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‘Hotel Bombay’: el terrorismo como producto de entretenimiento

La película de Anthony Maras recurre a lugares comunes del ‘thriller’ y ofrece un relato sensacionalista del atentado de 2008, sin espacio para la reflexión

Antonio Bret 2/10/2019

<p>Fotograma de la película Hotel Bombay.</p>

Fotograma de la película Hotel Bombay.

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En 1979, diez jóvenes fueron salvajemente asesinados en Crystal Lake, un campamento situado en New Jersey, Estados Unidos, por la señora Voorhees, una mujer trastornada debido a la fatal muerte de su hijo, Jason, ahogado en un lago. La mujer culpaba a los jóvenes, monitores y campistas, del accidente, ya que, al parecer, en el momento del suceso, los monitores andaban a unos menesteres más propios de las hormonas que de los asuntos relacionados con su trabajo veraniego.

En 2008, un grupo de jóvenes pakistaníes coordinaron un ataque simultáneo, en distintos lugares de la ciudad de Bombay. En total una docena de localizaciones, entre las que se encontraba el hotel Taj Mahal, un centro de lujo destinado a agasajar a la clase alta local e internacional. Murieron 188 personas, 141 de ellas de nacionalidad india.

Dos sucesos terribles que se han contado en sendos largometrajes. El primero se estrenaba el viernes 13 de junio de 1980 bajo el apropiado título de Viernes 13 convirtiéndose, con el tiempo, en una de las obras de culto del subgénero slasher: por lo general, un asesino acecha a un grupo de adolescentes en un entorno delimitado, ya sea un campamento, un suburbio o un edificio, como un hotel. El segundo se estrenaba el pasado viernes 6 de septiembre. La diferencia entre uno y otro, al final, es el origen de lo que cuenta, de donde surge ‘la idea’ que mueve el proyecto: en el primero lo terrible, lo grotesco y lo nefando surge de la inquieta imaginación de un escritor, que bucea en su interior para contar un cuento, puede que moral o de simple explotación de la sangre y la violencia, ajustado a unos códigos genéricos claros, el cine de terror; en el segundo, empero, todo lo que se muestra, al parecer, sucedió ‘de verdad’. Es decir, lo que se cuenta, lo que se plasma en las imágenes procede de un suceso real, ocurrido en nuestra historia. Y el director mantiene unos códigos cercanos a ese mismo cine de terror que veíamos en Viernes 13. Y es aquí donde empieza lo realmente terrible de Hotel Bombay y, por defecto, de otras películas que caen ‘en lo abyecto’.

En 1961, el realizador francés Jacques Rivette escribía un texto que supuso una pequeña ‘revolución’ dentro de los mentideros cinéfilos y que, a día de hoy, se sigue usando para describir cierto cine malsano, que juega con los límites de lo moralmente correcto. Su nombre era ‘De la abyección’ y tomaba de base la película Kapó de Gillo Pontecorvo. En esta película, una joven llamada Edith consigue salvar su vida en un campo de concentración nazi gracias a ejercer de ‘kapo’, vigilante de otros presos del mismo campo. Rivette exponía en estos términos una de las discutibles escenas, a su manera de ver, de la película de Pontecorvo:

“Obsérvese sin embargo en Kapo el plano en el que (Emmanuelle) Riva se suicida abalanzándose sobre la alambrada eléctrica. Aquel que decide, en ese momento, hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de inscribir exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo sólo merece el más profundo desprecio. Desde hace algunos meses nos están calentando la cabeza con los falsos problemas de la forma y del fondo, del realismo y de la magia, del guión y de la «puestaenescena», del actor libre o dominado y otras pamplinas. Digamos que podría ser que todos los temas nacen libres y en igualdad de derechos. Lo que cuenta es el tono, o el acento, el matiz, no importa cómo lo llamemos: es decir, el punto de vista de un individuo, el autor”.

Esta es la escena de ‘Kapo’ a la que alude Rivette en su texto. 

 

Podríamos contar con los dedos de las manos las escenas que emulan la del vídeo anterior en Hotel Bombay. Solo por poner un ejemplo, y no me consideren esto un spoiler porque no lo es, tenemos lo descrito a continuación:

Primerísimo primer plano de una joven india, llorando aterrorizada, hablando por teléfono, en el que, comunicándose con los huéspedes del hotel que se encuentran encerrados en sus habitaciones, dice que la policía va de camino y que les abran la puerta.

En este momento, el espectador respira aliviado. Lo que vemos, encerrado dentro de los márgenes del encuadre, es el rostro de la joven, compungido y lloroso. Nada más. Pensamos, por lo tanto, que la situación va a remontar. La policía, por fin, ha llegado al hotel. De esta escena pasamos en corte a un plano general corto en el que vemos que la chica está siendo apuntada con una pistola por uno de los terroristas. Al fondo, vemos a otra chica en la misma situación. El director de la cinta, Anthony Maras, juega con el punto de vista y las expectativas del espectador de un modo muy efectivo, al pasar de la alegría al terror en un segundo, en un corte de plano. ‘Lo abyecto’ parte aquí de que esa situación se habría dado, seguramente, en los sucesos reales. Está ‘usando’ una desgracia para remover al espectador a un nivel instintivo y físico, sin lugar a la reflexión.

Otro ejemplo más conciso: vemos cómo uno de los terroristas acribilla, fuera de campo, a la novia de un mochilero. El mochilero asiste a la escena aterrorizado sin saber si su novia ha sobrevivido o no al ataque. Y con él, nosotros. Ese juego con la ambigüedad narrativa vuelve a colocar un suceso tan trágico como el del Hotel Taj Mahal a la altura de un episodio de teleserie norteamericana.

Maras además ha asegurado haber partido, para la confección de la historia, de cientos de horas de entrevistas a supervivientes y testigos del ataque al hotel. En su obra persiste la sensación, durante todo el metraje, de que no tiene muy claro hacia dónde tirar. Por un lado tenemos al artesano del thriller (barato) con todos los lugares comunes: tensión alargada hasta la extenuación, una banda sonora que toma de la mano al espectador para conducir sus emociones y una ramplona observación de los ‘villanos’, en este caso, los malvados musulmanes terroristas que no dudan en gritar ‘Allahu Akbar’. Por otro, se pone el disfraz del Spielberg más comprometido y no duda en insertar imágenes de archivo reales a lo largo del metraje para darle enjundia al asunto, otorgarle una ‘seriedad’ que no ha dudado en cargarse mediante trucos efectistas descritos anteriormente. No solo eso, sino que tiene la desfachatez de dedicar la película a las víctimas.

¿Todo está mal en Hotel Bombay? No. Es evidente que Maras tiene pericia a la hora de dirigir, de situar a sus personajes en un escenario, tiene madera con el tono y el ritmo. El problema es de base: por muy buenas intenciones que tuviese a la hora de humanizar a los terroristas y no hacer que cayeran en la caricatura, si todo lo demás es grosero, al final cuesta tomárselo en serio. Es como si alguien, a la vez que te propinara una paliza, estuviese llamando a la ambulancia. Simplemente, no le funciona el disfraz de denunciante cuando ha hecho fuegos artificiales y trucos de mago barato con toda la sangre derramada. Y menos cuando terminas la película con las imágenes reales de la reapertura del hotel, un hotel, recordemos, de cinco estrellas, inasumible para el 85% de la población india, que vive sumida en la pobreza. Una fiesta con personalidades influyentes, confeti expulsado por maquinarias costosas y una decoración barroca y excesiva. Ellos se lo merecen, ellos han sufrido. Qué más da lo que pase fuera, qué más da lo que pase por la cabeza de alguien capaz de llevarse por delante a un puñado de personas hasta convertirse en mártir. Que la realidad no te estropee la posibilidad de retratar un buen villano. 

Podríamos seguir enumerando los errores en los que cae este producto, perfectamente envasado y calculado, para que el poso que quede sea muy nocivo: usar el terrorismo para soliviantar al espectador, hacer que se remueva en su asiento y que, al final de la proyección, con lo único que se quede sea con ‘qué mal lo pasaron y menos mal que al final se salvaron’. En los ojos del espectador queda, al final, decidir si es conveniente que este tipo de historias sigan contándose de este modo, con un letrero bien grande que avisa de que están basadas ‘en hechos reales’. Yo lo tengo muy claro.

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