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Humanos ‘Á la carté’: ¿y a usted qué categoría se le antoja para hoy?

La literatura no necesita apellidos, la literatura es suficientemente poderosa como para valerse ‘per se’

Yaír André Cuenú Mosquera 21/11/2018

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Alguien me contó que una vez un actor negro (afro) latinoamericano, cuyo nombre no recuerdo u omite mi mente porque en este caso lo que importa es el relato, se presentó a una audición para una película, digamos en Hollywood, y el personaje que se pedía era un latino. Fue rechazado porque “no cumplía las características”, seguramente se requería la apariencia estereotipada de chicano. Luego, digamos que esa misma tarde en Hollywood, aprovechando que había salido decidido a buscar trabajo, se presentó donde buscaban a un personaje negro, y le dijeron que estaba todo bien, que su apariencia correspondía, pero infortunadamente no lo elegían porque era latinoamericano.

Así nos sucede en tiempos de afanadas correcciones políticas. Digo afanadas, no porque no sean útiles, o necesarias en algunos casos, sino porque el afán de incorporarlas en la sociedad actual en vez de integrarlas a la estructura de pensamiento, hace que un día se diga “les estes sen mejeres que estes”. Habrá quien suelte el texto en este momento, nuevamente con afán, habiéndome calificado como un alguien que escribe contra el lenguaje inclusivo, por decir algo. Nos construimos desde el lenguaje y pretender derruir una base de pensamiento en vez de transformarla en otra cosa es una necedad. La corrección política ha hecho que hoy, por ejemplo, se exija a la RAE modificar las acepciones del término negro1, con el propósito de que en el pensamiento de la sociedad no exista más una sinonimia entre el término negro y, por ejemplo, la mala suerte. Como si en realidad fuera a partir de los diccionarios desde donde se elige lo que se hace con las palabras.

A quien lee le propongo una dinámica: intente pensar en este instante en cómo luzco, qué apariencia tengo. Piénselo para sus adentros, relea lo que hasta este momento he escrito y quédese con esa idea en la cabeza hasta aquí. Nací en Manuela Beltrán, un barrio al oriente de la ciudad de Cali, en el Distrito de Aguablanca, en Colombia. Mi mamá nació en Villa Rica, Cauca, al sur del Valle del Cauca y norte del Cauca. Mi papá, por su parte, nació en Buenaventura, y desde pequeño se fue a vivir al Paso de la Bolsa, corregimiento de Jamundí, municipio al sur del Valle del Cauca. Siga pensando en cómo luzco.

negro, afro, afrodescendiente. ¿Y qué tal si solo decimos escritor, o investigador?

Estudié Comunicación Social a nivel técnico sin poderme graduar porque no tenía plata para el diplomado obligatorio; luego Producción Audiovisual en el SENA, en ese periplo me fui para China a representar a Colombia en Expo Shanghái; después fui editor y redactor en Yenyeré, una organización que promovía y difundía las actividades culturales de las comunidades negras (afro) del Pacífico colombiano; ingresé a la Universidad del Valle a estudiar Licenciatura en Literatura, a mitad del pregrado gané la beca del programa MLK (Martin Luther King Jr.), del Centro Cultural Colombo Americano y la USAID, para la formación en inglés y liderazgo en comunidades afrodescendientes e indígenas. Aquí usted cree casi tener certeza de cómo luzco. Al término de ese programa, fui elegido para hacer parte del Diplomado en Escritura Creativa en el Pacífico2, organizado por el Instituto Caro y Cuervo y Fondo Acción. Durante ese diplomado escribí el relato “Renacimientos”, que se publicó en el Maletín de Relatos Pacíficos (2017)3. Luego, otras versiones se publicaron en las antologías La marea literaria en el Pacífico (2018), coeditada por Medardo Arias y Fabio Martínez, y Pacífico cuenta (2018), selección de Antonio García Ángel, además en el número 127 del magazín Transition de la Universidad de Harvard.

Hace un par de semanas, mientras presentaba alguno de los libros referidos anteriormente, en la Feria del Libro de Cali, me introdujeron como “Yaír Cuenú, escritor afro”. Esa misma semana, presentando otra antología, fui “un escritor del Pacífico”. Hace una semana, en el X Simposio Internacional Jorge Isaacs, que homenajeó a Manuel Zapata Olivella, me presentaron como “un investigador negro”. Y en este momento me podría convertir en lo que usted desee asociar con mi nombre y/o quehacer; negro, afro, afrodescendiente. ¿Y qué tal si solo decimos escritor, o investigador?

De eso se trata este artículo: la camisa de once varas en que te meten por escribir desde un territorio. En ningún escenario donde me paro soy solo un escritor o investigador, o enseñante, o ser humano sin color, etnia, origen o ancestralidad. Y no es que reniegue de mis orígenes, aunque parezca innecesario decir esto último, prefiero reiterarlo. El asunto no es que exista una Biblioteca afrocolombiana4 (2010), y se llame “afrocolombiana” a lo que podría ser el compendio literario más completo que se ha publicado en Colombia con autores/as y temáticas relacionados con “lo afro”. El lío es que esa biblioteca, para ejemplificar, es conocida por comunidades afrodescendientes, negras, raizales y palenqueras, investigadores/as del tema y quienes coleccionan libros para exhibir aquello que, sin leer, embellece sus salas. El problema es que, si escribes desde el Pacífico y te llaman escritor/a afro o escritor/a negro, necesariamente en el imaginario colectivo eres una persona quien, además de ser negra, afrodescendiente, escribe sobre “lo negro”, “lo afro”. Como “tus temáticas están relacionadas con cuestiones étnicas”, en la librería estás en literatura afro, y en una biblioteca hasta podría estar en la sección de antropología o sociología, donde aparezcan “temáticas afro”.

El peligro del calificativo reduccionista es que terminas convirtiéndote en no más que esa categoría. Lo que hace el voz a voz de vos es crear una figura afro que escribe, no un escritor/a. No basta con que te interese la condición humana como principio temático de tu propuesta literaria, la manera como te difunden es “escritor/a afrocolombiano/a”. Hay un afán por la corrección política que lleva a que se asuma que lo correcto es ponerte el adjetivo. Hace unos días el antropólogo Rafael Perea Chalá me decía “A mí no me gusta que me digan negro, odio eso, porque negro es un adjetivo, yo soy un humano, un sujeto, primero que todo un ser humano”. Pues más allá de su deseo, si uno busca información sobre él, probablemente aparezca que es un antropólogo chocoano, o del Pacífico, como un condicionamiento que avala o no sus aportes según convenga a quien lo requiera. Es como si el hecho de haber nacido donde nací, además de darme una especie de aval para tocar ciertos temas, me limitara también a los mismos.

El afán por la corrección política nos ha llevado a una incorrección reduccionista que hace de todos/as una categoría, sin reconocer que somos seres mutables, de imprecisiones

Ahora otro asunto fundamental. ¿De qué hablamos cuando decimos literatura del Pacífico colombiano? ¿a qué nos referimos cuando decimos literatura afrocolombiana? Seguramente en ambos casos nos referimos al Pacífico, más que a la literatura, y a “lo afrocolombiano” más que a la literatura. Aquello a lo que se llama así casi siempre carece de una crítica literaria. Lo habitual es que las lecturas que se hagan de ello estén ligadas a lo étnico. Y llega a suceder que existen obras a las que se les admite insuficiente trabajo escritural, cargas de descuidos, porque “hay que difundir lo nuestro, lo afro”, como si la bandera que reza “lo afro” fuera suficiente para que toda voluntad escritural sea considerada literatura que debe ser difundida. Y puede pasar, por ejemplo, que con ese mecanismo de difusión que tiene la literatura, tras lo que se promueve bajo la categoría “literatura afrocolombiana”, para seguir el ejemplo, se escude que, en no en pocos casos, existe una carencia en la calidad literaria y valor estético. Pero de eso no se puede hablar muy duro, es meterse en el ojo del huracán y convertirse en destructor/a de “lo nuestro”, es “no entender que debemos cuidar lo nuestro”.

La idea de la aldea y la universalidad, de Tolstoi, sigue vigente, aunque no sea suficiente para quienes se encargan de promover, difundir, poner calificativos, colores, nombres, etiquetas. La literatura no necesita apellidos, la literatura es suficientemente poderosa como para valerse per se. El afán por la corrección política nos ha llevado a una incorrección reduccionista que hace de todos/as una categoría, sin reconocer que somos seres mutables, de imprecisiones, nosotros/as y nuestras circunstancias. Está bien repensarnos la construcción del lenguaje, pero no torpedearlo como un castillo que debe caer, porque ese castillo somos también nosotros/as. Lo que necesitamos es reconstruir desde la base, y la base es el día a día, la construcción discursiva, la reflexión crítica, la autocrítica. Asumir una postura que nos permita reconocer que no basta con decir afro en vez de negro, si en nuestro interior no vemos humanos sino negros.

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Yaír André Cuenú Mosquera es escritor, diplomado en escritura creativa por el Instituto Caro y Cuervo y licenciado en Literatura por la Universidad del Valle (Colombia).

1. “La RAE estudiará la modificación del término ‘negro’ a petición de una ONGE” – Periódico El País, España. 19-09-2018. Recuperado de: https://elpais.com/cultura/2018/09/19/actualidad/1537377124_492179.html

2. “El Pacífico: un pulmón narrativo de Colombia” – Periódico El País, España. 5-05-2017. Recuperado de: https://elpais.com/internacional/2017/05/05/colombia/1493940525_416158.html

3. “Conozca el Maletín de relatos Pacíficos en versión digital” – Instituto Caro y Cuervo, Colombia. Recuperado de: https://www.caroycuervo.gov.co/Noticias/conozca-el-maletin-de-relatos-pacificos-en-version-digital/

4. “Biblioteca de literatura afrocolombiana” – Red cultural del Banco de la República, Colombia. Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/proyectos/afrocolombianidad/biblioteca-de-literatura-afrocolombiana

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Yaír André Cuenú Mosquera

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