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NOAM CHOMSKY / FILÓSOFO Y LINGÜISTA

“Si China empezara a tratar a Taiwán como nosotros tratamos a Cuba, entonces deberíamos preocuparnos”

Yascha Mounk 17/12/2021

<p>El filósofo Noam Chomsky en 2011.</p>

El filósofo Noam Chomsky en 2011.

Andrew Rusk

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Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) conversa con el politólogo germano-estadounidense Yascha Mounk, sobre la teoría de la gramática universal, de si las políticas identitarias pueden ser de izquierdas y de la forma en que el mundo debería tratar a una China en ascenso.  

Los seres humanos poseen un rasgo especial común a todos ellos pero que, hasta donde sabemos, es único de la especie humana. No existe nada análogo en ningún otro reino animal. Esa es la facultad del lenguaje. Permite que los bebés adquieran muy rápidamente, y con muy pocas indicaciones, la capacidad que usted y yo estamos empleando ahora. La gramática universal es el estudio de la naturaleza de esta facultad. ¿Cómo llega a nuestra mente? ¿En qué se basa? ¿Qué propiedades tiene? Estos son los temas de la gramática universal. 

Quiero iniciar nuestra conversación preguntándole por el núcleo de su trabajo científico. ¿Cuál es la idea de la gramática universal y qué nos dice acerca de lo que deberíamos pensar sobre la naturaleza humana?

Existe una noción tradicional de gramática universal, que es un tanto distinta. En el pasado era el estudio de las regularidades que se encuentran de forma general en los idiomas. Ahora el término se usa de un modo distinto. Se emplea para la teoría de la existencia de una base genética innata para el aprendizaje y uso del lenguaje, es una noción un tanto distinta.

Una de las implicaciones de esta teoría es que existe un límite en la medida en que varía el lenguaje y que existe un límite en la medida en que la psicología humana puede variar. Si aceptamos la gramática universal y algunas de las ideas psicológicas más amplias asociadas a ella, ¿cómo contrasta aquella con las ideas que defienden que la cultura humana depende totalmente del contexto cultural?

Bueno, eso plantea varios problemas. Por un lado, cualquier rasgo biológico necesariamente tiene límites. Si tiene alcance, tiene límites. Usted y yo somos capaces de caminar; la capacidad de caminar nos impide volar. Es lógica. Si se posee un sistema que goza de cierto alcance es porque tiene una naturaleza incorporada, y esa naturaleza impondrá unos límites. De este modo, el alcance y los límites están conectados. Es así con todos los rasgos. Es así en el lenguaje.

La supremacía masculina y la supremacía blanca son las principales formas de políticas identitarias

Ahora bien, hay un tema diferente –que usted ha planteado– y es el modo en que la cultura afecta al lenguaje o el modo en que el lenguaje afecta a la cultura. Esto se lleva estudiando 70 años. Apenas hay evidencias de ninguna repercusión lingüística sobre la percepción, la comprensión, etc. Nuestra cultura, por supuesto, afecta al modo en que usamos el idioma, pero podría existir el mismo idioma en culturas radicalmente distintas.

En Estados Unidos, por ejemplo, se está intentando que la gente diga “latinx” en lugar de “latino” o “latina”, no solo porque es más inclusivo, sino porque en realidad contrarresta las estructuras de poder existentes. ¿Cree que ese tipo de cambios lingüísticos puede ejercer una influencia considerable?

Es una vieja historia. Soy judío. La terminología que se usaba con los judíos en mi infancia no se usaría ahora debido a las consecuencias, las repercusiones de dicha terminología. Así que es una vieja historia. Sí, podemos discutir sobre casos particulares, pero en general no se cuestiona. No andas llamando a los judíos “kikes”, por ejemplo, o a los italianos “wops”, como se hacía hace sesenta o setenta años.

Una transformación interesante que ha ocurrido en la izquierda es un cambio de postura contra el universalismo. A mí me parece que hoy –y es posible que usted no esté de acuerdo– una parte mucho mayor de la izquierda quiere organizarse en torno a los grupos identitarios, y que quizá incluso prevea un futuro para la sociedad en el que los grupos identitarios desempeñen un papel tan importante como el que ejercen hoy, excepto en el caso de los grupos identitarios históricamente oprimidos que recibirían un trato mucho mejor.

De lo que estamos hablando no es de la izquierda; es de lo que se llaman “políticas identitarias”. La forma más grande y poderosa de política identitaria es la supremacía blanca. Supera a todas las demás juntas, pero sencillamente siempre se ha asumido como algo natural, por lo que usted ni siquiera se ha molestado en hablar de ella. La supremacía masculina, la supremacía blanca están profundamente arraigadas en la cultura. Son factores enormemente importantes cuyas consecuencias son igualmente enormes. Pero sencillamente se han dado por sentados. 

Lo que ha sucedido ahora es que hay más grupos ejerciendo presión para defender sus propios derechos e identidades, que quizá lo estén haciéndolo mal, quizá lo estén haciendo de la forma correcta, pero básicamente se han sumado al juego. Estos grupos dicen: “No queremos solo el dominio abrumador –tan abrumador que nadie ni siquiera lo comenta– de la supremacía blanca y de la supremacía masculina incorporadas en la cultura desde hace siglos”. Se puede cuestionar si lo están haciendo de la forma correcta. A veces no. Pero no es la izquierda; tan solo es el esfuerzo por conseguir derechos en un espectro más amplio que el de los sectores dominantes.

Creo que mucha gente pondría objeciones a eso. Dirían: “No, nosotros somos la izquierda, y la manera correcta de ser de la izquierda es, precisamente, combatir la supremacía blanca y sus políticas identitarias con unas políticas identitarias distintas que les hagan frente”.

Las personas pueden autodenominarse como quieran, pero la izquierda tradicional se preocupaba por las cuestiones de clase. Es cierto que muchas personas que tienen ideas progresistas sobre temas políticos y demás también se preocupan por los derechos de las mujeres, los derechos de las minorías, etc. Pero el tema de la política identitaria en particular está básicamente disociado de la izquierda, y la razón obvia es observar las formas principales de políticas identitarias. Las formas principales son, de nuevo y de un modo abrumador, la supremacía blanca y la supremacía masculina. Se trata de unas políticas identitarias reales y poderosas. No las advertimos porque sencillamente las damos por sentado. Pero eso no lo justifica. Es algo real. Es un problema profundo.

Hay personas que quieren una sociedad cristiana evangélica, blanca y dirigida por hombres. Es una parte muy sustancial de la población

La supremacía blanca y la supremacía masculina tienen una influencia extraordinaria en la política. Son piezas predominantes y lo han sido durante siglos. Cuando grupos que no son los dominantes comienzan a decir: “Nosotros también tenemos derechos”, por supuesto, afecta a la política. Hubo un tiempo en el que se daba por sentado que los negros eran simplemente inferiores: “Forma parte de su naturaleza. Sencillamente no son capaces de integrarse en una sociedad moderna”. Thomas Jefferson lo creía. Abraham Lincoln lo creía. Algunas de las personas más progresistas que puedas imaginar lo creían. Se trata de una forma de política identitaria radical de la que, afortunadamente, muchos –no todos– nos hemos librado. Y lo mismo ocurre con la supremacía blanca, el patriarcado, la supremacía masculina, etc. Son patologías culturales que conviene superar. Te puedes preguntar si se están superando de la manera correcta o incorrecta. Es un tema serio. 

¿Deberíamos decir “latinx”? En mi opinión, la decisión depende del grupo en cuestión, del mismo modo que depende de los italianos decidir si les gusta que los llamen “wops”.

¿Cuál cree que es el modo correcto, desde una perspectiva de izquierdas, de enfrentarse a la supremacía blanca u otras formas de ideología de derechas?

A través de la organización –del modo en que se empleó para superar la creencia de que los negros son genéticamente incapaces de ser nada más que recolectores de algodón y sirvientes–. Se necesita educación, organización, activismo. Es decir, una larga lucha.

Tomemos como ejemplo la lucha por los derechos de las mujeres, que se ha prolongado durante siglos, pero que creció considerablemente en las décadas de 1960 y 1970. Parte del efecto civilizador general del activismo de la década de 1960, que cambió de forma significativa el país en muchos aspectos, fue que fundamentalmente desencadenó un movimiento en defensa de los derechos de las mujeres mucho más sofisticado, avanzado y amplio que cambió las cosas enormemente. Hay que recordar que, en este país, hasta mediados de la década de 1970, legalmente, las mujeres ni siquiera eran consideradas personas de pleno derecho. El país se fundó sobre la base del derecho consuetudinario británico. Según el derecho consuetudinario británico, las mujeres eran propiedad del padre, que entregaba al marido. 

Volviendo a la Asamblea Constituyente, uno de los argumentos en contra de permitir que las mujeres votaran era que sería injusto para los hombres solteros, porque un hombre casado tendría dos votos: el suyo y el de su propiedad. Pues eso estuvo incorporado en el derecho estadounidense hasta 1975. No hace tanto tiempo. El Tribunal Supremo finalmente dictaminó que las mujeres tenían el derecho legal de formar parte de los jurados federales. Es una lucha, y esa es solo una faceta. Hay muchas otras. El cambio en el reconocimiento de los derechos de las mujeres ha sido enorme desde la década de 1960, ni mucho menos suficiente, pero es un progreso enorme.

La represión sobre la libertad de opinión es endémica en nuestra sociedad. Lleva sucediendo desde que tengo memoria

Actualmente, una gran parte de la sociedad quiere mantener la supremacía blanca para evitar lo que se llama el “Gran Reemplazo”: la creencia de que los malvados demócratas están fomentando la migración para socavar y destruir la raza blanca. Hay personas que quieren una sociedad cristiana evangélica, blanca y dirigida por hombres. Es una parte muy sustancial de la población. Benjamin Franklin, la figura más progresista de la sociedad estadounidense del siglo XVIII, pensaba que debíamos excluir a los alemanes y suecos del país porque eran demasiado morenos. Era la opinión más progresista del siglo XVIII. Hoy no pensamos así, espero, pero hay residuos que son similares. Se observa en la preocupación que suscitan el Gran Reemplazo o la teoría crítica de la raza, sea lo que sea eso. De modo que sí, están ahí y atacan al tipo de sociedad en la que queremos vivir. Hay divisiones al respecto, como siempre las ha habido.

Usted mantuvo un famoso debate con Michel Foucault, y me pregunto qué opina de ese debate ahora. En mi opinión usted ganó la polémica desde el punto de vista intelectual, pero Foucault la ganó en influencia política –que, en realidad, la postura de Foucault en el debate ha demostrado ser mucho más convincente a la hora de determinar el perfil de la izquierda activista en la actualidad–. ¿Comparte esa impresión?

Lo que más me impactó del debate fue que nunca en mi vida había visto  a nadie tan amoral –no inmoral, sino amoral–. No se entraba en la cuestión de lo que está bien o mal, únicamente en “¿quién tiene el poder?”. En ese momento, estaba considerado –se consideraba a sí mismo– de izquierdas. Si escuchas el debate, dijo: “Mira, lo importante es apoyar al proletariado”. Y yo respondí: “¿Incluso si hace algo mal?”. Él dijo: “Bueno, esa pregunta no se plantea”. Es una postura amoral con la que nunca antes me había encontrado hasta tal extremo. Eso es lo que recuerdo principalmente. Además de, por supuesto, desacuerdos sobre cosas como lo que realmente sucedió durante la Ilustración, etc.: desacuerdos fácticos.

Hoy en día también se presta mucha atención a las cuestiones que giran en torno a quién tiene el poder y, en muchos sentidos, es comprensible. ¿Cuál es la forma moral con arreglo a ciertos principios de defender a aquellos que carecen de poder?

El movimiento por los derechos civiles, el movimiento pacifista y el movimiento en defensa de las mujeres lo han hecho de un modo efectivo. Hay muchas formas de levantarse en defensa de aquellos que están oprimidos, atacados o sometidos a una fuerza y ​​un control indebidos. Pero se puede hacer de forma exagerada. Tomemos un caso real: a principios de la década de 1970, muchos jóvenes estaban tan indignados por las espantosas atrocidades en Vietnam, que decidieron que la única forma de lidiar con ello era ir por Main Street y romper ventanas. Pues a los vietnamitas les pareció un horror. Intentaron evitarlo. Les era indiferente si la gente se sentía bien así, ellos querían sobrevivir y sabían que eso solo generaba apoyos para la guerra que los estaba destruyendo. Por entonces se discutió mucho por ello, lo recuerdo muy bien. Pero sí, es posible perseguir una causa justa de formas que, en primer lugar, son incorrectas por principio y, en segundo lugar, perjudiciales para la causa.

Si hay gente cuyas opiniones no te gustan, no los echas del campus. No les envías amenazas de muerte. Les dejas venir al campus a hablar

¿Qué principios deben guiar a quienes defienden a los débiles? 

No existe un algoritmo para estas cosas. Hay que pensarlo bien. Reflexiona, desafía tus propias opiniones, cuestiónalas. Intenta con todas tus fuerzas ver qué valores dignos deben regir la vida y luego aplícalos. Cometerás errores, es inevitable. Pero es lo único que podemos hacer. No hay catecismo. No se puede explicar. Depende de las circunstancias y la evaluación de las complejas condiciones humanas. Así es la vida. Del mismo modo que no existen reglas específicas sobre cómo criar a los hijos; depende del niño, las condiciones y el entorno. Hay ciertas pautas generales, pero la mayor parte del trabajo se basa en el entendimiento cordial. Y lo mismo ocurre con otras relaciones humanas. No existen las instrucciones sencillas.

Cuando se piensa en algunas de las garantías de la Constitución de Estados Unidos o en principios como las garantías procesales, la crítica efectiva es que históricamente los han disfrutado mucho más algunos grupos dominantes que otros. ¿Qué debemos pensar acerca del papel de los principios neutrales que históricamente no se han aplicado de forma neutral?

Aquí hay dos preguntas. Una es: “¿Queremos comprender a nuestra propia sociedad?”. ¿Queremos entender de dónde viene la riqueza? ¿Queremos entender qué parte de nuestra riqueza provino del sistema de esclavitud más espantoso de la historia de la humanidad? Recordemos que el algodón fue el petróleo del siglo XIX. El algodón barato era la base para la fabricación, las finanzas y el comercio minorista de Estados Unidos e Inglaterra: una enorme base de la riqueza de esas sociedades. El algodón barato provenía de una esclavitud espantosa y cruel que nunca había existido en la historia de la humanidad. ¿Deberíamos saber eso o simplemente deberíamos decir: “Ah, bueno, me da igual. Simplemente no me interesa”? Esa decisión depende de cada uno de nosotros.

La segunda pregunta es: “¿Qué hacemos con el horrible legado que queda?”. Echemos un vistazo a la riqueza de negros y blancos. Echemos un vistazo a las condiciones en las que viven. Echemos un vistazo a los niveles educativos. Todo eso es el legado de un espantoso sistema de opresión. No se puede decir simplemente: “Está bien, volvamos a empezar y apliquemos los principios correctamente”. Supongamos que los alemanes dijeran: “Olvidémonos de todo ese asunto del Holocausto. ¿Qué más da eso? Se acabó. De ahora en adelante, trataremos bien a los judíos. Dejemos de preocuparnos por Auschwitz y todas esas tonterías”. Yo no lo apruebo, no creo que otros lo hagan y no creo que debamos aprobarlo nosotros mismos.

Me refería a algunas de las formas en que la gente, por ejemplo, quiere rechazar una idea como la libertad de expresión. Me gustaría entender por qué cree que deberíamos defender esos principios (lo que no significa que debamos ignorar la historia).

Bueno, me gustaría hacer dos comentarios. Por una parte, por supuesto, estoy de acuerdo. De hecho, durante años he estado a la vanguardia por asumir exactamente esa postura. Pero hay que tener en cuenta otro punto. Es interesante que esta pregunta esté surgiendo ahora. La represión sobre la libertad de opinión –la cultura de la cancelación– es endémica en nuestra sociedad. Lleva sucediendo desde que tengo memoria: en el mundo académico, en el mundo editorial, en todas partes. Podría darte una larga lista con mis propias experiencias, que en absoluto son las peores. En el trabajo, mi despacho es objeto de vandalismo debido a mis opiniones. La oficina de correos del campus debe inspeccionar de forma especial los paquetes que recibo debido a amenazas de muerte. Los estudiantes interrumpen las reuniones en las que hablo. Tengo protección policial en el campus si hablo de ciertos temas. Ciertos libros míos no solo han sido cancelados, sino que empresas editoriales enteras se han ido a la quiebra porque se atrevieron a publicar uno de mis libros. Eso es aplicar la cultura de la cancelación con mucha determinación. 

Debemos reconocer que China y Estados Unidos deberán cooperar en los próximos años o, de lo contrario, estamos todos condenados

No solo me ocurre a mí, por supuesto: para muchos otros es mucho peor. Como estaba dirigido a gente de izquierdas y disidentes, nadie reparó en ello. De modo que sí, estoy muy contento de que algunas personas finalmente hayan empezado a reparar en ello cuando les ha tocado de cerca. No les importaba cuando les estaba sucediendo de forma generalizada a los objetivos habituales. Es muy parecido a de repente preocuparse por las políticas identitarias entre los latinos cuando has tenido políticas identitarias de supremacía blanca por todas partes. Sí, es bueno preocuparse por ello. Preguntémonos por qué nunca nos preocupa cuando ocurre de manera generalizada y constante, pero contra personas, las que George Orwell llamaba “no personas”. 

Si hay gente cuyas opiniones no te gustan, no los echas del campus. No interrumpes sus reuniones. No destrozas sus despachos. No les envías amenazas de muerte. Les dejas venir al campus a hablar. He estado de acuerdo con eso toda mi vida, y por esa razón ha sido una vida solitaria.

Tiene una visión lamentable de la naturaleza del poder estadounidense en el mundo. Supongo que también tiene una visión bastante lamentable de la situación actual de Rusia y China. ¿Qué perspectivas cree que tienen las sociedades libres en el siglo XXI?

Es muy poco lo que usted y yo podemos hacer sobre la dura represión en China o sobre la corrupción y la represión de Putin en Rusia. Podemos lamentarlo y podemos decir que es perjudicial. No podemos hacer mucho al respecto. Podemos hacer mucho por nuestra propia sociedad. Nuestra propia sociedad se encuentra en un estado ruinoso. No soy el único que opina así. Puede leer a los comentaristas más serios y respetados del mundo. En el Financial Times de Londres, la revista de negocios líder en el mundo, su principal columnista, Martin Wolf –un columnista serio y muy respetado, que no es dado a la exageración– ha escrito columnas en las que expresa su profunda preocupación por el modo en que Estados Unidos se inclina hacia una dura autocracia. El sistema democrático se está derrumbando. Es un hecho ampliamente reconocido y podemos hacer mucho al respecto. Así que preocupémonos por ello.

En lo que concierne a la política exterior, hay que tener en cuenta algunas cosas. Respecto a China, una potencia en ascenso, deberíamos preguntarnos: “¿Cuál es esta amenaza de China contra la que nos estamos movilizando?”. ¿Qué es exactamente? Echemos un vistazo. No es tan fácil de identificar. El exprimer ministro de Australia tiene razón, estamos bajo las garras del dragón. Un distinguido estadista internacional, recientemente publicó un artículo sobre ello en la prensa australiana en el que preguntó: “¿Cuál es la amenaza de China?”. Y su respuesta fue: “Su existencia”. La existencia de China. Esa es la amenaza. Lo que llamamos la amenaza de China está en las fronteras de China. No está en el Caribe. No está en las fronteras de California. Decimos que China está haciendo cosas dentro de sus fronteras, como en Hong Kong, que no nos gustan ni deberían gustarnos. ¿Es una amenaza de China? China tiene una base militar en el extranjero, en Djibouti. Estados Unidos tiene 800 bases militares, muchas de ellas frente a las costas de China, que colocan misiles nucleares dirigidos a China. Acabamos de decidir enviar submarinos nucleares a Australia. Probablemente ni siquiera estarán operativos durante 15 o 20 años. Una consecuencia es impulsar a China a aumentar drásticamente sus fuerzas militares para contrarrestar esta nueva e importante amenaza para ellos. 

En segundo lugar, debemos reconocer que China y Estados Unidos deberán cooperar en los próximos años o, de lo contrario, estamos todos condenados. Es tan simple como eso. Las crisis a las que nos enfrentamos no tienen fronteras: la guerra nuclear, el calentamiento global y las pandemias deben abordarse a nivel internacional. ¿Podemos avanzar hacia la cooperación o debemos avanzar hacia la provocación, como el acuerdo del submarino nuclear? Bueno, creo que deberíamos avanzar contra la provocación, hacia la cooperación y hacia una estimación seria y honesta de lo que es la llamada amenaza de China. Y creo que descubriremos que Paul Keating, el exprimer ministro que he citado, fue bastante certero.

No es nada nuevo. ¿Por qué llevamos 60 años torturando a Cuba? ¿Existe una amenaza por parte de Cuba? ¿Por qué hemos llevado a cabo grandes campañas terroristas en Cuba o un embargo al que se opone todo el mundo? Observemos la última votación en la ONU: 184-2, Estados Unidos e Israel –Israel, un estado clientelar, tiene que votar con Estados Unidos– de manera efectivamente unánime. 

En EE.UU. estamos cometiendo grandes atrocidades por todas partes y de lo único que hablamos es de los crímenes de los demás

Una de las cosas buenas de Estados Unidos es que es una sociedad muy libre y abierta, por lo que tenemos un acceso inusual a documentos internos y podemos entender las razones de la política, si así lo deseamos. Podemos revisar las administraciones de Kennedy y Johnson y ver lo que decían. Lo que dicen es que el problema de la Cuba de Castro es su exitoso desafío a las políticas estadounidenses, que se remonta a la Doctrina Monroe, que estableció, al menos en palabras, el derecho de Estados Unidos a dominar el hemisferio. Cuba desafía eso con éxito y, por lo tanto, tenemos que torturar al pueblo cubano, destruir su economía y despreciar la opinión del mundo entero –y de hecho, debido al poder de Estados Unidos, incluso obligar al mundo a acatar un embargo aéreo–. A Europa no le gusta. A Asia no le gusta. Pero los obligamos a cumplirlo o los echamos del sistema financiero internacional. ¿Es ese el tipo de país que queremos ser? Bueno, hay que preguntarse sobre la amenaza de China.

¿Dónde estarían los límites de la cooperación? ¿Hay algo que pueda hacer el régimen chino que le haga pensar que no deberíamos cooperar con China de manera significativa?

Si China empezara a emular nuestro comportamiento –si empezara a tratar a Taiwán del modo en que nosotros tratamos a Cuba– entonces deberíamos preocuparnos. Pero no es así. Somos nosotros los que estamos haciendo eso en todo el mundo. Somos nosotros los que torturamos a Cuba. Somos nosotros quienes estamos creando la peor crisis humanitaria del mundo en Yemen al proporcionar armas e inteligencia a nuestros aliados saudíes. Somos nosotros los que estamos encarcelando a dos millones de personas, la mitad de ellos niños, en Gaza, en unas condiciones en las que los niños se están  envenenando porque no tienen agua potable. Eso es lo que estamos haciendo. Y puedo dar la vuelta al mundo dando más ejemplos. De modo que, si en algún momento China empieza a emular nuestro comportamiento en todo el mundo, ciertamente sería una amenaza.

¿Qué opina de lo que está haciendo China en Xinjiang?

Es horrible. Es muy represivo. No sé si es tan malo como lo que nosotros estamos haciendo en Gaza –probablemente no–, pero sin duda es malo. Un millón de personas han pasado por campos de reeducación. Existe amplia evidencia de que ha habido graves violaciones de los derechos humanos. Podemos preguntarnos –solo por nombrar uno de los muchos crímenes que estamos cometiendo en el mundo– si es comparable a lo que estamos haciendo no con un millón de personas, sino con dos millones de personas en Gaza, donde los niños se están envenenando porque no hay agua potable, gracias a que nuestras armas y apoyo diplomático han destruido los sistemas de alcantarillado, los sistemas eléctricos y habitualmente masacran a la gente. Eso difiere de Xinjiang de una manera radical. No podemos hacer mucho respecto a lo que hace China allí. Podemos hacer mucho –todo– respecto a lo que nosotros estamos haciendo. Así que miremos eso.

¿Cómo respondería a los críticos que se preocupan de que el hecho de concentrarse solo en lo que podemos hacer en nuestro propio país y concentrarse solo en los efectos nocivos del poder estadounidense le haya llevado, a lo largo de su carrera, a minimizar el sufrimiento impuesto por enemigos de los Estados Unidos?

Me hace una pregunta muy reveladora, muy común. El hecho es que estamos cometiendo grandes atrocidades por todas partes y de lo único que hablamos es de los crímenes de los demás. Y la pregunta es: “¿Por qué no hablamos de los crímenes de otros?”. Claro, deberíamos preocuparnos por los crímenes de los demás, pero en mucha menor medida que nuestros propios crímenes, por un simple principio moral: lo que importa es lo que puedes afectar. No tiene sentido condenar los crímenes de Atila el Huno, porque no se puede hacer nada al respecto. Lo que tiene mucho sentido es preocuparnos de nuestros propios delitos. 

Y lo que estamos haciendo, fíjese, no solo es rechazar el principio moral, sino hacer exactamente lo contrario. Simplemente hay que comparar la preocupación que suscita Xinjiang con la preocupación que suscita, por ejemplo, Gaza. La preocupación es al 100 % por las cosas que hacen otros –y por las que no podemos hacer nada al respecto– y no hay ninguna preocupación por lo que podemos hacer del todo. De modo que la pregunta es la misma, pero totalmente fuera de lugar. Sí, deberíamos estar preocupados por los crímenes de otros, pero no exclusivamente preocupados mientras no prestemos atención a nuestros propios crímenes. Más bien deberíamos seguir el principio moral de preocuparnos principalmente por lo que podemos afectar.

Me gustaría acabar con una pregunta muy distinta. Tengo tres amigos que cuentan que cuando eran estudiantes universitarios o incluso alumnos de secundaria le enviaron correos electrónicos, y todos se sorprendieron mucho al recibir una respuesta amable de su parte. Algunos de ellos mantuvieron la correspondencia con usted a lo largo de muchos años. ¿De dónde saca tiempo para interactuar con tanta gente y por qué cree que es importante dedicarle su valioso tiempo?

Solo es cuestión de tomar en serio a las personas. Recibo una auténtica avalancha de correos. Algunos son correos no deseados. Pero muchos proceden de personas absolutamente serias, personas que están radicalmente en desacuerdo conmigo pero que vale la pena tomar en serio. Si quieren mantener un debate serio, creo que merecen respeto y atención.

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Traducción de Paloma Farré.

Este diálogo se publicó en Persuasión.community

Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) conversa con el politólogo germano-estadounidense Yascha Mounk, sobre la teoría de la gramática universal, de si las políticas identitarias pueden ser de izquierdas y de la forma en que el mundo debería tratar a una China en ascenso.  

Los seres humanos poseen un...

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Yascha Mounk

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2 comentario(s)

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  1. Fernando

    Si, gracias por la publicación de la entrevista -y la traducción- a uno de los grandes intelectuales de la historia, sabiduría y divulgación al servicio de la humanidad. Desconocía que fuera víctima de tantas amenazas de los supremacistas.

    Hace 2 años 3 meses

  2. triskel-pilar

    Gracias mil por la entrevista. Conforta que existan personas como Chomsky, tanta inteligencia y tanta bondad calientan el corazón. 

    Hace 2 años 3 meses

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