‘Vidas trans’, más allá del estigma
Un libro colectivo ofrece un relato íntimo sobre qué significa ser disidente de género en nuestra sociedad
Nerea Balinot 4/09/2019

Trans lives matter.
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Nacer, crecer, relacionarse y morir. En ese proceso ocurre la vida, marcada por ejes de opresión que la atraviesan. Ser trans es uno de ellos. Y tiene consecuencias directas sobre todo lo demás: la salud, la educación, el trabajo, las relaciones personales y las redes sociales.
Implica nacer varias veces. Someter su identidad al diagnóstico del sistema médico; crecer sufriendo acoso escolar; enfrentarse a unas tasas de desempleo de hasta el 85% y relacionarse en una sociedad marcada por la transfobia. También, tener una presencia extrema en redes y medios: de la invisibilización a la burla. Y afrontar una esperanza de vida de 50 años, treinta menos que la media española (82 años).
Sobre estas grandes temáticas –sistema médico, sistema educativo, trabajo, pareja y familia, redes y medios– se construye Vidas Trans (Editorial Antipersona). Un libro en el que las voces de Atenea Bioque, Arnau Macías, Alana Portero, Darío Gael Blanco y Cassandra Vera tejen, desde su experiencia personal, una memoria colectiva. Un relato íntimo sobre qué significa ser trans en nuestra sociedad. Y una promesa: la vida alzándose más allá del estigma.
Sistema médico: el diagnóstico
Cuando Atenea Bioque fue al médico de cabecera para iniciar su proceso no solo le explicó que era trans; también, a dónde debía derivarla. Así lo cuenta en el capítulo dedicado al sistema médico, en el que denuncia la falta de formación entre los profesionales de la salud para tratar a las personas trans.
En él, muestra cómo funcionan las Unidades de Identidad de Género, anteriormente llamadas UTIG (incluyendo la ‘‘T’’ de ‘‘trastorno’’). Todo comienza con entrevistas cada dos meses, explica. Hasta que deciden si eres ‘‘trans de verdad’’. Ver fantasmas, oír voces o querer mantener relaciones sexuales con otros miembros de tu familia son algunos de los temas sobre los que son preguntadas, según recoge en el libro. ‘‘Tienes psiquiatras cobrando por hacer un proceso repetitivo que no sirve para nada’’, afirma Bioque, ‘‘solo para hacer sentir mal a las personas’’.
Pueden pasar años hasta que consigan el diagnóstico: disforia de género. Un término controvertido, explica, porque en su día se registró como una patología. Y, aunque en 2018 la Organización Mundial de la Salud lo sacó de la lista de enfermedades mentales, ‘‘siguen pensando que es un trastorno’’.
Para Bioque, en cambio, ‘‘decir que ser trans es una enfermedad no se basa en nada’’. Y tampoco tiene tratamiento. Lo que suele denominarse como tal –hormonas y cirugías– no es sino ‘‘camuflaje para vivir más tranquila, para acercarte a lo que la sociedad espera de ti’’.
Sistema educativo: el acoso escolar
‘‘Suplicio’’ y ‘‘tortura’’ son las palabras con las que Arnau Macías, un chico trans de 19 años, describe su etapa como estudiante. En el capítulo sobre el sistema educativo, cuenta el acoso que sufrió desde los tres hasta los diecisiete años en una institución donde los roles de género lo definían todo: baños, vestuarios, uniformes y actividades deportivas.
Con los primeros signos de la pubertad llegó su momento más crítico. Su principal problema, escribe, fueron los pechos: ‘‘Sentía muchísimo rechazo hacia ellos’’. En el libro, muestra cómo trato de disimularlos utilizando polos anchos y encogiendo los hombros. Después, llegaron las burlas: ‘‘que si la chepa, que si estaba gordo…’’.
Asumir el papel femenino que se esperaba de él le costó dos años de llantos, gritos y ataques de ansiedad. También, una depresión que no pudo contar a nadie, ni si quiera a su madre, porque no entendía qué le estaba sucediendo.
Su testimonio muestra el sufrimiento que incluso las acciones más cotidianas pueden suponer en la vida de las personas trans. Especialmente, entre los jóvenes. Empezando por pasar lista en clase. ‘‘Rezo lo imposible para que nadie lo diga’’, escribe Macías. Se refiere a su deadname o necronombre, aquel que le asignaron al nacer y con el que no se identifica. No es su única petición. Al final del capítulo, afirma que también sigue rezando para que no le insulten; para que nadie le pegue otra paliza ‘‘por nada, por ser quien soy, por existir’’.
Trabajo: el desempleo y la discriminación laboral
En el capítulo dedicado al trabajo, la autora Alana Portero afirma que la desatención institucional de los y las menores trans ‘‘favorece el abandono temprano de los estudios’’ y, por lo tanto, reduce sus posibilidades de obtener una cualificación mínima.
Con ella se enfrentarán a un mercado laboral donde sufren una de las mayores tasas de desempleo: entre un 80 y un 85%. Un dato sistemático que solo tiene una excepción, señala: la prostitución.
Mediante datos, estadísticas y experiencias personales, Portero recoge las dificultades que enfrentan las personas trans para encontrar –y conservar– un trabajo. Entre otros, señala el hecho de que no exista una legislación útil ni una cobertura sindical adecuada. Y afirma: ‘‘No tenemos derecho ni a la vergüenza de la brecha salarial’’.
Más allá de exigir atención institucional urgente, en este capítulo la autora apela a los empleadores de forma directa. Denunciando las entrevistas de trabajo que indagan en el historial quirúrgico de las personas trans y las ‘‘reacciones desmedidas’’ cuando el nombre oficial no corresponde con el que se espera. A ellos, les dice: ‘‘Contratad a personas trans y comportaos acorde a los derechos humanos’’.
Pareja y familia: la importancia de construir nuevas redes
Darío Gael Blanco comienza el capítulo sobre pareja y familia afirmando: ‘‘Son dos de los principales ejes que moldean y miden nuestra humanidad y valor intrínseco’’. Al menos, según la mirada cis, es decir, la de aquellos que se identifican con el género que les fue asignado al nacer.
En este capítulo, reflexiona sobre las relaciones afectivas de las personas trans y propone la construcción de nuevas redes más allá del discurso dominante. Porque la importancia que se da a estas instituciones –familia y pareja– puede tener graves consecuencias para las personas trans si no cubren unos mínimos, explica. Desde sentir que no merecen acceder a ciertos derechos básicos –‘‘por no ser buen hijo, por no ser buena pareja’’– hasta poner en cuestionamiento su propia humanidad.
Ambas son elementos clave en sus mayores anhelos y miedos, recoge en el libro. Sus deseos, afirma, son los de cualquiera: ‘‘tejer redes’’. Pero se enfrentan al rechazo –‘‘el hecho de no querer, bajo ningún concepto, estar con alguien trans’’– y el fetiche: ser vistas ‘‘como una especie de logro desbloqueado’’. Una curiosidad o un experimento. Hasta llegar a pensar: ‘‘es demasiado lo que pido’’.
Por eso, reivindica la construcción de ‘‘nuevas alianzas, redes de cuidados y solidaridades’’ que no reproduzcan estos patrones. Familia y pareja, sí, pero también amigos, vecinos, profesores y compañeros trans. Aquellos a los que el Estado y las autoridades médicas no dan la misma importancia, escribe, pero que pueden constituir ‘‘la mejor –si no la única– red sobre la que caer’’.
Redes y medios: las personas trans más allá del estereotipo
En el capítulo Redes y medios, Cassandra Vera muestra el acoso ‘‘brutal y sistemático’’ que sufren las personas trans en las redes sociales. Además, denuncia la representación negativa y estereotipada que tienen en los medios de comunicación como origen de la transfobia.
Habla desde su propia experiencia. Tras la exposición mediática que sufrió durante el juicio por los chistes sobre Carrero Blanco, recibe constantes insultos, burlas e, incluso, amenazas de muerte.
Pueden pasar años hasta que consigan el diagnóstico: disforia de género. Un término controvertido porque en su día se registró como una patología. En 2018 la Organización Mundial de la Salud lo sacó de la lista de enfermedades mentales
Entre las causas de estos ataques señala la mala representación de las personas trans en el cine y la televisión. En el libro, recoge uno de estos ejemplos: la escena de la película Ace Ventura: Pet Detective en la que el protagonista, tras descubrir que ha besado a una mujer trans, vomita y quema su ropa. Pero hay muchos más. El principal estereotipo, afirma, es presentar la identidad trans como un disfraz. O un capricho: ‘‘el vicio de personas con suficiente capital y tiempo libre para darse ese lujo’’. Algo que está totalmente alejado de la realidad, explica.
Coincide con ella Darío Gael Blanco, afirmando que las personas trans siguen sin existir en el mundo de la cultura. Tienen poca representación y la que hay ‘‘no nos hace ningún favor. Al contrario, contribuye al estereotipo’’.
Sobre todo, en ficción. La imagen que se da de las mujeres trans, explica, es la de un depredador. Alguien que engaña –porque no dice que es trans–, que quiere aprovecharse y que pretende acceder a espacios que no le pertenecen. En cambio, los chicos trans son presentados ‘‘como mirlos blancos’’. Se les infantiliza porque no se les considera realmente hombres, añade Blanco. Y a todos, en general, ‘‘se nos ve como monstruitos’’.
La deshumanización que se muestra en la televisión, continua Vera, se traslada a la vida real. ‘‘Si las únicas referencias trans son de este tipo, no es de extrañar que, cuando ven a una mujer trans en los medios, su primera reacción sea ir a insultarla a sus redes sociales’’, reflexiona en este capítulo.
Estas representaciones estereotipadas no solo afectan a las personas cisgénero –‘‘que acaban teniendo una visión horrible de nosotros’’, afirma– sino a las propias personas trans. Para ellas, crecer sin referentes supone ‘‘no saber ponerle nombre a lo que se es’’. Esto provoca que niños y niñas vivan de una forma que no desean durante años, explica, hasta que consiguen la información necesaria para transicionar. La infancia y la adolescencia de las personas trans ‘‘queda marcada’’, sentencia. Por eso, este capítulo también es una reivindicación del activismo en redes: una ‘‘ayuda fundamental’’ para quienes no tienen a nadie más.
Para dar una imagen más real sobre las vidas trans –sin caer en ‘‘estereotipos rancios’’–, Vera defiende la importancia de dar voz a las propias personas trans. Y no a quienes tienen como objetivo atacar y amedrentar al colectivo. ‘‘La transfobia no es una opinión respetable’’, añade.
Por su parte, Atenea Bioque apuesta por ‘‘que nos conozcan y vean que somos personas normales’’. Más allá del prejuicio y la etiqueta. No quiere convertirse en un ‘‘mono de feria’’, siempre dando explicaciones para que la gente lo acepte. A ella –farmacéutica, deportista, lectora– ser trans se le hace ‘‘como aburrido y cotidiano’’. Soy mucho más, afirma.
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