Ya no se profana como antes. Un artista de cuyo nombre no me quiero acordar –estoy muy en contra de su actuación de hoy– ha pintado de rojo la tumba de Franco en su todavía hogar, el Valle de los Caídos. Las primeras informaciones eran halagüeñas: pintura roja sobre la tumba del dictador, a tope con este voluntario que le ha dado al genocida el mayor susto desde que, en el lecho de muerte en su tranquila cama, creyó ver un reflejo de Lorca en el cristal. Cuidado, que el maricón se ha escapado del infierno, gritó. La realidad, cuando tiene que ver con aquel acomplejado sanguinario que secuestró el país durante 40 años, siempre decepciona. El artista, lejos de usar el precioso tiempo que tuvo antes de que los guardias de seguridad del caudillo llegasen hasta él, para sacarse de la manga alguna frase o dibujo –un gran pene hubiera sido mi opción preferida– que mereciese la pena, lo usó para devolvernos a la transición dibujando una paloma al grito de “Por la libertad y por la reconciliación de todos los españoles”. Venga ya, hombre. Cuando las imágenes de la escena completa estaban ya circulando por la red y yo me estremecía en casa como si el Sevilla hubiera fallado un penalti en la final de la Champions, la cosa se puso aún peor. No tengo nada contra Franco, gritó, sólo es por la reconciliación de los españoles. Lo dicho. Ya no se profana como antes.

Si no es porque lo pintan es porque no le encuentran alojamiento. El caso es que acaba 2018 con el dictador siendo Trending Topic con una frecuencia que el tipo parece un millennial. El Gobierno de Sánchez, con ganas de quitarse al muerto de encima, se ha ido a hacer el ridículo a Roma. No por haber vuelto a España lost in translation, sino por el propio hecho en sí de ir. Todo un Gobierno democrático, suplicando que el Vaticano le dé el visto bueno para que Franco no acabe viviendo en zona céntrica. Y toda una vicepresidenta poniéndose a los pies del ridículo con el sencillo desmentido de la Iglesia, que vino a decir algo así como: “¿Pero ustedes se creen que este negocio nuestro se inventó para posicionarnos contra genocidas o qué? ¿Qué será lo próximo? ¿Qué nos pidáis tener valores morales?”. En resumen: al Vaticano los genocidas no le molestan en sus instalaciones, ocupan lo mismo que sus víctimas y dios, como Ikea, tiene soluciones habitacionales para todos. Oh, sorpresa.

Si, como pretende el Gobierno, la catedral de la Almudena queda descartada vía aplicación de la Ley de Memoria Histórica, habrá que seguir buscándole casa a Franco. La lamentable performance de hoy nos deja una reflexión. Cuando pensamos que la Almudena será peor opción, es porque somos conscientes de lo mal que está este país. En la Almudena, sitio de más tránsito, no abundarán las profanaciones, sino los homenajes fascistas. Dicho de otro modo: los fascistas son los nuevos guiris, están invadiendo el centro de las ciudades en una especie de gentrificación que hace que ahora el Valle de los Caídos no parezca tan mala opción para evitar olores fascistas en zonas habitadas. Será así mientras la democracia convencida –lo que queda de ella– no decida de una vez que a los genocidas no se les pide permiso, se les quita de la vista por salud y decencia, se les manda, como pasa en otros lugares medio decentes, a algún rincón olvidado. Sin flores, sin guardias de seguridad y sin miedo. Y las pintadas y las performances, por favor, se aprovechan.