EL SALÓN ELÉCTRICO
De Lenny (Bruce) a Lina (Morgan)
Puede que las acusen de ser imperfectas, estrafalarias incluso de no tener gracia, pero ellas seguirán conjurando con humor el miedo, el dolor, la incomprensión, la desigualdad y la injusticia
Pilar Ruiz 23/01/2019
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Una mujer bella, joven, impecable, vestida, peinada y maquillada con elegancia y a la moda. Alegre madre de familia, ama de casa bien dispuesta, educada para servir a su familia a la perfección. La mujer maravillosa, la mujer del pasado.
The marvelous Mrs. Maisel (La maravillosa señora Maisel) es un éxito mundial levantado sobre una idea de la guionista Amy Sherman-Palladino, directora y showrunner de la serie junto a su marido, Daniel Palladino. Con media vida en la creación de series de televisión, esta señora de más de 50 años –no será deseada por ningún ignoto escritor francés: seguro que está preocupadísima por ello– es una de esas deslenguadas y peligrosas mujeres de la secta anti-Trump que están asolando los EE.UU.. Hija de la prolífica tradición de humor judío y del cómico de stand-up Don Sherman –no ha renunciado a su apellido–, guionista de Roseanne y Las chicas Gilmore, la mujer que siempre lleva sombreros llamativos, arrasó en los últimos Emmys ganando cinco premios para su creación. Ha sido capaz de crear unos personajes arrebatadores, diálogos escritos con un staccato implacable, dirigir actrices y actores inmensos y producir una reluciente reconstrucción de los años 50 con una puesta en escena fabulosa. Con todo ello, hace una crítica elegante al machismo imperante, ayer y hoy. Un Mad Men vestido por Lubitsch, Minelli y el mejor Woody Allen hasta convertirse, por obra y gracia –mucha gracia– de una mujer, en Mad Woman. Estamos ante un milagro de perfección en el género de ficción más difícil de todos: la comedia.
Pero, ¿se puede ser feminista y humorista? Es más: ¿se puede ser feminista y tener sentido del humor? Parece un imposible: el feminismo consiste en estar siempre “ofendiditas”, gritar en la calle, odiar a los hombres, inventarse violaciones y poner denuncias falsas en cuanto subes con ellas en el ascensor, vivir del cuento holgazaneando a cuenta de chiringuitos y paguitas del erario público y, rizando el rizo, asesinar a hombres no solo abortando. El feminismo de blitzkrieg ha convertido el mundo entero en una distopía y no hay más que echar un vistazo alrededor para encontrar pruebas la “dictadura hembrista”. Podría ser un chiste, pero muy malo y pagado por una empresa de chacinas industriales.
“Las mujeres de hoy se encuentran parecidas dificultades a las de entonces.”
Amy Sherman-Palladino.
La mujer de entonces es Midge Maisel (Rachel Brosnahan), judía neoyorquina de clase alta enamorada de su marido, con niños, pisazo, armario repleto de modelones y rabino invitado a cenar. Hasta que descubre que la afición de su media naranja por hacer monólogos de humor en garitos de medio pelo es, en realidad, su vocación. No; por mucho que se empeñen las sinopsis de aluvión, la historia no empieza cuando su marido la engaña –¿el “ataque de cuernos” como justificación para cualquier cosa que emprenda una mujer?– sino cuando descubre que él carece de talento para la comedia: no es gracioso. Ella es la graciosa y el pobre hombre no puede soportarlo, así que la abandona. Adiestrada como un caballo de carreras para estar siempre bella y perfecta, salida de un cromo publicitario de la época, dependiente de los hombres de su casa, sin opinión propia, Midge se rebela contra el modelo de perfección femenina en cuanto agarra un micro y descubre que tiene una voz propia procaz, sarcástica y desvergonzada. Porque para ser divertida no hace falta ser maravillosa pero sí impulsiva, bocazas, obsesiva, indiscreta, metepatas y rara: defectos de fábrica que en una mujer resultan mucho más irritantes, como no se cansarán de recordar quienes intentan meterla de nuevo en el redil donde se encerraba a las mujeres en 1958. Entonces la stand up comedy –comedia en vivo “de pie”, hija del vodevil y el teatro popular– comenzaba a tocar asuntos espinosos como el racismo y el sexo de la mano de la estrella del humor irreverente y subversivo Lenny Bruce. The marvelous Mrs. Maisel le transforma en un mentor-hada madrina capaz de convertir las calabazas en chistes y en citaciones judiciales.
“Legislar sobre la libertad de expresión es muy peligroso porque todo depende del gusto, y lo que para ti es divertido para otro no lo es. Si algo no te parece divertido ve a ver a otro que sí que te lo parezca, y si suficientes personas piensan como tú pues no tendrá audiencia, y ya está. Que un juez decida sobre lo que tienes que decir, o sobre tus chistes es muy peligroso.”
Amy Sherman-Palladino en una entrevista a El Español, el pasado 10 de diciembre.
Porque por mucho que haya empeño en afirmar lo contrario, no es lo mismo una Ley Mordaza –no está derogada– con multas y penas de prisión que una polémica en Twitter y no sale más caro un chiste sobre feminismo que sobre la monarquía. Hace falta decir mil veces que la libertad de expresión, derecho básico y sostén de las verdaderas democracias, no peligra por las “ofendiditas” sino por los “ofendidazos” que cuentan con todos los medios institucionales y económicos para ejercer la represión sobre aquello que no les hace gracia.
"Lenny Bruce murió por una sobredosis de policía."
Phil Spector.
Pero, ¿podría haber existido una Lina Bruce? Midge Maisel no es real como Lenny Bruce sino un personaje de ficción; como afirma su creadora, desgraciadamente contemporáneo. ¿Eres mujer y quieres dedicarte a la comedia? Lo tienes todo en contra, pero fíjate en Hanna Gadsby con su propia serie de monólogos superando el acoso por su aspecto masculino y su homosexualidad. Y siendo de un sitio tan peculiar como Tasmania.
¿Y en España? Aquí las mujeres graciosas tampoco fueron nunca maravillosas sino disfuncionales, espejos deformados de la feminidad, estrafalarias y grotescas. Escapar del perfil femenino del franquismo –versión Sección Femenina– sirvió de coartada perfecta para la grandiosa Mary Santpere o la popular y queridísima Lina Morgan.
Maria de los Ángeles López Segovia (1937-2015) hizo su primera gira en una compañía de danza en 1949, a los 13 años, y fue “chica de Colsada” con 16. Comedianta nata, en los años 50 –los de Mrs. Maisel– ya era “vedette cómica” en la compañía de Juanito Navarro y se codeaba con Tony Leblanc y Miguel Gila. Estrella del cine español en la década de los 70, empresaria de su propia compañía teatral, años después dueña del teatro La Latina (su barrio) fue la pionera, la santa patrona de las cómicas españolas. Es verdad que su humor blanco y castizo no resulta comparable con el de un Lenny Bruce –castizo judío– pero debemos recordar que el comediante vivía en una democracia, por muy defectuosa que esta fuera, y no en una dictadura fascista: tras unas cuantas palizas en la DGS, seguro que la carrera de Lenny hubiera sido más corta.
No venimos del mismo mundo que la señora Maisel: en España hubo licencia marital (art. 61 del Código civil) desde 1851 a 1975 y no se reconoció el derecho de las mujeres a gestionar sus propios bienes hasta el año 1977. Cuarenta años son muy pocos para ponerse al día, también en la comedia. A pesar de ello ahí están ellas: Patricia Sornosa, Lucía Lijtmaer, Isa Calderón, Eva Hache, Raquel Córcoles (Moderna de pueblo), Raquel Martos o las argentinas Charo López y Malena Pichot, cada vez son más las mujeres que alzan la voz haciendo reír. Puede que las acusen de ser imperfectas, estrafalarias incluso de no tener gracia, pero ellas seguirán conjurando con humor el miedo, el dolor, la incomprensión, la desigualdad, la injusticia. Eso sí que es maravilloso.
Una mujer bella, joven, impecable, vestida, peinada y maquillada con elegancia y a la moda. Alegre madre de familia, ama de casa bien dispuesta, educada para servir a su familia a la perfección. La mujer maravillosa, la mujer del pasado.
Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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