1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Rafael Gumucio / Escritor

“Nicanor Parra encarnó una rebelión popular que en el fondo no era nada popular”

Ignacio Echevarría 3/01/2021

<p>Rafael Gumucio. </p>

Rafael Gumucio. 

Rodrigo Fernández

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

La narrativa chilena ha deparado en 2020 varios libros notables. Dos de ellos tienen por protagonista a un poeta. Poeta chileno se titula la última novela de Alejandro Zambra (Anagrama), justamente destacada como una de las mejores publicadas este año en lengua castellana. Por su parte, de Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) se ha publicado en España su portentosa y muy recomendable biografía de Nicanor Parra (Nicanor Parra, rey y mendigo, Literatura Penguin Random House), un libro en buena medida excepcional, inclasificable, a medio camino entre el reportaje histórico y la crónica personal, y a la vez un insólito ejercicio de crítica literaria y cultural. Con este motivo conversamos con el autor, que aceptó responder por escrito a media docena de preguntas insidiosas.

La primera edición de Nicanor Parra, rey y mendigo apareció hace ahora dos años, en Santiago de Chile, publicada por Ediciones de la Universidad Diego Portales. Han sido dos años en que Chile ha sido sacudido por un verdadero terremoto social. Primero, el estallido popular de otoño de 2019. Luego, la pandemia. Y hace escasas semanas el plebiscito. ¿Qué queda, después de todo esto, del Chile de Nicanor Parra? ¿Imaginas a Nicanor comentando estos acontecimientos? La ciudad de Santiago arrasada y pintarrajeada con millares de grafitis… ¿es el paisaje final de la antipoesía? ¿Una distopía parriana? 

El profesor Parra no dejaba de ser un hombre de orden que amaba las instituciones y que entendía que sólo dentro de ellas cabía subvertir las leyes

Durante todo este tiempo me he preguntado muchas veces qué diría Nicanor de lo que está pasando. Seguramente cosas contrarias entre sí, sin por eso contradecirse él mismo. Creo que se sentiría parte de lo que pasó en la calle, porque sin duda lo era. Su figura, convertida en un personaje de Matrix, ocupaba el centro de unos de los murales que cubría el GAM (Centro Cultural Gabriela Mistral). El “corazón con patas”, creado por él, también aparecía con cierta frecuencia en los panfletos y afiches de las protestas, repitiendo frases de Parra o frases que no eran de Parra pero que se le atribuían (cosa que a él le habría encantado). El movimiento popular, desacralizador, abigarrado, destructor incluso, no podía dejar de conectar con el espíritu de la antipoesía, que “simplemente arrasó con todo”. Por lo demás, Parra sabía que no se podía contradecir a los “pingüinos”, como se llama en Chile a los estudiantes (por el extraño uniforme que llevan). En privado, sin embargo (pues en público habría mantenido un ambiguo entusiasmo), creo que dos cosas lo alejarían del movimiento. Lo primero es que el profesor Parra no dejaba de ser un hombre de orden que amaba las instituciones –sobre todo la Universidad de Chile y el Instituto Barros Arana, que fueron saqueados por los estudiantes– y que entendía que sólo dentro de ellas cabía subvertir las leyes. La reforma universitaria le pareció un horror, y la Unidad Popular, otro tanto. Anarquista desde los años setenta, sabía que el anarquismo, para ser posible, necesita de mucho orden, de mucha contención. También sabía que un carnaval, si no tiene fecha de caducidad, es una dictadura como otra cualquiera, o peor que otras, porque su dictador –que es todos y nadie– no se puede derrocar. Pero creo que otra cosa –más poderosa aún que, por ejemplo, el saqueo e incendio, por dos veces, del museo Violeta Parra– lo alejaría definitivamente de muchas cosas que han venido pasando desde su muerte en adelante. Nicanor Parra vivió la posmodernidad no como una tragedia sino como una oportunidad. No creer en ninguna redención, salvación o transformación social fue su credo final. Del feminismo, del animalismo, incluso del ecologismo de hoy le habría resultado insoportable, pienso, su total falta de humor, de ironía, de autocrítica, de autoescarnio. Le habría impresionado su arrogancia, su pretensión totalizadora. En un mundo que pide hasta a la locura una suerte de coherencia improbable, no sería bien visto que Nicanor Parra –que sabía decir una cosa y lo contrario– viniera a joder la paciencia y dudar y hacer dudar de todo. 

Hablemos de la atracción de los contrarios. De lo que hizo que Rafael Gumucio se sintiera atraído y fascinado por la personalidad de Parra, hasta el extremo de dedicarle años de investigación y de trabajo y una monografía monumental, cuyo rasgo más poderoso es la forma en que has interiorizado a Parra, a tal extremo que Parra, rey y mendigo podría describirse, al menos a ratos, como un asombroso ejercicio de ventriloquia. Todos los que conocimos a Parra y hemos leído el libro nos sorprendemos de estar oyendo a Parra como si lo tuviéramos delante. Pero Gumucio es un escritor afrancesado, criado y formateado en un país –Francia– que ha sido sordo al impacto de la antipoesía, descendiente de una familia patricia chilena, cultivador de una poesía y de una prosa que incumple todos los preceptos parrianos, cultivador de un Yo desinhibido, impúdico, personalísimo, que asimismo incumple el precepto de radical impersonalidad de la antipoesía… ¿Cómo y dónde se produce la conexión Parra-Gumucio?

A Parra del feminismo, del animalismo y del ecologismo de hoy le habría resultado insoportable su total falta de humor, de ironía, de autocrítica

La pregunta que me haces atraviesa el libro de alguna forma. ¿Por qué yo y no tú, por ejemplo, escribo este libro? Señalas muy claramente lo que nos diferenciaba, y el mismo Nicanor no perdía oportunidad de señalarme esa distancia. Hablaba mal, siempre que podía, de la literatura francesa y de los franceses. La literatura era para él, como la ciencia, una serie de experimentos que anulaban los teoremas anteriores. No entendía la literatura como un ecosistema en que Proust no cancela a Montaigne, ni Shakespeare a Cervantes. El placer del texto era algo a lo que él daba muy poca importancia. Para él toda literatura era una “propuesta”, y así de Tólstoi le interesaba todo menos Ana Karenina y Guerra y paz. A mi me pasa exactamente lo contrario. Pero había algo que nos unía: nuestro común interés por la historia de Chile. La historia que yo investigaba, él la había vivido. Le interesaba en ella lo mismo que a mí: los panfletos injuriosos, las memorias personales, todo cuanto contribuye a poner en evidencias al poder y sus títeres. Me lancé a escribir sobre Parra como una forma de seguir escribiendo mi historia personal de Chile, que es el título de un libro mío que sí le gustaba a Parra y que sí al menos hojeó de manera bastante generosa. Eso es lo que nos unía: la historia de Chile. Pero me encontré con otra cosa que creo que explica por qué le consagré quinientas páginas. En muchos de los antipoemas de Parra aparece la figura de un hombre emasculado, extorsionado por su timidez, víctima de su delicadeza, lleno de fantasías de violencia y muerte que no sabe cómo cumplir. Un sujeto entrampado, mediocre y grandioso, que tanto cabe llamar “el galán imperfecto” (la impotencia sexual es otra de sus obsesiones), el energúmeno o el Cristo de Elqui. En mis libros aparecen personajes así, personajes que lanzan grandes discursos y hacen todo mal cuando les toca actuar. Esa sensación de humillación y miseria vivida de modo exhibicionista y payasesca que está en el fondo de muchos poemas de Nicanor Parra creo que es la esencia secreta de casi todo lo que yo escribo.

Hablas del compartido interés de Parra y tuyo por la historia de Chile. Me gustaría que profundizáramos sobre esto. Alguna vez me he oído decir a mí mismo que quien acertara a escribir una historia coral de los Parra –no sólo la de Nicanor, también la de la Violeta y toda la pléyade de hermanos sobrinos, nietos y compañía– acertaría a contar la historia entera de Chile. Pero no estoy tan seguro de que fuera así. Quedarían fuera de ese relato las elites y la plutocracia chilenas, tan decisivas en los rumbos del país. Y con las que Parra mantuvo una actitud a la vez suspicaz y consentidora. En cualquier caso, la historia de los Parra ilustraría la del Chile popular, quedando fuera de ella el Chile que a ti, por no ir más lejos, te resulta más familiar. 

 La potencia anárquica, delirante, inesperada de la clase media y media alta le interesaba a Parra tanto o más que la del pueblo

Tienes razón: los Parra son solo una parte de la historia. Quizás buscando contar la historia entera escribí antes del libro de Parra Mi abuela Marta Rivas. Creo que se pueden leer los dos libros como una especie de díptico, como reflejos dobles que dialogan y se completan y contradicen todo el tiempo. Mi abuela nació en 1914, el mismo año que Nicanor Parra. Hija de un ministro lleno de poder y prestigio, dos presidentes se pelearon por ser su padrino (al final lo fue su hermano mayor). A pesar de vivir en el mismo país, y tener muchos amigos en común, nunca conoció a Nicanor Parra, lo que confirma la segregación social chilena. Ella no conoció a Nicanor pero su hermano mayor (su padrino), Mario Rivas, tuvo un rol preponderante en la creación de la antipoesía. Vecino en el mismo edificio en que vivía Nicanor a comienzos de los cincuenta, este gran señor sin señorío, que vivía de chantajear a parientes escribiendo páginas de vida social en un diario de mala muerte, representaba para Nicanor la figura misma del energúmeno, que es uno de los centros de su antipoesía. También Luis Oyarzún, el intelectual más serio y equilibrado de la cultura chilena, se convertía por las noches, cuando se emborrachaba, en uno de los monstruos perfectos que a Nicanor le gustaba hacer hablar en sus antipoemas. La potencia anárquica, delirante, inesperada de la clase media y media alta le interesaba a Parra tanto o más que la del pueblo. Mi abuela, que no conoció a Parra y que era en muchos sentidos lo contrario de Parra, no era menos antipoética, menos salvaje, menos inesperada cuando quería (y cuando no quería, peor). La noción de que este no es un país serio o de verdad habitaba tanto en Parra como en mi abuela. Creo que también esto es esencial a la hora de comprender lo que pasó en octubre del 2019. Esta no fue una rebelión sólo popular, sino una subversión completa del orden sin más partido que el ansia loca por acabar con cualquiera y todos los órdenes. Eso en Chile convive con una obsesión por el orden mismo, por la ley. Dos caras de una misma moneda. Cuando lo conocí, a Nicanor le obsesionaba Diego Portales, el héroe máximo del conservadurismo chileno, el creador del “partido del orden” y el “peso de la noche”, que gobernó sin necesitar imponerse más que por el miedo y el silencio. Lo que le gustaba a Parra de Portales es que, en sus cartas, este llamaba “puta” y “maricones” a cualquiera, que se dedicara a contar sus historias prostibularias y demostrara no tener el menor respeto por ninguna de las instituciones que defendía, simplemente porque concebía que, en Chile, sólo una delgada, muy delgada capa nos separa de las maravillas del caos.  

Pasemos al campo literario chileno, tan pequeño y a la vez tan concurrido. Parra se abrió paso como poeta en un terreno poblado de gigantes, que por si fuera poco se combatían encarnizadamente. La famosa “guerrilla literaria” que tú tan bien describes en tu libro. Con Neruda y Huidobro y Pablo de Rokha dándose machetazos. La antipoesía es, también, una operación estratégica, la astucia de un huaso para hacerse sitio allí donde no había sitio. Una operación que Parra acomete en solitario y en la que termina vencedor, si no más fuera porque los sobrevive a todos. Incluso a sí mismo. La soledad de Parra: en tu biografía aciertas a dibujarla con increíble precisión y sutileza. Pero también hablas de la “mafia”, del gusto de Parra por la banda, el conmigo o contra mí. Tú conoces a Parra, como yo, cuando él es ya octogenario y su figura y su obra han sido objeto de un relanzamiento supuestamente urdido e impulsado por esa “mafia”. ¿Qué hay de cierto en ello? ¿Renació Parra, en efecto, en los noventa? ¿Tuvo tanto que ver Bolaño con ello? ¿Existió esa mafia, de la que tú mismo, en ese caso, serías miembro y cronista?

Nicanor me enseñó que no se escribe solo, se escribe en diálogo, y que un crítico exigente pero entusiasta es tan importante como la existencia de Turgéniev y Tósltoi

Creo que unas de las pocas provocaciones visibles que me permití en el libro es usar la palabra “mafia” al hablar al grupo de escritores y críticos que pueden confluir en torno a un autor o una estética. En el fondo preferí admitir el crimen que se nos atribuye a muchos escritores, sobre todo a los de algún éxito: ser parte de una “mafia” que hace autobombo, excluye o incluye a los demás. Podría haber hablado de “escuela”, o simplemente “grupo” o “grupúsculo”. Preferí mafia porque no quería quitarle el tono conspirativo, medio criminal, medio secreto, medio fantasioso que Nicanor le daba al concepto. A él le gustaba la idea de la mafia que da o quita protección, que venga los agravios y perdona dentro de sí misma a los menos aventajados sólo porque son parte de la “familia”. Ese era otro concepto clave en el mundo de Parra: la familia. Las ideas de “familia” y “mafia”, de una “mafia” que es una “familia” y una “familia” que es también un autor, venía a contradecir la idea, que me parece cada vez más falsa, del autor como una mente individual y solitaria que se planta ante el mundo como singular y único. Nicanor de alguna forma me enseñó que no se escribe nunca solo, que se escribe en diálogo, y que la existencia de un crítico exigente pero entusiasta, como Belinski en la Rusia del siglo XIX, es tan importante como la existencia de Turgéniev, Tósltoi y Gogol. O más bien que ninguna de esas existencias se dan solas, sin los duelos, las novias, los diarios, las polémicas, los odios y los amores que las unieron y las explicaron. Siempre se le escribe a alguien, siempre se le responde a alguien, quizás el talento del escritor no sea otro que el de elegir sus interlocutores. Saber con quién, y para quién y contra quién se escribe.

Hablábamos del campo de gigantes en que Parra hubo de abrirse camino. Quiero preguntarte ahora por el tipo de magisterio que Parra ejerció en Chile, sobre todo a partir del momento en que fue quedando cada vez más solo (con la compañía tensa y distante de Gonzalo Rojas). ¿Cuánto de larga ha sido la sombra de Parra? ¿Cómo se explica que su puesto lo ocupe en la actualidad un poeta como Zurita, que en cierto modo se sitúa en las antípodas de la antipoesía, por mucho que fuera saludado por Parra y él mismo le manifestara todos los respetos? ¿Quiénes son los herederos de Parra? ¿Cómo ha sido para un escritor como tú crecer en un campo literario presidido por su figura siempre ausente y omnipresente? ¿No es tu biografía una forma de conjurar esa presencia, de solventarla? Por lo demás, ¿muerto el perro se acabó la rabia? 

Me preguntas por la herencia de Parra. Yo creo que es un tema extremadamente complejo. Nicanor Parra puso su montaña rusa en medio de la poesía chilena. Con él vivo parecía inevitable subirse a ella, aunque costara no poca sangre de narices. Pero la poesía “poética”, la poesía lírica sin ataduras, nunca ha dejado de reclamar su lugar. Tengo la impresión que esa poesía, la del yo enamorado, la del yo alucinado, la del yo divinizado, es una necesidad biológica. El papel del poeta profeta es algo que la tribu pide y necesita. En ese sentido Nicanor encarnó una rebelión popular que en el fondo no era nada popular. Hizo ver los límites de esa poesía “poética” e hizo ver sobre todo sus mentiras sin darse cuenta de que sus lectores son conscientes de esas mentiras y la aceptan así. En ese sentido, el ejercicio lúcido de Parra va en contra del sentido común de los lectores de poesía, por mucho que parezca defender ese sentido común. El que lee poesía quiere ser engatusado, quiere ser hipnotizado, quiere ser “encantado”. Con Nicanor presente ese proceso es imposible porque Nicanor hace ver las trampas. Pero sin Nicanor la trampa sigue abriendo sus fauces como si nada. Tu pregunta involucra otra, ahora que lo pienso, y es: ¿cómo se hace poesía después de Parra? Yo creo que lo que me permitió escribir este libro y ejercer la amistad con Parra tiene que ver quizás con que yo no escribo poesía (públicamente). En mi ejercicio como narrador y ensayista la manera de pensar en el lenguaje es muy útil y muy común (sobre todo en el ensayo). Pensar el lenguaje mientras se escribe, escribir el murmullo de lo que se está pensando mientras se escribe, es propio de la prosa, que no tiene por qué encantar a nadie. Pero si hubiera sido poeta creo que mi reacción sería la misma que la de la mayor parte de los poetas chilenos actuales: admirar a Parra, adorarlo incluso, pero escribir sin embargo como si no hubiera existido. 

Visité Chile por vez primera hace ya más de veinte años, en 1999.  Coincidí allí con Roberto Bolaño, y los dos visitamos juntos a Parra, muy poco antes de que lo hicieras tú en 2002. En ese viaje te conocí a ti también. Y vi por primera vez a Pedro Lemebel, a quien más adelante trataría y de quien armaría una antología en estrecha connivencia con él mismo. Todo eso queda muy atrás. Retrospectivamente pienso en ese triángulo ya desaparecido entre cuyos ángulos me desenvolví durante algunos años: Parra-Bolaño-Lemebel. Tres formas diferentes de mantenerse fuera y en el centro del sistema literario chileno. Tres escritores que se profesaron una admiración mutua no exenta de suspicacias y que han ejercido magisterios divergentes. Tu trayectoria como escritor se desarrolla en un territorio en el que crecen y se cruzan las sombras de estos tres escritores, cada uno practicante de uno de los tres géneros que tú cultivas: la crónica, la novela y la poesía. ¿Qué puedes decirme del hueco que los tres han dejado?

Lemebel y Bolaño son indudablemente de los mejores escritores de su generación en castellano, una generación no demasiado brillante, hay que decirlo

Hurgas en una herida aún abierta. He sido contemporáneo de Roberto Bolaño y Pedro Lemebel, he escrito en los mismos medios que ellos (editaba en The Clinic la columna de Lemebel), he tratado a la misma o muy parecida gente. En el caso de Bolaño, frecuenté en Barcelona el mismo círculo que él frecuentó durante los últimos años de su vida, que fueron los años en que se dedicaba a hacer listas negras, blancas y grises de escritores jóvenes. No estuve en ninguna de esas listas. Creo –me lo contó Juan Villoro– que le era simpático. “Eso es, simpático”, le dijo a Juan cuando este le contó que me había conocido; un calificativo que en su boca tenía, me temo, algo de despectivo. Yo creo que el carácter abiertamente frívolo con que me presentaba por entonces al mundo, mi manía de hacer chistes todo el tiempo, mi gusto descarado por la fama, mi pasado televisivo, mi pose de “niño terrible” ya un poco envejecido, lo alejaron de mí instintivamente. Le confesó a Paula Recart, directora de la revista Paula, que no quería darme una entrevista porque sabía que si me la daba sería “Gumucio entrevista a Bolaño”, y que prefería que Bolaño entrevistara a Bolaño (es decir que se la hiciera un periodista cualquiera). Y estaba el pecado de clase que tanto Bolaño como Lemebel no me perdonaban. No tenían ni Pedro ni Roberto ningún problema con la clase alta, que cortejaban cuando podían si encajaba en la odiada pero fantaseada derecha. Pero la burguesía de izquierda, la “gauche divine”, la “whisky izquierda”, les resultaba siempre molesta. En el fondo, les parecía que esa izquierda de salón tenía que publicarlos, entrevistarlos, adorarlos, o sea expiar sus culpas burguesas con ellos, y ellos darle o no la absolución según su real capricho. Que un niño proveniente de las filas de la burguesía de izquierda se pusiera a escribir sobre su niñez de burgués de izquierda les hacía sentir que quizás esa misma burguesía podría el día mañana no necesitar de sus servicios. Muy luego esa burguesía tendría sus propias “locas” (ahora las tiene) y sus propios escritores de extrarradio (ahora los tiene), así que quizás tenían razón de sospechar. Yo nunca salí de esa sospecha. Lemebel y Bolaño son indudablemente de los mejores escritores de su generación en castellano, una generación no demasiado brillante, todo hay que decirlo. Tanto Roberto como Pedro llevan al máximo grado todos los defectos y cualidades de esa generación: la coquetería revolucionaria, la brillantez idiomática, el malditismo irónico, el oportunismo inoportuno, el nomadismo intelectual, todo eso envuelto en una profunda gracia lingüística en Lemebel, y narrativa o argumental en Bolaño. Pensaban que yo era un bufón y lo soy, pero hay algo más execrable en una corte que ser un bufón, y es ser un trovador. Los bufones algunas verdades dicen y a veces los decapitan, los trovadores cantan y se van, y aunque hacen suspirar a las damas poco o nada arriesgan en la jugada. Si cabe reprocharles algo es que, a pesar de su indudable talento, a la hora de pensar su universo ideológico, este se parezca más al de Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez que al de Pasolini. Ni Roberto ni Pedro se atrevieron a “torcer el cuello de la época”, como quería Canetti, ni menos a instalar la montaña rusa de Parra en ninguna parte. Roberto tenía la indudable ventaja sobre Pedro de saberlo. Sus declaraciones de amor a Parra dicen siempre eso: “Parra es el que sabe, lo que yo hago es aplicar a la novela parte, solo una parte, de lo que Parra pensó antes por nosotros”. Quizás saber eso aumente en mi cabeza el privilegio de haber visto pensar a Parra en vivo y en directo. También le agradezco a él haber aprendido que ser un bufón de cualquier corte es bastante, que Shakespeare o Molière no eran otra cosa. Como ves, pura herida y bastante pus. 

Me interesa preguntarte por tu “método”. Cómo fue el proceso de investigación. Y en qué momento –o si fue desde un principio– optaste por contar a Parra desde tu propio yo. El libro está construido a fuerza de pequeños tramos que vienen a equivaler a la extensión de una columna periodística, más o menos. De hecho, se diría que lo has escrito como si hubieras dedicado un año a escribir monográficamente columnas sobre Parra. El efecto es un texto muy “respiratorio”, casi jadeante. Veloz, saltarín, agudo, que evita los desarrollos extensos. ¿Se trata de una fatalidad de tu escritura y de tu personalidad? ¿De una estrategia deliberada?

Siempre pienso en un lector como yo, un lector que se distrae fácilmente, y escribo los libros a su ritmo, que es el mismo ritmo con que hablo y pienso

El proceso tuvo dos partes. La primera fue hacerme con la voz de Nicanor. Hay dos tipos de escritores, los contadores de historia (Bolaño, por ejemplo) y los imitadores de voces (Shakespeare). Yo sabía que con Parra mi única oportunidad era ser capaz de imitar su voz tan perfectamente que pudiera hacerlo hablar lo que nunca hablamos. Para eso leí todas las entrevistas del mundo, todos los libros que se han escrito sobre él. Me volví un obsesivo de cualquier rastro de Nicanor. Tú eres testigo de que logré imitar su voz de una manera bastante convincente. Cuando tuve eso, empecé el libro donde había terminado mis libros anteriores, en especial, el de mi abuela. Siempre me pareció que mi libro sobre Parra tenía que ser una continuación de ese libro. La parte masculina de ese libro, que es completamente femenino. Por eso me puse a mí mismo en el libro, aunque muy luego la variedad y cantidad del material hizo que el truco de interponerme perdiera sentido. Fabián Casas, cuando empezó el libro, se reía de mí diciendo que era un libro de Nicanor sobre mí. Yo le dije que siguiera leyendo porque muy luego Nicanor se toma su libro y yo me convierto apenas en un guía turístico de la caverna Parra. Sobre los capítulos cortos: soy un lector muy desatento que prefiere escuchar música, ver televisión o películas antes que leer, así que agradezco que los libros sean rápidos y sus capítulos cortos. Creo que Nicanor era un lector del mismo tipo, o al menos era así cuando lo conocí, a sus 87 años. Siempre pienso en un lector como yo, un lector que se distrae fácilmente, y escribo los libros a su ritmo, que es el mismo ritmo con que hablo y pienso a veces. Confieso que aceleré todavía más el ritmo en la edición española, por el puro gusto de acelerar.

Al dorso de la edición española de tu libro se lee: “Esta no es una biografía de Parra. Esta es una biografía con Parra. Es una biografía contra Parra. Parra es en este libro apenas un abrigo, una máscara más”. ¿Máscara de quién? Por lo demás, no me parece que sea en absoluto una biografía contra Parra. Ni siquiera estoy muy seguro de que sea una biografía. Estoy más dispuesto a convenir que sea –como el libro de tu abuela– un capítulo de tu autobiografía. Antes que eso, sin embargo, y por encima de todo, creo que es un asombroso, magistral ejercicio de crítica literaria. Una extraordinaria guía de lectura, no sólo de la antipoesía, no sólo de Nicanor: también, como no podía ser de otra manera, tratándose de ti, de la cultura chilena. Desde este punto de vista, tu libro constituye una sensacional operación literaria, y, de momento, tu mayor logro como escritor. Un libro total, en el que juegas con todas tus cartas: la del periodista, la del cronista, la del novelista, la del ensayista, la del humorista, la del poeta también, y cómo no, la del egotista. ¿Qué viene después de esto? ¿Qué viene después de Parra? 

Tus palabras me sonrojan, pero no jugaré aquí a la falsa modestia. Llegó a mis manos la edición española del libro ayer y pude leerlo como si fuera de otro. Y lo es en muchos sentidos, porque en muchos sentidos es un libro de Nicanor y de todos los que formábamos parte de sus distintos círculos concéntricos por de más de sesenta años. Como ya he dicho, este libro es en muchas medidas la segunda parte de Mi abuela, Marta Rivas. Al menos tiene el mismo tema: la obsesión de un joven medio exiliado, medio chileno, por ser escritor; como si esa identidad fuese un subtítulo de todas las otras identidades posibles: la máscara perfecta, porque está hecha casi del mismo material que su cara. Creo que la pregunta que me obsesionaba, como obsesionaba a Nicanor, era saber qué permite, qué obliga, qué lleva a alguien a decir “yo” o “tu” o “nosotros” en voz alta y dejar escrita su voz por encima de la voz de los demás. ¿Por qué se escribe y no se calla? ¿Por qué se escribe y no se vive? Después de escribir un libro de quinientas páginas tan completamente literario creo que ya no tengo derecho a preguntarme si soy o no un escritor “de verdad”. Quizás por eso me atreví recién a terminar un libro de cuentos, como los que escriben los escritores que no se preguntan si lo son o no. Son cuentos normales, aunque raros también, algunos suceden en Haití, otros en Bolivia o en Nueva York. Al mismo tiempo estoy escribiendo una pequeña biografía del pintor Roberto Matta y su relación neurótica y complicada con el Nueva York de los años cuarenta. A escondidas también escribo una novela sobre mis amigos de Santiago.

La narrativa chilena ha deparado en 2020 varios libros notables. Dos de ellos tienen por protagonista a un poeta. Poeta chileno se titula la última novela de Alejandro Zambra (Anagrama), justamente destacada como una de las mejores publicadas este año en lengua castellana. Por su parte, de Rafael Gumucio...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Ignacio Echevarría

Es editor, crítico literario y articulista.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí