la atención en esta serie es que Bender, el robot, se apellida Rodríguez. ¿Es que los latinoamericanos se encuentran destinados a cumplir un trabajo mecánico, inferior?

Lo primero que llama la atención de un latinoamericano en esta serie es que Bender, el robot, se apellida Rodríguez. ¿Es que los latinoamericanos se encuentran destinados a cumplir un trabajo mecánico, inferior? ¿O son el alienígena imposible de asimilar, el otro radical? ¿O es que su trabajo puede ser reemplazado por la fuerza de las máquinas? Después, la hermosa Leela, que tiene un solo ojo, mutante que viene de las alcantarillas, es quien realiza los trabajos peligrosos y quien pilota la nave espacial. ¿No es una versión del proletariado y subproletariado industrial y postindustrial? ¿Alguien que vive en la superficie sólo porque hace los trabajos difíciles? ¿El proletariado, el lumpen, las clases peligrosas no son los mutantes del presente y del futuro? Amy Wong viene de Marte y es la ayudante del científico loco con el que todos trabajan ¿No resulta evidente que en esta división galáctica del trabajo los chinos o sus descendientes se han ganado el lugar de los adversarios-colaboradores? ¿Por qué, ya que estamos en este camino, Wong no es la jefa y sólo ocupa el lugar de la ayudante? ¿Por qué el centro del universo no ha terminado por desplazarse a Marte?

Fry y el profesor Hubert son como las dos caras de la misma moneda: el yanqui promedio, que goza y sufre de un estado de cosas en el que prima la superabundancia y el sinsentido, y el científico genial que diseña aparatos para dominar la naturaleza. Es decir, el núcleo de sentido de este relato posmoderno, global y futurista se encuentra articulado en torno a un fenómeno que podríamos denominar “cultura chatarra”, si es que es posible semejante oxímoron, y “tecno-ciencia delirante”, si es viable tal paradoja. Hay otros personajes principales, como el doctor Zoidberg, un cangrejo inteligente, Scruffy, el conserje Hermes Conrad, una especie de burócrata alter ego de Barack Obama, y una cabeza de Nixon que gobierna los Estados Unidos de la Tierra, el país-mundo en el que tiene lugar la acción.

Si la comparamos nuevamente con su antecesora, Futurama reviste ciertas formas angustiantes. No hay niños, la integridad o la unicidad de lo humano ha terminado por disolverse, y por lo tanto, así como ya no podemos hablar de familia, tampoco podemos hablar de relaciones humanas, sino de las que existen entre hombres, robots, mutantes y extraterrestres. Si la comparamos consigo misma, Futurama revela un trasfondo aún más teñido de desasosiego: mientras en su vida del siglo XXI Philip Fry es un repartidor de pizzas con una vida gris y sin perspectivas, en el año tres mil participa en un equipo de científicos y aventureros que llevan a cabo misiones difíciles en distintos lugares del universo y a veces en diversas épocas. Es decir, mientras en la vida original de Fry prevalecen la precariedad y la limitación, en su vida en el año tres mil, que es como si dijéramos en la vida de promesas de la globalización, todo es posible. Mientras en el siglo XXI la vida de Fry es similar a la del hombre del subsuelo de Dostoievsky, a la de las catacumbas y los neandertales, en el año tres mil su existencia es fantástica, excitante, es más, encuentra el amor y la amistad.

101 libros

Esa doble lectura que admite Futurama, y en la que encontramos el ambiguo registro de la globalización, creo que se corresponde con la que yo he estado tratando de llevar a cabo en relación con la obra de César Aira y con la única novela de Guido Tamayo. Todos sabemos quién es César Aira y cómo se hizo monja, inventó curas milagrosas, participó en congresos de literatura, fue mago, princesa, etc., y escribió decenas de libros, aunque usted no lo crea. César Chávez, bibliotecario del Centro Cultural Carrión de Quito, me cuenta que Aira acaba de celebrar su libro número cien. ¿Pero el número 101 quién lo escribió? Creo que no es Aira el autor del libro 101, sino su opuesto absoluto, su doble, su super-yo, Tamayo, un escritor colombiano desconocido que apenas ha publicado una novela en su vida. Si Aira no es varias personas, al menos es dos personas: Aira-Tamayo.

El paralelismo es notorio entre Futurama y Aira-Tamayo. Es evidente, y nos dice muchas cosas del tiempo que vivimos. La experiencia de Aira es excitante, cada una de sus novelitas, aunque parecen una especie de enlatados, responde a imperativos que podríamos denominar totales: todo puede suceder, todo es susceptible de convertirse en relato, en el episodio de un gran relato que Aira se ha propuesto escribir. Es como si dijéramos que alguien permanece las veinticuatro horas del día transmitiéndonos los resultados de su navegación por internet, nada serio, por cierto, y de lo que no podemos despegarnos, pues cada salto, cada pulsión, cada zapping, nos mantiene alertas, a la expectativa de hasta dónde podemos llegar, de qué más vamos a encontrar, de quiénes somos finalmente.

Así son estas novelas de Aira, como surfear en la web. Carecen de pretensiones culturalistas, aunque no dejan de ser inteligentes; pueden ir en cualquier dirección sin por eso convertirse en un relato sin forma, o más bien, carecen de toda forma conocida, aunque son capaces de conservar la unidad: así sucede, por ejemplo, en Yo era una mujer casada (2010), donde un ama de casa de las villas pobres de Buenos Aires decide convertirse al final en payaso; o en El Mago (2002), donde un mago verdadero, con poderes mágicos reales, se abstiene de usarlos en beneficio propio y sobrevive como un mago mediocre; o en Varamo (2002), donde un burócrata panameño dedicado a disecar animales escribe el poema más importante de la literatura del país centroamericano. Cualquier cosa es posible en Aira, y aunque a veces sabemos que estamos frente a un disparate o una broma, no importa, queremos seguir, pues, como sucede en el mundo contemporáneo, del surrealismo y la hiperrealidad hemos pasado a vivir en la realidad virtual, o sea, en una realidad en la que lo potencial y lo que efectivamente sucede resultan indistintos en algunas de las capas mentales de los espectadores y lectores.

Cien libros es un número mágico. Un número como el de las mil noches. Y a partir de semejante número podríamos considerar a Aira como un símbolo heroico de nuestro mundo globalizado: Aira es la caja de Pandora, de allí salen todos los bienes y todos los males, pero salen sin cesar, sin darnos lugar a un instante de reposo o de silencio, salen sin parar, son el movimiento, la fugacidad, la alteración de las fronteras, la disolución del tiempo, la fragmentación milimétrica ininterrumpida, el agotamiento inagotable, etc. El dinero y las imágenes y los viajes parecen, juntos, el plasma del sistema nervioso del mundo global, o podríamos decir, del mundo de Aira, o del mundo del año tres mil, pero hay una fuerza o una condición primordial de ese mundo a-histórico, a-político, a-pocalíptico: es un no-mundo. Es un desierto, como la Corea del sur de la que habla Berardi: el no-mundo. Seamos más explícitos: cuando pasamos del romanticismo –el mundo subjetivo– al surrealismo –el mundo inconsciente–, al hiperrealismo –el mundo microscópico– y llegamos al realismo virtual, inauguramos algo nuevo: es efectivamente una variante inédita de la vanguardia, como dice una estudiosa de Aira, pero resulta una variante programada y desmaterializada, en la que tenemos que renunciar a todas las cargas mortales y mundanas, incluidas la voluntad y el cuerpo, y en la que damos el salto de nuestro ser novelesco a otro episódico, es decir que mientras en las novelas podemos experimentar la esquizofrenia, el amor loco o la muerte, en la literatura episódica, sin personajes, lo que vivimos es la falta de experiencia: pasan cosas, pero nada es real, todo es virtual.

Somos hijos de una época en la que quien más quien menos tiene al menos dos personalidades, la de su soledad o la de las pocas personas que conoce, y la de Wikipedia, Facebook, Whatsapp, etc.

Ulrik Beck decía que la imaginación consiste en la capacidad para contarnos historias. García Canclini lo cita en un ensayo clásico sobre los estudios de cultura y globalización: La globalización imaginada, de 1996. Al revisar clásicos y novedades sobre el tema –Bauman, Lipovetsky, Mato, etc.– me sentía atraído por Aira lo mismo que por el poco conocido Tamayo. Es más, sentía que Aira y Tamayo eran una invención de Borges, eran El Aleph.

En el mundo de Aira es posible percibir el pulso de nuestra época, el aleph-web, su “inteligencia automatizada”, la ubicuidad de sus criaturas, su progresión ininterrumpida sin propósito; sin embargo, en el cuento de Borges, el aleph se encuentra en el sótano de la casa de un modesto y lamentable bibliotecario, Carlos Argentino Danieri, cuya vida ha sido un pozo onettiano de melancolía y de soledad. Aquí es donde entra el libro 101 escrito por Tamayo, quien, según mi hipótesis, no es otro que el mismo Aira. También podría decir que Fry es el Aira del año 3000; mientras Tamayo el del año 2000. Que Aira es el global, mientras Tamayo, autor de un único libro, El inquilino (2013), es el neandertal que sale de la prehistoria. El 101 rompe la magia y nos devuelve a la realidad.

La globalización, como decía García Canclini, potenciaba nuestra imaginación, nuestra capacidad para contarnos historias posibles o imposibles, para creer que se podían alterar los patrones de comportamiento, borrar las fronteras geográficas, culturales, históricas; mestizarnos, alcanzar niveles de bienestar y hasta de prosperidad, congraciarnos y evitarnos nuevas guerras frías, nuevos estados totalitarios, nuevos genocidios. Ha sido una nueva belle époque, como aquella de fines del XIX y principios del XX, antes de la I Guerra Mundial y de la revolución bolchevique. ¿Es justa esta comparación? ¿Estoy diciendo que bajo ese territorio desmaterializado en el que hemos gozado y sufrido se está despertando un volcán insidioso, destructivo, brutal?

Cuando leo los textos de Aira me río por sus ocurrencias, que me gustan de verdad, pero cuando leo El inquilino me preocupo. El personaje de Tamayo es un escritor colombiano exiliado en la Barcelona de los años ochenta. Vive en tremenda soledad y sobrevive en un cuarto de pensión con el dinero del paro. La mujer que ama son dos. La primera es la traductora al francés de uno de sus libros. El inquilino no conoce a su traductora y sólo ha mantenido con ella una relación epistolar. Cuando se entera que la traductora ha muerto sólo le queda la drogadicta que se prostituye para seguirse pinchando. El inquilino no tiene amigos en Barcelona y se la pasa en su habitación leyendo y escribiendo a máquina. Este libro es de un realismo que se desliza finalmente en el terreno de la novela didáctica: el personaje dice al final que lo único que vale en la vida es la amistad. ¿No es un libro en exceso inocente, naif? Aquí no pasa nada, y lo que sucede se encuentra en los límites de la porno-miseria, que es como se denominó en Colombia a una forma de hacer cine: agarrar pueblo y echarlo en la pantalla para escandalizar la buena conciencia burguesa. Sin embargo, cuando juntamos este libro de Tamayo a los escritos de Aira todo cobra sentido y podemos comprender lo que estamos leyendo: la realidad virtual tiene un trasfondo de realidad real –o de realismo naturalista– en el que nos movemos lo mismo que en la realidad virtual. Somos hijos de una época en la que quien más quien menos tiene al menos dos personalidades, la de su soledad o la de las pocas personas que conoce, y la de Wikipedia, Facebook, Whatsapp, etc.

El consultorio y el castillo

Entre el mundo global, con su inminente fin de lo humano que nos traslada al futuro, y un mundo burgués o pequeñoburgués que pensábamos humano, progresivo, ilustrado o ilustrable, existen amenazantes anuncios, como El gabinete del Dr. Caligari (1920), y temibles testimonios de lo que hubiera podido pasar, como El hombre en el castillo (1962).

Si la historia llegó a su fin tras el genocidio de los nazis, el expresionismo de El gabinete del Dr. Caligari, en su retorcimiento, en su laboriosa y amenazante recreación del sueño en que un sonámbulo asesina y secuestra y desea, resulta la más preclara intuición de que el mundo de 1920 se precipitaba hacia la locura. La historia del sonámbulo Caligari sólo es posible porque podemos todavía distinguir entre la vigilia y el sueño, aunque la historia de Wiene somete a una profunda presión esa diferencia. Esa distinción borrosa se encuentra sometida, no obstante, al presagio del film: los sueños más espantosos están a punto de realizarse. El mundo deformado, el hechizo que gobierna al protagonista y el asesinato en la pequeña ciudad son inminentes. Y se cumplen en efecto poco después.

Tras el fin lo que viene no es un comienzo sino justamente la falta de comienzo. El mejor ejemplo de lo que digo es El hombre en el castillo, novela célebre de Philiph K. Dick que en los últimos años ha sido convertida en teleserie por Amazon. En el Mundo Feliz la única posibilidad de aventura es imaginar un Mundo Distópico: Philiph K. Dick nos regresa a la pesadilla amenazante, pero después de que la pesadilla ha tenido lugar.

¿Qué viene después de la pesadilla de Caligari? La realidad, o la historicidad de esa pesadilla. ¿Qué viene después de la historia como pesadilla? Aquí es donde comenzamos a tambalearnos, a preguntarnos sin respuesta, a elucubrar tristemente: sólo es posible la ciencia ficción, la globalización, el futuro y la proliferación de lo posible, la libertad de la imaginación, pero además, simultáneamente, se impone el esquema naturalista, el programa de pobreza, el realismo socialista o neoliberal. Después de la historia como pesadilla es como si efectivamente nos quedáramos sin historia: el mundo de Aira o el de Futurama sólo pueden suceder en la imaginación o en el futuro, pero el presente de Fry o de El inquilino, aunque se mantiene en los límites de lo virtual, no atraviesa esos límites y balbucea un lenguaje burdamente económico, torpemente cotidiano.

Ya no somos astrónomos ni arqueólogos, viajeros del espacio ni psicoanalistas, sino que en esta falta de sentido individual e histórico parece que nos hubiéramos convertido en una especie de espeleólogos del (des)empleo, la burocracia, la literatura, el amor y, en conjunto, la cultura. Si alguna vez alguien se propuso crear una obra amenazante, intentar una exploración del alma, hoy asistimos a un deambular de espeleólogos angustiados. No vamos a ninguna parte, no esperamos encontrar la salida al final de los túneles, pero seguimos, tomamos otro desvío y seguimos. Somos doblemente espeleólogos aburridos: los túneles de la información infinita nos resultan emocionantes, tanto que nos hastiamos de la emoción –como les sucede a los adictos a la cocaína, que se cansan de la euforia–, así como las cavernas malolientes de la rutina nos resultan excitantes por el miedo a perder el trabajo, por el temor a la soledad, por el agotamiento que estos sentimientos y circunstancias provocan –como los adictos a los tranquilizantes que se desesperan por la paz interior que el litio les provoca.

El núcleo duro de nuestra experiencia es una pesadilla. Pero es una pesadilla que ya fue. Caligari la anunció, Dick la recuerda. Sin embargo, hemos pasado de la vida de la historia y la literatura a la vida cotidiana, donde ya no hay historia, ni literatura ni vida. Es como si al hablar de la vida cotidiana hubiéramos renunciado a establecer un lazo entre la imaginación, la memoria y la existencia, el trabajo, las relaciones personales, el gobierno, el arte, etc. Como si nos moviéramos en dos niveles, uno en el que todo es posible y otro en el que ya nada puede suceder. Si ya nada es posible, ¿cómo es posible que todo pueda suceder?

Cómo acabar con la globalización

Vivimos en la historia, pero sin imaginación. Y su reverso: vivimos en la imaginación, pero sin historia. Esta falta de conexión provoca fenómenos antiglobalizadores de izquierda y derecha, así como otros que profundizan en la globalización y su falta de realidad o, diría más bien, de relación con alguna realidad.

Creo que el socialismo del siglo XXI representaba muy bien su papel de la antiglobalización realista socialista, así como Trump y Le Pen y los ingleses que salieron de Europa son la derecha nacionalista antiglobalización. Cabría preguntarse cuál ha sido el destino de las sociedades que vivieron la experiencia del socialismo del siglo XXI en América Latina y cuál va a ser el resultado de la experiencia nacionalista de Trump. Pensemos que las dos han sido respuestas a la globalización económica y a su correlato político y cultural.

En América Latina, gobiernos como los de Chávez, Correa o los Kirchner adolecieron de falta de liberalismo, es decir, aplastaron las libertades y derechos políticos y sociales a cambio de una ininterrumpida serie de dádivas económicas que deslumbraron a las mayorías. Fueron dignos herederos de sus fuentes de inspiración: Perón, Castro. Tras casi dos décadas del giro a la izquierda, cuando éste se ha agotado por completo, resulta irónico y conmovedor ver nuevamente el documental de Oliver Stone Al sur de la frontera (2010): ¿Qué salió mal en Venezuela para que la algarabía que suscitaba Chávez haya terminado por convertirse en las calamidades que provoca Maduro? ¿Cómo es posible que Lula, quien hablaba con entereza y lucidez sobre la región y el mundo, se encuentre hoy mismo encarcelado en una celda de quince metros cuadrados? La Cristina Kirchner que aparece en el documental, burlándose de la torpeza masculina, ¿es la misma que vive hoy en la oscuridad y en medio de acusaciones de corrupción?

Donald Trump es un revival de Los Simpson, una mezcla de Homero y Mr. Burns que viene a romper con Fry, Bender, Leela. Trump es un retorno de lo neandertal

Los socialistas del siglo XXI son como los personajes del relato de Tamayo. En el relato de Tamayo, como en la vida de Fry del siglo XXI, la falta de perspectivas, la pobreza y el historicismo-economicismo conviven con un afán por pergeñar viejos sueños al puro estilo de la Patria Grande: es como si los escritos que el inquilino redacta en su máquina fuesen los proyectos a veces fabulosos del socialismo del siglo XXI que no lograban despegar. Oleoductos que atravesarían todo el continente, organizaciones políticas y económicas regionales, sistemas de comunicación, universidades sudamericanas, etc. Todo eso sonaba muy bien, pero por debajo de esos delirios modernos –carentes de la fascinante realidad virtual, cotidianamente mecánicos– había un sustrato de burocracia, corrupción, idiotez y, cómo no, autoritarismo. Eso fue la antiglobalización al estilo latinoamericano: un proyecto fallido empantanado en la cruda cotidianidad de pobreza, torpeza, bravuconería.  

Mientras Danielito Ortega parece el villano de una telenovela mexicana, Donald Trump es un revival de Los Simpson, una mezcla de Homero y Mr. Burns que viene a romper con Fry, Bender, Leela. Trump es un retorno de lo neandertal. Si nuestros socialistas del siglo XXI nos recordaban a Lenin, Stalin, Trotsky, Jruschov, Brezhnev, Trump nos recuerda a Mussolini y a Hitler. Posiblemente más a Mussolini, criminal y fanfarrón, que a Hitler, menos fanfarrón y más criminal. Las políticas y las declaraciones de Trump están cargadas de tal arbitrariedad, reñidas de tal manera con la racionalidad y sensibilidad posmodernas y modernas, que para un observador medianamente inteligente carecen de seriedad. Sin embargo, recordemos que sucedía lo mismo con los fascistas al comienzo de su ascenso al poder: nadie los tomaba en serio. Pienso que Trump es posiblemente algo más que un demagogo: como sucediera con la Italia fascista y con la Alemania de Hitler, que se sentían perjudicadas por los judíos y por los vencedores de Versalles, Trump expresa una especie de resentimiento de los Estados Unidos para con los inmigrantes y para con la globalización que ha desplazado de su lugar central a los yanquis hacia otro en el que deben compartir el poder.

Supremacistas, encapuchados del Ku Klux Klan, conservadores de línea dura –como Giuliani que limpió Nueva York–, forman la vanguardia de Trump, quien hace poco declaraba sobre El Salvador que era “un agujero de mierda”. El progresismo de Estados Unidos adoptó durante años una política multiculturalista, que Trump ha echado al basurero: se entiende que su proyecto es hacer América Grande de nuevo mediante la asimilación de las minorías, es decir, mediante su aculturación. Lo que sucede en Estados Unidos es verdaderamente algo inédito. Aunque ha habido protestas contra Trump, éstas no van a detener sus políticas neofascistas. Más bien cabe pensar que la torpeza e ineficacia del mismo gobierno van a ser su principal obstáculo. Según un artículo publicado por Jon Lee Anderson, los recortes presupuestarios y las decisiones irracionales han creado un clima de malestar en el servicio exterior y múltiples defecciones. De tal suerte que podemos imaginar que Trump está erosionando las instituciones del régimen y se encuentra a medio camino de convertir el Estado de derecho en la administración de uno de sus hoteles.  

Trump no es un cowboy como John Wayne o como Clint Eastwood. Y se encuentra en el extremo opuesto de Hemingway, London, Kerouac, Salinger o últimamente Paul Auster. Si fuera por Trump, Woody Allen y Fredric Jameson deberían ir a la cámara de gas. Pero entonces, ¿quién es Trump? ¿Hay algo en la historia y en la cultura de Estados Unidos que nos permita entender a Trump? Los personajes que se enfrentaron a Martin Luther King son oscuros, los asesinos de Kennedy siguen en la sombra, pero el senador McCarthy que perseguía comunistas es bien conocido. Bush era un cowboy pero Trump parece uno de los engendros que habitan en las películas de David Lynch. La pesadilla norteamericana que sentimos en Terciopelo azul (1986) o en Carretera perdida (1997) es el mundo del que proviene. Las aparentes banalidad, familiaridad y vulgaridad que encubren el sadismo y la crueldad y la locura son lo que podríamos denominar “el espíritu de Trump”. La distopía de Dick y las amenazas de Caligari se cumplen con el ascenso al poder del presentador de El aprendiz, el reality show del magnate.

Es como si los narcos llegasen al poder en México, en Colombia o en Ecuador. La globalización con sus inextricables tramas financieras, con su realidad virtual, con su youtube y su Aira podría pasar de sus sueños de construir los Estados Unidos de la Tierra a enfrentar un Imperio racista en marcha.          

¿Y después de la antiglobalización, qué?

Nuestros socialistas neandertales del siglo XXI y el neofascista neandertal de Estados Unidos han abierto una fisura, una grieta, un agujero cada vez más grande en la trama económica, política y cultural de la globalización. La apertura de fronteras, la economía monetarista, el liberalismo político, el mestizaje cultural, la expansión de las multinacionales y las migraciones difícilmente van a detenerse. Sin embargo, los fenómenos que expresaban y muestran un rechazo a la globalización han creado dinámicas alternativas o al menos diferentes. La antiglobalización de izquierda experimenta hoy mismo sus límites y sus fracasos: Venezuela, vanguardia del socialismo del siglo XXI, se ha convertido en una trampa política y económica. Mientras, los Estados Unidos de Trump alientan en el norte un modelo político y cultural autoritario y racista. El gran desafío en el sur y en el norte pareciera consistir en recobrar una cultura cosmopolita, libertaria y socialista. El discurso de la multiculturalidad, la hibridez, el mestizaje, la diferencia cultural socavó las posibilidades de diálogo entre culturas: en lugar del cosmopolitismo y la posibilidad de una república universal, la globalización aceptó y alentó las diferencias insalvables.

Las alternativas a la globalización provocan un sentimiento pesimista: ni el autoritarismo, ni el racismo, ni la desigualdad económica fueron subvertidas por el socialismo del siglo XXI, y están siendo acentuadas por Trump. Quizá una de las primeras respuestas al mundo legado por Chávez y al que está creando Trump sea recuperar la memoria y agitar la imaginación para mantener el diálogo entre culturas, defender las libertades y luchar por la igualdad. Frente a Los Simpson y a Futurama quizá deberíamos volver a ver los capítulos de La Pantera Rosa. La elegancia, la astucia, la música sofisticada, irresistible, inolvidable nos recuerdan un mundo más inocente y menos burdo: hubo una época en que era posible creer en el arte y en la literatura y en que la política no era la ocupación de matones sino de hombres que eran capaces de algún gesto generoso. Humphrey Bogart se despide de la mujer amada en el aeropuerto de Casablanca con las palabras de un gigante: “Siempre nos quedará París”. Suena muy diferente a Trump, quien declaraba entre bastidores que a las mujeres hay que tomarlas por el coño. Doña Bárbara, la novela de Rómulo Gallegos, logró recrear un mundo en el que la vehemencia y la belleza y la grandeza inspiraban un sentimiento de admiración. El letrado de la ciudad y la mujer del campo, no obstante sus enfrentamientos y sus diferencias, se encuentran muy lejos del extremismo político que se ha instalado en la Venezuela de hoy. Eso no quiere decir que todo tiempo pasado fue mejor. Pero sí quiere decir que no estamos obligados a ser esclavos de la historia, es decir, del presente. Es más, el arte, la literatura, la imaginación alimentan la historia. Y viceversa: la historia es el motor de la imaginación.

Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

David Guzmán Játiva

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

2 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Mark

    Pero la Pantera Rosa también es genial. Buen gusto.

    Hace 5 años 9 meses

  2. Mark

    Ja, ja, no metas Futurama en tu bajona, diosss. :)

    Hace 5 años 9 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí