
La directora de cine Carla Simón en una imagen reciente.
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Entre Verano 1993, Goya a la mejor dirección novel y mejor ópera prima en el Festival de Berlín en 2017, y Alcarràs, Oso de Oro a la mejor película en ese mismo festival en 2022, la directora catalana Carla Simón ha transitado desde el mundo infantil a los problemas de los adultos, desde lo individual a lo colectivo. Pero mantiene su mirada sutil y luminosa, con un fulgor mediterráneo que, sin escapar de los conflictos ni idealizar el mundo rural que retrata, los envuelve en una esperanzadora calidez familiar. A punto de estrenar en salas su segundo y premiado largometraje –el 29 de abril–, Simón nos habla de su cine, de los niños y de la familia. Y también del nutrido grupo de jóvenes mujeres cineastas del que se siente parte. Como bien sabían las feministas de los años 60 y 70 del pasado siglo: lo personal es político.
¿Qué cree que ha atraído de su película en lugares donde el modelo de familia mediterránea no es el imperante?
Al final, por más que el modelo de familia sea distinto, la gente no deja de tener una familia. A pesar de tener modelos distintos, hay algo en las relaciones familiares que puede llegar a gente de muchos sitios. Y también está el tema de la agricultura en familia, que está en crisis en otros países de Europa. Es un tema recurrente cómo se cultiva la tierra y qué nos llevamos al plato. Y supongo que es importante el tono de la peli, que hace que la gente empatice con los protagonistas y se identifique, a pesar de que sean mundos ajenos. En España hay gente que me dice que viene de un pueblo como Alcarràs. Puede que no tengas esa conexión, pero puedes conectar por otros lados.
En esta película lloran los hombres y las mujeres, no. Ellas se adaptan y luchan, son las primeras en tirar para adelante
En Alcarràs, con la excepción del abuelo, hay cierta contraposición entre las actitudes de hombres y mujeres: Quimet y su hijo mayor están más airados y enfrentados al mundo, mientras que ellas están más predispuestas a colaborar y a atenuar los conflictos que promueven los hombres. ¿Esto es así en general o es propio del ambiente rural?
Bueno, pasa a veces. Es un tema sobre el que quisimos reflexionar. Estamos en un momento en el que hay mogollón de relatos de mujeres feministas empoderadas y este no es uno de ellos. Eso no significa que no haya feminismo, y por eso con el personaje de Mariona, que es la adolescente, queríamos dar un poco de luz en este sentido. Tengo una prima que vive en Alcarràs y que está en la asamblea feminista y a tope con ese tema. Por eso, el personaje de Mariona baila La Patrona, tiene de espejo al personaje de la tía que viene de fuera, que tiene una mujer como pareja... Es algo que queríamos que estuviera ahí, pero de manera sutil, entendiendo que va más despacio. El modelo heteropatriarcal aún está muy presente y la masculinidad más típica también. Aun así nos parecía que era importante, más allá de retratar esa masculinidad, retratar también su parte más vulnerable. En esta película lloran los hombres y las mujeres, no. Ellas se adaptan y luchan, y son las primeras en tirar para adelante.
Ese enfoque se aprecia, pero a mí me daba la impresión de que prestaba más atención a Quimet, el pater familias, que a Dolors, su mujer, que tiene una influencia muy importante, pero diríamos que más tranquila...
En las familias que cultivan la tierra y en un momento de cosecha, el hombre es el que lleva la cosecha y es el centro de todo durante unos meses, por más gente que haya en la casa. Y en un momento de cosecha no puedes entretenerte, porque si no la fruta se pudre en el árbol. Puede que Quimet esté en negación del tema principal de la peli, que es que tienen que dejar las tierras al final del verano, y su incapacidad de pensar en cualquier otra cosa que no sea el trabajo tiene repercusiones en toda la familia. Y él es un poco el centro, sus emociones salpican a todos los personajes. La idea era construir esa coralidad, con Quimet en el centro, porque es lo que tiene sentido en una estructura familiar como esa y en un trabajo como ese. Hay una especie de efecto dominó en las emociones de los personajes a partir de lo que genera él o su incapacidad para gestionar las emociones.
Si todos los personajes de Alcarràs al minuto veinte se sentaran y contaran qué les pasa, la peli se acabaría ahí
Me interesa especialmente su idea de la familia. Ha dicho que la familia le parece “una respuesta a lo difícil que es el mundo y más después de la pandemia”, pero no deja de presentar sus conflictos.
Hay una cosa en las familias. Así lo he vivido en las mías. Es la falta de comunicación. Parece que, al compartir espacio y pasar tiempo juntos, lo sabes todo de todos y ya está, pero muchas veces las cosas no se hablan con claridad y se hacen bola. Siempre pienso que Alcarràs es una película sobre la incomunicación a nivel familiar y que si todos esos personajes al minuto veinte se sentaran y contaran qué les pasa, la peli se acabaría ahí [risas]. Es un poco esa idea de la incapacidad de comunicar, incluso de comunicar la idea o la duda, el deseo de ponerse a trabajar para el señor de las placas solares. Hay algo de que la incomunicación genera más conflicto. Y para mí eso es algo que vivimos todos en las familias. Eso no quita para que, en un momento dado, sí que pueda ser el refugio de algo. Así como el discurso que damos sobre la agricultura es muy pesimista, el de la familia sí es optimista porque se pelean, al final van a perder las tierras, pero se tienen entre ellos. Es mi punto de vista: en mi familia todos sabemos qué es lo primero y lo que ponemos por delante de todo, y que siempre está ahí. Sé que no es así para todo el mundo, pero así es mi manera de vivirlo y mi lista de prioridades.
Su conclusión respecto a la familia es positiva, pero no adopta ni un tono moralizante ni didáctico.
Cada familia es un mundo y cada dinámica es distinta. Hay dinámicas familiares más sanas y otras que no lo son tanto. Pero, para mí, a pesar de todo, cuando pasa algo ahí está. Es la educación que yo he recibido. En casa de mi madre me decían: tus hermanos son los que van a estar ahí siempre. Y nos ha quedado, creo, de una manera muy profunda. Es algo que se educa. Lo veo en mis tíos. Se pueden pelear, puede haber lo que sea. Pero se tienen de una manera muy fiel.
Volviendo al mundo rural, me da la impresión de que en Alcarràs, sin idealizar ese mundo, reivindica un cierto comunitarismo que se va perdiendo, unas relaciones intergeneracionales, incluso también una mayor libertad para que los niños exploren el mundo. ¿Eso contrapondría el mundo rural al urbano?
Para mí la película trata sobre un mundo que se acaba, no sólo una agricultura que se acaba, sino un modo de vivir. Al final el mensaje sobre la familia es esperanzador, pero es verdad que todo va a cambiar. Uno se va a trabajar con las placas y el otro no sabemos qué hará, pero no habrá la misma dinámica familiar. Reivindico mucho esta manera de vivir en familia. Yo, en mi caso, aún la vivo, pero entiendo que esa manera que se trata en la película es algo que desaparece también con el hecho de dejar de cultivar la tierra. Y ahí entra como un tono nostálgico, pero es algo que en el mundo en el que vivimos tiene cada vez más espacio.
Esa manera de acercarse a lo político desde lo íntimo es desde donde yo me siento cómoda
¿Diría que en su cine, al menos hasta ahora, hay un cierto rechazo a la vida urbana o a cierta concepción de la modernidad? Por ejemplo, en la película casi no se ven móviles.
Sí, claro, pero también por una cuestión narrativa. Sí se usan los móviles, pero no de la misma manera que en la ciudad. Es un sitio donde hay idas y venidas todo el rato, la gente está trabajando. A diferencia de lo que a veces podemos pensar sobre el campo, del ritmo pausado, hay un ritmo bastante trepidante, en el sentido de cómo funciona el trabajo, y el hecho también de vivir con tanta gente. Pasan muchas cosas a la vez. Todo lo que tiene que ver con los móviles no me interesa, me parece cinematográficamente muy pobre. Está metido en lo mínimo, cuando realmente los personajes lo necesitan. Que no significa que no lo usen, evidentemente. Está ahí sin recrearnos, porque me parece menos interesante.
Me ha sorprendido mucho en sus dos largos lo bien que sabe manejar a los niños. ¿Cuál es el truco, la guía para conseguir que sean tan sumamente naturales frente a la cámara?
Tiene que ver con el tema del casting, encontrar niños que puedan seguir direcciones, que te hagan caso y, sobre todo, que sean creativos. Pero para mí también es importante buscar niños con una gran imaginación, y con cierta inteligencia, que sean muy capaces de jugar, de proponer también ellos. Ese es el primer paso. Y una vez estén escogidos, deben tener ciertas características. En el caso de Estiu [Verano 1993] tenía que ser una niña de ciudad, con una mirada muy concreta. En el caso de Iris [en Alcarràs], tiene que ser una niña un poco salvaje, con cierto poder de liderazgo y eso lo tiene ella ya, su carácter se adaptaba mucho al personaje. El casting es importante y luego también trabajar para que todo lo que pase dentro de la película se lo estén creyendo. Que se lo crean de verdad. Hay que trabajar mucho antes. Hay que pasar tiempo juntos. Tú no puedes llegar al set y decirle a un niño: ese es tu padre. Antes hay que crear una relación y que realmente lleguen al set creyéndose que es su padre. En Verano 1993 empecé a trabajar de esa manera con las niñas. Entre ellas es necesario crear esas relaciones, y luego me he dado cuenta de que para los adultos también. Y todo ese trabajo previo de construcción de relaciones en la familia, toda esa improvisación, es esencial para llegar preparados al set.
Quería hablar de las referencias político-sociales que hay en su cine. En Correspondencia, el corto que hizo con la chilena Dominga Sotomayor, me pareció que huía del contacto con la realidad política más que ella. ¿Qué papel tienen en su cine estas referencias?
Depende de la historia. Ya reflexionamos mucho con Dominga cuando hicimos esto, pero de una manera muy espontánea, porque Correspondencia es un proyecto que surge de una manera muy espontánea, con la idea de que lo íntimo es político. Me di cuenta de que me siento cómoda hablando desde un sitio, no desde otro. No quiero hacer una película política subrayando un mensaje que quiero dar. Trabajo desde lo micro, desde las relaciones interpersonales, de esa idea de familia. Y yo diría que Alcarràs es, por encima de todo, una película sobre la agricultura, sobre la familia. Pero después vimos que estamos contando la historia de esta familia y que el resto de vecinos está en una situación parecida. Con otro motivo para dejar las tierras, pero también van a tener que dejarlas. Es un modelo que se está acabando. Entonces, esa idea de ir de lo micro a lo macro, partiendo de ideas muy pequeñas, creo que incluso nos sorprendió a nosotros mismos, que estaba en el guión, pero cuando editamos la peli tomó una potencia muy fuerte. Y esa manera de acercarse a lo político desde lo íntimo es desde donde yo me siento cómoda. Y lo siento como absolutamente indisociable de las historias, por más pequeñas que sean. En Verano 1993 estaba todo ese tema del SIDA que era importante y había marcado a toda una generación, pero siempre desde la sutileza, sin subrayar que queremos contar algo a nivel político, sino entender cómo les afecta a nuestros personajes desde un sitio más humano.
¿Cómo se ve dentro del reciente movimiento de mujeres jóvenes cineastas que están teniendo éxito y mucha repercusión? ¿Se siente parte de él?
Me siento parte de eso, evidentemente, porque lo vivimos juntas. Vivo en Barcelona. Somos muchas, nos conocemos todas. Compartimos procesos. Leo los guiones de otra gente, de mis colegas, no sólo mujeres, también hombres, ellos o ellas se leen los míos, nos enseñamos los cortes. Entonces hay algo como de crecer juntas. Nos han faltado referentes cuando estábamos estudiando, a nivel femenino. No me siento nada cómoda cuando me preguntan cómo me siento al ser la punta de esto, porque no me siento punta de nada, porque creo que estamos todas a la vez. Para mí fue importante cuando Mar Coll sacó Tres días con la familia, porque me di cuenta de que era alguien joven, mujer, que estaba haciendo lo que yo deseaba hacer. Para mí, si alguien empezó algo fue Mar y luego, al cabo de unos años, ha habido toda esa nueva generación que esperamos que ya estemos aquí para quedarnos, en el sentido de que nosotras tenemos que hablar todo el rato de eso, pero creo que hay que hacerlo, para que nuestras alumnas no lo tengan que hacer. Aparte, todas estamos muy comprometidas con la educación y damos clases. Me siento muy afortunada de estar en ese momento, que es muy colectivo y muy positivo. Que el éxito de una es el de todas.
Entre Verano 1993, Goya a la mejor dirección novel y mejor ópera prima en el Festival de Berlín en 2017, y Alcarràs, Oso de Oro a la mejor película en ese mismo festival en 2022, la directora catalana Carla Simón ha transitado desde el mundo infantil a los problemas de los adultos, desde lo...
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