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Una buena borracha (III)

Novela bebible. Fragmentos escogidos

Natalia Carrero 13/11/2019

<p>'El ajenjo', de Edgar Degas. París, Museo de Orsay.</p>

'El ajenjo', de Edgar Degas. París, Museo de Orsay.

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De un golpe ser líquida y estar a punto de caer, por qué Mónica bebe tanto y para quién lo cuenta. Qué la formateó en alcohólica de alto riesgo en su juventud y moderada en su madurez con hijas, hijos, parejas, un trabajo de media jornada contra el que empieza a despotricar y, sobre todo, a beber. Aumentan las bebidas espirituosas que va tomando desde la una del mediodía para hacer de la resaca su estado habitual sin que nadie lo perciba, lo va anotando en un cuaderno en la Asociación de Aluche. Natalia Carrero selecciona fragmentos de su último proyecto, una novela bebible.

Copio una fábula del archivo del local, Alex me dio su permiso para husmear.

“Una mujer que percibe su cautividad podría disimulársela. Pero si tiene horror a la mentira no lo hará. Tendrá entonces que sufrir mucho. Se golpeará contra los muros hasta caer desvanecida; después un día comenzará de nuevo y volverá a desvanecerse y así sucesivamente, sin fin, sin ninguna esperanza. Un día se despertará al otro lado del muro. Puede que aún siga cautiva, solo que en un marco más espacioso. ¿Qué importa? En adelante posee la llave, el secreto que derriba todos los muros. Está más allá de eso que los hombres llaman inteligencia, está donde comienza la sabiduría. Rich”

Cuando nos veamos tenemos que comentarlo. Lo he leído diez veces y sigo enganchada, ahí está la clave de mi problema, que no es solo mío sino de una multitud.

Anoche discutí con Ricardo hasta perder los papeles y salir a mis anchas de una vez por todas, no di portazo porque todo el mundo dormía. Llevaba meses de represión de las ganas de salir a dar vueltas hasta el amanecer, cruzarme con cualquier mirada desconocida tratando en vano de ocultar sus pesadumbres, aunque al final no deambulé tantas horas ni la cosa se fue por el lado romántico. Dejé a Ricardo en casa con su música, otra botella de vino recién abierta. Salí encolerizada como en mis mejores tiempos, convencida de que esto no podía seguir por el camino como circular o espiraloide en el que tantas veces me mareo al pensar lo que está siendo de nuestras vidas. Fui directa hasta el fondo del nuevo bar de la calle, estaba tan lleno como desierta la calle. Alma, la dueña, me contó su pretensión de convertirlo en una coctelería más cosmopolita, terciopelo marrón o verde y posavasos con dibujos abstractos para pasar horas encontrando sentidos e intercambiando ocurrencias que celebrar con otra copa. Después de la dueña se me enrolló el vecino del segundo; se acaba de separar, desde que lo conozco lo he visto por la calle con más chicas que con su mujer. Estaban por ahí también los de la minitienda de gafas de sol en la que he entrado dos veces y he salido noqueada por los precios, casi todo de trescientos para arriba. Me fui del bar cuando ya no quedó más remedio, abrazada a la farmacéutica, quien a su vez abrazaba a la camarera que bajaba la persiana; estudiante de ilustración, nos dijo que era ,y nosotras dos emocionadas deseándole que disfrute de la juventud y que lo ilustre todo, hasta lo más invisible. Por curiosidad le pregunté dónde estudiaba y cuánto costaba la matrícula, la respuesta me dejó sin palabras y preguntándome por qué tanta pasta; parecía un chiste que llamaran estudios a la compra de una titulación de prestigio que no todo el mundo podía pagar. 

Serían pasadas las tres y lo estoy notando ahora, me sale el cansancio en la letra que se me miniaturiza, hoy no trabajo pero tampoco estoy de brazos cruzados, me he venido a Aluche para dedicar la jornada a la reflexión de mi problema. Alex espera que le entregue el cuaderno con todo esto que comentamos, escrito tal como saliera.

Esta mañana a primera hora, antes de desplazarme hasta aquí, he cumplido con mis responsabilidades, me he levantado la primera como si anoche no me hubiera ido de parranda. Ricardo no probó el último vino, he recogido las copas y la botella intacta que seguía en la mesa de la sala, el dormitorio apestaba a sudor de borracho. Aseada y retomando las riendas he ido avanzando con las primeras horas de la mañana, midiendo mis gestos para calibrar si se trataría de una resaca de las buenas, de las que centran al no buscar porqués. Así es, está resultando una resaca calma, sin flashes que cuando menos se espera iluminan el suicidio, la depresión, gente que podríamos ser nosotras que muere ahogada y queda flotando. Hoy funciono como una máquina, las emociones se encuentran en un cajón que no tengo por qué abrir. Por eso no me acerco a detallar por qué nos cabreamos con Ricardo, hasta qué afrenta pasada pero no superada, anquilosada, se remontan nuestras desavenencias actuales, cada vez más flagrantes.

He despertado a Ana y muchos mimos para ella, todo va bien porque ayer me liberé por unas horas de las ataduras que ya he vuelto a enlazar a mi lengua, a mi cabellera descuidada pero qué importa, a mis muñecas y a mis pies, y con ellas me dirijo cual esclava contemporánea a la cocina, platos por aquí, tostada, aceite, limpio las uvas, parto por la mitad un papayón carnoso y brillante, el caviar central me trae las palabra mar y mareo, aquel cálido verano en la playa, qué largo se me hizo, cinco días entregados a los placeres Ricardo y yo, lo pasé más narcotizada que esta temporada, ya está, no hay bolsas de basura, otra vez lo veo todo mal, a ver si alguien se acuerda de comprar bolsas de basura. Busco en el cajón de los utensilios de cocina, el aplastador de ajo, la mandolina, tiene que haber algo que escriba entre tanto cacharro, el pelazanahorias y el cortapatatasparafreír, casi me  clavo un pincho de fondue que nunca ha salido del cajón, agarro por fin un rotulador negro de punta gorda y en una lámina blanca que es un delgado imán de nevera escribo: “¡Bolsas de basura! Ultimátum: Llevo una semana diciéndolo. Como hoy no se compren bolsas de basura tomaré medidas”. Se reirán otra vez de mis carteles incomprensibles, les encanta elucubrar en torno a la expresión “tomar medidas”, pero ahí queda anunciado, quien avisa no es traidora, ahora estoy más tranquila. Por unos instantes recuerdo voces graciosas de la tontería de anoche en el bar, de pronto se mezclan con las noticias de la radio recién encendida, en vano tratan de suavizarnos las desgracias que recorren estos tiempos se cuenten por donde se cuenten. De pronto unas manos rodeándome la cintura, qué susto Ricardo, ¿ya levantado? Tú siempre tan predispuesto a la reconciliación temprana, yo en las resacas con las emociones encerradas en cierto cajón bajo llave perdida. Un clásico.

Tampoco se trata de hablar de mis asuntos privados sin más sino de comprender por qué hacemos lo que hacemos, si lo hacemos por decisión propia o impropia, ajena aunque solo sea en una mínima parte inexplicable a nuestros deseos. Y qué o quién decide esa parte que con demasiada facilidad tendemos a calificar de inexplicable. Todo debería poder explicarse, no deberíamos conformarnos con el no sé, no tengo ni idea. Pues no.

Reconozco que todo lo hago porque el alcohol me transforma, me agita y me saca de mí, donde casi siempre estoy atenazada, vivo con miedo desde que nací. 

Las buenas resacas cobran su factura por adelantado y yo que soy generosa anoche dejé propina, pagué de más, nada raro en mí, estuve a punto de invitar a todo el barrio congregado en el único bar abierto a solo unos pasos de nuestros portales, pero gracias a la farmacéutica, con la que pasé horas hablando de una vacuna que la seguridad social ahora nos obliga a pagar, mejor dicho a decidir si la queremos pagar, gracias a que ella abrió su bolso para sacar su la tarjeta accedí a retirar la mía, aún debe de quedar algo en el saldo. En el bolso de la farmacéutica, en el que cabía una proyección reducida y encogida de mi persona, vi Colapso, el libro de Jared Diamond, menuda casualidad, gran tema de conversación, justo me lo había leído antes de regalárselo a Ricardo por su cumpleaños, Nos entretuvimos otra hora hablando de los poderes de las semillas a lo largo de la humanidad y en un segundo ventilamos el tema como si fuéramos expertas y nos centramos en el matriarcado. Ahora que me acuerdo, nos emocionamos tanto que nos propusimos buscar un club de lectura por la zona y proponer la lectura urgente de Colapso. 

Acaba de sonar el temporizador. 

Debería levantarme y realizar al menos tres respiraciones hipopresivas, pero la resaca me mantiene atada a la silla. 

No olvidaré mi primera visita a la agencia tributaria el pasado enero, después de haber navegado durante horas en su página sin haberme enterado de los pasos a seguir para disponerme a trabajar. Aguardé el turno, le conté a un funcionario con piercing que tenía un trabajo y quería hacerme autónoma, me ayudó a encontrar el número en la clasificación de empleos que más se ajustara a mi actividad de compra-venta de cualquier artículo por internet y a rellenar unos impresos que por ahí siguen, ni idea de para qué. Al salir de Hacienda fui a la delegación de la Seguridad Social de Tres Cruces, muy cerca del Congreso, para darme de alta como autónoma, y esto último resultó más complicado. Avisé a la funcionaria, que era novata, primeriza, que no tenía ni idea. Al ver que se la soplaba me reprimí y traté de enfriar mis reflexiones a punto de hervir. En el fondo todo ese papeleo era una coartada, el objetivo era llenar de obstáculos la vida o la tortura laboral de las personas que ya nos encontramos de antemano bastante desorientadas. Me controlé, aplaqué mi lengua y me limité a responder bajito y con monosílabos, el objetivo era lograr que me ayudara, ella o su subalterno, a cumplimentar en los ordenadores de la sala las veinte páginas por lo menos con casillas que al seleccionarse despliegan otra pantalla con más opciones encasilladas y encriptadas con un lenguaje que me parecía un insulto. Que si quería un seguro de salud especializado en enfermedades de pescadores, fueron muchos los despropósitos que atisbé, no quise anotarlos ni pensarlos más allá de ese recinto. Todo esto lo cuento para decir algo bueno: como llevaba más de tres, por no decir que más de trece años sin estar dada de alta y sin trabajar, como aún tenía menores a mi cargo me correspondía una oferta solo para mujeres. El primer año pagaría cincuenta euros al mes. Al percibir que la funcionaria se alegraba de sellar este impreso me alegré yo también, lo consideré un buen signo para seguir adelante con la empresa, las cosas irían saliendo a pesar de las dificultades. Pero qué ingenua fui. Hace unos días debería haber presentado el IVA trimestral pero no fui capaz de hacerlo, todo ese castillo burocrático del que llegué a formar parte pero que no me creo ni yo, aunque dije que sí, se está desmoronando y de paso me derrumbo yo, no se lo he dicho a nadie. Cada vez que me propongo tomar cartas en el asunto, tratar de ser cabal y pedir ayuda a alguien para subsanar el error escucho la voz amiga de las fugas, me propone echar un trago y pasar, y sobra decir que accedo sin la menor resistencia. Todo esto que me está ocurriendo me lleva a reconocer que últimamente corro el riesgo de explotar o de matar a alguien. Estoy bebiendo más y sin disimulo, a la vista de todas las miradas de dentro y fuera de casa, hago señales muy poco sutiles para que alguien que me quiera bien y entienda lo que estoy diciendo me aconseje que lo deje ya, tome medidas, me comprometa a fondo de una vez por todas con la Asociación. 

Dejo las latas de cerveza dispersas por la casa y voy más desarreglada de lo habitual, no me preocupa si se me nota o no lo mucho que haya podido beber cuando me encuentro por la calle con algún vecino, desde la una del mediodía, la tradicional hora del primer aperitivo, cuando empiezo a tomar la primera y mantengo un ritmo pausado que no decae hasta el cierre sin hora fija. Empiezo a sospechar que podría ser cierto en mi caso lo que una vez leí no sé dónde hará ya muchos años y descarté, lo reconozco ahora, por ofensivo, porque acertaba en la diana: Bebo porque necesito la fuga, porque mi vida no se encuentra donde desearía estar pero tampoco sabe aún qué, qué, qué.

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Autora >

Natalia Carrero

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2 comentario(s)

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  1. Godfor Saken

    Alcoholizarse es la mejor manera de suicidarse lentamente.

    Hace 4 años 4 meses

  2. Godfor Saken

    Buenísimo. Cada entrega es mejor que la anterior.

    Hace 4 años 4 meses

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