Gobekli Tepe es un yacimiento al sur de Turquía que lo cambia todo. Consiste en varios templos religiosos excavados en un terreno árido. Algunos de los templos descubiertos tienen estructuras monolíticas que probablemente suponen, a su vez, la primera representación de un Dios. Dios, así, en su primera representación conocida, es un pilar de varias toneladas, con cuerpo, pero sin cabeza. Lo que no deja de ser inquietante. Tal vez, incluso, verosímil. Gobekli es, aparentemente, la típica construcción religiosa del neolítico. Una suerte de Stonehenge, pero en otro sitio, más grande, más desmesurado y con otra lógica. Lo sorprendente es que no es una construcción neolítica. Es anterior. La construyeron cazadores-recolectores, quizás en el trance de dejar de serlo. Para construir esos templos se tuvo que organizar a cientos de personas, abastecerlos sin agricultura ni ganadería. La construcción misma implica la existencia de sacerdotes, la posibilidad de una clase dirigente, de alguna autoridad y, por ello mismo, de esclavos, de algo parecido al Estado. Implica, vamos, la existencia de cosas que se creía que no existían hasta mucho más tarde. 

Gracias a ese yacimiento se sabe, por tanto, que esas cosas existieron antes de su primera vez. Pero que fueron olvidadas. Por lo que el yacimiento, además de todo lo que explica –un olvido–, explica una constante humana –el olvido–. Explica que, gracias al olvido, todo sucede por primera vez. Varias veces. Continuamente. Por eso todo duele o alegra tanto. Por eso la vida es brutal, pero simpática. Gracias al olvido, todo sucede por primera vez , de manera cotidiana. O sería insoportable.