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debilidad de pensamiento

ETA, la guerra en espejo (a diez años de la autodisolución)

¿Es posible razonar críticamente sobre la lucha armada sin caer en la condena abstracta y moralista “de todas las violencias, vengan desde donde vengan”?

Amador Fernández-Savater 23/10/2021

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¿Es posible razonar críticamente sobre la lucha armada sin caer en la condena abstracta y moralista “de todas las violencias, vengan desde donde vengan”? ¿Es posible desplegar una crítica del terror como estrategia sin plantear la democracia liberal como marco insuperable de la vida en común? En definitiva, ¿es posible pensar con cabeza propia el problema de la fuerza, más allá de las exigencias y los chantajes de las ideas dominantes?

Para ello hay que atravesar al menos dos ilusiones: la ilusión de la política sin fuerza y la ilusión de la fuerza sin política.  

La ilusión de la política sin fuerza 

Es la creencia de que la democracia liberal es un marco libre de violencias y amenazas, un juego que se juega en igualdad de condiciones. Una ilusión, una ingenuidad, un espejismo. No sólo hay violencias estructurales, culturales y directas que mantienen cotidianamente posiciones de privilegio y monopolios oligárquicos sobre lo común. El Estado liberal mismo, como bien sabe cualquier acercamiento sin mojigatería a la cosa, tiene la violencia inscrita en su seno: para contener la supuesta violencia “natural” de los individuos, se arroga “el monopolio de la violencia legítima”. El Estado, que nace de la guerra, se sostiene a través de una amenaza constante de guerra proyectada sobre la población: “o esto o el caos”. El miedo como asignatura obligatoria de educación para la ciudadanía.  

No se sale de la guerra a través de la política, porque la política la contiene y reproduce por otros medios. El poder es siempre, como decía atinadamente el pensador anarquista Agustín García Calvo, una “administración de muerte”: masiva o gota a gota, disuasiva o persuasiva, estructural o directa.  

La ilusión de la fuerza sin política  

Pero me quiero detener ahora en la segunda ilusión: la “fuerza sin política”. Fue la ilusión de ETA y, hablando en general, de la lucha armada revolucionaria del siglo XX. Hacer la guerra a la guerra.  

¿Qué es la guerra? Podemos encontrar en los clásicos como Clausewitz la definición dominante de la guerra, la guerra de los fuertes. En primer lugar, tiene como objetivo principal rendir la voluntad y el cuerpo del enemigo mediante la violencia y el terror. En segundo lugar, se desarrolla como un “duelo entre jefes” (o estados mayores), quedando el pueblo en el medio como espectador, rehén o carne de cañón. En tercer lugar, tiende a la “escalada”, la radicalización del ataque hasta el punto culminante de la ofensiva, cuantos menos impedimentos éticos haya, mejor. Por último, somete el elemento político al militar: la victoria se confía a las armas, a la potencia de fuego, al baño de sangre.  

La acción terrorista imita en espejo esta concepción de la guerra dominante, la guerra de los fuertes. Pensemos, aunque sea de manera sumaria, en la historia de ETA: se instituye como vanguardia armada, cada vez más separada de los entramados colectivos de la vida cotidiana; practica la pedagogía de la crueldad, la llamada “socialización del sufrimiento”, como modo de radicalizar el ataque (periodistas, políticos de segundo nivel, etc.); convierte el terror en espectáculo comunicativo y pedagógico, “golpea a uno para educar a cien”; y lo militar manda por completo sobre el elemento político-civil.  

El héroe no es un dominador del destino, sino su primer esclavo: una marioneta de la fuerza

Mientras que la “política sin fuerza” proyecta la ilusión de una discontinuidad absoluta entre paz y guerra, violencia y derecho, dictadura y democracia, la “fuerza sin política” mantiene la ilusión de una continuidad absoluta entre ellas: “La democracia española es una estafa y un lavado de cara, por debajo lo que hay es el mismo fascismo de siempre, lo prueban el terrorismo de Estado y las torturas, opondremos al terror dominante un terror liberador que revele el verdadero rostro del Estado, etc.”. La represión del otro justifica la mía, el totalitarismo del otro legitima el mío: guerra en espejo. Una óptica desastrosa que estrechará durante décadas el margen de las potencialidades de cambio en nuestro país, redoblando la credibilidad de la amenaza disuasiva del Estado: “O nosotros o el caos”.  

La guerra en espejo 

Esta guerra ha sido perfectamente descrita por Simone Weil en su comentario a La Ilíada como “poema de la fuerza”. ¿En qué consiste la fuerza, la fuerza de los fuertes, para Simone Weil? Es la que convierte a quien la sufre en una cosa. Una fuerza cosificadora de los otros y el mundo. Al ejercerse hasta el extremo, se obtiene el punto máximo en la cosificación del otro: un cadáver.  

Nadie posee esa fuerza, aunque los fuertes lo crean, sino que es ella la que nos posee cuando la empleamos. El que mata, para demostrar que es el más fuerte, se convierte a sí mismo en cosa. Matable a su vez. El héroe no es un dominador del destino, sino su primer esclavo: una marioneta de la fuerza. En realidad, viene a decir Weil, no hay héroes, sólo hay “cosas” que van a ser arrastradas por el polvo, atadas al carro de los vencedores provisionales, en un ciclo eterno.  

Este es el paradigma dentro del que se ha movido buena parte de la izquierda, no sólo abertzale, en el siglo XX. Un paradigma no sólo de razonamiento, sino también de sentimiento: define un imaginario de comunidad como comunión, de sacrificio y cultura del heroísmo, de épica del soldado, de compromiso como movilización permanente. La fascinación y el enganche subjetivo de la izquierda no-oficial a esta “religión de la guerra” explica que haya sido incapaz de hacer durante décadas una crítica autónoma de la lucha armada de ETA.  

La fuerza de los débiles  

La tradición de los oprimidos ofrece otra manera de pensar la fuerza que no es simplemente la resistencia no-violenta. Los “tumultos” de Maquiavelo, la “defensiva estratégica” de Clausewitz, la “violencia divina” de Walter Benjamin, la “contraviolencia” de León Rozitchner. En todos los casos se trata de trazar una diagonal a la alternativa entre la resignación a lo dado y la violencia que reproduce aquello que pretende combatir.  

Hay otra fuerza, una fuerza que no piensa con las categorías del enemigo, es la fuerza de los débiles. La podemos encontrar en acción mil veces en la historia, tanto en luchas guerrilleras de independencia como en movimientos sociales. La diferencia no es la que suele argumentarse entre la “violencia del opresor” y la “violencia del oprimido”, una distinción que puede justificar un “buen uso” del terror, sino una cualidad diferente de la fuerza: otros fines, otras lógicas, otros valores. 

El objetivo principal no es quebrar al adversario, sino defender algo propio (una forma de vida, un territorio). No se organiza como “duelo entre jefes” (o vanguardias), sino que el protagonista de su emancipación es el pueblo mismo, la energía, la iniciativa, la creatividad del cuerpo colectivo. No tiende a la escalada sangrienta, sino que busca principalmente ganarse la simpatía de la población y aprovechar las ventajas del terreno. No subordina lo político a lo militar, sino que asume que los fines ya están prefigurados en los medios. Sustituye el odio belicoso por la cólera generosa como afecto principal. 

Pensar de otra manera, salir del espejo, supone aspirar activamente a una sociedad y un mundo donde el miedo no tenga la última palabra

Aunque se vea llevada a usar la violencia, mantiene siempre una duda sobre ella: no la jalea, no la celebra, rechaza la muerte como herramienta. Aunque tenga que defenderse de un enemigo hostil, no lo cosifica: entre ambos hay una común humanidad, es otra concepción de la enemistad. Aunque tenga “todos los motivos” no justifica el empleo de “cualquier herramienta a su alcance”: en cada gesto se construye o destruye el mundo que queremos. Pensemos en Mandela: los relatos edulcorados quieren hacernos olvidar que organizó lucha armada, pero no fue para expulsar o suprimir al otro, sino para echar abajo la estructura racista que impedía una convivencia igualitaria. 

Más allá del espejo 

Los que han pasado de la exaltación de la lucha armada a la resignación ante la política convencional muestran una enorme debilidad de pensamiento autónomo: entonces y ahora fueron incapaces de pensar por fuera de las categorías dominantes, por fuera de la política como circuito cerrado, ayer la vanguardia armada, hoy la política profesional. Las dos ilusiones –política sin fuerza y fuerza sin política– legitiman la violencia de los fuertes: masiva o gota a gota, estructural o directa, disuasiva o persuasiva. Pensar de otra manera, salir del espejo, supone aspirar activamente a una sociedad y un mundo donde el miedo no tenga la última palabra.

¿Es posible razonar críticamente sobre la lucha armada sin caer en la condena abstracta y moralista “de todas las violencias, vengan desde donde vengan”? ¿Es posible desplegar una crítica del terror como estrategia sin plantear la democracia liberal como marco insuperable de la vida en común? En...

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Amador Fernández-Savater

Es investigador independiente, activista, editor, 'filósofo pirata'. Ha publicado recientemente 'Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política' (Ned ediciones, 2020) y 'La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política' (Akal, 2021). Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net.

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