MARÍA FERNANDA AMPUERO / ESCRITORA
“Eso que llamamos sistema es un invento de unos cuantos para vendernos la idea de que sin ellos todo colapsaría”
Esther Peñas 30/05/2021

La escritora María Fernanda Ampuero.
Cedida por la entrevistadaA diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete!
Desde que publicase, hace ahora casi tres años, Pelea de Gallos (Páginas de Espuma), María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) se convirtió en una de las voces narrativas más insolentes con el discurso patriarcal. Sus relatos, que abrasan por los índices de violencia, están adobados de violaciones, de daños en distintas escalas que conforman un mapa del territorio femenino cosido tanto por intimidación como por el peso a plomo de la estructura del sistema. Sacrificios humanos, recién sacado de imprenta por la misma editorial, ahonda en las desigualdades, la actitud machista –llevada hasta el escalpelo–, o el maltrato a los inmigrantes.
¿Merece la pena ser sacrificio de alguien?
Creo que voluntariamente muy poca gente se ofrece para ser sacrificio humano. Lo haces movida por el amor, por la solidaridad, por el miedo, por salvar a alguien cuya vida te importa más que la propia, porque ves que si no lo haces nadie más lo hará y, si nadie lo hace, se condenan todos. No me parece que haya alegría ninguna en ese proceso. Como en toda renuncia, ser sacrificio de otro implica matar una parte de ti misma. Eso es un duelo.
¿Por qué no hacemos nada para impedir estos sacrificios, son inevitables?
¿Es inevitable, por ejemplo, tener que emigrar porque el sistema financiero colapsó porque unos pocos hicieron millones con la fragilidad de la economía? No. Lo que pasó en el caso de Lehman Brothers, por mencionar un colapso global, era evitable, absolutamente, pero la bestia sedienta de dinero no para de exigir y hay un montón de humanos, como sacerdotes de una religión perversa, que necesitan alimentarla constantemente. De hecho, eso que llamamos sistema es un invento de unos cuantos para vendernos la idea de que sin ellos todo colapsaría. Bueno, colapsó. Y ellos cayeron de pie y millones de millones tuvieron que dejar su casa, su tierra, su estatus de ciudadanos para enviar dinero que permitiera comer a su familia. ¿Por qué no hacemos nada? Porque nosotros también somos ese sistema, le permitimos existir. Con cada acto de consumo le damos más y más y más poder.
Prefiero no echar balones fuera y asumirme yo como monstruo, como ser capaz de causar terror en otros
Le devuelvo una pregunta que se hacía Chantal Maillard: ¿es posible un mundo sin violencia?
No hay ninguna etapa en la historia del mundo que diga que eso es posible. ¿Es posible una vida sin violencia? Tal vez, pero es dificilísima. El propio acto de alimentarnos –para los que no somos veganos estrictos– es violento, lo mismo con vestirnos –para quienes no hacemos nuestras propias telas con nuestros propios cultivos–, movernos por el mundo, habitar. La existencia incluso antes de la existencia se sostiene en inequidades: cómo se alimentó tu madre mientras estabas en su vientre, si tu cuna fue de seda o de cartón, si pudieron permitirse pagar tu educación, si tuviste acceso a las letras, todo es tú sí, tú no, una suma de injusticias, unas más graves que otras, pero siempre, siempre, siempre dolorosas.
¿Qué hace del monstruo un monstruo?
Prefiero no echar balones fuera y asumirme yo como monstruo, como ser capaz de causar terror en otros. Sé que soy capaz de eso, de las peores cosas. El abismo me ha mirado y me ha dicho que tenga cuidado conmigo. ¿Qué me hizo así? Un montón de sentimientos tóxicos –envidia, ira, venganza, vergüenza, superioridad, miedo– que se han empozado como vertidos en la Amazonía y me han generado todo tipo de malformaciones en el espíritu, enfermedades incurables. Tal vez por eso no he tenido hijos, intento vivir causando el menor daño posible en los demás e intentar que esto, mi monstruosidad, muera conmigo.
¿Cuál es, dónde situarla, cómo reconocer la zona limítrofe entre la locura y la maldad?
La persona que tiene una enfermedad mental se sabe, no es consciente de que está haciendo o haciéndose daño. Su cerebro funciona desde el daño y desde ese lugar una no puede darse cuenta de lo que está bien y de lo que está mal. La maldad es otra cosa, es un cerebro sano diciendo “yo soy mejor que tú y por eso te voy a destruir”.
¿No hay espacio para el amor, la ternura, la solidaridad?
¿En la sociedad? ¡Pero claro! De otro modo esto se habría ido al garete hace mucho tiempo. Se necesita del amor, la ternura y la solidaridad para sacar a un ser humano adelante. Somos una especie muy dependiente de los cuidados durante mucho tiempo. Si todos fuéramos indiferentes, desapegados, violentos e insolidarios hace tiempo que nos hubiésemos extinguido. Y, fuera de eso que es pura supervivencia, está eso otro inexplicable que es la amistad y que nos permite considerar familia a alguien nada más movidos por el afecto. Eso es inmenso.
“Ellas, todas ellas, pidieron ayuda a dios, al hombre, a la naturaleza”. ¿Dónde encuentra su mejor aliado la mujer que sufre violencia?
En otras mujeres. Por eso el mecanismo del patriarcado ha sido el de divide y vencerás porque saben, presienten, que si nos unimos somos imparables. Una mujer que le dice a otra “tú no te mereces eso” es una mujer que para el patriarcado es peligrosa, por eso desde pequeñas nos dicen que las otras son nuestras enemigas. Nuestro enemigo es la violencia machista, no otras mujeres.
La propia existencia de las TERF (feminismo radical trans-excluyente) es un sinsentido que me avergüenza
¿Qué diferencia encuentra entre la violencia que se practica en Latinoamérica y la que se ejerce en Europa?
La primera, la obvia, es que nosotros tenemos una desigualdad social muchísimo más brutal y esa desigualdad es padre de un montón de violencias profundísimas desde la estructura de la sociedad. Fuera de eso, es la misma. Unos creyendo que son mejores que otros y otras y que, por eso, merecen sus privilegios y debe aplastar a quienes piden una oportunidad para acceder a esos “privilegios” que no son otra cosa que lo que queremos todos y todas: voz, identidad, vivienda, educación, alimentación sana y de calidad, salud, seguridad, respeto.
¿Por qué no paran el mundo las mujeres para quebrar la violencia que soportan?
Porque tenemos que pararlo hombres y mujeres juntos, convencidos ambos sexos de que esto tiene que parar. Y los hombres, obviamente, no quieren pararlo. ¿Qué ganan ellos con la violencia? Mucho. Todo. Hay cosas que no se pueden hacer si no tienes oprimida a la mitad de la población.
¿Cuál es la situación del feminismo en Latinoamérica? ¿Cuál es su opinión con respecto a las distintas familias feministas?
A mí es lo único que me mantiene esperanzada. El feminismo latinoamericano habla mucho desde el terreno, desde la calle, desde los campos, desde la diferencia de razas y orígenes, desde una idea de un feminismo de la descolonialización, que no perpetúe el acceso de las mujeres blancas, heterosexuales y académicas a los micrófonos como una única voz autorizada. Habla del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, habla del acceso a la educación de las niñas y adolescentes y del aborto libre y gratuito, un derecho que no se nos concede a pesar de la pretendida separación de la iglesia y el Estado. El feminismo mainstream en España, en cambio, me tiene cada día más estupefacta y desencantada. La propia existencia de las TERF (feminismo radical trans-excluyente) es un sinsentido que me avergüenza.
¿Cómo saber qué tramas son susceptibles de ser narradas?
Me parece que todo es susceptible de ser narrado, cada cosa, cada emoción, cada criatura. El tema es el cómo. Ahí radica la dificultad inmensa de nuestro extraño oficio.
¿El cuerpo olvida?
No sé si olvida, pero lo que sé es que recuerda con una facilidad pasmosa.
Desde que publicase, hace ahora casi tres años, Pelea de Gallos (Páginas de Espuma), María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) se convirtió en una de las voces narrativas más insolentes con el discurso patriarcal. Sus relatos, que abrasan por los índices de violencia, están adobados de...
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