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TIRANDO DEL HILO, IX

El relato profundo de la maternidad

Hay piezas que faltan en el puzle, porque muchas de las experiencias surgidas en torno a ser madre están todavía sin contar

Carmen G. de la Cueva 4/11/2022

<p>Detalle de <em>Las tres edades de la mujer</em> (Gustav Klimt).</p>

Detalle de Las tres edades de la mujer (Gustav Klimt).

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1. ¿Hay demasiados libros sobre la maternidad?

De un tiempo a esta parte se repite la pregunta en conversaciones, en las redes sociales, en los artículos de opinión: ¿se publican demasiados libros sobre maternidad? Para algunos no es una pregunta, más bien una afirmación: se publican demasiados libros sobre maternidad o escribir sobre la propia maternidad es una moda. A mí todo esto me suena misógino, antiguo, hasta reaccionario. ¿Se publican demasiados libros sobre la familia? ¿Sobre la memoria de las víctimas del Holocausto? ¿Sobre la Guerra Civil? ¿Sobre el amor? Entonces, ¿por qué siempre ronda la duda en torno a las autoras que deciden abordar la maternidad desde la literatura? ¿Acaso la experiencia materna no puede reflejar al género humano y todos sus vericuetos: la compasión, la empatía, la vida y la muerte, la soledad, el miedo, la desesperación, el goce? Yo leo y leo y hay libros que me gustan más y libros que me gustan menos, pero siento que el tema no se agota nunca porque la experiencia materna es inagotable. 

Confieso que la maternidad es mi gran nudo, el tema al que llevo dándole vueltas desde muchos años antes de ser madre. Y ahora que mi hijo va a cumplir cuatro años y yo voy a cumplir cuatro años y nueve meses de madre siento que todo empieza a cambiar entre nosotros, se ha transformado la relación, ahora no solo soy yo la que cuida de él, mi hijo me conoce mejor que nadie, me mira y me atiende, me salva. Hay tantos relatos sobre la maternidad como madres en el mundo por eso no me canso nunca de leerlos. Y todavía veo que faltan. Cada uno de los libros que leo sobre el tema me ayuda a entender mejor mi propia experiencia, a confrontarme, por eso sé que hay piezas que faltan en este puzle materno porque muchas de las experiencias surgidas en torno a ser madre están todavía sin contar. 

2. Todas las madres que fuimos y que seremos

Hay unos versos del libro El centro del amor de la poeta argentina Bárbara Duhau que dicen: 

Estar

bajo techo

era estar presa

con el llanto

del bebé

mi soledad 

de adulta

el ruido

tan intenso

de mi propia maquinaria

(…)

un día seré

la madre

que quiero ser

ahora me sale

ser esta

fragmentada

Bárbara me acompañó en mi puerperio desde la distancia. Ella era una madre de una niña de tres años y yo era una madre de un bebé de meses. Nos escribíamos mails larguísimos, nos enviábamos fragmentos de textos. La leía desde el sofá al amanecer o en mitad de la noche tumbada en la cama con mi hijo mamando y me consolaba. Era como si me escribiera desde el futuro. La maternidad no siempre sería igual, cambiaría con el tiempo, cambiaría a medida que mi hijo fuera creciendo. La maternidad cambiaba constantemente y con ella, cambiaba yo también. Mi identidad recibió una bomba la misma noche de mi cesárea y yo me deshice en mil pedacitos, toda rota, toda fragmentada, llena de agujeritos por los que caía como si fuera Alicia precipitándose eternamente por la madriguera del conejo. 

Era como si me escribiera desde el futuro. La maternidad no siempre sería igual, cambiaría con el tiempo, cambiaría a medida que mi hijo fuera creciendo

Me gusta acordarme de aquella madre que fui en 2019, en los meses de pandemia de 2020, con un hijo de meses, de un año. En aquel tiempo, estaba siempre enfadada, frustrada, rabiosa como una perra, tan injusto me parecía que la maternidad me hubiera despojado de mi ser anterior, de mi tiempo, de la escritura, que me costó disfrutar, gozar de mi pequeño animalillo. Y la pandemia, ¿acaso la experiencia de maternar en pandemia se parecía a algo que hubiéramos leído en un libro? Me llevó algún tiempo entender que no estaba enfadada con la maternidad y mucho menos con mi hijo, sino con un sistema que penaliza, esclaviza y precariza a las mujeres que cuidan. 

Ahora sé que

es mejor

ser 

la madre

que puedo ser

que diría Bárbara. 

Veo a mi hijo de tres años y nueve meses y veo también a la madre que puedo ser, divertida, alegre, agobiada la mayoría de los días –¿qué madre no vive agobiada la mayoría de los días?–, separada, más consciente, más en el centro, leyendo mucho, escribiendo mucho, más benevolente con aquella otra madre que fui y con la madre del futuro que seré. Los agujeritos parecen haberse cubierto con cosas nuevas que ahora forman parte de esta identidad nueva que atesoro: cuentos, más cuentos, hadas, monstruos, fantasmas, tostaditas de esponjoso pan, horas y horas de columpios y noches de teta, el amor, el amor, el amor, conversaciones, cada vez hay más conversaciones y palabras y susurros y bromas compartidas, el léxico familiar de un hijo y una madre es tan infinito como propio. 

me escribo

nos escribo

para separarnos

no sabía

que tenía

que romperme

para volver 

a inventarme.

3. Matar a la madre

Este verano leí una columna de Elvira Lindo en contra de los relatos sobre maternidad que me entristeció profundamente: No solo traemos hijos al mundo, publicada el 17 de julio en El País. Elvira Lindo fue una de las primeras escritoras españolas que abordó literariamente la maternidad en una hermosa novela autobiográfica Lo que me queda por vivir (Seix Barral, 2010). En ella, una madre de veintitantos años tiene que lidiar, precisamente, con una identidad fragmentada como madre, como profesional, como mujer. La protagonista tiene el corazón roto y le falta su propia madre. Hay fragmentos memorables en ese libro, por ejemplo, uno en el que la madre lleva al hijo de cuatro años al médico porque el niño no duerme, tiene terribles pesadillas, siempre está enfermo, fragmentos que reproducen la intimidad de los cuidados y reflejan la ambivalencia de la maternidad: “Bailábamos después de que yo le dijera que aquello no podía ser, que los niños no eran así, como él era, un insomne que solo cuando ya estaba vencido por el aburrimiento venía a mi cama y se me arrimaba, carnal y helado, respirando entrecortadamente como si viniera corriendo de la calle y colocando los piececillos en el hueco que formaban mis piernas dobladas”. Ese fue uno de los primeros libros que leí que ponía en el centro la historia de una madre y su hijo, algo tan pequeño, tan insignificante para el mundo, tan cotidiano, se convertía en tema literario. 

Me llevó algún tiempo entender que no estaba enfadada con la maternidad y mucho menos con mi hijo, sino con un sistema que penaliza, esclaviza y precariza a las mujeres que cuidan

Por eso, cuando Lindo escribe en su columna que “parece que la maternidad se reduce a una mujer aislada observando como una entomóloga su biología, un mirarse hacia dentro que lo convierte todo en fisiología. La teta. La teta ha adquirido un protagonismo insólito. La leche que sube, la grieta, el bebé que muerde y hiere el pezón. La leche a demanda. El niño que ya come jamón y sigue mamando. La madre que se resiste a favorecer la independencia”, algo en mí se retuerce y muere, una referencia, una madre literaria. Elvira Lindo que tanto y tan bien ha escrito no solo sobre la maternidad sino sobre todo lo que queda en los márgenes de lo que llaman grandes relatos –memorable fue también el relato de amistad de Milagros y Rosario en Una palabra tuya (Seix Barral, 2005)–, niega, cuestiona y, en cierta manera, juzga la escritura de todas esas autoras que están armando un canon sobre la experiencia materna. 

Lindo llama a estas autoras “ensimismadas”, y puede que algo de ensimismamiento haya, pero es precisamente en esa búsqueda y análisis de lo íntimo donde lo propio trasciende hacia lo colectivo y se hace político. Yo leo esto: “Solo en las sociedades privilegiadas afecta el virus del narcisismo. Hoy, la manera de observar el mundo es orgullosamente generacional, como si ya no nos fuera posible sentirnos apelados por lo colectivo, interesarnos por lo que sucede más allá de la piel que nos recubre”, y siento que detrás de esas palabras hay una autora equivocada, ensimismada quizá ella con sus propios procesos de escritura tan lejanos de los de una generación, la mía, que está intentando romper un silencio tras otro. Quizá Lindo no llega del todo a entender la revolución que supone en el panorama literario feminista contar la propia vida, poner el cuerpo en el centro, describirlo, romper silencio tras silencio de todo aquello que nos dijeron tantas veces–y nos siguen diciendo– que no merecía la pena contar porque no era importante. Relatos ensimismados, relatos narcisistas, relatos generacionales. ¿Por qué negar la teta, la sangre, la leche, la escritura del cuerpo al fin y al cabo? No quiero pensar que el de Lindo es el ensimismamiento de una generación que, al no compartir interés por nuestros relatos, decide negarnos la posibilidad de escribirlos. ¿Por qué convertirlo en una batalla generacional? ¿Por qué no nos sentamos todas y nos escuchamos? ¿Por qué no escribimos un libro colectivo sobre nuestras diferentes maternidades, conversamos, dialogamos, nos servimos del espejo de nuestras vidas? 

¿Por qué negar la teta, la sangre, la leche, la escritura del cuerpo al fin y al cabo?

4. La palabra heredada

El saber de las mujeres es un texto de Dolores Juliano que habla de la transmisión del saber de las mujeres como desafío y se incluye en una antología editada por Anna Freixas, Abuelas, madres, hijas. La transmisión sociocultural del arte de envejecer (Icaria, 2015). Lo que nosotras sabemos, todo aquello que nos contamos sin pasar por la academia –las tertulias a la fresca en la calle, las charlas invernales a media tarde en la mesa de camilla, todas esas experiencias que de boca en boca pasan y se quedan ahí– “se considera no especializado, se considera no significativo y, normalmente, se asigna, no al campo de conocimiento, sino al campo de la naturaleza”. Más o menos, esto viene a decir que podemos ser madres sin ningún aprendizaje previo que nos capacite porque forma parte de nuestra naturaleza y, por ello, carece de mérito. 

Es difícil escribir sobre la propia maternidad si, por un lado, nos han dicho que nuestra experiencia no cuenta, que no interesa y, por otro, nuestras lecturas, nuestras referencias son patriarcales. En una cultura dominada por los hombres, ¿qué lugar ocupa la maternidad? En los últimos tiempos, se reproducen en los medios las noticias sobre la baja natalidad en España, se culpabiliza a las mujeres de no querer ser madres o de serlo muy tarde cuando existe una imposibilidad biológica. Raras veces se buscan las causas en el precario presente que vivimos. Lo femenino se silencia, nuestra herencia femenina se pierde porque el acceso al discurso público sigue implicando muchas veces la sumisión a lo masculino. 

Esto viene a decir que podemos ser madres sin ningún aprendizaje previo que nos capacite porque forma parte de nuestra naturaleza y, por ello, carece de mérito

En Escribir la vida de una mujer (Megazul, 1994), Carolyn G. Heilbrun cita a la filósofa Julia Kristeva para decir que a la mujer se le ofrece la exclusión del lenguaje por ser este patriarcal –si no podemos nombrarnos, no existimos– y la inclusión en el dominio femenino del lenguaje, un dominio que no hace sino señalar “el lugar de opresión y reclusión femeninas”. ¿Qué podemos hacer entonces si de una u otra manera se nos condena al silencio y la oscuridad? “Escribamos lo que no se puede escribir”. Escribamos la maternidad con nuestras propias palabras, agarremos con fuerza la pluma, decidamos nosotras mismas qué historias vamos a contar. 

5. Escribir el parto

Censurar el cuerpo es censurar, de paso,

 el aliento, la palabra.

La risa de la medusa de Hélène Cixous

Fantaseo con la posibilidad de editar un libro sobre partos en varios volúmenes: Parir. Relatos de terror y goce. En él, pediría a todas mis escritoras vivas favoritas que hubieran pasado por esa experiencia hacer un texto con ella. Lo que sucede es que el parto apenas ha sido tratado en la literatura hasta hace bien poco. Cuando estaba embarazada y necesitaba relatos sobre partos porque, como lectora, siempre recurro a la literatura para encontrar consuelo, di con los relatos de Jane Lazarre y Sylvia Plath. 

Jane Lazarre confiesa al inicio de El nudo materno(Las afueras, 2018) que estaba aterrada, más bien, que llevaba dos meses aterrada. Su única esperanza era que su segundo parto fuese más corto que el primero. “Es posible que mañana siga viva”, se decía y sentía como si una barra de acero la partiera por dentro. Lo único en lo que pensaba era en que acabara, en estar viva. Pensaba en despedirse así de su marido: “Adiós cariño, no te das cuenta de que me muero, pero así es, y nunca más estaremos juntos, el pozo negro del dolor me está engullendo, esta vez no hay salida, ya no podré cuidar de Benjamin [su primer hijo], mi pequeñín, solo sé que quiero morirme, no me importa, excepto por ti”. Y justo entonces, el bebé nació. 

El de Sylvia Plath fue algo distinto, podemos saber hasta la fecha exacta en que nació Nicholas: el 17 de enero de 1962. Aquella mañana, Plath se despertó temprano con contracciones dolorosas y avisaron a su comadrona. La descripción del segundo parto siempre ayuda a recordar el primero: el 1 de abril de 1960, a la una de la madrugada, rompió aguas y empezó a tener contracciones cada cinco minutos. Frieda nació a las seis menos cuarto, justo cuando salía el sol. Le dedica cinco páginas de sus diarios al nacimiento de Nicholas con todo detalle y se agradece el relato exhaustivo porque Plath, como yo, traía al mundo a un bebé de más de cuatro kilos. Caben en el relato momentos de dolor tan intensos como el de Lazarre: “Sentí una inmensa presión, como si el extremo de una palanca circular y siniestra empujara y se clavara entre mis piernas. Cerré los ojos con fuerza y sentí cómo esta presión me dejaba el cerebro en blanco y me poseía absolutamente. Un espantoso pavor me desgarraría y me partiría en dos, terminaría convertida en un montón de tiras sangrientas; pero no podía hacer nada: aquello era demasiado grande para mí”. Plath se enamoró de él a la mañana siguiente, “solo necesité una noche para estar segura de que me gustaba” y Lazarre lloraba sobre la carita de su bebé mientras recordaba el dolor y “milagrosamente, supe que lo quería, a pesar de todo”. 

En un libro que ando leyendo estos días, hay una reflexión interesante sobre los silencios en torno a esa experiencia materna tan animal. En Canina (Blackie Books, 2022), Rachel Yoder escribe sobre la protagonista –una madre de un niño de dos años que se transforma en una perra cada noche– que “una vez, cuando estaba embarazada, intentó hablar con ella [su madre] del parto, de lo que cabía esperar, del miedo que le tenía al dolor, y de cómo había lidiado su madre con la situación, y ella por toda respuesta le había dicho que si se llama parto es porque te parte por dentro, comentario que se tomó como una consolación. Pues claro que es chungo, le estaba diciendo su madre, pero como resulta que eres mujer, este es tu sino, tu trabajo, encargarte de lo difícil, de lo que resulta tan doloroso que no hay palabras para definirlo, y luego perpetuar ese pacto de silencio”. 

Cuando Elvira Lindo dice “lo que los hijos esperan de nosotras, con el tiempo, es tener madres con las que poder conversar: de esta España que arde, del rearme, de los que murieron saltando la valla, de la amenaza climática. El relato de aquel parto con el que los trajimos al mundo queda atrás. Es algo que nos une, pero el amor se fortalece con la conversación mantenida a lo largo de los años”, no entiende que el relato del parto lo escribimos para nosotras mismas y también para las otras mujeres que nos leen. El cuerpo, el cuerpo, el cuerpo importa. Como escribió Jane Lazarre, “los relatos de maternidad, de cualquier clase y etapa, deben contarse si queremos abrirnos camino entre la idealización y la demonización”.

Adrienne Rich dijo algo en Nacemos de mujer (1976) que sigue vigente hoy: “Legiones de mujeres continúan empeñando esfuerzo en la revalorización de textos y/o piezas de arte que presentan maternidades plurales y diversas, desde la voz personal, desmontando lugares comunes”. Una madre escribe lo que quiere escribir, lo que puede escribir, no lo que la sociedad espera que escriba. 

6. Escritura y activismo

Hay dos autoras que para mí son de cabecera a la hora de abordar la maternidad literaria en toda su hondura: Jane Lazarre y Tillie Olsen. En Maternidad y activismo: un viaje personal, una conferencia incluida en Una escritora en el tiempo (Las afueras, 2022), Lazarre confiesa que cuando decidió lanzarse profesionalmente a la escritura, acababa de ser madre, y pensaba que no tenía nada sobre lo que escribir: “La maternidad ‘solo’ suponía algo personal, nada transformador o transcendente y, ciertamente, en modo alguno literario”. En Silencios (Las afueras, 2022), Tillie Olsen reflexiona sobre cuánto cuesta convertirse en escritora: “Están las querencias personales –mucho más comunes de lo que solemos admitir–, las circunstancias, el tiempo, el desarrollo del oficio, y más allá de todo eso, la convicción de que tenemos algo importante que decir, y tenemos derecho a decirlo”.

Cuando una mujer se sienta a escribir sobre su parto, su aborto, la pérdida de su bebé, lo hace empujada por la convicción de que tiene algo importante que contar

Me interesa mucho esta parte: “la convicción de que tenemos algo importante que decir, y tenemos derecho a decirlo”. Cuando una mujer se sienta a escribir sobre su parto, su aborto, su dificultad para quedarse embarazada, la pérdida de su bebé, su ambivalencia –esto es, los días y las noches pasados entre la cólera y la ternura que diría Rich–, lo hace empujada por la convicción de que tiene algo importante que contar y que su tema es tan legítimo como cualquier otro. Eso les ocurrirá a las que se entregan a escribir, también habrá muchas, muchísimas otras que no escribirán nunca –lo dijo también Olsen: “cuesta mucho convertirse en escritora”– porque sienten, como sentía Lazarre, que nadie querrá leer sobre su propia maternidad. 

Lazarre recurre a la escritora Audre Lorde que decidió hacer un libro sobre su cáncer de mama, algo que tampoco cuenta como tema literario para la mayoría de la gente y, aun así, la potencia de Diarios del cáncer tiene que ver no solo con su enfermedad sino con la manera en la que rompe un gran silencio en torno al cuerpo femenino: “No quiero que mi ira, mi dolor y mi miedo sobre el cáncer se fosilicen en otro silencio más, ni me roben la fortaleza que puede haber en el centro de esta experiencia, abiertamente reconocida y examinada. Para otras mujeres de cualquier edad, color e identidad sexual que reconocen que el silencio impuesto sobre cualquier área de nuestras vidas es una herramienta para la separación y la falta de poder, y para mí misma, he tratado de expresar algunos de mis sentimientos y pensamientos sobre el engaño de las prótesis, el dolor de la amputación, la función del cáncer en una economía de lucro, mi confrontación con la mortalidad, la fuerza del amor de las mujeres y el poder y las recompensas de una vida consciente”.

Cuenta Jane Lazarre en “Maternidad y activismo” que, después de publicar El nudo materno, tuvo bastante éxito y eso la animó a escribir abiertamente sobre el deseo sexual de las mujeres, otro tema intocable: “No solo me criticaron duramente por ello en algunas reseñas, sino que me humillaron críticos prestigiosos en publicaciones muy leídas. Me llevó varios meses y tres versiones de una novela jamás publicada recobrarme y volver a la vida pública como escritora”. Lazarre publicó El nudo materno en 1976 y sigue siendo revolucionario en muchos aspectos porque el tratamiento que le da a la maternidad y a la propia experiencia está muy en sintonía con las escritoras contemporáneas. Al contrario de lo que puedan pensar algunos, que escribir sobre la experiencia personal es escribir desde un lugar de ensimismamiento o narcisismo, Lazarre dice que “en épocas como la actual, en que la ignorancia y las mentiras prevalecen tan a menudo, trato de vencer esa ya mencionada resistencia y me obligo a escribir diarios, cuadernos de borradores y, finalmente, textos destinados a publicarse. He escrito muchos relatos distintos, pero ser madre sigue siendo una pasión fundamental en mi vida, por lo que siempre ha sido una de las experiencias sobre las que más he querido escribir, por las mismas razones por las que todo escritor desea escribir sobre sus pasiones: para describirlas con mayor precisión, para comprenderlas, para transmitir significados a los demás, para servirse de la propia vida y pensar en la vida misma, para llegar a eso que Toni Morrison llamaba ‘el relato profundo’”. La maternidad como activismo, la escritura como activismo porque “si no contamos nuestros relatos, ¿quién lo hará por nosotras?”. 

[Aquí el nombre de algunas autoras que han escrito sobre maternidad en los últimos años, escritoras de varias generaciones: Silvia Nanclares, Nuria Labari, Diana Oliver, Leila Sucari, Marta Barrio, Anna Starobinets, Aloma Rodríguez, Clover Stroud, Marina Perezagua, Sheila Heti, Ibone Olza, Elif Shafak, Alice Munro, Eva Baltasar, Jazmina Barrera, María Llopis, Ashely Audrain, Pilar Quintana, Berta Dávila, Luna Miguel, Esther Vivas, Elena Ferrante, Maggie O´Farrell, Deborah Levy, Carolina del Olmo, Bárbara Duhau, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Gabriela Wiener, Annie Ernaux, Aixa de la Cruz, Marina Yuszczuk, Mieko Kawakami, Rachel Yoder, Brenda Navarro, Lara Moreno y me dejo muchas].

Coda

Una manta roja en el suelo, una silla de madera, el cuerpo desnudo de una Carla Simón embarazada con su abultado vientre posa ante la cámara de pie, sentada, siempre en el mismo trocito de habitación, una pared blanca al fondo, una estantería de madera que se asoma por el borde de la imagen. La directora de cine acaba de hacer un corto titulado Carta a mi madre para mi hijo en el que reproduce una fotografía de su madre embarazada de ella posando exactamente igual. En otro momento del corto, la cámara se detiene a observar al bebé recién nacido: el tiempo se para y el ojo mira los pequeños y cotidianos gestos del niño, sus bostezos y estornudos. El corto acaba con la madre sosteniendo al hijo al borde de un monte, con el mar a lo lejos y suena una nana de Lole y Manuel, “sobre un clavel se posó una mariposa y el clavel se molestó…”. 

“La ventaja de la maternidad para una mujer artista”, dice Alice Ostriker en Writing like a woman, “es que la conecta inmediata e inevitablemente con las fuentes de la vida, la muerte, la belleza, el crecimiento, la corrupción… Si la mujer artista ha sido educada para creer que las tareas que conlleva la maternidad son triviales, tangenciales respecto a los aspectos principales de la vida, irrelevantes para los grandes temas de la literatura, debería deseducarse ella misma. Esta educación es misógina, protege y perpetúa unos sistemas de pensamiento y sentimiento que prefieren la violencia y la muerte a la vida y al nacimiento, es una mentira”. 

1. ¿Hay demasiados libros sobre la maternidad?

De un tiempo a esta parte se repite la pregunta en conversaciones, en las redes sociales, en los artículos de opinión: ¿se publican demasiados libros sobre maternidad? Para algunos no es una pregunta, más bien una afirmación: se publican...

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Autora >

Carmen G. de la Cueva

Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.

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