Dije en BeIN la otra noche –y no me arrepiento de ello-– que la Supercopa de Europa ha tenido un efecto despertador en el equipo que la perdió y un efecto siesta en el equipo que la ganó, con justicia y mérito. Sin ambages. Una cosa es predicar y otra, dar trigo. Al Cholo no le van a pasar ni una. Se podía ver venir esto a kilómetros. El frente de críticos está identificado: están los que llevan años deseando que el Atleti se despeñe porque no le tienen ningún afecto; están los que se arrogan la vitola de atléticos de la lengua larga y memoria corta; y están los que, critiquen un cambio, una alineación o un partido, tienen claro que prefieren fracasar cien veces con Simeone antes que volver a ser el chiste fácil en la oficina. De los dos primeros grupos, nada que decir. Es normal que haya quien celebre cada tropiezo del Cholo y es lógico que haya quien disfrute fusilándolo al amanecer a las primeras de cambio, porque lleva años amenazando su negocio. El Cholo, que no es perfecto y que se equivoca, porque es de carne y hueso, sabe de qué va la vaina. Lleva años esquivando balas y conquistando títulos, sabe a qué exigencia se enfrenta, la asume y la procesa. Considera normal que se le critique, que se le pida más al equipo, que le exijan y que gane todo lo que se pueda ganar, porque según dice la propaganda, ahora tiene “la mejor plantilla de la historia”, como si eso fuese un hecho en verano y no en primavera.

Sí, el Atleti tiene cosas por mejorar. Muchísimas. Y tiene materia prima para pelear los títulos, porque así lo ha hecho los últimos siete años. Y así seguirá siendo.  Lo que no tiene sentido es cuestionar la idea de Simeone. Porque, siendo el matiz muy fino, existe una gran diferencia entre el Cholo y el cholismo. El Cholo es un Dios viviente para los atléticos, pero no es inmune a la crítica. El cholismo es otra cosa. Es una religión que surge de la rebeldía. Pueden matar a Simeone, pero su idea nunca morirá. Siempre estará ahí. Se crea o no, se sienta o no. El cholismo es, ha sido y será, la gran arma de los atléticos. El Ajax tuvo éxito en el concierto europeo porque, además de grandes talentos, tenía una idea de juego. Cuando se apartó de aquello, cayó en barrena. El Milán arrasó Europa porque, además de tener grandes campeones en sus filas, se entregó, en cuerpo y alma, a un sistema que todos copiaron. Cuando dejó de creer en esa idea, retrocedió diez años. El Barça de Pep enamoró porque, además de tener a violinistas como Messi, Xavi o Iniesta, tenía un estilo de juego reconocible y una idea atrevida. Cuando dejó de profundizar en esa idea, siguió ganando, pero dejó de gustar. El Atleti del Cholo, con un método opuesto a Barça, Ajax o Milán, tiene su sello. Y funciona, pero como en este negocio eso no vende, hay quien pretende tirar por tierra una idea, una manera de vivir.

Existe, desde hace años, una reivindicación mediática que se multiplica como setas, exigiendo a Simeone que juegue como a ellos les gusta, cual gota malaya, con el ánimo de convencer al aficionado de que el equipo está obligado a “jugar bien” (sic).  Y el caso es que Simeone, que no necesita defensa porque le defienden los números, no tiene inconveniente en probar nuevas piezas, buscar nuevos registros o incorporar nuevos matices, pero no está dispuesto a apartarse de su idea. Entre otras cosas, por sentido común. Si algo funciona, no se toca. Y cada vez que se ha dado un paso en esa dirección, lo que se ha resentido ha sido la identidad del equipo. Uno que está diseñado no para gustarle a nadie, sino para competir desde la energía y la intensidad. Su legado no es haber construido un buen equipo, ni una alternativa de poder, ni un conjunto que se ha convertido en una máquina de ganar. Su obra maestra es haber dado lustre a una idea que entronca con la historia del club y que potencia el sentir de esa camiseta. Si juega como el Madrid o el Barça, cometerá el gravísimo error de creerse que es como ellos. Y no lo es. Está, a pesar de que cada día se acerca más, aún lejos. Y sólo podrá seguir siendo su gran amenaza si asume su inferioridad, se sobrepone y se vacía para combatirles con sus armas, con su estilo, con su manera de interpretar el juego, guste o no, gane o pierda.

Pedirle al Atleti que cambie es pedirle a Simeone que cambie. Y exigirle al Cholo que cambie es alterar el modelo contracultural con el que ha ganado títulos e identidad. El cholismo es una misión, una idea fanática llevada al límite. Trabajar e insistir. Así que mientras los inquisidores habituales levantan sus antorchas para quemar a Simeone en la hoguera por dos partidos malos, la idea seguirá ahí. Y se gane o se pierda, se dude o no, se ganen títulos o no, nadie podrá matar esa idea. No es Simeone. No es cómo juega, qué sistema usa o qué estilo tiene. Su éxito es haber forjado una identidad, una religión por encima de tácticas, resultados y opiniones. Es un fuego interior, una ambición desmedida, el atrevimiento a llegar allí donde otros creían que era imposible llegar. Maten a Simeone si quieren. El cholismo nunca morirá. Su identidad es inmortal y cuestión de piel. Camiseta y pertenencia. Una idea se puede olvidar, pero nunca muere.