Apuntes para una teoría de este editor
In memoriam Claudio López de Lamadrid
Rodrigo Fresán 12/01/2019
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Este texto fue escrito ya hace unos años para un libro con fotos de editores (la foto correspondiente a Claudio –aquí la tengo– la tomó Marta Calvo). El texto salió enseguida. El libro no salió nunca. En cualquier caso, todo lo que aquí se escribió entonces se sigue pensando –acaso aún más– en presente (sin tocar una coma; me niego y tampoco puedo ni quiero mutarlo a elegía, darlo por muerto), y como si Claudio estuviese vivo y con esa sonrisa que tiene en la foto que se comenta. Y –como era su costumbre– yéndose, claro; pero para no irse nunca. R.F.
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UNO El hombre que les sonríe desde la foto –aunque su escritorio/oficina parezca la de un escritor— es un editor.
Un editor que no quiere ser escritor pero que, sin embargo, sabe muy bien lo que significa ser escritor.
Es un editor d’auteur.
De ahí su oficina/escritorio.
DOS Un editor es una de las personas más importantes en la vida y obra de un escritor.
Dejando de lado cuestiones afectivas, el hombre que sonríe en esta foto es una de las personas claves de mi vida.
Las tres personas claves en la vida de un escritor son a) su pareja, b) su/s hijo/a/s, c) su editor.
Si no se lleva bien con ellos, si no es feliz con ellos y ellos no lo hacen feliz, ese escritor está en problemas.
Graves.
Agudos.
Problemas muy grandes y muy agudos.
Si un escritor es feliz, escribe mejor.
Obsesivos y enciclopedistas me lanzarán nombres y títulos de grandes narradores y de grandes obras plantadas sobre las arenas movedizas y hielos delgados del infortunio y de la locura.
De acuerdo.
No las niego.
Pero matizo: sospecho con certeza que sus fictions serían aún mucho mejores si sus non-fictions hubiesen estado mejor estructuradas.
En resumen: este escritor se acuerda perfectamente del día en que –por orden de aparición—conoció a su editor, a su pareja, y a su hijo.
Y fueron grandes días.
Y no se los va a olvidar nunca.
TRES No es que la obligación de un editor pase por hacerle la vida más agradable a un escritor.
No es su misión ni responsabilidad.
Pero sí puede hacérsela menos complicada.
En todo sentido. Desde lo obvio e inevitable (comentarios y sugerencias y palmaditas en la espalda que preceden al elogio o al “ya leí lo tuyo y tengo algo que decirte; pero mejor pásate por la editorial y lo conversamos y…”); hasta lo para muchos impensable (el editor de esta foto un día le dijo a este escritor que prefería ya no hablar con él de ciertas cuestiones, y no sólo le aconsejó que se buscase un agente sino que, además, le encontró una agente llamada Carmen Balcells).
Un editor es o debe ser una figura sólida (nada es casual: para regocijo de psicólogos, escribo estas líneas en la mañana de un Día del Padre), como la de ese sabio mayor y de voz más pausada en la “Father and Son” de Cat Stevens (cuya letra, “Just relax, take it easy… But take your time, think a lot…”, podría ser reescrita como “Publisher and Writer”).
Pero un editor también debe ser como un implacable Jehová todo el tiempo pidiéndole pruebas de su fe en el oficio a sus siempre temblorosas criaturas.
Bueno, de acuerdo, pero no tanto como Jehová, ¿sí?
CUATRO El editor que sonríe en esta foto jamás ha cometido la vulgaridad tan común en el mundo literario de sentirse dueño y hasta coautor de lo que escriben otros. Por lo contrario: me consta que nada le desagrada más que ese tipo de poses entre sus colegas.
En este sentido, creo, este editor desciende de las escuelas y linajes de Maxwell Perkins y de Francisco Porrúa: gente que sabía leer muy bien lo que otros intentaban escribir lo mejor posible.
CINCO Este editor jamás se sentó a jugar conmigo (y ya llevamos unos cuantos libros juntos, y que sean muchos más) y sacó la carta casi siempre ganadora (para los editores) y la carta casi siempre perdedora (para los escritores) de la última declaración de derechos de autor y de los ejemplares vendidos y de la crisis y…
“Ya lo hará”, me pronostican muchos.
“Todavía no lo hizo”, respondo yo.
Y los años pasan.
Y sigue sin hacerlo.
SEIS Este editor habla, en ocasiones, con una claridad que puede ser deslumbrante o encandiladora.
Él se dice tímido.
Ahá.
Pero es la timidez del Dirty Harry Callahan o de Gregory House.
Alguien quien, en una entrevista, no duda en disparar o diagnosticar cosas como: “Con los escritores me manejo bien. A los autores yo los entiendo. Son gente que está muy sola, que está en su casa escribiendo todo el día, pierden contacto con la realidad, ponen muchísima energía y muchísimo esfuerzo en algo que luego tiene poquísima compensación económica y, encima, una atención que a lo mejor dura como mucho un mes. Es desesperante. Hay que entenderlos. Pasarte la vida escribiendo, para luego cobrar 5.000 dólares –si los cobras– y ver que tu libro se publica y está apenas distribuido, no sale en los medios y desaparece de las librerías… Hay que ponerse un poco en su piel. Yo soy una persona muy impaciente ¿eh? Y a veces me pongo muy nervioso. Pero luego, a toro pasado lo pienso y claro, lo entiendo”.
Claro y preciso y, sí, duro y verdadero como una Magnum o un bisturí.
Y yo no hubiese escrito mejor lo que este editor ha dicho.
SIETE Y, aún así, este editor no es perfecto. Jamás comprenderé del todo su entusiasmo por la vida on line. Y en más de una ocasión –ahora lo ves, ahora no lo ves; nada por aquí, nada por allá, abracadabra me ha puesto de los nervios con su manía de llegar nada más que para poder irse. (Warning! Warning!: mientras ustedes leen estas líneas, no sería raro que este editor se pusiese de pie y dejase vacío ese escritorio y esa oficina y esta foto.)
OCHO Hacia el borde izquierdo de esta foto, arriba, hay una foto clavada en esa pared donde este editor aparece junto a otro escritor (un escritor con el que este editor alguna vez tuvo uno de esos detalles que engrandecen al ser humano) y al escritor que firma estas líneas.
Sin embargo, el encuadre de la fotógrafa me ha dejado fuera.
Mejor así, pienso.
Mejor no estar a espaldas de este editor (como ya dije, lo he visto irse de repente y sin aviso tantas veces) y tenerlo siempre de frente, sonriendo (como les sonríe ahora a ustedes, con una sonrisa justa y exacta y precisa), mientras le cuentas de qué irá, o de qué debería ir o, si todo va más o menos bien, de qué va y de qué ya viene tu próximo libro.
NUEVE Una vez le pregunté a este editor una pregunta de editor: “¿Es Claudio López Lamadrid o Claudio López de Lamadrid”?
Y este editor me dio una respuesta de escritor:
“Como más te guste… Como tú prefieras”.
O.K.
Sea.
Así.
DIEZ Este editor –Claudio a secas– es mi amigo.
PS. Enero 2019. De no ser por encargo de este editor yo jamás hubiese escrito un libro que me gusta mucho (y que gusta mucho a muchos, me consta) y que se titula Mantra. Tampoco me hubiera siquiera puesto a pensar en escribir La parte inventada y La parte soñada y –terminándolo justo en estos días y habiéndole avisado apenas hace horas que ya casi iba en camino– La parte recordada.
Pregunta: ¿Se puede agradecer más por algo a un editor que por libros propios que no lo serían si no fuesen también suyos?
Respuesta: No.
La amistad, por suerte, permite agradecer por muchísimas cosas más que no entran ni caben aquí.
Gracias por la amistad y por los libros y por todo, Claudio.
Este texto fue escrito ya hace unos años para un libro con fotos de editores (la foto correspondiente a Claudio –aquí la tengo– la tomó Marta Calvo). El texto salió enseguida. El libro no salió nunca. En cualquier caso, todo lo que aquí se escribió entonces se sigue pensando –acaso aún más– en presente (sin tocar...
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Rodrigo Fresán
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