Durante mi última estancia en el Reino Unido, me reuní con algunos de mis amigos que, sorprendentemente, me dijeron que la campaña a favor del Brexit les resultó muy similar a las campañas antisemitas que tuvieron lugar en la década de 1930 en Europa, y especialmente en la Alemania nazi. La UE, utilizada como chivo expiatorio, era la culpable de todo lo malo que ocurría en el país. El argumento me impresionó mucho.

Cuando mi avión de regreso aterrizó en Budapest, cogí un taxi. El conductor, que llegó con un coche caro y vestido con un elegante traje, me dijo que era un defensor a ultranza de que la raza blanca no debía mezclarse con otras razas porque tenemos que conservar la raza de nuestro país. También explicó que a determinados poderes externos procedentes de China y Europa occidental les gustaría destruirnos mezclando a los húngaros con otras razas. Utilizó expresamente el término fajvédő que empleaban las corrientes políticas racistas húngaras en la década de 1930. También me dijo que todos los –ismos (liberalismo, feminismo, etc.) procedían de Europa occidental y que eran ideologías destructivas.

Este tipo de conductor no es infrecuente: casi cada vez que vuelvo a casa del extranjero, en cinco minutos, me topo con el racismo manifiesto y ostensible de los taxistas. En esta ocasión, le pregunté: ¿qué diferencia hay entre su opinión y la de los antiguos fascistas? ¿Conoce a algún racista húngaro, como Endre Bajcsy-Zsilinszky, que defendía la “preservación racial” del país entre las dos guerras mundiales? ¿Sabía que Bajcsy-Zsilinszky fue asesinado por los nazis porque admitió que era inmoral matar a los judíos después de que cambiara de opinión e intentara defenderlos? No sabía nada de esto.

Una ciencia que ha perdido el rumbo

Durante los últimos años he estado preguntándome cómo es posible que los conocimientos, como en el caso del taxista, se mantengan en un nivel tan básico al explicar las similitudes de las tendencias actuales del mundo y sus raíces históricas. Los investigadores empezaron explicando que la nueva ultraderecha no tiene nada que ver con el viejo fascismo: es más suave, no destrozaría las estructuras de nuestras sociedades. Luego procedieron a moderar los términos que empleamos: primero usaban ultraderecha; después, extrema derecha y derecha radical (un término carente de sentido); Recientemente han pasado a calificar de populistas a corrientes políticas similares, y este “engaño populista”, basado en un objetivismo científico interpretado erróneamente, se ha extendido ampliamente por Europa.

Históricamente, el populismo se utilizaba para definir corrientes políticas que trataban de involucrar a las personas en la toma de decisiones, en lugar de distanciarlas de sus propios sistemas políticos y atacarlas

El término podría ser útil porque no hay necesariamente una valoración moral implícita: si utilizaran la demagogia de ultraderecha, o políticas fascistas, mostraría algo peligroso, extremo. Nos sonaría a todos. El populismo no hace eso. Históricamente, el populismo se utilizaba para definir corrientes políticas que trataban de involucrar a las personas en la toma de decisiones, en lugar de distanciarlas de sus propios sistemas políticos y atacarlas por sus opiniones políticas o raza; sin embargo, actualmente, este matiz no interesa. Si examinamos a algunos de los promotores destacados de este engaño populista como Cas Mudde, comprobamos lo artificial e inestable que es el modelo que han aplicado al populismo: se trataría de una especie de técnica que aglutina antielitismo, un elevado nivel de emociones, mezclado con nacionalismo y etnicismo, probablemente también racismo, pero no incluiría un conjunto básico de valores ideológicos. Lo que me impresiona aún más es que algunos destacados especialistas como Jan-Werner Müller califiquen a Carl Schmitt de populista. Schmitt fue un estudioso del nazismo, un ideólogo, presidente de la Unión de juristas nacional-socialistas, editor de la publicación nazi Deutsche Juristen-Zeitung. Su actividad científica, especialmente la división de la sociedad en amigos y enemigos (nosotros-ellos), su postura antiliberal (de hecho, antipluralista), sus opiniones sobre el poder político y las situaciones de emergencia le convirtieron en un profeta de la ideología nazi (el llamado “jurista real del Tercer Reich”). ¿Y ahora le llamaríamos simplemente populista?

Tengo la impresión de que la ciencia ha perdido prácticamente el rumbo del todo. Ese tipo de populismo que está en la mente de los especialistas es simplemente demagogia política. Cuando los partidos políticos son chovinistas, racistas, paranoicos, antielitistas, machistas, utilizan las emociones para atacar a las minorías, crear chivos expiatorios, no se puede decir que se trata del curso normal de la democracia. En mi país de origen, este tipo de partidos destruyeron la democracia, crearon una autocracia electoral, una semidictadura en la que eliminaron el control y el equilibrio y las elecciones imparciales. Fidesz, el partido gobernante, utiliza la psicología social del régimen comunista, que a su vez utilizó la psicología social del nazismo y del régimen de Horthy. Muchos otros partidos similares usan el mimetismo democrático para ocultar que son profundamente antidemocráticos, y podemos prever qué harían si alcanzaran el poder en solitario y tuvieran la oportunidad de atacar la estructura democrática. No creen en la democracia, en valores básicos como el pluralismo en el que esta se apoya, o en la unidad  de una sola raza humana, donde todo ser humano es juzgado en base a sus propios méritos. La mayoría de estos partidos se apoyan en la misma postura contraria al progresismo que constituyó el núcleo del fascismo histórico.

Los peligros del engaño populista

El año pasado, la ultraderecha cometió más de 23.000 delitos en Alemania, cerca de 900 centros de acogida fueron atacados, hubo 1.313 casos de agresiones físicas que causaron lesiones y 18 intentos de asesinato

Y esto es lo que ha hecho que el “engaño populista” sea extremadamente peligroso. Si a fenómenos similares los llamamos con nombres cada vez nuevos, desligamos estas ideas políticas de sus predecesoras históricas. Merece la pena mirar en YouTube los primeros discursos de Mussolini y Hitler: apenas se diferencian de los discursos del primer ministro Viktor Orbán, por ejemplo. Tal y como lo expuso Nigel Copsey en el mejor artículo que he leído sobre este problema: “El populismo de la derecha radical (si queremos insistir en usar esta etiqueta) se ha refinado enormemente debido a la influencia de los teóricos neofascistas, en particular en cuanto a la adopción de un discurso etnopluralista”.

Los investigadores deberían dejar de crear nuevos términos y de banalizar los peligros: el año pasado, la ultraderecha cometió más de 23.000 delitos en Alemania, cerca de 900 centros de acogida fueron atacados, hubo 1.313 casos de agresiones físicas que causaron lesiones y 18 intentos de asesinato. Los llamados partidos “populistas” como AfD crean el escenario de este odio. Por supuesto, hay muchas posibilidades de que estas corrientes políticas no se conviertan en regímenes fascistas. Tal y como lo ha expuesto Paul Krugman: “No tenemos por qué ir exactamente por ese camino –¿aunque estamos siquiera seguros de ello?–, pero el proceso de destruir la legitimidad democrática mientras se mantienen las formas ya está en marcha”.

Mi opinión es que muchos de los partidos mencionados anteriormente pertenecen al bando posfascista. Roger Griffin escribió un prólogo para el genial libro de Tamir Bar-on llamado Where have all the Fascists Gone? En su prólogo, escribió que el posfascismo es como una isla en un río: no alcanza los márgenes del fascismo, pero tampoco pertenece al conservadurismo. Mi opinión, sin embargo, es que estos partidos no son como islas, sino como barcos: se mueven entre el auténtico fascismo y el conservadurismo, y descansan a ambos lados del río. Utilizan todas las manipulaciones emocionales que emplearon sus predecesores históricos, desde ambos lados. Solo podemos contrarrestar el surgimiento del odio en Europa si no creemos que nuestras sociedades son completamente diferentes de los viejos tiempos, o que los partidos que incitan al odio son completamente diferentes de los viejos partidos con ideologías similares.

el término “populismo” no debería emplearse para los movimientos agresivos de derechas, porque se trata de algo distinto, algo que va mucho más allá

Finalmente, también coincido con escritores como Marco d’Eramo, quien afirma que el término populismo en ocasiones también se emplea para describir corrientes políticas como el movimiento Cinco Estrellas en Italia, que simplemente trata de impulsar su programa socialdemócrata, y no deberíamos mezclar a estos partidos con el bando posfascista. Tal y como lo expuso: “¿Quieres asistencia médica para todos? Eres populista. ¿Quieres que tu pensión se ajuste a la inflación? ¡Pero qué pandilla de populistas! ¿Quieres que tus hijos vayan a la universidad sin arrastrar una deuda de por vida? Sabía que eras un populista de tapadillo”.

Su opinión también demuestra por qué el término “populismo” no debería emplearse para los movimientos agresivos de derechas, porque se trata de algo distinto, algo que va mucho más allá, con diferencia.

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Tamas Dezso Ziegler es investigador de la Academia Húngara de Ciencias

Este artículo se publicó en inglés en Social Europe.

Traducción: Paloma Farré