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Sesgo institucional

El Reina Sofía, ¿un museo de arte político o un hospital de beneficencia?

Interrogantes en torno a la conversación entre Marcelo Expósito y Manuel Borja-Villel

Joaquín Ivars 28/05/2020

<p>Ampliación del MNCARS.</p>

Ampliación del MNCARS.

Mazintosh

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En una entrevista recientemente publicada en este medio, Marcelo Expósito (artista, activista, exdiputado por En Comú Podem y exmiembro de la mesa del Congreso de los Diputados, etc.) se encuentra con Manuel Borja-Villel, director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) desde enero de 2008. Repasar las biografías públicas de ambos intervinientes nos dice muchas cosas de ellos, probablemente las mismas que oculta, como nos ocurre a todos y todas. Voy a seguir el consejo del propio Borja-Villel: “Si en el pasado, desde un punto de vista crítico, hemos intentado poner el énfasis en mostrar aquello que el poder oculta, lo que el lenguaje hace opaco, en darle la vuelta a las relaciones de poder, eso obviamente se tendrá que mantener, pero será quizá más importante, no ya solamente descubrir lo que está oculto, sino señalar lo que aún no sabemos, poner el foco sobre relaciones que desconocemos”. 

Cada uno tiene lo que tiene, y no es objeto de este artículo entrar en las biografías de nadie, algo que cualquiera puede investigar a nada que se interese por la trayectoria de personajes públicos. Aunque se explican tránsitos comunes y algunas complicidades entre ambos interlocutores, creo que no sorprende tanto la relación entre ellos como el contenido de la propia entrevista. En el titular de la misma, es destacado de las palabras de Borja-Villel: “El museo tendrá que cuidar como un hospital sin dejar de ser crítico”. A bote pronto, una frase más, tan imaginativa o tan poco como otras que emergen en el mundo del arte o en la gestión de lo artístico. Pero si nos adentramos en la frase como resumen, y en la propia entrevista, empezamos a ver explícitamente (algo que es de agradecer) aquello que no siempre se muestra. Y entonces surgen preguntas, dudas y quizás algún comentario al respecto. 

No parece que la labor del museo consista en bloquear o discriminar de manera caprichosa o sesgada cuáles son las opciones intelectuales que mejor le vienen a la población

Al principio de la entrevista, Expósito repasa históricamente la aparición de instituciones como el parlamento y el museo nacional, sus recorridos y sus contradicciones. Es decir, parlamento y museo como instituciones surgidas a la par en la Ilustración. Para los que intentamos observar el mundo desde el lado progresista del pensamiento –algo que no es objeto de este artículo pero se sobreentiende qué significa–, un parlamento tiene la misión de regular legislativamente la vida del conjunto de ciudadanos y, en la medida de lo posible, procurar que se amplíe la nómina de derechos y se afine con las responsabilidades de las personas que han de asumir sus leyes y sentirlas razonables en alguna medida. Y me centro en el verbo ‘ampliar’ porque creo que en eso y no en otras tareas deberían coincidir instituciones que se autodenominan nacionales, es decir que afectan a todos los que comparten un territorio y todas las características que el término nación comporta; no entraremos tampoco en esto aquí. Ampliar y no restringir la vida (salvo excepciones poco ejemplares) es lo que algunos y algunas entendemos como función primordial de las instituciones que nos amparan. ¿Y qué sucede con un museo, esa institución que nace para dar cobijo, poner en valor y mostrar aquello que supuestamente es destacable y goza de la excelencia? Pues que probablemente debería conjugar el mismo tipo de verbo que hemos utilizado para el parlamento: ampliar. Es decir, en uno se amplían derechos y en otro se amplían visiones del mundo o maneras de hacer, pasiones, entusiasmos, decepciones, críticas, etc. Insisto, no creo que sea tan importante qué ampliamos sino el propio hecho de ‘extender las posibilidades en todas direcciones’, siempre y cuando no vayan contra los intereses básicos de la población, algo muy difícil de definir pero que todos podemos entender qué comporta en cada momento. 

Las palabras del titular destacado (‘museo’, ‘hospital’, ‘cuidar’ y ‘crítico’) no son nada neutras, evidentemente. Como resulta claro también que ‘hospital’ y ‘cuidar’ pertenecen al mismo campo semántico. Que el MNCARS en su momento fuese un hospital que acogía a moribundos desde el siglo XVI puede tener su interés histórico y social, pero espero que la leyenda que circula sobre sus antiguos moradores como fantasmas que inquietan los pasillos del edificio Sabatini no perturbe la actualidad de su máximo gestor. Aunque se utilice genéricamente la palabra ‘cuidar’ (en un hospital), no es lo mismo que la salud pública intente prevenir la aparición de males, que la atención sanitaria trate de curar enfermedades o accidentes de manera que se produzca un restablecimiento parcial o completo de la salud, o que existan cuidados paliativos cuando la cosa tenga poco arreglo y se ayude a finalizar una vida de la manera más digna posible. Cuidar significa muchas cosas, tanto desde el punto de vista de la misma afección, como del paciente o del cuidador. Hay buenos y malos expertos en prevención, en sanación y en cuidados paliativos, y aunque los protocolos se consensuan técnicamente, a menudo hay que rectificar los procedimientos y también detectar a quienes los emplean negligentemente o sin criterio. Pues, siguiendo la comparativa propuesta, igual con un museo. Como existen diferencias y matices importantes en cada aspecto y desde el punto de vista de cada agente que participa en el proceso, entiendo que aportan muy poco las directrices personalistas o las pautas marcadas por los intereses artísticos o sociales de un grupo de colaboradores (por muy bienintencionados que sean todos).

Los otros dos sustantivos del titular, ‘museo’ y ‘crítica’, probablemente no comparten exactamente campo semántico, pero es fácil comprender que no deberían andar demasiado lejos en sus primeras acepciones. El museo y la crítica se supone que se dedican también a ‘ampliar’ el mundo argumentativa y emocionalmente; es decir, deben ponerse al servicio de la emancipación de las personas y de su libertad de elección. Por tanto, no parece que la labor del museo y la crítica consista en bloquear o discriminar de manera caprichosa o sesgada cuáles son las opciones intelectuales que mejor le vienen a la población, salvo para cumplir esa tarea en pro de la autonomía personal; especialmente cuando las inversiones que se manejan en el museo de titularidad pública (igual que las de un hospital público) pertenecen, como su propio nombre indica, al erario público y, por tanto, afecta al común de los ciudadanos. Estimo que hay que ser extremadamente cuidadoso con esto.

Hasta este parón pandémico y reflexivo no ha habido más remedio que asumir “la cuota del espectáculo masivo” para poder sufragar las típicas necesidades económicas liberales 

Cuando de la entrevista que cito se infieren dos líneas fundamentales de trabajo, uno puede sentirse inquieto por varias razones. En una especie de museo bifronte o bífido, se desdoblan las estrategias que posiblemente tienen que ver con que esta institución, ya de partida, representa una cierta esquizofrenia; el MNCARS es al mismo tiempo museo nacional y centro de arte, pero ambas funciones las cumple bajo una única voz de mando. Por un lado, en la publicación de la que hablo, se expresan las imposibilidades de cambiar las rutinas (Dice el entrevistado: “[…] cuando la maquinaria está en marcha no puedes meter la mano porque te la corta, pero al detenerse sí que puedes cuestionarte qué cosas no funcionaban y deberían reconsiderarse”.). Es decir, que hasta este parón pandémico y reflexivo de 2020, digámoslo así de crudamente, no ha habido más remedio que asumir “la cuota del espectáculo masivo” para poder sufragar las típicas necesidades económicas liberales y las contabilidades de audiencia o visibilidad mediática. Es una opción. Por el otro lado, se expresa la estrategia manifiesta de convertir al MNCARS –actualmente encadenado a otros entes por un manoseado mainstream internacional– en una suerte de lugar expositivo y activista expandido por el archivo y la documentación. “En este sentido, los archivos, los documentos, van a cumplir todavía más una función a la hora de facilitar que se habiten las exposiciones”, comenta Borja-Villel, y más abajo: “Trabajamos con redes que articulan las políticas institucionales con lo que se denomina investigación militante, como es el caso de la Red Conceptualismos del Sur, L’Internationale y el Institute for the Radical Imagination donde en este momento se está preparando una futura Escuela de las Mutaciones”. Suena todo a institución muy indi que pretende resolverse en la figura del museo/centro de arte como un utópico templo de culto, un tanto cabalístico, con aires conceptualistas y de una pretendida politicidad que, a mi juicio, no cesa de caer en lugares comunes tan trillados que da pudor repetirlos (lo relacional, lo archivístico, la solidaridad y la fraternidad, la desjerarquización, la institucionalidad alternativa, etcétera). 

Voy allá con la carga de preguntas que creo que vienen al hilo de la interlocución entre estos dos célebres exponentes de la cultura y la política del momento:

Dirigir un museo nacional, es decir, necesariamente público, ¿significa tener el poder de determinar las tendencias, estratégicas y tácticas, que se han de seguir como si se tratase de un dispositivo de adoctrinamiento o de moda? ¿Es un museo de estas características una “academia” que marca las pautas de lo que debe o no hacerse y ser reconocido en arte; sean maneras productivas, procesuales o comunicacionales? ¿Es el director de un museo público de semejantes dimensiones y responsabilidades, nombrado por un patronato mediante el pasaporte de las buenas prácticas, quien debe erigirse en intérprete del zeitgeist, pensador y elemento decisorio de lo que debe mostrarse, coleccionarse o sugerirse siguiendo sus propias inclinaciones personales, reitero, por muy bienintencionadas que estas sean? ¿Quiénes son él y sus colaboradores más estrechos o sus interlocutores extra-museísticos (seleccionados de algún modo legal pero peculiar), para bendecir qué es digno o no de ser ofrecido o pensado como ejemplar o excelente? Pero además, si se habla de hospital… ¿se actúa con la misma lógica y se seleccionan los especialistas ‘clínicos’ por sus competencias y su autonomía? Por seguir con esa imagen comparativa ¿es el director de un hospital quien decide qué han de investigar esos especialistas en las distintas y múltiples facetas de sus quehaceres? En otro orden de cosas ¿está asumiendo la dirección museística, más allá de una gestión profesionalizada y técnica al servicio de la ciudadanía, una insospechada performatividad que la coloca en una especie de “vanguardia creativo-asistencial”? Porque se dice literalmente en la entrevista: “Existe además una burocratización administrativa que impide por ejemplo que un gran museo ayude en una situación de urgencia facilitando las infraestructuras para el reparto de alimentos en un barrio.” Más allá del voluntarismo, y de que sepamos que existen cauces y lugares públicos de todo tipo para llevar a cabo estas imprescindibles tareas asistenciales, podemos preguntarnos… ¿Es la beneficencia una de las tareas de un museo nacional de arte? ¿No hay algo de lavado de conciencias en estas conductas? ¿De veras se piensa que un museo de este tipo, en una ciudad como Madrid, se ha de convertir en el locus de un banco de alimentos? ¿No semeja esto una gran mascarada; una suerte de empresa pseudocaritativa que probablemente indigna a los verdaderos activistas sociales que se emplean a fondo en cuidar de los más vulnerables y lo hacen sin lucir medallas en el pecho? Queda muy bonito ese folklore del afecto intelectual, pero ¿quién de estos intelectuales se va a arremangar de verdad con los más necesitados? Y si lo hacen, ¿por qué no actúan como meros ciudadanos que se implican social y fraternalmente porque no soportan el sufrimiento de los otros y no como un think tank de la logística benefactora? ¿No le basta al museo con cumplir sus funciones legítimas de manera limitada y humilde pero efectiva? ¿No tiene suficiente labor ya el MNCARS con facilitar la ampliación de miradas y mentes para que colaboren en repensar y cambiar los modelos de convivencia de un modo no teledirigido? ¿No presentan estas maneras de enfocar los asuntos –lo que se viene haciendo desde hace mucho tiempo en este y otros museos públicos– el carácter de una reducción buenista de la complejidad del mundo que nos está tocando vivir? Respecto a los contenidos, y aunque me congratula mucho que el Reina Sofía no haya caído durante estos años en las garras de la bobalicona fascinación tecnológica, de veras un grandísimo tanto a su favor, ¿no estamos, sin embargo, haciendo del hiperarchivo y la hiperdocumentación la trinchera de los que esconden sus faltas de imaginación y la carencia de propuestas innovadoras? Las obras de arte, apenas mencionadas, ¿no guardan la memoria incluso de un modo más notable y esclarecedor que el documento? ¿No hemos entrado en un bucle meramente archivístico del que devendrá un titánico esfuerzo por salir de él? Podríamos hacernos muchas más preguntas, seguro que sería “muy saludable”, pero procuro dimensionarlas al tamaño de este texto. Dos últimas cuestiones, de momento: ¿No es cierto que los museos nacionales, al menos este, jamás investigan lo que ocurre más allá de sus reiteradas y conniventes fuentes de información o de lo que el frívolo y absurdo mercado del arte les pone a la vista? ¿No es también cierto que lo que queda fuera de sus “teledirigidos” radares es groseramente pasado por alto porque de lo contrario podrían darse de bruces con actitudes críticas que les sitúen frente al espejo de sus propias lagunas e inconsistencias? 

¿No tiene suficiente labor ya el MNCARS con facilitar la ampliación de miradas y mentes para que colaboren en repensar y cambiar los modelos de convivencia de un modo no teledirigido?

En multitud de ocasiones, y a lo largo de los años, las rutinas se naturalizan y se imponen sin que nos percatemos de su carácter profundamente agresivo. Si, por casualidad, alguien pretende desembarazarse de esa imposición y se hace preguntas de esta clase, es más que probable que le acusen de pendenciero, cuando sencillamente ejerce su legítimo derecho a la libertad de crítica y expresión; pero eso es algo que simplemente suele ocurrir, y no hay que darle más importancia, así que continúo.

Me permito mencionar brevemente aquí varios riesgos que a mi juicio pueden estar afectando a la actual dirección del MNCARS. Riesgos que tienen que ver con lo que algunos llaman Sociedad de la Postconfianza o, los más extremos, de la Desconfianza, respecto a las instituciones; posibles trampas del quizás muy mal denominado “arte político” sobre las que alerté en varios artículos publicados originalmente en El rumor de las multitudes y reunidos bajo un solo epígrafe, El tamaño de lo que importa y algunos riesgos del arte político, en una plataforma académica: I. El riesgo de la hiperespecialización de lo artístico en lo político (lo que se traduce en una hipersimplificación del complejo mundo en la disciplinariedad temática de lo abiertamente político). Borja-Villel parece querer romper disciplinas, pero se advierte que se trata solo de las que a él se le antojan, y no otras (i.e. la político-activista). Nos dice como respuesta a la reconvención que le hizo un político por trabajar desde el activismo político: “Es necesario también construir ese vocabulario común de acuerdo con el concepto de ‘extradisciplinariedad’ que propuso nuestro amigo el crítico cultural Brian Holmes”. Y refiriéndose a lo ya mencionado de no poder prestar su espacio para el reparto de alimentos, comenta: “Ahora es precisamente el momento en que debería poderse romper ese tipo de corsés [sic] disciplinarios y normativos, dándole la vuelta a todas las trabas administrativas o laborales que refuerzan un modelo de instituciones que, obviamente, es el que está en parálisis”. Lo que desde luego no reconoce Borja-Villel es que el activismo político se haya constituido en un ‘campo de trabajo’ férreamente disciplinar; II. El riesgo de la banalización del bien (creo que esta paráfrasis no necesita casi ninguna explicación, hemos visto algunos atisbos y salpica de diversos modos toda la entrevista); y III. Riesgo de la ‘selección’ (tarea que corre a cargo de señoras y señores que desde sus discursos secundarios elucubran como les place sobre el trabajo de otros –elevándolo, denostándolo o ignorándolo– para dirigirlo hacia sus particulares intereses intelectuales, gremiales, económicos o vitales). En esto, el actual director del MNCARS asume las contradicciones propias de su función, que no han cambiado un ápice desde hace una docena de años: “Para ello es importante también entender la crítica institucional en un sentido profundo. Es necesario cuestionar la manera en que una determinada colección museográfica representa una estructura de poder, pero no basta, porque más importante resulta cuestionar el hecho mismo de que haya una colección que atesora cosas en términos patrimoniales”.

Muchos de los implicados en cuestiones artísticas y políticas, desde el lado más progresista, asistimos con perplejidad a la vista de hechos muy feos e inexplicables que ocurren en estos ámbitos. Otros y otras, sin duda también progresistas, acuden en procesión como buenos feligreses tras el palio de los ungidos por la iluminación divina y siguen las líneas marcadas por esos poderes fácticos, artísticos y culturales; es difícil saber si realmente están ahí por pensamiento propio, independiente, o se trata de una cohorte de hipnotizados o de estómagos y egos agradecidos que jamás levantarán la mano contra su amo. Es lo que algunos llaman silencio cómplice. 

En lo que estábamos. La dirección de un museo, la mesa de un parlamento, la dirección de una biblioteca o de un hospital, la gestión de un centro de investigación o de una universidad, etc., todos ellos públicos, no están para señalar el rumbo de sus actividades sino para posibilitar la gestión autónoma de sus agentes. Se trata de facilitar la ampliación en todas direcciones y ejercer nuestras posibilidades como ciudadanos: enriquecer perspectivas frente al mandato del sentido común y desarrollar nuestro sentido crítico sin manipulaciones obsesivas; ampliar las posibilidades de salud y sanación de cuerpos y mentes sin que nos torturen; ampliar nuestros conocimientos y nuestras oportunidades de saber sin que nos adoctrinen o nos humillen. Estas instituciones no deben bloquear nada a no ser que sea manifiestamente nocivo. Si quieren hacer el bien, dejen hacer a los demás, faciliten la investigación sin dirigirla ni poner trabas y gestionen con la máxima honestidad intelectual que puedan. Pero si de lo que se trata en un museo nacional es de cubrir el expediente con magnas exposiciones y luego jugar al activismo político desde el mismísimo centro del poder y a la medida de sus intereses, es mejor que lo hagan desde lo que explícitamente –para no engañar a la ciudadanía–  debería llamarse MUSEO DE ARTE POLÍTICO, o algo así. Dice Borja-Villel respecto al museo: “Es el tipo de espacio de la institucionalidad alternativa que, al detenerse la maquinaria, se puede observar de manera mucho más clara.” Pero quizás no hacía falta una pandemia ni un parón de semejantes características, como se dice en la entrevista, para repensar qué es un museo o cuáles son sus posibilidades. Tampoco hace falta ninguna “comunidad de afectos” que nos seduzca, nos someta o nos distraiga de lo principal, pues, insisto, creo que lo que se necesita es ampliar las opciones y dejar fluir los intelectos y las pasiones sin que lo colectivo haya de verse en la ineludible obligación de aplastar la autonomía de lo individual (“autonomía” que sí se concede según quien la enuncie y desde donde). Dice Manuel Borja-Villel: “El reto es ahora cómo mantener una relación crítica con la institución que la transforme al mismo tiempo que vas construyendo comunidades de afecto.” Y no salimos de ahí. 

Por cambiar de fuente pero no de interlocutor, podemos consultar la Misión del MNCARS en su página web. En ella se dicen cosas que suenan muy bien, algunas cantinelas teóricamente compartibles y muy ambiciosas pero cuya puesta en práctica es dudosa: se habla de cuestionar el sentido de la propiedad y el de la legitimidad; se afirma la horizontalidad y el modelo rizomático –a estas alturas y sin ninguna vuelta de tuerca; se prioriza la manoseada red; se critica la autoprecarización de los agentes debida al surgimiento de las industrias creativas, conflicto al que el propio museo contribuye cuando siguiendo las lógicas de flexibilización trabaja con estos agentes bajo el modelo de “proyectos” de algún modo externalizados; se reconoce la dimensión público/privada de la creatividad, una obviedad; se menciona la necesidad de ir más allá de la contemplación, ¡absolutamente!; se discute la dinámica de franquicias –aunque las franquicias todos sabemos que en este caso simplemente cambian de rostro o son de otro tipo, digamos, más independiente; se apela a lo común como utopía, etc. 

¿No estamos, sin embargo, haciendo del hiperarchivo y la hiperdocumentación la trinchera de los que esconden sus faltas de imaginación y la carencia de propuestas innovadoras?

Pero también se cuelan inadvertidamente en esa declaración de intenciones de la web misiones que no están necesariamente contrastadas ni son compartidas: no parece que el museo actúe sin un sesgo limitativo; es muy cuestionable que se eviten las “representaciones” del otro; parece una fantasía que el archivo rompa con la propiedad patrimonial del museo –pero es que además no sabemos si esta es una decisión adecuada porque el patrimonio es común; resulta poco creíble que el proceso de toma de decisiones no sea vertical; es muy difícil creer que se actúe sin personalismos o se sigan modelos no autoritarios; tampoco parece que se esté archivando la memoria común, porque común, a la vista está en el museo, es lo que se decide verticalmente que lo es; y si se elabora un exceso de archivo, no cabe duda de que necesariamente se produce una falta de imaginación y de relato; tampoco parece evidente que se faciliten plataformas de visibilidad salvo para determinadas propuestas que se deciden visibilizar –la apertura al “otro” está filtrada por un singular criterio de “otredad” que silencia y excluye brutalmente; etc.

Se dice en la página web literalmente: “Si el gran objetivo de las industrias culturales y aún de las instituciones artísticas, es la búsqueda del afuera, de la innovación, y de aquello que emerge por doquier con el fin de domesticarlo o convertirlo en mercancía, la nueva esfera institucional debería tener una dimensión abierta, explícitamente política”. Según estas palabras se podría pensar que el MNCARS elabora estrategias para distanciarse de esas actitudes domesticadoras y mercantiles y salir a buscar el afuera de otro modo. Sin embargo, la búsqueda del afuera es sobre todo una ardua tarea ejercida por agentes, a menudo poco visibles, que no asumen el sometimiento al mandato del mercado, ni del museo y sus múltiples connivencias. Eso es salir a un afuera. Y como todos y todas sabemos, la mercancía se manifiesta de muchas maneras; todo se domestica y rentabiliza, por ejemplo como capital simbólico que no cesa de rentar a los que lo emplean banalizando el bien. Y no es lo mismo tener una dimensión ‘abierta’ que tenerla de manera ‘explícitamente política’ –hay políticas muy cerradas, como se puede comprobar–; para eso, insisto, refundemos el MNCARS como museo de arte político o sociopolítico lleno de archivos, normativas y estadísticas, y nos ahorramos obras, espacios e incongruencias. Y que no se olvide que la politización, el museo como ente declaradamente político, no solo no impide la domesticación y la mercantilización (pensemos en qué ocurrió con la desobjetualización del arte conceptual) sino que muy probablemente las favorezca y en alto grado. No creo que se trate de acabar con el comercio. El intercambio de bienes y servicios siempre ha estado ahí y seguirá estando como hecho social y casi físico. ¿Alguien cree que se va a acabar con la producción artística? Otra opción entonces sería cerrar el museo como tal, incluso como centro de arte. ¿Para qué ese afuera? El problema radica en las locuras y excentricidades del mercado del arte que resultan obscenas a la vista de cualquiera que tenga ojos y a las que no pocos museos han contribuido de manera cómplice. 

Creo que la trayectoria del Reina Sofía desde que se inauguró es manifiestamente mejorable. Quizás no sea algo de carácter meramente coyuntural sino también estructural, es difícil saberlo, pero la crítica no debería irle mal a ninguna institución, y menos a un museo nacional.

En una entrevista recientemente publicada en este medio, Marcelo Expósito (artista, activista, exdiputado por En Comú Podem y exmiembro de la mesa del Congreso de los...

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Autor >

Joaquín Ivars

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