Pan y rosas
Miguel Bonnefoy / escritor
“En Venezuela, el arroz viene de China, las caraotas de Colombia, la carne de Argentina”
Mar Calpena 6/02/2019
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Azúcar negro (Armenia editorial) es el título de la segunda novela del escritor Miguel Bonnefoy (1986), hijo de chileno y venezolana, y criado en Francia, Venezuela, y Portugal. Bonnefoy, quien ganó el premio al Joven Escritor en Lengua Francesa en 2013 y ha obtenido más premios de los que caben en una entradilla por su primera novela El viaje de Octavio, es autor también de varios tomos de relatos. En Azúcar negro nos acerca a la historia de una familia ronera en el campo venezolano y a cómo la obsesión por desenterrar el legendario tesoro de un pirata los conducirá a perderse. Una alegoría enraízada en la tierra con una prosa tan embriagadora y exuberante como el mejor de los rones.
¿Por qué utilizó el azúcar y el ron como metáfora? ¿O fueron estos productos el disparador de Azúcar negro?
Asistí a una velada organizada por la periodista Laura Lourdas, que se llamaba “Le verre et la plume” (el vaso y la pluma), en las que a unos autores, delante de unas cincuenta personas, se les daba un vaso de ron, o de vino o de whisky o de champagne. En estas veladas cada escritor lee algunas páginas de su libro, y los asistentes, entonces, con los ojos cerrados, tratan de ver si hay una conexión entre el perfume de las palabras y el perfume del alcohol, de detectar si hay puentes entre uno y otro. Leí mi libro, y pasé la palabra al maestro ronero Alexandre Vingtier y probé el ron que estábamos tomando, un Santa Teresa [ron venezolano], y quedé muy sorprendido al ver que el campo léxico que utilizaba estaba mucho más cerca de la poesía que del alcohol. Y de repente me dije: “Cómo me gustaría que algún día alguien leyendo un libro mío pueda utilizar los mismos adjetivos que el estaba utilizando, epifánicos, y decir ‘esta página tiene algo del ámbar, esta frase tiene algo de miel, esto otro me hace pensar en la porosidad del roble”. Y me dio una imagen de sensualidad, una impresión orgánica, telúrica y decidí escribir sobre el ron, como un pretexto para poder hablar de Venezuela, ya que en mis libros intento como puedo rendirle homenaje a mi país.
Una de las riquezas originarias de Venezuela era la industria del azúcar. ¿Se pueden establecer paralelismos con el petróleo?
Una de las grandes tragedias de Venezuela es haber descubierto petróleo en los años veinte alrededor de la región de Santa Lucía. A partir de ahí Venezuela creó una especie de monoproducción
Absolutamente. Una de las grandes tragedias de Venezuela es haber descubierto petróleo en los años veinte alrededor de la región de Santa Lucía. A partir de ahí Venezuela creó una especie de monoproducción. Lo único que ha hecho entonces es vender el petróleo y recuperar divisas para comprar con los dólares productos extranjeros. Hoy en día cuando tú te sientas delante del plato nacional, que es el pabellón criollo, el arroz viene de China, las caraotas vienen de Colombia, la carne viene de Argentina y te das cuenta de que en verdad Venezuela sólo vive de sus importaciones gracias a los dólares del petróleo. Arturo Uslar Pietri, nuestro escritor, decía siempre que había que “sembrar el petroleo”, es decir que había que multiplicar las otras posibilidades de cultura y no quedarse con ese monocultivo. La metáfora del azúcar y la del petróleo están absolutamente ligadas porque la idea era crear el retrato de una familia ronera que viven del azúcar, de la caña, y que hubiesen podido perfectamente tener una prosperidad viviendo de la tierra. Sin embargo, esa leyenda acerca de que algún tesoro escondido de los piratas del Caribe está durmiendo en la oscuridad de la tierra es una metáfora, un símbolo, del oro negro, que está también como un minotauro durmiendo en su laberinto. Severo Bracamonte, en vez de labrar con disciplina la tierra, va a tratar de hacer hueco para conseguir el tesoro y no se da cuenta de que el verdadero oro está frente a sus narices, en ese cultivo de la caña, del café, del tabaco, del algodón…
¿Cómo fue el proceso de documentación? ¿Le daba miedo que los detalles lo ahogaran?
Al contrario. Soy un gran lector antes que ser un gran escritor. Estuve leyendo libros sobre el ron y las distintas destilerías; y por otro lado hubo las distintas lecturas sobre el mundo de la piratería, de los bucaneros, de los corsarios, de los hermanos de la costa y el tercer hilo para crear esa trenza fue todo el imaginario colectivo de los buscadores de oro, que es toda una literatura totalmente aparte. Estas literaturas le dan algunos detalles al libro que le proporcionan lo que Roland Barthes llamaba “un efecto de realidad”. Por ejemplo: una de las instrucciones que primero aparecían en los libros para cazadores de tesoros era “no olviden plastificar el mapa”. Porque estos señores están siempre afuera bajo la lluvia, o en los ríos y si la carta es en papel desaparece. Tú lo pones en un rincón y cuando tu personaje se está preparando para ir a buscar el tesoro, entre dos comas pones “entonces agarró el mapa plastificado” y eso lo cambia todo.
¿La exuberancia del lenguaje buscaba reflejar la exuberancia de la naturaleza?
La idea era mostrar, como decía, que la verdadera fuerza de la familia está en el terreno. Serena es una cazadora de plantas, le gusta hacer herbarios, colecciona flores…
Pero ¿eso tiene una voluntad ecologista?
Bueno, es un clásico, un acto de resistencia que además está de moda. Pero no intentaba hacer ninguna tesis ecológica porque no tenía la pretensión. Mi trabajo era hacer una alegoría sobre el petróleo venezolano y rendirle homenaje al coraje discreto de mi país, homenajear una cierta manera de ser caribeña y plegar la rodilla frente a cierta literatura de cazadores de tesoros y de piratas.
Habiendo vivido dos culturas, y con ello, dos gastronomías tan distintas como la francesa y la venezolana, ¿cómo ha condicionado eso su lenguaje o su percepción del entorno?
Es curioso porque la escritura es sobre el Caribe, pero yo llevo muchos años viviendo en Europa y eso crea un vínculo y a la vez una separación. Yo escribo en francés sobre Venezuela, y naturalmente, cuando escribo en Francia todo lo que me rodea tiene que ver con palabras francesas, con un imaginario compartido, con una semántica francesa que intento como puedo traducir en mi cabeza. Te doy el ejemplo de la lluvia: cuando estaba escribiendo El viaje de Octavio, hablando de una lluvia tropical, en Francia obviamente no saben que cuando llueve en el Caribe, llueve durante cinco minutos, cae una lluvia en la que las gotas son gordas como un puño cerrado, pareciera que es una inmensa manta, y esa lluvia limpia el cielo, que vuelve a secar la humedad. Cuando mi traductora venezolana lo vio, me escribía y me preguntaba por qué tomaba tanto tiempo, tinta y páginas para describir la lluvia.
¿Se siente escritor francés en Venezuela y escritor venezolano en Francia?
Eso es muy delicado. Obviamente hay ocho mil kilómetros de agua salada entre los dos y durante mucho tiempo pensé que tenía que elegir. Hoy en día es un humilde orgullo creerme francovenezolano o venezolanofrancés, aunque también hay una parte chilena dentro de mí. Por supuesto se puede tener identidades mestizas o cruzadas, porque el corazón de una persona puede estar también dentro de las lenguas. Ahora vivo en Italia y me siento muy bien hablando italiano. Espero mañana poder decir que soy europeo y latinoamericano.
¿Cuáles son sus sabores de infancia? ¿Cuál es la madalena proustiana…?
Yo llegué a Venezuela con cinco años y mis primeros sabores aparecieron en la playa de la Rosita con un sabor a mango. Por el otro lado, con esto de las importaciones, otra gran tradición venezolana es la hallaca, que tiene el maíz y la hoja de plátano, que representan la cultura indígena, la aceituna, de los españoles y el pimentón que trae África. Ahí están representadas las tres culturas del ADN tradicional venezolano. Los indígenas, que cultivaban la tierra, fueron expulsados por los españoles. Éstos tampoco la cultivaron porque venían a hacerse ricos en un par de meses y los africanos, desarraigados de su propia tierra, estaban en un continente que no conocían para trabajar para otros, la trabajaron con rabia, esperando siempre que llegara el momento de crear revueltas. En el fondo, en Venezuela y en el Caribe en general nadie nunca ha trabajado la tierra.
Es inevitable que le pregunte por la situación actual en Venezuela. Usted trabajó en los primeros años de la revolución para la administración pública, en el ayuntamiento de Caracas… ¿Cómo lo ve ahora?
Es cierto que hay una gran crisis económica y el gobierno no hace bien su trabajo, hay también una injerencia por parte de los gringos… un gran clásico de América Latina
La situación es catastrófica y estamos todos muy inquietos por lo que va a pasar. Yo trabajaba en Fundarte, el brazo cultural de la alcaldía de Caracas y allá intentaba trabajar con artistas para poder crear una horizontalidad entre la cultura popular y la cultura de siempre, las vacas sagradas, y mostrar que uno podía invitar a una joven que hace títeres con papel y con flores en el barrio del 23 de Enero y llevarla al centro de Caracas, ponerle la prensa, ponerle las mejores condiciones para que haga lo suyo y mostrar que los artistas no estaban sólo en la universidad o en los barrios de dinero. Ese juego a mí me impresionó y me pareció esencial en la revolución bolivariana, que quería darle el poder y la posición a la cultura popular que siempre debió haber tenido y que de algún modo había sido un poco robada o por lo menos apaciguada por la cultura “noble”. Hoy en día me doy perfectamente cuenta de las heridas, de los errores, de las oscuridades y manchas de la revolución. La oposición presenta un nuevo candidato y veremos qué pasará, pero día tras días van cambiando las informaciones y para cuando salga esta entrevista sería totalmente desubicado hacer una previsión. Es cierto que hay una gran crisis económica y el gobierno no hace bien su trabajo, hay también una injerencia por parte de los gringos… un gran clásico de América Latina.
¿Venezuela se puede convertir en la nueva Cuba?
No puede. Porque Venezuela tiene algo que Cuba no tiene, que es el petróleo. Una revolución se hace con dinero y con armas, y por eso se dio el lujo de hacer catorce años de revolución. A Evo Morales le hubiera encantado hacer lo mismo, pero no pudo sentarse a la mesa del gran capital. Pero ésta es otra conversación…
Azúcar negro (Armenia editorial) es el título de la segunda novela del escritor Miguel Bonnefoy (1986), hijo de chileno y venezolana, y criado en Francia, Venezuela, y Portugal. Bonnefoy, quien ganó el premio al Joven Escritor en Lengua Francesa en 2013 y ha obtenido más premios de los que caben en una...
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Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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