1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

PASCUAL GIL GUTIÉRREZ / PROFESOR Y ENSAYISTA

“La demonización de la memoria es un tiro en el pie en la práctica educativa”

Esther Peñas 28/10/2022

<p>Pascual Gil, profesor de Historia.</p>

Pascual Gil, profesor de Historia.

Cedida por el entrevistado

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

A principios del siglo III a.C., Roma ya se había anexionado toda la península itálica. Tocaba enfrentarse con la otra potencia hegemónica en el Mediterráneo central: la ciudad norteafricana de Cartago. Así surgieron no solo las guerras púnicas, sino una suerte de sentencia amenazadora: Carthago delenda est. Cartago tenía que ser destruida para que triunfase el imperio. Tomando esta advertencia, el profesor y ensayista Pascual Gil (Alicante, 1995) acaba de publicar Schola delenda est? (Apostroph, Edicions i Propostes Culturals), un texto en el que analiza cómo el sistema pretende dinamitar la escuela, el valor del saber y la figura del profesor, de manera que no sea un lugar donde el conocimiento presida, sino un espacio en el que se contenga (y contente) a las masas de jóvenes que tendrán que adaptarse a un futuro sin propuestas para ellos.

En la historia humana, el hecho de disponer de una escuela de todos y para todos es la excepción, no la norma, y vivimos un momento de reacción por parte de las élites

¿A quién beneficia destruir la escuela y dinamitar el saber?

El ideal ilustrado sobre el saber y sobre la ciudadanía soberana es una de las principales fuentes de las que bebe nuestra escuela pública, gratuita y obligatoria. Latía en su origen ese afán por democratizar y difundir un conocimiento que siempre ha sido privativo de unas élites minoritarias y usado como un arma más para monopolizar el poder. El que sabe es libre, y más libre el que más sabe, decía Unamuno. Es libre el que sabe lo que tiene que hacer y dispone de los recursos materiales e intelectuales para llevarlo a cabo. Por tanto, no debemos olvidar que, en la historia humana, el hecho de disponer de una escuela de todos y para todos es la excepción, no la norma, y sinceramente creo que vivimos un momento de reacción por parte de las élites. Tras un lapso de tiempo en el que el capitalismo industrial ha requerido de grandes masas de población formada, asistimos hoy a un estadio posindustrial, con los procesos productivos mecanizados o robotizados, en el que se necesita ya solo una pequeña cantidad de mano de obra altamente cualificada mientras la mayoría está condenada a vagar en la precariedad y la temporalidad. En este escenario, una escuela pública exigente, universal y entregada en cuerpo y alma a enseñar por igual al hijo del obrero y al hijo del banquero no solo es tremendamente cara y económicamente improductiva a ojos de las élites socioeconómicas, sino contraproducente desde una perspectiva de control social. Un ciudadano formado, crítico e inquieto cuestiona el sistema. Un ciudadano ignorante, ensimismado y terapéutico como mucho aspira a adaptarse a él.

Schola delenda est? ¿Qué se pierde al arrumbar el latín y el griego a los márgenes de las enseñanzas obligatorias?

El desprecio continuo y el arrinconamiento (en el caso del griego, práctica desaparición) de las disciplinas humanísticas es solo un síntoma de un problema mucho más grave: quieren convencernos de que solo merece la pena aprender aquello que evidencie una aplicación rápida e inmediata en pos de conseguir un producto de impacto. “¿Para qué le sirve al niño aprender algo de latín, filosofía, literatura o historia?”, es una pregunta típica en el mundo educativo, y el propio hecho de expresarla deja claro que ya no consideramos el saber como un bien en sí mismo que se justifica a sí mismo. Despreciar las humanidades es renunciar a comprender buena parte del mundo, cómo este ha llegado a ser como es y qué opciones tenemos para mejorarlo. Sin humanidades, no podemos pensar y mejorar el mundo, solo adaptarnos a lo que nos dan y en lo que no tenemos nada que decir.

Despreciar las humanidades es renunciar a comprender buena parte del mundo, cómo este ha llegado a ser como es y qué opciones tenemos para mejorarlo

¿Qué características tiene el “pedagogismo mesiánico” del que usted habla?

Ha habido y hay grandísimos pedagogos preocupados por hacer bien su trabajo y mantener el rigor en sus investigaciones y propuestas. Sin embargo, han proliferado los charlatanes y vendehumos que secuestran el nombre de la pedagogía y visten con él sus propuestas más absurdas, sus teorías más pseudocientíficas y sus chiringuitos más lucrativos. El mesianismo pedagogista es ese que abomina de todo lo que considera anterior y tradicional, el que afirma que todo se ha hecho mal hasta ahora y el que dice poseer una varita mágica y una receta única para solventar los problemas educativos. Representa el puro adanismo que cree redescubrir el Mediterráneo tras cada esquina, cada mañana, y llama tonto y ciego al marinero fenicio (el profesor) que lleva siglos navegando y bregando en ese mar.

De todas las invectivas contra la transmisión del saber, contra la educación misma, ¿cuál es la que más aliena al alumnado?

Hoy, te diría que hay dos grandes trampas para nuestro alumnado. La primera es esa afirmación falsa de que no hace falta aprender cosas porque todo el conocimiento está ya en internet. Es falsa porque, en realidad, en internet hay información, que puede ser buena, mala, nefasta, regular o directamente demencial, pero no conocimiento. Igual que antes estaba la enciclopedia y nadie dudaba de que había que aprender cosas, hoy hay que aprender cosas y construir unas bases de conocimiento sólido y suficiente para que internet sea una herramienta útil. Nadie puede optar a buscar, filtrar, seleccionar y criticar una información sobre una temática de la que no tiene ya un cierto dominio. La segunda trampa se concreta en ese caballo de Troya que llaman “enseñar a ser” y que viene camuflado bajo el paraguas de la inteligencia emocional, la gestión de emociones, el espíritu emprendedor, la resiliencia, el mindfulness, el coaching, la psicología positiva… Todos ellos conceptos, técnicas o propuestas tremendamente cuestionados en sus bases teóricas y en sus resultados por las distintas disciplinas científicas (psicología, psiquiatría, sociología…) y claramente instrumentalizados al servicio del discurso hegemónico que busca modelar al sujeto ideal perfectamente adaptado y adaptable a un entorno socioeconómicos hostil, inseguro y precarizado. Por ejemplo, ya no debemos llamar problema a un problema, sino “reto” o “desafío”.

Hablar de aprendizajes no memorísticos, ¿es engañar a la gente?

Claro. No hay aprendizajes no memorísticos porque nada has aprendido si nada ha quedado fijado en tu memoria. Es obvio. La demonización de la memoria es un tiro en el pie en la práctica educativa. Es como hablar de unas matemáticas no numéricas o no simbólicas. Esta demonización hunde sus raíces en la reacción contra un hombre de paja que no existe: una escuela en la que los niños memorizan, repiten y olvidan, sin aprender nada. Aún hay quien habla de la lista de los reyes godos… Y a esos reyes creo que no se les ve el pelo en un aula desde hace 80 años.

Si al profesor se le pide hoy en día que no enseñe, ¿qué papel se le adjudica?

Se le adjudica un papel de custodia, por supuesto, para masas de población económicamente improductivas porque todavía no están en edad laboral. También se le despoja de la autoridad que le confería su función docente, que bebía esencialmente de su saber y de su capacidad para transmitirlo, cuestionando su trabajo constantemente y reduciendo su perfil al de un técnico perfectamente intercambiable por otro. El docente cada vez debe dedicar menos tiempo a trasmitir y después valorar lo que un alumno sabe o no sabe y, en contraposición, debe dedicar más a asegurarse de que la actitud y las formas del alumno se adaptan al ideal de conducta que espera el sistema. Fíjate, al conjunto de las características que debe cumplir un alumno al salir de la ESO se lo llama “perfil de salida”. Tristísimo.

En un mundo de relatos que justifican y legitiman intereses, parece que van perdiendo la guerra el dato, la reflexión, la dialéctica, incluso las normas más básicas de la lógica

Que estemos en la época de las postverdad, donde la verdad es lo de menos, ¿entronca con el propósito de dinamitar la enseñanza?

Claro, a nadie se le escapa que el docente y la institución escuela están en cuestión porque su razón de ser original, que es elaborar, albergar y transmitir conocimientos verdaderos (o, al menos, la aproximación más perfecta a la verdad de la que somos capaces), está igualmente en cuestión. En un mundo de relatos que justifican y legitiman intereses, parece que van perdiendo la guerra el dato, la reflexión, la dialéctica, incluso las normas más básicas de la lógica. La palabra ya no refiere una realidad objetiva, sino que busca crearla según convenga. Es todo un enorme trampantojo. En realidad, creo que ya ni siquiera estamos en una insufrible fase relativista, sino en una aún más peligrosa fase nihilista. No reaccionamos ante la mentira flagrante, simplemente nos da igual.

“Hoy (…) no queman bibliotecas, las cierran; nos destruyen restos arqueológicos, los dejan sin financiación; no publican índices de libros prohibidos, vacían las escuelas de contenidos científicos y académicos”… ¿Por qué no hacemos nada?

Quizá porque nuestra sociedad, en general, ya no considera el conocimiento, la inquietud intelectual o la rigurosa investigación como elementos valiosos en sí mismos. Quizá es ese relativismo que roza el nihilismo del que hablábamos antes. Estamos como anestesiados por una doctrina del shock continua y una cascada de información incesante que nos ha arrebatado la soberanía sobre nuestra propia atención y capacidad reflexiva.

¿Cuánto de colaboracionismo existe entre los propios profesores?

Siempre hay un sector de los docentes, por fortuna minoritario, que hacen de abogados de cualquier cosa que suene bien, moderna e innovadora, lo sea o no. Algunos lo hacen porque realmente se lo creen, otros porque ven una oportunidad de medrar en el sistema educativo y otros porque aprovechan el filón comercial saliéndose de las aulas. La mayoría, no obstante, somos profesionales que intentamos hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible cada día, sin ruidos y sin estridencias. Un profesor quiere ser el mejor aliado de una familia en la formación de sus hijos. Eso sí, estamos agotados, sobrepasados por las ratios, enterrados en papeleo absurdo y, hasta cierto punto, temerosos ante las administraciones de turno y acomplejados ante la opinión pública. Por ejemplo, he visto a docentes que se niegan a hacer una reivindicación puramente laboral si no está acompañada de alguna alusión a una mejora para los alumnos. ¿Por qué? ¿A qué viene este miedo a decir alto y claro que somos clase trabajadora y luchamos por nuestros derechos y nuestras condiciones?

Estamos agotados, sobrepasados por las ratios, enterrados en papeleo absurdo y acomplejados ante la opinión pública

¿Qué nivel de perversión existe al hacer de las nuevas tecnologías la base de la enseñanza?

Sufrimos una fiebre tecnoutópica. No hace falta memorizar porque está Wikipedia, no hace falta saber dividir porque tenemos calculadoras, no hace falta ceñirse a la norma ortográfica porque tenemos autocorrectores… Dentro de poco alguien dirá que no hace falta ni pensar porque ya hay inteligencia artificial. Por supuesto, no defiendo la tecnofobia porque sería absurdo, y lo cierto es que todo progreso tecnológico es potencialmente positivo si tenemos claros los objetivos, los contextos y las razones que justifican su empleo. Internet es un arma poderosísima en manos de quien ya sabe y peligrosísima en manos de quien no. El uso de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) con niños y jóvenes debe condicionarse en tres sentidos: qué sabemos sobre cómo afecta a nivel cognitivo, social y madurativo la exposición constante a pantallas y a cierto tipo de contenidos y redes sociales, qué bondades pedagógicas reales y demostrables aporta el uso de las TIC y hasta qué punto los intereses económicos de las grandes tecnológicas (venta de dispositivos y consecución de datos personales) son compatibles con la función de la institución escuela.

La transformación de la escuela en un centro de capacitación, ¿viene dictado por las multinacionales, por el sistema?

Como he dicho, una escuela consagrada al saber por el saber y la formación de ciudadanos críticos y autónomos no entra en los planes de nadie, por cara, por superflua (según ciertos criterios) y por contraproducente (según ciertos objetivos). Las directrices educativas vienen marcadas por entidades económicas antidemocráticas, no representativas, como la OCDE (encargada de los estudios PISA internacionales, por ejemplo) y nadie dice nada ante esta aberración. Así, en última instancia, el sistema educativo no se rige por valores genuinamente pedagógicos, sino en términos de productividad, rendimiento, empleabilidad y adaptación a la realidad económica impuesta. Ya ni siquiera se concibe que cualquier aprendizaje tenga un valor propio a menos que contribuya de alguna forma a desarrollar una presunta “competencia” supuestamente demandada por el mercado del siglo XXI.

¿Tiene capacidad de enmienda este modelo educativo?

Tiene capacidad de enmienda nuestra idea de para qué debe servir una escuela pública. Si conseguimos recuperar la idea de una escuela emancipadora para aquellos que nacen sin red privada de seguridad tendremos que configurar un modelo adaptado a ella. Y se puede intentar. Si no lo creyera, no podría seguir siendo profesor.

La flipped classroom, la gamificacion, el desing thinking, el aprendizaje basado en proyectos de contenidos trasversales… ¿en qué momento la educación tuvo que convertirse en un parque de atracciones para los alumnos?

En realidad, no es ningún parque de atracciones porque, a pesar de sus promesas, estas técnicas y métodos no divierten necesariamente. Como alumno, he experimentado la gamificación, el role-playing o el ABP, y no son varitas mágicas, incluso pueden caer en el absurdo, el sopor y el aburrimiento más insoportable ante la evidencia de no estar aprendiendo nada. No existe una metodología única, intrínsecamente motivadora, que sirva para enseñar cualquier cosa, a cualquier persona, en cualquier momento, en cualquier contexto, en manos de cualquier docente… El boom de los métodos que se venden como mágicos es indisociable, en primer lugar, del discurso de la innovación como mercadeo puro y duro y, en segundo lugar, de una creencia muy asentada en el mundo educativo: que el niño tiene que estar en movimiento, sonriente, feliz y pasándolo bien porque así, de alguna manera inexplicable, descubrirá por sí mismo todas las cosas partiendo de sus intereses y construirá su propio conocimiento de manera significativa. Esta imagen, aunque idílica y entrañable, parte de muchos presupuestos falsos, por ejemplo: el niño no es una tabula rasa pura y prístina cuando llega al colegio o al instituto, sino que ya está totalmente mediatizado por su entorno en sus ideas, concepciones, prejuicios, intereses… Tampoco parece muy probable que nadie se pueda llegar a interesar y motivar por algo que desconoce y aún menos probable es que un niño, en los diez años de escolarización obligatoria, descubra por sí mismo conocimientos y razonamientos a los que la Humanidad en su conjunto tardó siglos o milenios en llegar. Por supuesto, no estoy descalificando todas estas metodologías, pues pueden ser útiles en un momento dado, pero sí intento privarlas de su halo mágico. Todo esto se aclararía un poco si “desfacemos algunos entuertos” y prejuicios y aceptamos que un niño físicamente activo y sonriente puede estar apagado cognitivamente y no estar aprendiendo nada o que el aburrimiento en su justa dosis no es un crimen o que el trabajo consciente por aprender cosas es innegociable, sobre todo llegados a ciertas etapas educativas, o que es más provechoso en el aprendizaje lo que se percibe como interesante que lo que se fuerza como divertido.

¿Cómo ha de ser un buen profesor? ¿Cómo se reconoce a un maestro?

No tengo una idea tan clara como para hacer un juicio general, porque todos somos buenos, malos o regulares según para quién y según el día, o incluso durante el mismo día. Solo creo que un profesor debe ser un apasionado de su materia, dominarla todo lo que pueda y le permitan su tiempo y sus capacidades, mejorar cada día en ella y en su didáctica. Al final, los alumnos no recuerdan al profesor que iba de moderno, de colega o de guay, sino al profesor que explicaba tal o cual materia con una maestría que atrapaba, disfrutando él mismo de su contenido, sus métodos, sus entresijos, su vocabulario… De manera adicional, también creo que un docente debe tener un bagaje cultural rico que le permita contextualizar ampliamente su materia y tender puentes con otros campos del conocimiento. Un punto de erudición, en pocas palabras.  El buen profesor, si existe, debe ser ese al que sus alumnos, cuando acaba la clase, le dicen: “Jo, profe, tú sabes una barbaridad”. Un profesor que despierta cierta admiración porque sabe algunas cosas y parece empeñado en compartirlas con todos, sean quienes sean, vengan de donde vengan y tengan lo que tengan, porque está convencido de que aprender un poco más los hace un poco más libres.

¿Por qué las distintas reformas educativas han ido socavando la figura del docente?

Quizá porque se han dado cuenta de que un profesor dispuesto a enseñar es el último dique que separa al niño de un mundo que lo quiere devorar.

Detrás de todas esas alharacas que van conquistando la educación (capacitación para el mañana, inteligencia emocional, espíritu emprendedor), ¿no existe una realidad reaccionaria?

Por supuesto. Una escuela pública que renuncia a enseñar o solo quiere enseñar aquello que el mercado demanda e impone como útil contribuye a un nuevo Antiguo Régimen. Es la vuelta a un estadio tétrico en el que una minoría elitista privatiza el conocimiento y una gran mayoría de personas se ven condenadas a saber solo lo “útil” para no dejar de ser nunca productivas y empleables en un sistema en el que no tienen nada que decir ni decidir. El “¿para qué le sirve a este niño aprender latín, matemáticas o filosofía si va a ser camarero en un chiringuito?” que te podría decir cualquier persona hoy en día se parece mucho al “¿para qué le sirve a mi siervo aprender latín, matemáticas o filosofía si va a trabajar en mis tierras hasta que muera?” que podría pensar cualquier señor feudal del siglo XI.

A principios del siglo III a.C., Roma ya se había anexionado toda la península itálica. Tocaba enfrentarse con la otra potencia hegemónica en el Mediterráneo central: la ciudad norteafricana de Cartago. Así surgieron no solo las guerras púnicas, sino una suerte de sentencia amenazadora: Carthago delenda...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autora >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí