1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

En construcción

La verdad entre todos

No solo necesitamos la producción de cierto tipo de verdades, sino que esas verdades nos necesitan a nosotros. Y se desvanecen en cuanto nos alejamos. No somos sus propietarios, sino sus responsables

Antonio Lafuente 24/12/2021

<p>El falso espejo de René Magritte.</p>

El falso espejo de René Magritte.

MOMA

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Hace un par de años me preguntó una buena amiga, muy comprometida con los procesos de paz en Colombia, si la verdad podía ser un bien común. No recuerdo lo que le respondí, pero no pude quitarme la pregunta de la cabeza hasta que logré redactar el texto que ahora comparto. Recuerdo que lo inicié en cuanto llegué al hotel y que lo terminé de madrugada. Temblaba de cansancio y de temor. Me asustaba el atrevimiento de lidiar con asuntos de tanta enjundia y tanta urgencia. 

Para mí lo común se diferencia de lo público porque en vez de ser para todos debe acercarse al ideal de ser entre todos. Para saber entonces si algo es un bien común la clave está en conocer cómo se construye o, en otras palabras, que el resultado no es lo más importante, sino la forma en la que lo obtengamos. Construir bienes comunes no se parece en nada a lo que sucede cuando hacemos libros, templos o fiestas. No consiste en producir soluciones, sino en diseñar respuestas que nos representen a todos por igual.  Y hay que dar por hecho que ese todos del que hablo puede ser muy heterogéneo.  

Ahora necesitamos disminuir la influencia de las corporaciones y aumentar la de los ciudadanos

¿Puede la verdad, entonces, ser entre todos? Tenemos muchos ejemplos históricos de cómo hemos tratado de que fuera para todos, ya sea por imposición de quienes nos mandan, ya sea por consenso de quienes nos representan. Ambas estrategias, no siempre diferentes, tienen en común el coste desmesurado de mantener una afirmación que todos puedan asumir como verdadera. Y, ¿qué condiciones deben darse para que una verdad lo sea para todos?  Lo razonable es exigir que sea un aserto que sobreviva en muchos lugares y en distintos momentos.  Y así es como descubrimos que mientras en el primer caso se necesitan poderosos aparatos represivos y propagandísticos, en el segundo se reclama la existencia de numerosos laboratorios que la verifiquen y de más aparatos institucionales que la actualicen y difundan.  

En ambos casos los costes son extraordinarios y puede que insostenibles. Es inimaginable, por ejemplo, que cada ciudad disponga de toda la parafernalia técnica, personal o financiera necesaria para verificar el alud de asertos, tesis o proclamas que nos inundan cada día. La confianza entonces reclama poderosas infraestructuras cuyo código a veces es intrincado o está oculto. 

¿Podemos ser confiados sin ser crédulos? ¿Podemos mitigar el poder de quienes mandan o de quienes saben?  Lo que la Ilustración hizo fue desplazar la autoridad de la Iglesia a la Corte y de los claustros a la Academia. Y eso fue visto como un gran progreso. Pero hoy ya no es suficiente. Hace falta renovar el atrevimiento de los modernos y enfrentar nuevos desafíos.

Ahora necesitamos disminuir la influencia de las corporaciones y aumentar la de los ciudadanos. Son tantos los abusos documentados que ya no podemos dejar de mirar de frente este problema. Tantos son los excesos cometidos que podríamos decir que los expertos, más que la solución, han pasado a ser una parte del problema. Y es que, admitámoslo, ya no está clara la divisoria entre los intereses privados y los públicos. Ignoramos si “los que saben” trabajan al servicio del bien común o tienen otros intereses menos ejemplares. 

La verdad experta no sólo parece potencialmente contaminada, sino que también se nos muestra con frecuencia como una verdad chica, mezquina, desconfiada y temerosa. Parece una verdad que sobrevive muy mal fuera de toda esa parafernalia de universidades, congresos, revistas, facultades y cátedras, trufada por la red de consultorías, consejos, planes estratégicos, aceleradoras, fondos de inversión y patentes. Una verdad que pese a todo es chica porque pareciera que siempre viene a confirmar los valores y estilos de vida de un porcentaje minúsculo de la población. 

No importa de qué hablemos, las preguntas que mejor cuajan en el laboratorio son las que inquietan a las clases medias y a las más adineradas.  En fin, podríamos ampliar este argumento para dotarlo de mayor robustez, pero quizás no agregaríamos nada que no pueda derivarse de lo ya dicho. Y entonces, ¿qué podemos hacer?  O, en otros términos, ¿qué podríamos exigirle a las prácticas e instituciones de la verdad? 

Lo más fácil es preguntarnos por lo que queremos saber y tratar de darle forma a las prácticas orientadas a conseguirlo. Porque no sólo queremos acercarnos tanto como podamos a algo que sea confiable, o sea, a algo que nos llegue dotado con la suficiente autoridad. Actuar con verdad es un fin noble, pero la forma en la que lo alcancemos nos importa tanto o más que el resultado mismo. 

No queremos desdeñar nada ni a nadie, pero una verdad llave en mano, de encargo e impecable en su ejecución no nos interesa porque, como ya se dijo, el coste posterior de su mantenimiento podría ser tan desmesurado como distante el grupo de quienes querrían defenderla. 

La verdad, el conocimiento, la ciencia, debieran ser para y por quienes la necesitan. La forma en la que la consigamos puede ahorrarnos muchos dolores de cabeza y también evitarle enemigos. Vengamos entonces a considerar esos cómo

La verdad canónica

Las tres características mínimas que debemos exigir a un proceso que busca la verdad son fáciles de nombrar: abierto, público y provisional. Y ahora vamos a explicarlas someramente. 

Abierto quiere decir al menos dos cosas; la primera se confunde con la noción de accesible y la segunda evoca los imaginarios de lo interdisciplinar e indisciplinar.  La vida no está compartimentada ni dividida por cátedras o departamentos, sino que fluye por todos los espacios y temporalidades.  Cualquier problema concreto se ramifica por distintos ámbitos del saber y quienes los practican tienen que hacer el esfuerzo de escucharse. Pero los afectados no tienen necesariamente que ser gentes con formación superior o conocimientos técnicos. Con frecuencia puede tratarse de personas con muy bajo nivel educativo y con muchas dificultades para expresarse en el espacio público. No contar con ellos/as sería lamentable.

Necesitamos entonces crear las condiciones para que se produzca un diálogo entre los saberes disciplinares y los indisciplinares, los que pueden monitorizarse y los que se mueven por los elusivos ámbitos de lo tácito, lo local, lo ancestral, lo afectivo o lo experiencial. La conversación que reclamamos exige la creación de colectivos heterogéneos, mapas de actores con agencia y la existencia de espacios hospitalarios, es decir facilitados por mediadores. 

La conversación que reclamamos exige la creación de colectivos heterogéneos y la existencia de espacios hospitalarios, es decir facilitados por mediadores

La verdad que queremos tiene que ser pública. Todos tenemos derecho a nuestra propia opinión, pero no a nuestros propios hechos.  No es que estemos desdeñando esas verdades domésticas, privadas o sectarias en las que con frecuencia nos apoyamos para interpretar el mundo que habitamos. No queremos tirar a la basura nada de lo que nos acontezca, pero a cambio queremos que esas u otras convicciones sean contrastadas o, en otros términos, que todas nuestras afirmaciones sean públicas para que puedan ser verificadas.  

Cada verdad se hace más robusta cuantos más testimonios favorables reciba, tanto orales como documentales. Cuanto más delicados sean los asuntos abordados, más exigentes debemos ser con la documentación que los respalde, de forma que cualquiera pueda verificarla, matizarla, ensancharla, apoyarla, difundirla o refutarla. La condición de pública la convierte, al menos potencialmente, en contrastable, participativa y estándar. 

Contrastable quiere decir que siempre podemos discriminar las fuentes que sostienen nuestros asertos; participativa que, en principio, todos podemos aportar nuestro modesto grano de arena.  Estándar es la condición que deben tener los objetos (datos, prototipos, lenguajes y protocolos) para que puedan navegar entre sistemas operativos y culturas distintas. La tecnología ya puede garantizar la accesibilidad a todos los documentos, como también la absoluta preservación de todas las contribuciones, visiones y versiones, como también hacer transparente la versión operativa y la forma en la que se construyó.

La tercera característica que queremos exigirle a la verdad es que sea provisional. La verdad que buscamos está siempre en construcción, nunca se acaba porque siempre nos quedamos a la expectativa de un nuevo actor, un nuevo dato, un nuevo instrumento, un nuevo concepto o, en términos generales, un nuevo enfoque. 

La verdad que necesitamos no está escrita en piedra, sino que está viva y vibra al compás de nuestro mundo. Como es una verdad incompleta no tiene dueño y sólo puede ser emergente. No está hecha exclusivamente de datos o cifras, sino también de relatos y presencias. No es sólo una excrecencia epistémica, es también una producción situada.  

La verdad que necesitamos no se hace al margen nuestro, sino que es una construcción relacional. Es una forma de relacionarnos y una manera de prometernos convivencia. Y si aspiramos a cambiar nuestros modos de existencia, necesitamos incorporar más detalles, matices o contingencias para que las nuevas prácticas de vida en común no corran riesgo de ser reprimidas, ocultadas o excluidas.  

Puede que algunas propuestas parezcan visionarias, imposibles o utópicas, ya sea por impracticables, ya sea por minoritarias o estrambóticas. No importa que así sea, pues las nuevas tecnologías no sólo permiten la discrepancia, sino que la animan. Sin coste añadido, hacen factible que la práctica del disenso nos ayude a entender potenciales carencias, explorar distintas posibilidades y contribuir a la producción de confianza.

La verdad expandida

¿Basta con estas tres características para tener una verdad entre todos y no una verdad regalada, ajena, dictaminada, abstracta, fría, frustrante o claustrofóbica?  No, creo que no. Necesitamos que cumpla otros requisitos.  La verdad entre todos tiene que ser barata, amigable y granular.  

Barata porque de otro modo siempre sería un coto profesional y/o una excrecencia corporativa. Una verdad cara es una producción malamente replicable y escasamente reticular. Una verdad barata es una construcción a la que se puede llegar mediante figuraciones rápidas, herramientas pobres, prácticas bricoleur y anticipaciones domésticas. 

Nada nos obliga a pensar las verdades baratas como remedos simples, panaceas mugrientas o conclusiones crédulas. Bajo coste no equivale a baja fiabilidad. La ciencia barata, como la innovación frugal, no es una forma alternativa a la practicada en la academia, sino una producción táctica cuyo destino no es hacer carrera, sino hacer ciudad; no se postula como conocimiento que busca su objetivación, sino la objetualización. No aspira a tener razón, sino a materializar la convivialidad. Si construimos el objeto o prototipo sumando nuestras habilidades, estamos dando existencia a algo que puede ser replicado y, sobre todo, a una forma auto organizada de vivir juntos.  

La verdad barata no llegará por sí misma, necesita un lugar donde anidar, un espacio que la favorezca, un lugar cuyos protocolos de gestión no espanten a quienes por ser sencillos no dejan de ser sabios o, en otros términos, los expertos en experiencia. Portadores de un conocimiento que debe ser activado si queremos que nuestras prácticas sean inclusivas y, por tanto, liberadoras, promotoras de otros mundos posibles.

La verdad que buscamos está siempre en construcción, nunca se acaba porque siempre nos quedamos a la expectativa, un nuevo enfoque

Amigable es una hermosa palabra que evoca los mundos de lo jovial, lo lúdico y lo leve. La verdad siempre se viste con una severidad patriarcal, y se muestra en mundos un poco antipáticos, con gestos sobrios, coreografías grises, libretos excesivos, burocracias incomprensibles, actores masculinos, espacios aislados, vestuarios formales, palabras previsibles y horarios laborales. La verdad es aburrida, escasa, unívoca y muchas veces incomprensible. En el teatro de la verdad (casi) nunca están los niños, las mujeres, los indígenas, los negros, los discapacitados. Son teatros para personas mayores, disfraces oscuros y palabras grandilocuentes.  Pero no siempre fue así. 

La ciencia moderna, la ciencia experimental que conocemos, nació a finales del siglo XVII como un proyecto minoritario, contra hegemónico, artesanal, urbano y vinculado a la cultura del espectáculo, el café y la plaza.  Y no son pocos los que reclamamos una vuelta a sus orígenes en los salones de las preciosas, entre enciclopedistas, libertinos, viajeros, periodistas, músicos y artesanos. La verdad puede aliarse con lo mundano, lo ordinario, lo común, lo divertido, lo carnavalesco y lo vibrante, para hacerse más gaya, más callejera, más carnal, más gozosa y, en fin, más cómplice con lo que nos pasa. Seguro que hay muchos escenarios posibles e inspiradores. Deberíamos mapearlos y, a continuación, diseñar espacios que nos cuiden y donde la levedad sea algo que se respira.

Un proyecto debe ser granular. La verdad se nos muestra con frecuencia como entera y de una pieza, algo que no puede ser desmontado, descompuesto, desarmado, desorganizado, descontextualizado o deshilachado. Y si no puede ser intervenida para cambiar una esquinita, reescribir una frase, abrir un fragmento, rehacer una línea, recrear un bloque, incluir un sesgo, introducir un matiz, proponer un pliegue o restaurar un marco, entonces es una verdad que nos rechaza, que solo nos acepta para adorarla, como espectadores o usuarios, pero nunca como hacedores, como críticos o cómo productores. 

La verdad debe mostrársenos hecha en fragmentos lo más granulares posible, para que cualquiera que acceda a tan admirable construcción sea capaz de encontrar una tarea que lo mejore o complemente, porque no debemos conformarnos con ser pares, queremos ser parte. No queremos una verdad de otros a la que se nos invita, sino una verdad nuestra y entre todos, hecha de fragmentos memorables que sólo existen por la convergencia con otras aportaciones tan minúsculas como indispensables.  

Y a granularizar se puede aprender, especialmente si queremos promover la participación. Pero no basta con intentarlo, necesitamos dominar ese arte extraño de distribuir tareas, repartir el juego, visualizar las contribuciones, hacer aflorar los aportes, apreciar los cuidados y, en general, hacer equipo sin reclamar de sus integrantes dedicaciones plenas, identidades probadas y compromisos firmes.  Al hacer los procesos granulares favorecemos las estructuras informales, los vínculos frágiles, las responsabilidades esporádicas y las pertenencias intermitentes. No solo favorecemos la hospitalidad, sino que le damos opción a la diferencia.

¿Podemos entonces imaginar una verdad entre todos? Obviamente, sí.  Especialmente cuando nos referimos a instancias como la paz, la libertad o la justicia. ¿Cómo podríamos no ser necesarios a la hora de construir las infraestructuras que garantizan la convivialidad? Este texto además se escribe desde una doble convicción: la primera es que no nos interesan las verdades universales, ajenas a nuestra circunstancia concreta o insensibles a los detalles que nos conciernen. La segunda convicción entonces ya ha sido insinuada, pues estamos refiriéndonos a verdades que nos necesitan tomar en cuenta, como se dijo, los saberes locales, experienciales y tácitos. En definitiva, no solo necesitamos la producción de cierto tipo de verdades, sino que esas verdades nos necesitan a nosotros. Nos necesitan mucho, nos necesitan todo el tiempo. Y se desvanecen en cuanto nos alejamos. No son nuestras, sino entre todos. No somos sus propietarios, sino sus responsables.

Hace un par de años me preguntó una buena amiga, muy comprometida con los procesos de paz en Colombia, si la verdad podía ser un bien común. No recuerdo lo que le respondí, pero no pude quitarme la pregunta de la cabeza hasta que logré redactar el texto que ahora comparto. Recuerdo que lo inicié en cuanto llegué...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Antonio Lafuente

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí