Análisis
Magnitud Salvini
El triunfo indiscutible en clave nacional del líder de la Lega no tiene un reflejo equivalente en el marco europeo
Gorka Larrabeiti 1/06/2019

Matteo Salvini.
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Los lugares comunes, seguramente, proveen descanso y amparo a quienes deben contar el presente. A lo mejor, por eso volvemos tanto a la piel de toro, el hexágono, el cono sur; y en el caso de Italia, a su hermosa “bota” y su “laboratorio”, sus “volcanes” y sus “terremotos”.
Volvamos, pues, una vez más, a hablar de la política geológica de Italia, siempre convulsa. Italia sufre desde la crisis financiera de 2008 una ola de terremotos que no cesa: fin del berlusconismo y del bipartidismo, fracaso de los gobiernos técnicos, y ya, centrándonos en los últimos 6 años, una serie de sacudidas que lo mismo han encumbrado que depuesto ídolos: 2013, Movimiento 5 Estrellas (M5E), 25%; 2014, Renzi (PD), 41%; 2018, Di Maio (M5E), 33%; 2019, Salvini (Liga), 34%. No entraremos en los porqués de estos movimientos sísmicos, pero sí en qué tiene de particular el triunfo de Salvini: la magnitud.
Con los anteriores terremotos comparte, en primer lugar, la clásica crisis política interna. Es evidente que se han abierto grietas en la coalición de gobierno y del M5E. El presidente del Gobierno, Conte, ha lanzado un aviso: “Pediré a Salvini que haga pública su plena confianza. De lo contrario le diré que no estoy dispuesto a quedarme. Si quiere llevar el país a un choque frontal con Europa, que asuma sus responsabilidades. Que lo haga él. No seré yo quien lo haga”. Hoy corría ya una fecha de un posible adelanto electoral: 29 de septiembre. Han caído cascotes en el M5E, y Luigi di Maio, jefe político de esa formación, que sospecha una conjura en su contra, se ha visto obligado a hacer el paripé de someter su liderazgo a un voto en la misteriosa plataforma Rousseau, obviamente refrendado con un 80%. En cuanto a la izquierda, o lo poquísimo que quedaba de ella, ha quedado reducida a puro escombro (Verdes, 2,29%; La Sinistra. 1,74%; Partido Comunista, 0,88%).
Igual que tras otras sacudidas de gobierno, se ha desatado ya la consiguiente crisis financiera. La prensa económica (Il Sole 24 Ore, Milano Finanza) presagia escenarios con el diferencial en 300 puntos. Suenan las alarmas, pues tan solo 40 puntos separarían al diferencial italiano del griego. Por si fuera poco, la Comisión Europea ha enviado una carta en la que pide explicaciones urgentes de por qué Italia “no ha realizado progresos suficientes para respetar la regla de la deuda en 2018”.
Es aquí donde comienza la magnitud Salvini, una sacudida geopolítica que, en su expresión más alta, alcanza el grado de conflicto religioso. El triunfo indiscutible en clave nacional de Salvini no tiene un reflejo equivalente en el marco europeo. Nigel Farage (Partido del Brexit, 29 eurodiputados) aceptaría entrar a formar parte del grupo Europa de las Naciones y las Libertades (ENF) liderado por Salvini solo a cambio de ser su presidente; Orban ya ha anunciado, a través de su portavoz, que no existe posibilidad alguna de que su partido Fidesz (13 eurodiputados) entre en ese movimiento soberanista europeo. Según los esquemas geopolíticos clásicos de la estrategia exterior italiana, este aislamiento europeo de Salvini representa un enorme fracaso, puesto que ese papel protagonista que ha jugado siempre Italia en cuanto representante de los países del sur de Europa y de mediador en los choques entre Francia y Alemania lo ha ocupado inmediatamente la España de Pedro Sánchez, que ha mantenido reuniones bilaterales con Macron y Merkel y negociará, en nombre del PSE, la composición de la Comisión y el nombramiento del Presidente del BCE. “España vuelve a Europa”, titula pronto El País. Pero pensemos mal, como avisaba Andreotti. Salvini piensa en modo global. Le interesa más su relación con EE.UU. y Rusia que con su enemigo jurado, la UE. Por eso, tensa hasta la muerte las políticas migratorias y tensará hasta la crisis la renegociación de los vínculos presupuestarios europeos. Estados Unidos y Rusia presencian cómodos y cómplices el drama de la desestabilización de la UE. A Matteo Salvini se le ve contento en el papel protagonista que ya le otorgó aquella portada de Time: “El nuevo rostro de Europa. Matteo Salvini, el zar italiano de la emigración, tiene como misión deshacer la UE”. Sí, Salvini se abre camino – temerario – hacia otra Europa que unas veces se llama “Europa de las Naciones”, otras “Europa de los pueblos” y otras “una verdadera Europa de las Regiones”. Es como si exigiera con orgullo para Italia el rol fundacional que siempre tuvo en cuestiones comunitarias, solo que para una futura Europa que aún no se vislumbra. Y todo ello en una UE que se ha demostrado en el Brexit más sólida de lo que parecía.
Dejemos Europa, crucemos los Alpes y volvamos a Roma, al otro lado del Tíber. En el Vaticano, el 26-M, la sacudida electoral se sintió fortísima. Decíamos justo antes de las elecciones que en Italia había dos oposiciones de verdad y que el Papa Francisco era la mayor. En efecto, Francisco y Salvini dan respuestas claras, coherentes, pero completamente opuestas a los dos grandes problemas que Hobsbawm profetizaba para el nuevo milenio: la cuestión demográfica y la ecológica. Francisco responde a ambas con la ecología integral de la Laudato Si; Salvini, con sus “puertos cerrados” y las burlas a Greta, minimizando el problema. Las respuestas de Francisco, de puro evangélicas, resultan molestamente políticas. De hecho, uno de los mayores enemigos internos de Francisco, el cardenal Müller, se quejaba hace poco de que “en esta fase la Iglesia hacía demasiada política y se ocupaba demasiado poco de la fe”. Las respuestas de Salvini, en cambio, de puro anticristianas, resultan necesariamente teológicas. El viejo pastor y la frágil adolescente estorban al nuevo ídolo, que, rosario en mano e invocando a la virgen, oficia de laico pontífice máximo, atizando la emotividad de masa y las dudas sobre la fe del verdadero Papa. “Hay hackers de la conciencia cristiana que se han puesto manos a la obra”, denuncia el director de La Civiltà cattolica, Antonio Spadaro, S.J. Con gesto hábil y pronto, el secretario de Estado Vaticano, el cardenal Parolin, ya concede que “se debe dialogar con Salvini”, aunque le avisa: “Usando símbolos religiosos en manifestaciones de parte, como son los partidos, se corre el peligro de abusar de ellos. Por nuestra parte, no podemos mantenernos indiferentes ante esa realidad”. Que Salvini aún no haya solicitado ninguna reunión es señal de que la batalla por la religión como instrumentum regni seguirá siendo el profundo epicentro de la política salviniana.
Este relato concluye con una advertencia tal vez esperanzadora. En ese magma del subsuelo democrático llamado abstención, que alcanzó el 26-M una cifra récord del 44%, existen, según Wu Ming, “reservas de energía política, que cuando vuelvan a circular, desbaratarán el cuadro ficticio que alimenta las charlatanería política cotidiana, mostrando que esas relaciones de fuerza entre partidos se producen en el seno de un mundo totalmente autorreferencial”. Cuándo y cómo se produzca ese retorno de esa energía política a la circulación, no lo sabría predecir ni Richter ni Mercalli. Eso sí, seguro que algún otro volverá al mismo, sísmico, lugar común a contar las réplicas.
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