Hace apenas un mes, una joven israelí (supuestamente) feminista ganaba Eurovisión revolucionando las redes entre detractores y fans enloquecidos. Era el triunfo del pinkwashing, pero también del mercado. Poco importa lo que está pasando en Gaza: asesinando a civiles, a mujeres, a niños mientras el mundo canta I’m not your toy,Not your toy, You stupid boy, Stupid boy. Qué ironía.

Algunos se han rendido al show y al lavado de cara, banalizando las luchas que realmente se están produciendo en la calle. Muchas mujeres siguen siendo perseguidas por su orientación sexual o por su identidad. Muchas mujeres están siendo asesinadas por el mero hecho de ser mujeres. La comunidad LGTB+ en muchos países, no muy lejos de aquí, vive con el miedo de acabar en la cárcel. Y quienes no encajan en el modelo del orgullo blanco, mayoritariamente hombre gay y con pasta, sufren con crudeza la realidad de una lucha que, 40 años después, no ha cambiado mucho.

Las grandes conquistas –que las ha habido– han sido hábilmente utilizadas por quienes buscan sacarle lucro a todo, aprovechando la victoria de unas luchas que ya están en el imaginario colectivo. Así, ahora parece que se ha ido creando un mercado gay y cool que vende mucho, alejando a la sociedad de una reivindicación popular que todo el mundo parece comprar, hasta quienes ideológicamente han peleado durante tantos años contra el Orgullo y hoy quieren pasear en la carroza. Son las modas, amigo. Es el triunfo del marketing.

No se trata de enfrentar(nos) a quienes sí encajan en ese modelo capitalista, sino precisamente ser conscientes del papel del mercado y unirnos para combatirlo

Así pues, el problema fundamental es la victoria del neoliberalismo sobre todas las cosas, convirtiendo el orgullo en una gran fiesta de consumo. Ese neoliberalismo donde no encajan quienes por ejemplo son mujeres lesbianas, pobres y migrantes. Donde no encaja la comunidad gitana. Donde no encajan los miles de refugiados que llegan aquí huyendo también de sistemas políticos que les condenan a vivir en la clandestinidad, con la condena de no poder decidir libremente su identidad. Los últimos del eslabón, siempre. Pero no se trata de enfrentar(nos) a quienes sí encajan en ese modelo capitalista, sino precisamente ser conscientes del papel del mercado y unirnos para combatirlo. Para combatir la desigualdad. Para combatir las causas estructurales de esa desigualdad. Para que no se banalice nuestra lucha por nuestra identidad sexual, por nuestra orientación sexual.

Yo no quiero ver a mis hermanas palestinas perseguidas por un estado criminal, mientras el mundo se rinde a los pies de una joven israelí que le canta (supuestamente) al feminismo. Yo no quiero que aquí sea cool ir a la fiesta del orgullo mientras se persigue y condena por una cuestión racial y de clase a mujeres, hombres y trans invisibles para el sistema. Decía Angela Davis que la cuestión de clase, raza y género se entrelazan. Quien no quiera verlo, es porque no quiere.

Sigamos rindiendo pleitesía al dios mercado. Ese que busca sacarle beneficio a todo. Mientras haya demandas que vendan, los que ganan siempre son los mismos. Y casualmente los que perdemos también.

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Dina Bousselham es politóloga y secretaria de Comunicación de Podemos Comunidad de Madrid.