Con esa escena aprendimos mucho todos los que estábamos dentro de aquel autobús a primera hora de la mañana. Cuando en una de las muchas paradas de la ruta del 34 las puertas se abrieron, una mujer joven entró de espaldas, subiendo los tres escalones que separan la acera y el aparato para picar el bonobús que hay junto al chofer. Con sus manos, la chica empujaba hacia dentro del bus un carrito de bebé que acababa de alcanzar el primer escalón con una facilidad que hablaba de muchos viajes anteriores en la línea 34. Del fondo del autobús apareció un señor mayor dispuesto a salvar a la chica de un aprieto que nadie, excepto él, percibió en ese momento. Como los héroes anónimos no preguntan, el hombre se abrió paso entre la mujer y su carrito con bebé incorporado sin decir ni una sola palabra. Tras un forcejeo entre el salvador silencioso y la chica, sorprendida y desequilibrada, el carrito estuvo a punto de recorrer el camino inverso y volver hacia la calle en caída libre. ¡Pero qué hace, cuidado!, gritó la chica tras conseguir recuperar la verticalidad y hacerse con el control del carro. Como una característica de los héroes es la convicción absoluta que tienen en las misiones que emprenden, el hombre siguió insistiendo en el forcejeo a pesar del casi drama que se acababa de vivir. Todavía sin decir ni mu. La mujer, defendiéndose de las nuevas embestidas del señor contra su carro y su bebé, escaló de golpe los otros dos escalones que le faltaban hasta poner a salvo al crío. En ese momento, la chica reprendió cariñosamente a Batman: si no le he pedido ayuda cómo se mete usted así sin avisar, yo se lo agradezco, pero casi se me cae el crío a la acera. El héroe, alejándose de la zona cero con aspavientos, volvió hacia el fondo del autobús maldiciendo a la mujer, al niño y a las futuras generaciones que aquel bebé trajera al mundo. Aquella desagradecida no supo ver su gesto solidario. Tras un silencio más que incómodo, el hombre, aún indignado, se bajó en la siguiente parada. Ya sin él presente, el debate surgió en asamblea. Todos acordamos por unanimidad que, aunque el hombre merecía una medalla al mérito civil por su buena intención, no hubiera estado de más que hubiera preguntado, que se hubiera parado a pensar antes de lanzarse a salvar a la chica. Eso evitaría la muerte innecesaria de bebés y, sobre todo, evitaría la escena gatillazo más violenta e incómoda posible: la del héroe indignándose con la persona a la que iba a rescatar. La moción se aprobó con el cien por cien de votos a favor en aquel autobús 34. Todos nos fuimos bajando de aquel autobús –para ir a la facultad, a limpiar una escalera o a la oficina– con un compromiso firme: si un día decidíamos ser héroes, llamaríamos antes al timbre de la persona a rescatar. Ni Andy ni Lucas iban en ese autobús aquella mañana.

El caso ha hecho ruido. Los dos héroes del pop comercial decidieron ayudar hace unos días, sin mala intención, sin preguntar y sin pararse a pensar, a los padres de Gabriel, el niño asesinado en Almería el pasado marzo. La buena intención, unida al no preguntar y al no pararse a pensar es un tridente que históricamente ha generado situaciones muy literarias. Y Andy y Lucas no iban a ser menos. Tras exhibir durante un concierto una camiseta con una selección de caras impresas de los niños asesinados más conocidos, junto al lema “Justicia ya”, los dos cantantes comprometidos con la causa más noble –los niños– se encontraron de frente con el chocante descontento de la propia madre de uno de ellos, de Gabriel. La mujer, que en aquellos días que acabaron en tragedia, pidió ante los medios que la muerte de su hijo no generara odio, sino amor –menuda extraterrestre–, se quejó en un comunicado por el hecho de que se usara la cara de su hijo junto a un eslogan político como ese. Como le pasara a aquel señor del autobús, la reacción del héroe que sufre el gatillazo volvió a ser la misma: váyase usted a la mierda, señora, encima de que intentamos ayudarla… Con la absoluta convicción de que lo suyo había sido un gesto intachable, el autor de Son de amores grabó un vídeo visiblemente encolerizado y dirigiéndose a esa madre: “Este país se está volviendo loco, me parece increíble, señora, qué vergüenza, qué vergüenza”.

¿Quién, en su sano juicio, podía imaginar que alguien pudiera considerar eslogan político aquella petición de cadena perpetua? Una reivindicación tan pura que tiene cara de niño y voz a diario en programas matinales que no te piden que votes a ningún partido. Ana Rosa no hace política, sólo cuenta historias. “Andy y Lucas no se declinan por ningún partido político, señora, ¿no ve que nosotros vivimos de los ayuntamientos?”, continuaba desahogándose Lucas, de Andy y Lucas, llevado por la inercia del menú informativo diario aceptado como sano, sin caer seguramente en la cuenta de que aquella camiseta es una bandera política desde que PP y Ciudadanos se lanzaron al barro de la justicia ejemplar para los casos mediáticos. “Yo también soy padre, señora, y si a mi hijo le pasara lo que le pasó al suyo, querría que todos los grupos de España lo llevaran en su camiseta”. ¿Para qué?, sería la pregunta. ¿Por qué no?, sería, seguramente, la respuesta de quien ha asimilado una idea de bien, de solidaridad, que no hace preguntas, que sólo actúa y lo hace a golpe de ruido, de foto, de homenaje que pide venganza. El héroe como solución, la venganza como forma de solidaridad y el no pararte a preguntar, a entender, como forma de vida. No es Andy, ni es Lucas, es algo que ha calado, a pesar de esas madres que defienden su carrito y el recuerdo de su hijo de forma discreta y serena, fuera del ruido, de heroicidades vacías.