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Los efectos disruptivos del cambio tecnológico en el mercado de trabajo

La destrucción de puestos de trabajo no es la única consecuencia de la automatización laboral. La descualificación de los trabajadores o la competencia internacional son algunos de los problemas derivados de esta situación

Julián López Gallego (La paradoja de Kaldor) 11/12/2019

<p>Robots industriales resolviendo un cubo de rubik.</p>

Robots industriales resolviendo un cubo de rubik.

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Pese a su notable importancia, la cuestión del cambio tecnológico, y sus consecuencias sobre el mercado laboral, apenas ocupa un tímido espacio en la opinión pública. Cuando se aborda, es a menudo desde el anecdotismo irrelevante o el sensacionalismo interesado, dando pie a interpretaciones que caen unas veces del lado del optimismo ingenuo y otras del fatalismo poco informado. Con honrosas excepciones, rara vez se intenta ofrecer una visión más o menos sistemática fuera del entorno especializado. En las líneas que siguen procuro obedecer a tal propósito, reservando el final para advertir acerca de algunos dilemas políticos que habremos de enfrentar.

Ha de comenzarse por algún punto y comienzo destacando una obviedad. Durante el segundo tercio del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI hemos asistido a avances decisivos en computación, telecomunicaciones y robótica. Estas transformaciones no sólo han consistido en la introducción de nuevas tecnologías, cada vez con mayores funcionalidades, sino en una rebaja sustancial en el precio de las mismas que ha permitido que su accesibilidad y la extensión de su uso sea cada vez mayor. Pensemos que el primer modelo de ordenador personal de IBM costaba en torno a 4.000 dólares (en 1982) y estaba dotado de una capacidad de procesamiento muy inferior a la que hoy tiene cualquier equipo que cueste una quinta parte de ese precio.

El cambio tecnológico no afecta por igual ni de la misma forma a todas las ocupaciones, lo que impacta directamente sobre la estructura ocupacional y, a través de esta, sobre la estructura de contratación

Algo menos obvias resultan sus implicaciones. La más destacada y que recibe mayor acogida entre el público generalista es la vieja batalla del hombre contra la máquina. Con el cambio tecnológico, las máquinas o equipos programables ejecutan con menor coste y mayor eficiencia tareas o actividades que ya antes podían desempeñar. A su vez, operaciones hasta entonces sólo realizadas por humanos pueden ser ahora asignadas a dispositivos tecnológicos. La inminente amenaza de sustitución por el autómata es casi siempre planteada por quienes, casi a renglón seguido, sugieren la reconciliación de máquina y hombre por medio del surgimiento o crecimiento del número de puestos en profesiones y dedicaciones que, por el momento o en un futuro previsible, son asequibles a la habilidad humana pero incompatibles con el tipo de tareas ejecutables por una máquina.

Menos focos iluminan los efectos del avance tecnológico sobre otra batalla más antigua, la que enfrenta al hombre contra el hombre. Es conocido que la introducción de maquinaria en los procesos de producción de bienes puede simplificar las tareas propias del trabajador industrial, reduciendo estas a una colección de sencillos movimientos mecánicos repetitivos. El resultado es una descualificación del trabajo que reduce significativamente los costes de sustitución de los operarios y, consecuentemente, aumenta la competencia entre estos en el mercado laboral. Este efecto predominó durante las primeras oleadas industrializadoras[1] y, de hecho, suscitó la reflexión de los economistas políticos clásicos. Sin embargo, la simplificación del rango de tareas a ejecutar, como consecuencia de la introducción de equipos programables en el puesto de trabajo, no es en modo alguno restrictiva de la producción industrial. También los servicios se ven afectados. Pensemos, por ejemplo, en cómo el desarrollo de los sistemas de navegación por GPS ha automatizado la orientación y búsqueda de rutas eficientes en mapas, reduciendo significativamente los costes de sustitución del trabajador en el sector del taxi.

Por último, una implicación sobradamente conocida. El desarrollo tecnológico de las últimas décadas ha reducido significativamente los costes y aumentado la eficiencia de los sistemas de comunicación y transporte. El mundo se ha estrechado y, con su estrechamiento, ha incrementado la integración internacional de la producción. La amenaza de la deslocalización apareció en último tercio del siglo pasado y se convirtió en un hito económico y político recurrente[2]. Junto con la generalización de las tecnologías maduras y los cambios en la organización de la producción (que remiten también a las transformaciones tecnológicas de las últimas décadas), las mejoras en comunicación y transporte explican buena parte de las crecientes presiones competitivas que soportan las economías avanzadas.

Pues bien, para comprender los efectos sobre el mercado laboral de estas transformaciones, hemos de reparar primero en su estructura ocupacional y de contratación. En el mercado de trabajo encontramos diversas ocupaciones y estados de contratación que se distribuyen entre la población activa según un patrón que cambia a lo largo del tiempo y es diferente en cada economía nacional. Una persona en activo puede encontrarse en estado de no contratación (desempleada a corto o largo plazo), de contratación atípica o estar empleada con un contrato indefinido, a tiempo completo y cierta estabilidad en el puesto. Los diferentes estados definen el grado de seguridad en el empleo o la fortaleza del vínculo contractual del trabajador y afectan de manera decisiva a su capacidad para negociar las condiciones de trabajo (incluyendo el salario).

El cambio tecnológico no afecta por igual ni de la misma forma a todas las ocupaciones, lo que impacta directamente sobre la estructura ocupacional y, a través de esta, sobre la estructura de contratación. Las ocupaciones pueden ser vistas como un conjunto de tareas o actividades que exigen ciertas habilidades y niveles de cualificación. Según cuáles sean el tipo de tareas o actividades en ellas contenidas, implicarán para el trabajador que las ejerce una mayor o menor probabilidad de ser reemplazado, ya sea por un bien o servicio importado desde el exterior (riesgo de deslocalización), por una máquina o equipo programable (riesgo de automatización) o por otro trabajador (riesgo de rotación laboral). La introducción de nuevas tecnologías puede reducir los costes de sustitución de un trabajador y, a un nivel dado de demanda[3], incrementar el riesgo de sustitución.

la demanda de trabajadores de alta cualificación (especialmente, de aquellos con formación técnica y científica) se enfrenta a la provisión de servicios de baja cualificación y a la disminución del empleo en ocupaciones de media cualificación

Podemos determinar el nivel de riesgo de sustitución de una ocupación atendiendo a su grado de codificabilidad y a la existencia o no de cuellos de botella tecnológicos y de deslocalización. La codificabilidad de una ocupación es la posibilidad de reducir su ejercicio al mero seguimiento de un conjunto de reglas fijadas de antemano por la organización. Si el grado de codificabilidad es alto, los costes de sustituir a un trabajador por otro serán menores y, en ausencia de ciertos cuellos de botella, el desarrollo de nuevas tecnologías o el descenso en su precio posibilitará asimismo la sustitución del trabajador por máquinas y equipos programables. Los desarrollos de informática y robótica en las últimas décadas han propiciado que esta forma de sustitución afecte principalmente a los empleados en tareas administrativas y de contabilidad básica, así como los operarios de plantas industriales de sectores como el automóvil. Como ha sido destacado a menudo, estamos en ambos casos ante ocupaciones caracterizadas por un alto contenido en actividades rutinarias, que son tareas repetitivas que siguen reglas explícitas y que, por tanto, resultan fácilmente codificables y programables[4].

Son las ocupaciones de servicios de baja y alta cualificación las que se muestran más resistentes a la automatización. De las primeras es propio un alto riesgo de rotación laboral, que se acentúa con el desplazamiento de trabajadores desde sectores automatizados, pero un bajo riesgo de deslocalización. Este tipo de servicios son, por el momento, difícilmente automatizables, pues requieren habilidades de orientación espacial, manipulación o interacción social que una máquina o equipo no puede realizar eficientemente. Sin embargo, se encuentran también afectados por la introducción de tecnologías que simplifican las tareas a ejecutar y reducen el periodo de formación. Es el caso del sector del taxi, ya comentado, o de la introducción de equipos programables y  de gestión en los servicios de restauración.

Por su parte, los profesionales, técnicos o cuadros directivos de servicios de alta cualificación presentan un bajo riesgo tanto de automatización como de rotación laboral, pues el tipo de toma de decisiones y de resolución de problemas que exigen estas ocupaciones dificulta su codificación. Ahora bien, los desarrollos en informática y telecomunicaciones han provocado que buena parte de estos empleos estén cada vez más expuestos a la competencia internacional, por lo que es previsible que su riesgo de deslocalización incremente en los próximos años.

Asistimos, en definitiva, a una polarización de la estructura ocupacional que segmenta la estructura contractual. Incrementa, por una parte, la proporción de trabajadores de baja cualificación, que tienen más riesgo de encontrarse en estados de contratación que implican menor estabilidad en el empleo (desempleo o empleo atípico) y que se incorporan a sectores de baja productividad con débiles organizaciones sindicales[5]. Aumenta a su vez, por otra parte, la proporción de trabajadores de alta cualificación, a quienes la introducción de nuevas tecnologías no sólo no perjudica sino que beneficia, pues mejora su productividad y eficiencia. El resultado es el crecimiento de la disparidad de ingresos, tanto por la desigual distribución de las horas de trabajo anuales entre la población activa, como por el incremento de la dispersión salarial.

Suele enfatizarse que, para afrontar estas agudas transformaciones, se requiere ampliar el rango de servicios de protección social del Estado del bienestar y su capacidad redistributiva. El creciente envejecimiento de la población, así como el aumento de la sensibilidad de nuestras sociedades ante la enfermedad o las situaciones de dependencia, exigen una apuesta decidida por ocupaciones intensivas en tareas de asistencia y cuidado, que son, además, muy resistentes a la automatización. Por su parte, los programas de garantía de rentas parecen el único modo de mitigar el riesgo de exclusión social que amenaza a una parte de los trabajadores que, viéndose afectados por la automatización o la deslocalización, tienen difícil reincorporarse a estados de contratación estable.

Todos estos programas de gasto público sólo son financiables si aseguramos un buen posicionamiento internacional de nuestros servicios de alta cualificación. Sin embargo, como se ha señalado, este tipo de servicios están sometidos a una competencia internacional cada vez mayor, que incrementa la amenaza de deslocalización. Son, por tanto, crecientes los recursos directos o indirectos que exigen y la captación de sus élites profesionales implica, además, el pago de salarios reales suficientemente atractivos. A menos que el efecto de incremento del empleo en los tramos bajos de renta lo compense, una estrategia de este tipo puede propiciar el aumento de la dispersión de ingresos. 

La transformación reciente de las economías avanzadas no está, por tanto, exenta de conflictos. Los centros urbanos dinámicos se oponen a los antiguos espacios industriales en decadencia; la demanda de trabajadores de alta cualificación (especialmente, de aquellos con formación técnica y científica) se enfrenta a la provisión de servicios de baja cualificación y a la disminución del empleo en ocupaciones de media cualificación. Tras las luces deslumbrantes de la llamada economía del conocimiento se proyectan las sombras de la segregación geográfica y formativa. 

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Julián López Gallego (jlgallego@ucm.es) es investigador predoctoral del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI).

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Notas:

[1] Ahora bien, no siempre fue así. Como señalan Frey y Osborne (2017) y Frey (2019) a partir de mediados del siglo XIX y durante buena parte del siglo XX, con la electrificación de las cadenas de montaje, la operación con máquinas cada vez más complejas exigió mayores niveles de formación de buena parte de los trabajadores industriales, lo que contribuyó a formar una base de empleados de media cualificación.

[2] Resulta casi ocioso recordar que Trump convirtió en uno de los elementos centrales de su campaña (y de la política de gestos de su Administración) la crítica a la deslocalización y a la competencia desleal china.

[3] La advertencia sobre la pertinencia de considerar la demanda no es menor. Si pensamos en los cambios en el sector bancario español de las últimas décadas, entenderemos por qué. Durante la última gran fase de crecimiento (1994-2007), incubó importantes transformaciones derivadas de la informatización de sus servicios y la progresiva implantación de la banca digital. Sin embargo, sus consecuencias sobre el empleo se vieron compensadas por el extraordinario incremento de la demanda de servicios bancarios ligados a la expansión de la construcción inmobiliaria. Llegada la recesión, la desaparición de sucursales y el despido de profesionales del sector ha sido masiva. 

[4] Nos referimos con ello a la hipótesis del Routine Biased Technological Change (RBTC), que tiene su primera formulación en los estudios pioneros de Autor, Levy y Murname (2003) y Autor, Katz y Kearny (2006). En ellos (y en otros trabajos posteriores), apoyamos gran parte de las consideraciones aquí contenidas.

[5] Aunque no es mi objetivo aquí y no puedo desarrollarlo por limitaciones de extensión, no querría dejar de destacar la influencia decisiva que el sistema de relaciones laborales ejerce sobre la capacidad negociadora de los trabajadores y, por tanto, su importancia para entender convenientemente los efectos del sesgo en el cambio tecnológico. Como ha sido señalado reciente por Kristal y Edler (2019) y, anteriormente, por Kristal y Cohen (2017), el incremento en la disparidad salarial provocado por el cambio tecnológico puede ser frenado por la fuerte implantación de las instituciones de negociación colectiva y por la capacidad de organización sindical. Sin embargo, parece que el propio cambio tecnológico ha tenido un efecto negativo sobre esas mismas instituciones (Kristal, 2013 y 2019).

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Autor >

Julián López Gallego (La paradoja de Kaldor)

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2 comentario(s)

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  1. cayetano

    CÓMO SIEMPRE LA CRISIS SISTÉMICA ES LA CONVIVENCIA DE UN NUEVO MODELO DE PRODUCCIÓN CON EL VIEJO INTERCAMBIO, DEL YA ANTIGUO RÉGIMEN. OTRA CRISIS DE VACAS FLACAS A TROJES LLENOS (Cita de V. Andrés Álvarez 1933, Prólogo a Principios de Economía Política y de Tributación, de David Ricardo). ¿Qué es el sistema capitalista? ¿Qué nos depara su desenvolvimiento? ¿Qué hacer? No debemos entenderlo, ni intentar comprenderlo como compendio de moral, ética o ideología. El capitalismo es un sistema de relación social fundado en cada rol en la producción, intrínseco al de intercambio económico, cultural, social, recreativo…, humano. El capitalismo como sistema tiene objetivos y mecanismos, inercias, dinámicas, y es una complejidad evolutiva como todo, con tiempos de ebullición histórica que reconfigura su realidad, relaciones, ideologías, moral, ética, costumbres, instituciones… Cuando pensamos en capitalismo multitud de conceptos nos asaltan, muchos de ellos contradictorios aunque algunos sólo en apariencia: PLANIFICACIÓN. COMPETITIVIDAD. PRODUCTIVIDAD. VALORIZACIÓN DE LA PRODUCCIÓN. TASAS DE GANANCIAS. FINANCIARIZACIÓN O RENTARIZACIÓN. CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DESIGUALDAD. REVOLUCIÓN DE LAS INFRAESTRUCTURAS. RELACIÓN SOCIAL, HUMANIDAD Y LUCHA DE CLASES, CONOCIMIENTO. MOTOR DE LA HISTORIA. ACELERACIÓN DEL CONOCIMIENTO Y APRENDIZAJE ORDINARIO, TÉCNICO Y CIENTÍFICO. Conceptos que nos retrotraen al propio ser humano, sus límites y evolución: LA IDEA COMO PROYECCIÓN DE NECESIDADES Y REALIDAD MATERIAL. Somos un ANIMAL CON MAYOR AUTONOMÍA O LIBRE ALBEDRIO. DOMINIO Y EXTENSAS CIVILIZACIONES. ¿QUÉ DIMANA, INFIERE DOMINIO Y PODER? FORMAS DE RELACIÓN O DOMINIO POSIBLES. PODER ¿CRECIMIENTO ECONÓMICO? ¿BENEFICIO Y ACUMULACIÓN? ¿HEGEMONÍA COMERCIAL? ¿HEGEMONÍA FINANCIERA? ¿HEGEMONÍA MILITAR?. LOS LÍMITES DEL PLANETA Y EL CAPITALISMO HOY. EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN EL MARCO DE LA GEOPOLÍTICA. Son muchas las escuelas y pensamientos que dan explicación del capitalismo con estos y otros conceptos, pero desde la línea de pensamiento marxista heterodoxa y mi ignorancia, para comprender al capitalismo hay que verlo primero como sistema de relación social humana. Detenernos en la propia sustancia de lo human@ para comprender esa relación social, organización, dominio, jerarquía, coordinación, horizontalidad, igualdad,… No desde la perspectiva bondad-maldad simbolizada por Hobbes o Rousseau, sino situando antropológicamente la esencia animal en el diseño de su relación social y evolución. Es decir, ser la especie con capacidad de constituir un grupo social de 150 miembros, con identidad y conocimiento de sí mism@s. Al introducir el concepto conocimiento, nos referimos a la capacidad adquirida por experiencia de predecir la respuesta de tercer@s a una acción, de entre tod@s l@s comuneros-as (150). El mutuo conocimiento comunitario impregnaba toda la relación social, incluida una consideración radicalmente diferente al concepto liderazgo posterior, fuera religioso o social. Estamos hablando de grupos nómadas, más recolectores que cazadores en principio, para los que el concepto de expropiación o exclusión por domino, propiedad, eran ajenos a sus formas de abastecerse y cuidarse mutuamente. Miles de años después, preguntaba el jefe piel roja Seattle al presidente Franklin Pierce (1854), como podían pensar en ser dueños del monte, rio,…; era incomprensible para el piel roja porque muchos de los conceptos y palabras del presidente, eran difíciles de expresar en Chinook, difícilmente se puede expresar que es la propiedad-dominio excluyente- cuando no existe más que posesión o usufructo. Desde ese hilo racional los grupos primigenios, anteriores, que no alcanzaban 150 miembros contaban con relaciones horizontales, para nada el liderazgo o la autoridad se fundaba en la creación de personajes, todos eran personas conocidas. La autoridad no devenía del elemento mágico, aunque pudiera existir, sino del mutuo conocimiento y respeto. La relación social era tan horizontal y por ende el rol del líder es tan inaprensible para nuestro lenguaje, como las palabras del presidente al jefe Seatle, hablamos de relaciones en grupos comunitarios fundados en el mutuo conocimiento entre tod@s ell@s. Donde además no existía el concepto de propiedad, ni de producción e intercambio que conocemos desde hace siglos, milenios. A lo que nos interesa, la superación del conocimiento comunitario de sociedades (>150 miembros) transformó radicalmente nuestra relación. El desconocimiento entre comuneros hizo necesario el uso de otros artificios como argamasa social. Así aparecen los líderes dioses o semidioses, dotados de especiales capacidades, que suplen la desconfianza por desconocimiento entre comuneros y cuya autoridad mágico-religiosa o realismo mágico, estaba reforzada por la fuerza y/o violencia. Estas sociedades suelen desarrollarse a partir del asentamiento neolítico –salvo alguna excepción-, y con el tiempo responderán a conceptos más cercanos a nuestro lenguaje. Una de sus características singulares, el desarrollo urbano va unido a los imperios, y existe la apropiación, distintos tipos de servidumbres, esclavitud y otras formas de ejercer dominio/exclusión. Son comunidades que se multiplican en su número, fundadas en relaciones de producción y apropiación que determinan al intercambio y roles sociales. Con desiguales y desconocidos comuneros, requerían sojuzgamiento social arbitrado por identificación entre poder político y religioso-mágico, cuyo origen y forma depende del concreto proceso de producción e intercambio. Ésta será una pauta mantenida en el tiempo, vincular liderazgo político y religioso, deidad en sí o directamente dimanada de ella, y así seguiría en España hasta el advenimiento de la Democracia, y persiste su latido con mayor o menor fuerza en todas las sociedades, si antes teníamos Caudillo por la Gracia de Dios, ahora nuestros líderes son salvadores, superhéroes con habilidades extraordinarias al común. Es más, hoy día, el papel del líder sea religioso o no, roza al realismo mágico. Todo líder es personaje más que persona, dotado de habilidades especiales que lo convierten en un superhéroe para sus seguidores, una forma de salvador o profeta confesional o no, un pastor o guía que nos llevará a la tierra prometida. Quizás de ahí devenga la importancia del líder como significante vacío que señala Laclau y Moufe, entre otr@s. Y que en estos momentos de incertidumbre existencial internacional, las figuras de fuertes liderazgos cobren fuerza, responde a las pautas de otras encrucijadas históricas, aunque intermediadas por cada realidad histórica. Otro rasgo de todo sistema humano originado en nuestro ser animal, proviene de la expresión racional de nuestros instintos, que como tales son necesidades biológicas, materiales. Nuestro ser animal instintivo se expresa a través de emociones tamizadas culturalmente, que conocemos como ideas, razonamientos, argumentos. La racionalidad no es sólo emoción, pero son un todo surgido de nuestras necesidades biológicas, instintivas, materiales. La razón o racionalidad no es más que el instrumento social y cultural que tamiza y da forma a las emociones emanadas de nuestros instintos, de nuestras necesidades biológicas intermediadas en hábitat materiales en continuo cambio. Siempre será un estado material el objeto y sujeto de una idea, de la que es difícil discernir cuan razón o emoción es, y a qué instinto o necesidad responden. Incluso el propio acto del suicidio busca satisfacer una necesidad, no hay idea que no pretenda satisfacción imprescindible para cualquier paz espiritual. Y quizás por ello, las ideas en momentos históricos de incertidumbre vengan más teñidas de pulsiones simples y emocionales, certezas ficticias que dan certidumbres inmediatas, dan pulsiones de eros aunque traigan mediatamente a Tanatos. Hasta aquí, hemos observado que cualquier sistema humano al ser animal es materialista y/o biológico. Socialmente se conforma por nuestra incapacidad para conocernos en comunidades superiores a 150 comuneros, estableciéndose relaciones de autoridad pseudo mágicas o religiosas que suplen al desconocimiento, originando jerarquías y sistema de dominio. Jerarquías y liderazgos, cobran fuerza como instrumentos ficticios que suplen el desconocimiento, sirviendo para la reproducción de sociedades entre desconocidos, ya desiguales por la aparición del dominio excluyente sobre las cosas. Exclusión, que más allá del usufructo, la posesión, uso o consumo, toma la forma conocida como “propiedad”. Igualmente como animales, nuestras ideas son indisolubles de nuestras emociones, tamizaciones sociales de nuestras necesidades biológicas o instintivas, materiales. La evolución material de nuestro entorno sea natural o social, interviene determinando las potencias evolutivas, las sociales alcanzando lo ideológico y cultural, institucional, productivo, de relación y/o intercambio. El desconocimiento entre comuner@s exacerba y extiende liderazgos semideicos que responden a la incertidumbre en encrucijadas históricas. Y así, llegamos al siguiente rasgo de todo sistema como cuerpo en mutación, no muere pero se transforma como la energía. Por distante que parezca a nuestros ojos, no hay creación sino transformación, nada es radicalmente y ontológicamente exnovo e inconexo, nada es salto interruptor, ni ruptura absoluta. Y su desenvolvimiento material, natural o social, siendo determinado no lo es en forma mecanicista, ni mucho menos lineal, sino que éste es potencia latente de múltiples desarrollos, incluyendo nuestro fin y extinción de la raza humana. Si nuestras ideas responden a emociones con base instintiva, será la materialidad en última instancia quien dé respuesta histórica a dichas necesidades: instintivas, emocionales y racionales al tiempo. Y respecto al fenómeno económico y político del que nos ocupamos, la materialidad social, el sistema de producción e intercambio vendrá fuertemente determinado por el desarrollo de las infraestructuras. Entre los aciertos de Marx se encuentra observar que el capitalismo llegaba en su desarrollo a convertirse en freno y obstáculo del avance de sus propias fuerzas productivas. En Grundisse se explicita la inercia del impulso que desempeñan las infraestructuras, el desarrollo de las fuerzas productivas, de los medios de producción e intercambio. Cómo se ha dicho en un sistema de producción e intercambio, el rol social se funda en el mismo acto o proceso de producción. Pero, no vamos a hablar aquí de la distribución desde el prisma moral o de justicia social, sino desde un enfoque materialista que determina a los propios medios de producción e intercambio o relación, las infraestructuras, como portadoras latentes de nuevas ideas, modelos, alternativas. No hay que ser un águila para observar como las relaciones sociales desde las más cotidianas y familiares, a las productivas, comerciales, financieras, culturales…, han experimentado un cambio revolucionario. Provocando revoluciones en las relaciones humanas y modificando radicalmente la mentalidad social, ya hegemónica en muchas facetas, pese a las lógicas reactivas. Pero en este marco de revolución en producción e intercambio obrado por los medios e infraestructuras; afrontamos la indeterminación del Futuro desde el desconocimiento entre los comuneros, por los efectos inmediatos que provocan la coexistencia entre un nuevo modelo de producción y viejo de redistribución, intercambio, relación u organización social. Están conviviendo un nuevo y cada vez más hegemónico sistema de producción, con un viejo sistema de redistribución e intercambio y/o relación. No asistimos a baja tasas de productiva como nos dicen los teóricos neoliberales, como Martín Wollf, nos hablan de tasas de productividad contables, no de productividad medida en unidades por tiempo, de riqueza material, sino de riqueza contable-monetaria como valor de uso y cambio. Piketty en su investigación, nos cuenta que los períodos de menor crecimiento económico van acompasados a los de mayor desigualdad. Sin embargo, dicho estudio nos enseña la relación descriptiva entre desigualdad y crecimiento económico, que si bien están relacionadas, no necesariamente han de explicarse en sí misma. Sería reducir el crecimiento económico o de la riqueza material a un asunto en última instancia de oferta y demanda, al estilo keynesiano. Pero quizás estos períodos históricos de incertidumbre o cambio, vengan preconfigurados por la colisión entre nuevos modelos de producción en el entorno institucional público-privado del intercambio que los precede y obsoleto, provoque crisis de vacas flacas a trojes llenos. La intervención regulatoria y activa estatal no es solución en sí misma, ni la planificación tampoco. La planificación desregulada del mercado existe, por efecto de la concentración del poder económico, pero sus intereses institucionales obsoletos son incapaces de intervenir en la solución de los retos. La financiarización o renterización como dice Martín Wolff es uno de los principales problemas, pero no es suficiente con la regulación, o la acción antimonopolio o anticoncentración. La encrucijada histórica inmersa responde una vez más al descompasamiento entre el mundo de la producción y el intercambio, entre el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas y la redistribución de su riqueza material. En definitiva de nuevas figuras institucionales formales, conceptuales y orgánicas (público-privadas), que acompasen la creación de riqueza material y su distribución, permitiendo así la transformación de los sistemas de valor, por novedosos al introducir en su cadena actividades exnova y otras que antes no se incluían, o no tenían campo de desarrollo. El debate no es intervención y planificación (sea privada o pública) o libre competencia, sino a qué retos se ha de responder, en qué tiempo y cómo. Intervención estatal existe en China y hoy son la primera potencia económica, pese a no tener el control de la divisa de cambio, ni ser el garante de la sistema financiero internacional. He leído algún artículo de Martín Wollf de la renterización, que creo no aporta mucho respecto a la financiarización de la economía. Y efectivamente la renterización o financiarización caracterizan la dinámica actual de funcionamiento del capitalismo, pero con una lucha institucional grosso modo protagonizada por Bancos y FANGS como pretendientes de los diferentes Fondos de Inversión. Pero como ya se ha dicho, no es la oferta y demanda, ni siquiera la financiera; la renterización o financiarización renterizada de la economía son el mecanismo sólido de resistencia al nuevo sistema de relación e intercambio que impone el modelo de producción. Mecanismo que al cercenar las nuevas vías de valorización por desfase institucional de las Sociedades, obliga a la renterización que funciona como la Nada en la Historia interminable, un proceso de empobrecimiento continuado por desposesión, sea colonial o intracomunitaria. La cuestión es que este proceso nos lleva a los liderazgos fuertes, a la extensión internacional del x first and only, que acaba con los órganos vitales del planeta, que acaba con las posibilidades de cooperación, que son resistencia de las viejas instituciones, del Antiguo Régimen. Pero que ahora sea climática o militarmente pueden llevarnos a la extinción de la especie. Si en otras ocasiones, las Guerras Mundiales han servido en el Capitalismo como mecanismos que ha reunido las fuerzas necesarias para impulsar el acompasamiento entre los nuevos modelos y medios de producción e intercambio o relación. Y no sólo por efecto de la destrucción, ni una sola bomba cayó en la II Guerra Mundial en EE.UU., y nadie duda de que fueron los primeros en emprender el cambio del paisaje cotidiano de sus infraestructuras y vida o relación de sus ciudadan@s. Hoy tod@s somos conscientes de que no podemos permitírnoslo y no sabemos si las dinámicas que pasado el momento operan independientemente de las partes, como el cambio climático, llegan a un punto que es de no retorno hasta precipitarnos al fin. Confiemos que l@s Atreyu de esta Historia que esperamos siga siendo Interminable, sean capaces de frenar a la Nada. Cuya explicación por oferta y demanda, concentración o libre competencia, renterización financiera, no son más que síntomas del conflicto entre un nuevo modelo de producción y el viejo intercambio. Tant@s Atreyu que conforman parte central del motor dialéctico de la historia, la lucha de clases, lucha por las condiciones de producción y relación, vivencia material que es coexistencia relacional. Un cordial saludo.

    Hace 4 años 3 meses

  2. José Lázaro

    Se agradecen análisis sosegados como éste. Echo de menos referencias a la colaboración hombre-máquina desde la perspectiva de la competición entre enpresas por hacerse con el mercado (de clientes y de talento). Tb de la parte militar. Al final, el avance de la tecnología es imparable, pero el cómo gestionarlo es en lo q nos deberíamos esforzar, q es lo q hace el autor. Gracias. Un saludo.

    Hace 4 años 3 meses

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