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Reportaje

Lavapiés en su laberinto

El barrio más popular del centro de Madrid se degrada a pasos agigantados entre narcopisos, desestructuración social y la planificación de un ayuntamiento entregado a la gentrificación que dicta el mercado

Gorka Castillo 21/10/2022

<p>Las banderas amarillas de Lavapiés Denuncia, un movimiento vecinal contra los narcopisos y la degradación, en una fachada del barrio.</p>

Las banderas amarillas de Lavapiés Denuncia, un movimiento vecinal contra los narcopisos y la degradación, en una fachada del barrio.

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Es apenas un instante en el que al sol de este otoño madrileño le cuesta calentar la plaza Arturo Barea del céntrico barrio de Lavapiés. Un anciano camina como un animalillo frágil, ayudado por una mujer latina que podría ser su hija. Se detiene, suelta el brazo de su acompañante y observa cómo tres jóvenes se esfuman tras las vallas de un solar en la calle Mesón de Paredes. Al otro lado, una octogenaria se sienta en un banco y apoya su cabeza en el hombro de una chica menuda como si quisiera dejarse adormecer. A unos metros, un hombre duerme el sueño de las amapolas sobre un colchón mugriento. La anciana parece mirarlo consternada, pero un chico que grita en un portal de la calle Sombrerete llama su atención. De la fachada del inmueble cuelgan varias banderas amarillas, el nuevo escudo de armas que fomenta un movimiento vecinal para denunciar la carcoma del narcotráfico que sacude la vida del barrio.

“Hay muchas contradicciones en todo lo que está ocurriendo en Lavapiés. Algunos medios de comunicación difunden que tenemos un problema con la ‘okupación’, otros que son los ‘narcopisos’. Y es cierto que la droga ha regresado y que la inseguridad se ha multiplicado, pero son parte de las consecuencias de un proceso más complejo que se soslaya quizá de manera interesada. Me refiero a la gentrificación gradual del barrio que se puso en marcha hace ya algunos años”, explica Elia Marcos, vecino desde hace 26 años e impulsor de #LavapiésDenuncia, la plataforma virtual, y ya no tan virtual, nacida hace un par de meses para combatir las sombras que amenazan con disolver la convivencia.

“Ante la dejadez institucional, que ha permitido llegar a la situación actual, nuestra voluntad es seguir luchando para frenar esta dinámica de degradación del barrio”. Así comienza el manifiesto #LavapiésDenuncia que, tras agotadores debates y múltiples correcciones, han logrado sacar adelante un centenar de vecinos cargados de razones para presentarlo ante la junta municipal del distrito a la que pertenece el barrio: “No exigimos regalos, sino poner freno a la degradación. Es nuestro derecho ante lo que estamos viendo y sufriendo”, remacha Marcos.

El manifiesto se ha difundido por tiendas, organizaciones y locales del barrio. Y están recogiendo adhesiones que ya superan las 500. #LavapiésDenuncia es un grupo versátil, sin margen para los prejuicios políticos excepto aquellos que deslicen un racismo más o menos disfrazado, un peligroso veneno que también aquí está inoculado. El extenso documento aprobado se asienta sobre cinco requisitos fundamentales que resumen el estado de inquietud de todo el barrio: desmantelamiento de los ‘narcopisos’, mayor presencia policial en zonas conflictivas ya identificadas, creación por parte de las instituciones municipales de un verdadero plan para la integración de los inmigrantes, adecuación de los recursos sociales a las necesidades actuales de lucha contra la drogadicción, el ‘sinhogarismo’ y la atención de menores. Por último, exigen establecer límites al número de pisos turísticos y plazas hoteleras y fortalecer las viviendas sociales y el alquiler a precio tasado para que la población de renta media-baja, el tejido vecinal histórico de Lavapiés, no continúe marchándose del barrio.

Pero aquel mito vibrante se desvanece entre una marginalidad callejera cada vez más obscena y la codicia de unos vampiros inmobiliarios que se benefician de un modelo de saneamiento urbano que sólo responde al dinero. Desde el punto de vista del vecino, la consecuencia de esta política es que la calidad de vida ha empeorado. Desde la llegada de José Luis Martínez-Almeida a la alcaldía hay más basura en las calles, los pobres son legión, los alquileres se han disparado y, si bien se mantienen unos niveles de seguridad aceptables, la delincuencia exhibe sus afilados colmillos sin rubor. “Su proyecto de ciudad es inexistente. Es el que dicta el mercado sin planificación ni participación ciudadana”, estima Fernando, vecino de Lavapiés desde hace dos décadas y buen conocedor de los desafíos futuros de la planificación urbana. La propia delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, ha reconocido que, analizado con rigor el problema de Lavapiés, no es solo un tema de seguridad, “sino de integración social, servicios sociales y atención a la drogodependencia”. Y ha culpado a Almeida y a su gobierno “de mirar para otro lado”.

Hace cinco años bastaba con pasear por las calles para calibrar el estado de las cosas: población envejecida con bajos recursos viviendo en infraviviendas con rentas antiguas, edificios a los que la desidia de sus dueños terminaron transformando en cuarteles de la droga. Hubo uno tremendo en el número 10 de la calle Doctor Piga, aunque nunca trascendió que su propietario era el BBVA. Irresistibles cebos inmobiliarios para que fondos de inversión españoles y extranjeros olieran la sangre y se lanzaran a la yugular. Desalojaron locales con el pretexto de la ‘okupación’, compraron casas enteras situadas a escasos minutos de imanes turísticos como el Museo Reina Sofía y el Paisaje de la Luz. Muchos de ellos siguen vacíos y tapiados. “No les preocupa la rentabilidad a corto plazo”, agrega Elia Marcos. El caso vivido con el Restaurante Baobab, un conocido restaurante senegalés que se vio obligado a cerrar tras catorce años de actividad tras la adquisición del edificio por un inversor para construir un hotel, es sólo un ejemplo reciente. El remate final llegó en 2018 cuando la revista Time-Out calificó a Lavapiés como el barrio más cool del mundo. La fama no repercutió en una mejora de la personalidad histórica del barrio sino que aceleró su transformación en zona de turismo low-cost, un modelo cuya rentabilidad es cuestionada en todos los mentideros. “Un factor importante, al menos de momento, es que este proceso no ha provocado una repulsa asociativa. Muchos de los vecinos más veteranos, los que son propietarios de viviendas y están hartos del deterioro gradual que observan, ven la gentrificación como algo bueno, aunque cuando concluya terminen arrepintiéndose”, añade Fernando. 

Hubo un gran cuartel de la droga en el número 10 de la calle Doctor Piga, aunque nunca trascendió que su propietario era el BBVA

La tensión se palpa en algunas de sus calles –la plaza Nelson Mandela por ejemplo se transforma en cuadrilátero donde vándalos dirimen cuitas personales–, y en el ánimo de muchos vecinos que están perdiendo algo más que la paciencia. El ruido de una sirena policial hace poner pies en polvorosa a unos chicos que menudean drogas en la calle Ministriles. Cuando comprueban que la policía pasa de largo regresan con una parsimonia admirable. Su oficio principal es subsistir: trapichean en la calle lo que hábiles mercaderes almacenan en pisos. Nmaye viste camisa blanca, pantalón azul y una gorra de los Chicago Bulls con la visera hacia atrás. Dice en castellano que hace lo posible cada día para llevar comida a su casa, pero que nada de drogas. “No me meto con nadie”, insiste. Tiene esposa y dos hijos. Lleva seis años en Madrid y le gusta la ciudad aunque vivir está cada vez más difícil porque los alquileres han subido. “Antes pagaba 300 euros, ahora 650. Mucho”. De Lavapiés opina que salta a la vista que está peor que hace unos años. “Falta de todo, hay más peleas. No era así cuando llegamos. Los servicios sociales ya no atienden y la policía no nos deja en paz”, afirma. Nmaye no quiere alimentar el victimismo, pero proclama sin ambages que el problema es más de convivencia que de inseguridad. Asegura que es identificado cada día “sólo porque soy africano y negro”. Con los homeless, asegura, hay más tolerancia. La policía pasa de largo como si formaran parte de la arquitectura del barrio. Y cada vez hay más. “Si fueran al barrio de Salamanca no durarían ni cinco minutos. Por eso vienen aquí”, añade Nmaye.

En ello no difiere ni un ápice del análisis de Luis Mengs, realizador y autor del documental En el barrio. Hicimos lo que pudimos sobre el desinteresado rescate vecinal que se gestó durante la pandemia: “Lavapiés está lleno de agentes. Unos con uniforme y otros van de paisano pero todos saben, como lo sabemos los vecinos, dónde se vende droga y quiénes son los vendedores. Si lo consienten, ellos sabrán los motivos. Desconozco si esto responde a una estrategia premeditada, pero no se aborda como un problema con el que hay que acabar”.  El milagro de los buenos negocios. Sin una verdadera implicación colectiva, desde las instituciones al último residente, es difícil que estas cosas cambien a mejor.

Lavapiés es el barrio del distrito centro con mayor concentración de dispositivos de seguridad pero, atendiendo a los datos aportados por la policía, no es el más inseguro

Enclavado en el distrito centro de la capital, Lavapiés tiene censadas hoy poco más de 45.000 almas. Es una cifra referencial porque si se incluyera a la población flotante, la que diariamente viene, pasa el día y se va de madrugada, el número se duplicaría. Sus calles siempre están abarrotadas de gente en movimiento. De sol a sol, la vida es un hervidero. La prueba es que el negocio más atareado del barrio es el supermercado que hay junto a la entrada del metro. Fue el primero de Europa en mantenerse abierto las 24 horas del día. Ahí han colocado esta semana una nueva cámara de vigilancia omnidireccional de las 17 que van a instalarse y que se suman a las 48 que ya funcionan. Lavapiés es el barrio del distrito centro con mayor concentración de dispositivos de seguridad pero, atendiendo a los datos aportados por la policía, no es el más inseguro. En los últimos cinco meses, se practicaron 30 detenciones y, según el alcalde Almeida, el desalojo en septiembre del edificio La Quimera contribuirá a reducir la cifra aún más porque era “uno de los principales focos de delincuencia”. 

Sin embargo, el bloque está abandonado desde hace medio siglo. El grupo municipal de Más Madrid ha pedido a su propietario que lo ceda a la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo (EMVS) para dedicarlo a alquiler social y, en caso de negarse, iniciar un expediente de expropiación. El Pleno del distrito Centro, celebrado el miércoles, rechazó esta propuesta con los votos de PP, Ciudadanos y Vox. El PSOE se abstuvo.

Lavapiés siempre fue un mapamundi de convivencia pero hoy exhibe todos los síntomas de la degradación urbana. Las calles están más sucias, los abandonados son más numerosos, la droga no deja de multiplicarse. Hay turistas que pasean despistados fotografiando grafitis de rebeldía como si fueran hallazgos sorprendentes de un yacimiento arqueológico. El anciano que paseaba agarrado a una mujer latina por la plaza Arturo Barea emprende el camino de regreso a su casa. El sol ha empezado a calentar las terrazas. Dos niños juegan con un perro. La vida ha empeorado en el barrio y nadie sabe lo que depara el futuro.

Es apenas un instante en el que al sol de este otoño madrileño le cuesta calentar la plaza Arturo Barea del céntrico barrio de Lavapiés. Un anciano camina como un animalillo frágil, ayudado por una mujer latina que podría ser su hija. Se detiene, suelta el brazo de su acompañante y observa cómo tres jóvenes se...

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