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Adelanto Editorial

Tres artículos deportivos de Vázquez Montalbán

Extractos de 'Manuel Vázquez Montalbán. Barça, cultura i esport', que recoge la obra culé del autor, sin duda el fundador de un género periodístico, a finales de los sesenta

Manuel Vázquez Montalbán 11/07/2018

<p>Una imagen de Kubala, en los primeros años cincuenta. </p>

Una imagen de Kubala, en los primeros años cincuenta. 

Archivo FCB

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MVM, Fundador (del periodismo) del Barça

Lo que sigue a continuación es un extracto del recientísimo Manuel Vázquez Montalbán. Barça, cultura i esport (Editorial Base), una recopilación y una introducción prístina, precisa y muy bien calculada de Jordi Osúa –doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y un especialista en la obra deportiva de Montalbán. El libro consiste en la agrupación, selección y ordenamiento de la obra culé de Montalbán, sin duda el fundador de un género periodístico, a finales de los 60's y a través de unos artículos –eminentemente futbolísticos, es decir, apasionados, militantes de un club– en los que se conjuga la apuesta vital por un equipo con la observación de la sociedad que lo ampara, con puntos de vista políticos, y con la mochila cultural con la que carga el autor. Se trata de un tipo de periodismo aún vigente en la ciudad de Barcelona, que cada lunes espera puntos de vista raros sobre su equipo, que quiere fútbol y algo más que fútbol: una cosmovisión a partir de ese equipo históricamente extraño, denominado Barça. En este avance, les facilitamos unos cuantos artículos históricos. “Barça! Barça! Barça!, sin duda el artículo fundacional de ese nuevo hacer, aparecido en Triunfo, 1969. Ese artículo recoge lo que Motalbán recogía a su vez en su domicilio, cercano al Camp Nou, tras los partidos, hablando hasta las tantas con sus amigotes y compañeros de grada sobre ese objeto político, pero también Pop y sentimental, denominado Barça –entre otros, ese punto de vista fue formulado, colectivamente, y frente a coponcios de whisky, con grandes ases de la izquierda real y divertida del momento, como Fontana, Termes, Riquer, Beser, Anna Sallés, y el entonces pequeño Daniel Vázquez Sallés y sus chupitos de leche. Le siguen “Credo”–El País, 1992 y “Di Stéfano, Kubala, Suárez” –El País, 2003. Un libro y una introducción imprescindible para todo culé montalbaniano, para aquellas personas que cuando observan el Barça observan su infancia y una posibilidad plástica de la libertad. Disfruten de la lectura.

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MÁS ALLÁ DEL FÚTBOL. BARÇA!, BARÇA!, BARÇA!

“Debemos luchar contra todo y contra todos, porque somos los mejores y representamos lo que representamos”. (Narciso de Carreras)

Es un rumor inicial que culmina en estrépito. Las gentes salen a los balcones a presenciar el espectáculo de cincuenta, setenta, noventa mil personas que inundan todas las calles y avenidas que llevan al Nou Camp. Primero han ido llegando de uno en uno, de cinco en cinco. Ahora es un olear de cabezas agitadas por la prisa de los pies. La gente de los balcones mantiene una sutil sonrisa en los labios: tal vez se burlen de los que van al fútbol, tal vez los envidien. De momento, la sonrisa les sirve para mantener una máscara de espectadores en su palco de renta limitada, una máscara llena de civilización, de inviolabilidad de territorio soleado y digestivo, el territorio de una hogareña tarde de domingo.

En la calle, los coches encallados por las gentes y las gentes encalladas por los coches, componen una fotografía. Sus movimientos se han detenido y en sus rostros puede leerse qué esperan de esta propicia tarde de fútbol. El anciano que asiste cada domingo para confirmarse a sí mismo que nadie ha conseguido superar a Piera, Sancho, o Samitier; la señora casada que lamenta el corte de patillas de Fusté; la joven emancipada que tiene incluso una teoría freudiana-heideggeriana sobre el estar-en-el-campo de Gallego; el oficinista con cuatro años de Bachillerato que acude al campo para dar una lección crítica a los espectadores de las cercanías; el niño que utiliza la camiseta azulgrana como atuendo para estar por casa y tiene en su habitación un “poster” del equipo (ese “poster” que siempre se deja a uno u a otro de los preferidos, ese injusto “poster” que traicionó la circunstancial lesión de Fulanito); el acuarentado hombre que acude al campo para reñir a los jugadores y compensar lo reacios que son a las broncas sus propios hijos… Tópico, podrá decirse. Tipología espectadora de esta clase se ve en todos los campos de fútbol de España. Pero aguarden. No sean impacientes. En los ojales de muchas de estas personas que avanzan hacia el Nou Camp hay un escudo con cuatro barras rojas sobre fondo amarillo. ¿A que esto no lo han visto en otros campos de España? Incluso algunos niños agitan banderitas triangulares con idénticos colores. Las gentes hablan mayoritariamente el catalán, en una ciudad en que, según últimas y cultas estadísticas, hay un 40 por ciento de castellano-parlantes. Aunque ese 40 por ciento sea engañoso, porque precisamente ahí, junto al quiosco, entre el grupo que espera la señal del urbano para cruzar, surgen extrañas voces de lengua no menos extraña:

Ecorta tú, abui chuga el Fucté.

Es la versión “xarnega” de: “Escolta tú, avui juga el Fusté” (“Oye tú, hoy juega Fusté”). También este público sería insólito en cualquier otro campo de España. Como serían insólitos esos coches que pugnan por pasar entre el alud de cuerpos humanos impenetrables y que, en el cristal trasero, sostienen el reclamo: Parleu català (Hablad catalán). En muchos de estos coches tiembla lentamente (la marcha es lenta) la bandera del Barça y la de Cataluña. Pregunten al público. Casi todos sabrán contestar que Wifredo el Velloso, en fin (dejémonos de bromas vertebrales), Guifré el Pilós fue quien diseñó esta bandera. Aquel heroico grafismo, tan distante de los que disfrazan Tuset Street, se hizo a base de cuatro dedos entintados en la sangre del Pilós y después pasados, con empaque histórico, sobre la pulimentada cara de un escudo. Les sorprendería la capacidad de recuerdo de estas gentes, que comentan que Pujol no es extremo, que Rexach no es extremo, que no tenemos extremos, que Zabalza no es medio defensivo, que Ramoní está por estrenar, que no tenemos medio defensivo. Todos los públicos normales y corrientes utilizan a su equipo como un medium en el juego espiritista de trabar relación con la victoria o la derrota. Es un juego sado-masoquista que está en la entraña misma de toda competición, en la que hay un vencedor o un vencido. Y este deporte-espectáculo exige vencedores o vencidos. La prueba es que ante el recurso coexistente del empate se inventaron los puntos positivos, para que siempre hubiera un vencedor moral. El equipo del Club de Fútbol Barcelona, del Barça, también actúa como medium. Pero me atrevería a decir que, después del contacto espiritista con la victoria o la derrota, queda un ulterior contacto, tan sutil que permanece al nivel de presentimiento: pero sin duda evidente para cualquiera que haya estado en Cataluña no sólo de paso. El medium establece contacto nada más y nada menos que con la propia historia del pueblo catalán. Creo que el temple moral de este espectador incondicional del Barça, y aunque él no lo sepa e incluso Espriu ni siquiera se lo haya planteado, es calcado al del hombre del poema de Espriu, Assaig de Cantic en el temple. El hombre empieza a decir que está cansado de su tierra, que le gustaría alejarse hacia el Norte, donde dicen que la gente es limpia, noble, culta, rica, libre, despierta, feliz. Pero si así hiciera, su pueblo le diría: “Como el pájaro que deja el nido, así es el hombre que marcha de su lugar”. El hombre nunca se irá nunca traicionará el pacto entrañable: 

Mas no he de seguir jamás mi sueño
y aquí me quedaré hasta la muerte. 
Pues yo también soy cobarde y salvaje
y amo además,
con un desesperado dolor, 
esta mi pobre, 
sucia, triste, desgraciada patria.

Este espectador catalán está muy castigado por la historia. En la supervivencia del Barça se ha consumado uno de los escasos salvamentos del naufragio. Es el Barça la única institución legal que une al hombre de la calle con la Cataluña que pudo haber sido y no fue. Y con ese medium mantiene una relación ambivalente de amor y rechazo, de fanatismo y crítica despiadada, aunque una y otra vez vuelva, domingo tras domingo, al Nou Camp:

Mas no he de seguir jamás mi sueño
y aquí me quedaré hasta la muerte…

Dice el cantor de Espriu, e igual podría decir el socio barcelonista, porque también él ama, precisamente con dolor, a este equipo, en el que ha delegado su derecho a la épica. 

Crónica de un partido 

Cuando Pujol corre, se para, hace caer al defensa que le marca, salta para evitar la subterránea tarascada, centra sobre puerta con una precisión que sólo puede provenir de una pasión que enrojece la punta de su bota, el público está plenamente colmado. Hay jugadores que encarnan perfectamente una determinada parcela de las necesidades mitológicas del público. Pujol es honrado (Aquest si que va de cara a la barraca -Este si que va directo a marcar gol-), Pujol es trabajador (No dona mai una pilota per perduda –“No da nunca una pelota por perdida”-), es sencillo, modesto e inspirado. También como La Ventafocs (Cenicienta) ha tenido que sufrir humillaciones sin cuento antes de que el príncipe lo emancipara. De Pujol, un técnico azulgrana llegó a decir: Es una invención de la prensa. Además resulta que el príncipe liberador de Pujol ha sido el propio público. Ha sido la presión de la opinión la que ha obligado a la repesca de Pujol del Sabadell. De ahí que el público vea en Pujol una afortunada inversión de afecto, y este partido lo protagoniza Pujol, que se zafa una y otra vez(para decirlo en lenguaje periodístico especializado) del marcaje alternante de Igartua, Zugazaga y Estéfano. No importa que Marcial esté realizando su mejor partido de la temporada, ni que Rexach se autolimite lo suficiente como para no perder la pelota tras el tercer regate, ni que Reina se lance en palomitas poéticas a parar pelotas que Sadurní detendría levantando un dedo. El héroe preestablecido es Pujol, como en la temporada anterior lo era Gallego. Y nos atreveríamos a decir que Pujol es representativo de la imagen que el catalán medio se forja de sí mismo y que pocos jugadores llegan a alcanzar esta plenitud representativa: Samitier, Sancho, Escolá, Basora, Gonzalvo III, Biosca, Ramallets, Segarra, Olivella, agotarían prontamente la lista.

Y de los pies de Pujol llega casi la victoria. Marca un gol, facilita otro a Rexach y, aunque ausente del gol que marca Zaldúa, también estaba allí, muy cerca, por si acaso. Este público es un público duro. Tal vez sea el público de España más crítico con su propio equipo, y sus entusiasmos sólo acompañan las victorias más decantadas. El Barça va ganando al Bilbao por 3 a 0: los gritos de Barça, Barça, Barça! crearon como una espuma aplastante que sirve de techumbre al más hermoso estadio de España.

Pero, de pronto, la inspiración poética de Reina parece haber cesado. Le han magullado las piernas y no hay duda de que la inspiración poética de un futbolista nace en las células de sus pantorrillas. Y esto se contagia. Se le contagia a Torres, a Gallego, al propio Eladio, hasta ahora el defensa más seguro de la presente Liga. El Bilbao marca dos goles. Tres a dos. El talante del público ya ha cambiado nuevamente. El equipo vuelve a dolerle, vuelve a ser… 

esta mi pobre, sucia, triste, desgraciada patria.

Y cuando el árbitro pita el final un minuto después, se descompone el gesto de la expectación y los cuerpos relajados protagonizan la odisea de la salida, los comentarios vuelven a recoger la ambivalencia de la fiesta. Sí, pero no. Marcial ha estado muy bien, Marcial es un paquete, Gallego vuelve a estar en forma. Gallego es un colador. Fusté, muy bien. A Fusté que le jubilen. Reina lo para todo. Reina siempre ha puesto nervioso a Gallego. Sólo Pujol está fuera de discusión. Pujol. ¡Pujolet! El encarna mejor que nadie la tipología del jugador que el público del Barça quiere. El público siempre se ha mostrado reservón ante jugadores de clase que no unieran a esta cualidad el requisito indispensable de la combatividad. El caso Suárez fue una demostración. Sin duda el mejor jugador español desde los tiempos de Samitier, y, sin embargo, nunca contó con un público incondicional como Kubala o Pujol. Eran sus maneras unas maneras que el público no compartía, como no compartió posteriormente las de Pereda, jugador de temperamento similar, y como muy probablemente no tarde en disentir del estar-en-el campo de Marcial. Este público admira más las buenas intenciones que los logros, y es muy capaz de redimir las torpezas bien intencionadas del incansable Zaldúa, pero no la pelota que perdía Suárez por no correr, o al menos por no hacer el amago de correr. Un análisis del lenguaje convencional empleado por el público daría una traducción exacta de lo que espera de un jugador: “sudar la camiseta”, el mejor elogio; “gandules”, el más rápido y peor insulto; “a pico y pala los pondría yo”, un deseo; “juegan cuando quieren”, una acusación… Cincuenta y cinco mil socios respaldan esta manera de ver las cosas, aunque hay dos sectores bien delimitados y definidos en el momento de expresarlas: el público de tribuna, correcto, adinerado a secas o muy adinerado, educado en la parsimonia contemplativa de un partido de tenis; y el público del resto del campo, cáustico, agresivo, emocionado, básicamente popular. Un público social, como diría un joven católico progresista de nuevo cuño.

“Joan Martines Gonsales”. Elastics blaus subjectats amb candau porta el meu enamorat. 

Tirantes azules sujetos con candado lleva mi enamorado, cantaban las cupletistas de la época cuando el fútbol en Barcelona empezaba a ser un deporte de cierta multitud. Vilá Reyes, no hace mucho, se quejaba de la identidad entre la ciudad y el Barça, equipo que, al fin y al cabo, había fundado un suizo y tenido como primer presidente a un inglés. Y, sin embargo, esa identidad es exacta. Gamper es uno de los mitos de la Cataluña actual, no tanto por haber fundado el Barça como por representar como nadie la estampa del inmigrado que se arraiga en lo más hondo del país. Tomás Acarreta, profesor de la Escuela de Periodismo, nos contaba una anécdota ocurrida en los tiempos en que las anécdotas políticas eran legales. Hubo una manifestación catalanista durante la Dictadura, y al frente de la misma marcha un mocetón encorajinado, portador de bandera, vociferador, impresionante. Fue aislado por la fuerza pública y detenido. Cuando el comisario le preguntó su nombre contestó Joan Martines Gonsales. ¿Natural? De Lorca (Murcia). El poder de asimilación del país es extremo. Este es un país lleno de trampas sentimentales, en las que cayó Juan Gamper, cuya catalanidad nadie podía discutir ya en los años veinte. El Barça fue ante todo un pasatiempo de extranjeros y algún catalán de la órbita amistosa de Gamper. Primero jugaba en campos improvisados, a los que incluso había que llevar a cuestas los palos de las porterías. Gamper había sido el fundador del Zurich y empezó a jugar en Barcelona por los descampados y solares urbanos. Una vez constituido el club en 1899 se jugaron: ¡tres partidos!, y en 1900 el número de espectadores ya era milenario. El crecimiento posterior del Barça, sus gestas, pertenecen a la cultura deportiva del país y por lo tanto, son tema de revista especializada. En este reportaje, que busca clarificar qué hay detrás de ese triple grito: ¡Barça, Barça, Barça!, nos basta la levedad del dato que subraya una mínima evolución histórica. El club fue creciendo hasta un punto culminante: 1924. Entonces contaba 12.000 socios. Curiosamente, la etapa de máxima politización del país (1931-1939) señala el descenso de socios activos: de 9.000, en 1931, a 3.500, en 1939. Y desde este fondo de pozo hasta los 55.000 socios actuales han pasado treinta años de crecimiento constante, a pesar de las alternancias de época de derrota con época de victoria. El público del Real Madrid ha experimentado más alegrías que tristezas en estos últimos quince años. En cambio, el Barça posterior al de las Cinco Copas, el Barça posterior al esplendor de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón ha dado más de arena que de cal. Pero la fidelidad del público ha sido constante, porque el público era consciente de lo que representaba el club mucho antes de que esa conciencia la manifestara públicamente Narciso de Carreras; el público era consciente desde el primer momento en que fue necesario salvar los restos del naufragio. Un presidente del Barça, José Sunyol Garriga, murió en el frente del Jarama. Un equipo del Barça hizo una gira americana en 1937, una gira que se instrumentó políticamente y que dio lugar a una serie de escaramuzas a lo James Bond para que los jugadores no volvieran a la zona republicana, sino a la otra. Muchos jugadores se quedaron en América; otros, como Balmanya, se quedaron en Francia. Otros volvieron a Barcelona. El equipo permaneció relativamente en activo durante toda la guerra civil: en cambio, el Español fue prohibido y sus locales clausurados. ¿Es de extrañar que al acabar la guerra no faltaran maniobras para que el Barça desapareciera? Sin embargo, la bomba emotiva de efecto retardado que podía representar la supresión del club no estalló y el Barça reanudó sus actividades en 1940, bajo la presidencia, fonéticamente tan extraña, del excelentísimo señor marqués de la Mesa de Asta. Aquel salvamento contó con la participación, un poco en sordina, de los “catalanes de Burgos”, de los catalanes que habían estado en Burgos con los pies o con las intenciones. 

Y de 1940 a 1942 el público dio una respuesta clara al planteamiento de la cuestión: de 3.000 socios se pasaron a 12.000. Primero resultó imposible recuperar a la mayor parte de jugadores voluntariamente o no exiliados, entre otras cosas por la prohibición oficial de hacerlo. Cuando se levantó la prohibición se recuperó a alguno, el propio Balmanya, pero su carrera deportiva ya estaba casi vencida. El Barça empezaba a proporcionar las escasas alegrías cívicas al alcance del público catalán. El triunfo en las Ligas de 1945, 1948 y 1949 dieron lugar a sendas manifestaciones públicas de barcelonismo, en especial el de 1949, año de las Bodas de Oro del club. Y lo más grande aún estaba por venir. Lo más grande serian las dos temporadas de las Cinco Copas, dirigido el equipo por Daucik, y dirigido el festival futbolístico por el gran Ladislao. Sobre las evoluciones mágicas del gran Ladislao se concentraba la atención entusiasmada del público del viejo campo de Les Corts, de un público que soportaba “avalanchas”, cortes de digestión y tempestades familiares para justificar la laguna de la patria y potestad de un domingo por la tarde. Junto al mito del jugador de casa, trabajador y honrado como Pujol, el barcelonista también ha cultivado el del exótico jugador extranjero, cuyo extraño perfume de ser de otro mundo parece hipnotizar a las gradas. Platko, el húngaro portero sucesor de Zamora, no sólo había hipnotizado a las gradas, sino al mismísimo Rafael Alberti que, en 1928, escribió un poema sobre él, que lleva la dedicatoria: A José Samitier, capitán:

Nadie se olvida Platko, 
no, nadie, nadie, nadie, 
ese rubio de Hungría.

Así describió el surrealista Alberti de los años veinte un partido entre el Barça y...

Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándose,
Platko, Platko, lejano,
rubio Platko tronchado… 

Y más adelante la epopeya barcelonista llega a tener incluso los colores tradicionales...

Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento. 

Pero, según Alberti, la cosa pudo remontarse, y finalmente...

Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin plumas, encalaron la yerba.
¡Y todo por ti, Platko, 
rubio Platko de Hungría!

El Kubala de los años cincuenta hubiera merecido su Alberti. Pero los Alberti de la época estaban muy preocupados buscando los sinónimos de la palabra libertad, elípticos sinónimos que pudieran rimar con las palabras calle o pueblo, imposibles sinónimos.

Pan y fútbol

Es muy probable que la fórmula “pan y circo” tuviera como heredera, entre nosotros, la de “pan y toros”, y ésta, a su vez, la de “pan y fútbol”, y, finalmente, un finalmente que es hoy, “pan y televisión”. Pero la fórmula “pan y fútbol” ha sido aplicada un tanto mecánicamente. Ha padecido el desdén intelectual de los que, inconscientemente, más han hecho para crear el abismo entre cultura popular y cultura de élite. Inconscientemente, los que más han hecho por ese divorcio han sido los que más predispuestos estaban moralmente a evitarlo. El fútbol ha sido el derecho a la épica, ejercido a tontas y locas por el pueblo. Ha sido, y es, un instrumento de desviación de la agresividad colectiva hacia un cauce no político. Pero también ha servido, juzgado desde otra perspectiva, como válvula de escape de las frustraciones del hombre de la calle y, por lo tanto, ha cumplido un papel higiénico sobre lo prenormal, conciencia social del país. E incluso, en casos como el Barcelona, el fútbol ha conseguido efectos completamente contrarios a los propósitos. Hay una irritabilidad a flor de piel en todo seguidor barcelonista, una irritabilidad que se concreta de pronto en eczemas, producidos, por ejemplo, por el caso Di Stéfano, por las declaraciones de Bernabéu sobre una supuesta Cataluña paradisíaca, despoblada de catalanes (¿y repoblada por quién?), por la prohibición de vender bebidas embotelladas cuando ni en Les Corts ni en el Nou Camp se ha practicado jamás el riesgo del botellazo rabietero, o por el caso de los paraguayos. En general, este es un público tolerante que no se ceba con el equipo visitante. Salvo una excepción, el Real Madrid. La recepción que se dispensó al Real Madrid, en la segunda vuelta de la pasada Liga, fue memorable. Una recepción que no hubiera conseguido adulterar ni el mismísimo Miguel Orts. Un griterío constante, sirenas de gas butano, pitos, bocinas. ¿Empecinamiento antimadrileño? Ni hablar. Es algo más profundo, que tampoco se circunscribe a una política actual y concreta, sino que se remonta a una conciencia histórica de los males del centralismo. Habría que declarar libro de texto en todas las escuelas de España a la Historia de Cataluña, de Ferrán Soldevila. Tal vez entonces no hubiera sido necesario este reportaje para que el público entendiera qué hay detrás del grito Barça, Barça, Barça!, y tal vez, de paso, se conseguiría comprobar de una vez cuántos españoles del interior están dispuestos a dar un paso para entender qué pasa en la “periferia”. Desde que Fernández Florez dejara escrito que: Cataluña es la única metrópoli que desea independizarse de sus colonias, la frase ha tenido tiempo de llegar a la conciencia pública del resto de España. A veces la Cultura, con mayúscula, llega al pueblo, ya sin firma de prestigio. Y no es de extrañar que el público de cualquier otra provincia española acoja al Barça con la prevención con que se puede acoger a alguien que sólo trata para vendernos algo. Existe la prevención de que Cataluña es un almacén del que periódicamente salen comandos de viajantes de comercio. Y esta prevención no es actual. A algunos viajantes de comercio catalanes esta prevención les costó la vida en 1936, cuando ser catalán era una categoría política casi tan nefasta como ser del Partido Comunista. O así lo interpretaban los incontrolados de siempre. Esos incontrolados que en el otro bando mataban a curas a base de inyectarles aire por el ano. 

Y así, cuando un viejecito que ronda los ochenta, con tez campesina, ojos sin pestañas, con costras de avitaminosis, boca sin dientes, gorra parda y bufanda tejida por su no menos ochocentista compañera de moño blanco y toquilla negra, se levanta en el transcurso de un Barcelona-Real Madrid e increpa a los madridistas gritando: “Eso no es un equipo, eso es un Tercio!”, nos atreveríamos a decir que hay que eximirle de toda responsabilidad y que ésta hay que colgarla sobre espaldas más anchas: la del condeduque de Olivares, la primera. Y si seguimos cavando en la historia tal vez tendríamos que conceder su parte de responsabilidad al compromisario San Vicente Ferrer. Y tampoco escapa a su ración de responsabilidad todo ese verbo poético-imperial de la radio y la televisión. 

Los jugadores del Barça, mientras hacen doce kilómetros de “footing” a las órdenes de Seguer, son anglosajones con las piernas, pero con la cabeza y con las manos son bien catalanes. Hacen “footing”, pero cogen “rovellons” (la seta más popular en Cataluña), y, de regreso al Nou Camp, asan “butifarra”, “costellas de be” y “rovellons”. AI público esto le gusta, porque el perfume predilecto del país es el humo impregnado de grasa de costillas de cordero y de humedad de seta recién arrancada. Y es que no hay duda. Esta es una institución tan importante como pueda serlo el Monasterio de Montserrat, el Omnium Cultural, el Institut d'Estudis Catalans o L'Orfeo Gracienc:

“Debemos luchar contra todo y contra todos porque somos los mejores y representamos lo que representamos”.

Hasta estas frases yo no sabía muy bien qué representaba el señor De Carreras. Antes de la guerra se presentaba a diputado por la Lliga; era secretario de Cambó. Después de la guerra ha sido el representante supremo en Cataluña del Instituto de Cultura Hispánica, y en la actualidad es procurador en Cortes por el tercio familiar de Gerona. Es un procurador tranquilo; muy político, dirían elogiosamente los que siguen creyendo que la política es el arte de la mesura, cuanto más silenciosa mejor, más mesura. No es un “emprenyador” (más o menos traducible por incordiador) como Eduardo Tarragona. Tal vez la mesura del señor De Carreras, sorprendentemente truncada por sus vibrantes declaraciones, proceda del riesgo y oficio de conducir una asociación legal de más de cincuenta y cinco mil militantes. Los dirigentes del Barça siempre han tendido a ser gentes de orden, como el propio gerente, señor Gich Bech de Careda, distinguido ex funcionario del Ministerio de Educación Nacional, que tomó parte activa en la terapéutica de la epidemia revolucionaria de la Universidad de Barcelona, cuando se declaró la cuarentena del Paraninfo en el curso 1956-1957.

Y es que representar, en plan de vanguardia dirigente, a un símbolo tan multitudinario y abstracto como es el Barça requiere un tiralíneas de precisión. ¡Una institución que incluso consigue que los mudos hablen! Porque poco antes de que Pujol, Pujolet, protagonizara el partido Barcelona-Bilbao, en el palco presidencial le fue impuesta una medalla del club a un joven sordomudo de la provincia. Un buen día, en el transcurso de la final de Copa 1968, Barcelona-Real Madrid, cuando la victoria barcelonista se confirmaba, el joven sordomudo se levantó emocionado y gritó: “¡Visca el Barça!”. Ni había hablado antes ni volvió a hablar después. Nadie sabe, y tal vez nadie lo sabrá nunca, por qué mecanismos de defensa llegó aquel grito a aquellas paralizadas cuerdas vocales. Qué río oculto provocó la maravilla de la palabra en el desierto de silencio de un joven catalán. Aunque yo sospecho que en parte los causantes fueron motivos que he dejado implícitos o explícitos en este reportaje. Motivos que también provocan el que un público tan sordomudo, tan voluntariamente sordomudo, grite de vez en cuando: iBarça, Barça, Barça!. 

Triunfo, 25 d'octubre de 1969, nº 386, pp. 23-28.

*****************************

CREDO

Ante las cámaras de una televisión francesa me preguntan si el Barça es más que un club y me lo preguntan desde la mala intención que les proporciona saber que yo soy materialista y ateo. Exactamente lo contrario que el señor Joan Gaspart. Pero insisto. El Barça es más que un club y a esta condición debe buena parte de sus éxitos y sus fracasos. Cuando el nuñismo se metió en el club, como una opción clarísimamente reaccionaria y de derechas, luchó contra la idea de que el Barça era algo más que un club. Ellos querían un club locomotora social (según la ideología de Escrivá de Balaguer) o un Barça triomfant que absorbiera dividendos sociales por encima de aquella Cataluña de izquierdas salida de las elecciones.

Luego se dieron cuenta de que las derrotas eran menores si se perdía por cuestiones extradeportivas y el nuñismo recuperó la idea de club nacional, de ejército simbólico desarmado de la catalanidad. El catalanismo le declaró la guerra a Núñez y los socialistas se pusieron a su lado para evitar que el Barça se convirtiera en un instrumento de poder pujolista. Puedo decirles, y lo digo, que a mí todos estos tejemanejes me la traían más bien floja. El Barça es su gente.

Creo que la parte irracional de nuestra comprensión del mundo la mayor parte de la gente la legitima mediante la religión, otros a través del amor y hay quien necesita la política para sentirse en éxtasis sobrenatural. Yo todo eso lo experimento a través del Barça y me libro de ser religioso en amor, política y otros trastornos del espíritu. La primera vez que el Barça perdió una Copa de Europa yo estaba en la cárcel, en cumplimiento de mis deberes antifranquistas, pero pendiente de los resultados de fútbol que retransmitían los altavoces del patio de la Modelo. Cuando salí de tan extraño club, pasé un periodo de descreimiento futbolístico, hasta que me planteé: ¿qué es más estúpido, creer en Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón o en Carrillo y el Guti? Decidí creer en el Barça y estudiar muy de cerca la política que me afectaba, pero siempre, siempre, desde la evidencia de que ni la historia, ni la vida, ni Europa eran como nos las merecíamos.

Finalmente el Barça, ayer, ganó la Copa de Europa y podemos llegar a la conclusión de que Europa ya es como nos la merecíamos. La vida, la Historia... todavía no. Pero el Barça nos ha proporcionado una impresionante victoria que yo no había experimentado desde la caída de Saigón.

Comprendo que el señor Gaspart no estará de acuerdo con esta apreciación, pero cada uno es cada uno. El Barça nos ha llenado tan enormemente de victoria porque es lo que el nuñismo primero no quería que fuera: algo más que un club. Por eso propongo que el Barça sea asumido como instituto secular y como religión sin cielo ni infierno, o con cielos e infiernos relativos: el cielo es ganar al Real Madrid y el infierno perder contra el Barbastro. Siendo del Barça, tenemos ambos extremos asegurados. Por eso creo en el Barça, y en un par de cosas más que no vienen a cuento.

El País, "Deportes", 21 de maig de 1992, p. 54.

*********************************

DI STEFANO, KUBALA, SUÁREZ...

Comparto con Serrat, y tantos otros arrapiezos catalanes, el mito ya cantable de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Ahí están esos cinco cromos junto a las fotos de mis seres queridos y a los vacíos de los animales que se me han muerto. Y de aquella adolescencia sensible extraigo una foto que empezó siendo deportiva y acabó siendo política. Di Stéfano bebiendo agua de la Fuente de Canaletas, en plena Rambla, señal simbólica de que nunca abandonaría Barcelona, a pesar de que las aguas ya sabían algo a cloro y no eran las mismas que había hecho traer siglos atrás Fivaller desde las colinas más propicias.

Venía Di Stéfano, saeta rubia para los entendidos, del brazo de Samitier, el gran fichador del Barcelona de aquellos tiempos, y fue presentado como el mejor jugador latinoamericano, según algunos con permiso de Rossi. Y de pronto, como si se hubiera tratado de una aparición, la saeta rubia se esfumó y reapareció en Madrid, donde el cabo voluntario del ejército franquista, señor Bernabéu, liberador de Cataluña dominada por los rojos, tiraba de uno de los extremos de aquella saeta reclamándola para el Real Madrid. Tan política se puso la cosa que por ahí estaban el delegado nacional de Deportes, creo que por entonces lo era el general Moscardó o en su defecto el falangista Elola Olaso y también el presidente de la Federación Española de Fútbol, Sancho Dávila, primo hermano de El Ausente, es decir, de José Antonio Primo de Rivera. Tal vez estos nombres dejen indiferentes a las nuevas generaciones, partidarias, como yo, de Jim Morrison o de Cameron Díaz o del subcomandante Marcos, pero Sancho Dávila era feligrés de la dialéctica de los puños y las pistolas y la foto de José Antonio compartía pared con la de Franco en casi todos los colegios y casi todas las fachadas de las mejores y las peores calles de las ciudades de toda España. 

Franco era un fanático del Real Madrid y discutía las alineaciones con sus escasos amigos. Cuando cuajó aquella irrepetible delantera Kopa, Molowny, Di Stéfano, Rial y Gento, se permitía discrepar sobre la utilización del talento de algunos jugadores y opinaba que solucionar un partido a penaltis era digamos que una mariconada, con perdón, y que lo más viril era resolverlos a córners. No sé si me explico. Todas las autoridades deportivas visibles o invisibles propusieron que el Barça y el Real Madrid compartieran a Di Stéfano, un año en el Barça, otro en el Madrid, y mientras tanto el presidente del Barcelona empezó a recibir presiones, insinuaciones, amenazas, intervenciones en sus negocios y el club tiró a Di Stéfano por la ventana, con la garganta llena de congojos, y en la calle la indignación de la todavía no llamada sociedad civil que sumó el robo de Di Stéfano a los excesos del franquismo.

Pero aquella temible reunión de Kubala y Di Stéfano se produjo en una selección catalana de desagravio, que hoy no habrían tolerado ni Aznar ni sus capataces judiciales. Fue un partido memorable y la encarnación del sueño de un equipo capaz de alinear al genial Eulogio Martínez junto a los verdaderamente galaxiales Kubala y Di Stéfano, el precozmente mágico Luisito Suárez y Evaristo y Villaverde y los húngaros que escaparon del frío, Kocsis y Czibor.

Y luego resultó que, efectivamente, Di Stéfano era genial. Que ganó no sé cuántas Copas de Europa y se atrevió a anunciar medias de señora por el procedimiento de seguir siendo Di Stéfano de cintura para arriba, pero dotado de unas espléndidas piernas femeninas adecuadas para las medias Berkshire. No lo sabíamos. Pero con Di Stéfano había llegado la primera postmodernidad.

El País, “Deportes”, 22 de setembre de 2003, p. 51.

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Autor >

Manuel Vázquez Montalbán

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    Hace 5 años 8 meses

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